Disturbios y democracia 2 claves para desmontar una misma ideología reaccionaria
Disturbios y democracia son el runrún de todas las portadas y telediarios en estos días en España. Políticos y manifestantes las contraponen sin salir del mismo universo ideológico: hay disturbios porque no hay democracia dicen unos, no hay lugar para disturbios en democracia, dicen otros. Si ya discutimos el carácter contraproducente de los disturbios como táctica, hoy criticaremos la ideología reaccionaria que nos venden unos y otros bajo este debate vacío.
En este artículo...
Democracia, opinión y expresión
La ideología democrática nos dice que en una democracia parlamentaria son las opiniones de los gobernados y no los intereses de la clase dominante los que determinan las políticas. El sistema dice asegurar que todas las opiniones puedan ser representadas en el aparato político del estado a través de la ceremonia electoral, una encuesta masiva de opinión que, en muchos lugares, es además obligatoria.
Lo que no dice es que la opinión es el producto de una gran una industria: la de los medios de comunicación, el aparato educativo y la participación social, esos pilares de la democracia. Y que la misma ceremonia electoral representa antes que ninguna otra cosa el aislamiento del individuo al que se le pide que se ponga por un momento en el lugar del estado y exprese aquellas variantes de la opinión publicitada que más mella le han hecho eligiendo entre distintos equipos de gestores.
Según esta ideología, la expresión de la opinión sería el motor del cambio político y la libertad para expresarla la garantía de que es igualmente posible para todos cambiar la opinión democrática.
Problema de base: reducir la lucha política al ejercicio de la expresión de opiniones, entendido como palanca para modificar la opinión y por tanto la acción del estado, es una contradicción en varios pasos que hace aguas por todos lados.
En primer lugar la expresión de opiniones no tiene nada que hacer frente a la industria de la producción de opiniones... salvo ser instrumentalizada. En segundo lugar la acción y orientación del estado pueden intentar presentarse como un reflejo de la opinión que él mismo produce... pero los fines del estado vienen dados por la naturaleza y necesidades del sistema, no por la opinión de nadie.
La supuesta suficiencia de la expresión y los disturbios
Para la ideología democrática, hacer política sería pues, ante todo expresarse públicamente. Eso nos repiten y es lo que nos dicen ahora los medios y los políticos día tras día.
La paradoja es que los que toman los disturbios como táctica ¡¡hacen lo mismo!! El disturbio es para ellos una forma de expresión que al hacerse oír y ser recogida en los medios que fabrican opinión para el sistema, podría cambiar las cosas.
¿Por qué? Por pura magia democrática.
Creer en la utilidad política de los disturbios no solo es una forma de aceptar salir del terreno de la lucha de clases, es puro democratismo, es decir, puro pensamiento mágico.
La ideología Netflix: la revolución como unos disturbios muy grandes
La democracia como ideología afirma al ciudadano para diluir la existencia de clases y conflictos. El ciudadano tiene más vestidos que la Barbie: es consumidor, votante, manifestante, tendero, empresario, defensor del medioambiente... Todo en tanto que individuo y todo y cualquier cosa menos trabajador consciente de un interés de clase. El ciudadano por excelencia es el demócrata pequeñoburgués responsable y bienintencionado.
Negar la clase, negar las clases como sujetos políticos, es el centro de la ideología democrática.
Por eso reproduce, a su manera, tópicos de las clases dominantes más reaccionarias de todas las épocas con su propio toque. El primero: la revolución o bien es un golpe de estado -línea clásica del pensamiento reaccionario contra la Revolución Rusa, por ejemplo- o bien no es más que una algarada sin propósito ni futuro, lo que nos cuentan una y otra vez Hollywood y Netflix.
Lo realmente interesante es como esta ideología, la cara B del democratismo, reaccionaria a decir basta, cala en los defensores de los disturbios como táctica política. La imagen de arriba, una captura de una red social hecha ayer, lo ilustra con claridad. El trienio bolchevique con la aparición del proletariado en España como sujeto político determinante, el fondo de la revolución mundial, la presencia y discusión masiva de la Revolución Rusa, las insurrecciones campesinas en toda la península y las huelgas generales revolucionarias... quedan reducidas a tumbar los tranvías de la ciudad y destrozar el mobiliario urbano.
Evidentemente en el marco de un momento revolucionario, los disturbios no son lo determinante. Por eso la clase dominante de todas las épocas intenta reducir la revolución a disturbios, a problemas de orden público que puede manejar de manera puramente represiva. Desde luego, los disturbios no representaron políticamente la palanca de nada durante el trienio bolchevique español. Si alguien vio una esperanza en ellos fueron las mismas clases que todavía suspiraban con alivio por una _Semana Trágica_ en la que la fuerza de clase se había desviado a quemar conventos, iglesias y propiedades de la odiosa iglesia católica... renunciando a poner en cuestión las bases del poder de clase de la burguesía y su estado.