Los nuevos discursos mediáticos justifican el otoño negro que los gobiernos preparan

Este verano se han multiplicado en los medios los discursos destinados a que aceptemos lo que ya está en marcha y se multiplicará en el otoño: frente a la inflación, el «peligro» de subir salarios; frente al incremento de la pobreza, el reproche por haber vivido «por encima de las posibilidades»... del capital; frente al malestar por las condiciones laborales, la normalización del cronometraje automatizado; y frente a la desconfianza ante el militarismo, el supuesto «precio de la libertad» que deberíamos empezar a pagar... al capital.
El «peligro» de subir salarios
Ha sido el runrún durante todo el verano en los medios: subir salarios por encima de la inflación fue la causa del nazismo. Desde el Wall Street Journal y sus republicaciones en medios de todo el mundo hasta el mismísimo vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell nos lo dijeron de todas las formas posibles.
Históricamente es simplemente insostenible, si no ridículo, por supuesto. Pero la realidad nunca les estropea un cuento útil. Así que nos lo repitieron con la misma tenacidad y banalidad con la que afirmaron que aire acondicionado es malo para la salud, mientras según la OMS, sólo entre España y Portugal y sólo a causa de la ola de calor de julio, morían más de 1.700 personas.
Vivimos por encima de las posibilidades... del capital
Reparto de alimentos
Todas las secciones del periódico valían para contarnos que debíamos aceptar el nuevo empobrecimiento en marcha. Tampoco es que ninguno de los ideológos se matara a sofisticación ni andara falto de cinismo.
Hasta en las noticias tecnológicas descubrieron que las masas de capital destinadas a construir monopolios por dumping (sosteniendo la gratuidad de ciertos servicios online para evitar o excluir a la competencia) habían sido en realidad «subvenciones» a esos jóvenes mileniales que, venían a decir, ¡¡vivieron del cuento usando apps gratis!!
Pero para cuando llegó agosto el resultado predecible de la muy antifascista contención de salarios fue la aparición acelerada de una grieta cada vez mayor entre los ingresos de los trabajadores, agobiados por la inflación, y la pequeña burguesía corporativa.
Pronto quedó claro que la grieta no se iba a limitar a la maltrecha Gran Bretaña y la Europa meridional. Holanda veía aumentar la pobreza mientras caía el poder de compra de los trabajadores. Y en Alemania se aprobaba finalmente un recargo al consumo de gas durante este próximo invierno de unos 2.200€ por familia, mientras las fábricas de acero empezaron a parar por los precios del energéticos y mandar a los trabajadores al desempleo temporal.
La prensa liberal supo estar a su altura moral habitual. Para el New York Times, la cosa tenía fácil arreglo: ir a supermercados de restos y productos pasados de fecha en los que incluso, nos decían, podríamos encontrar delicatessen a precio de ganga. Para El País, con alguna concesión a la realidad, la cosa no era muy distinta, a fin de cuentas una elección individual: ahorrar menos o cambiar de hábitos de consumo. ¡¡Nada de lo que quejarse!! Al contrario, todo un nuevo mundo de cosas chulísimas y super-ecológicas que descubrir como ir andando a trabajar aunque esté lejos o mudarse por no poder pagar el alquiler.
La normalización del control automatizado y el cronometraje
Y entre las cosas chulísimas del verano de 2022 no puede quedar fuera la extensión de los sistemas de control informático del trabajo.
«En todas las industrias y posiciones laborales, cada vez más empleados están siendo monitorizados, registrados y clasificados», certificaba el New York Times. Pago por minuto controlado y autentificado -generalmente a la baja- por un sistema automatizado que convierte ocho horas de trabajo continuo en seis antes de que te des cuenta. No son sólo las pausas del baño lo que descuenta, también lo que queda fuera del trabajo directo ante la máquina o el monitor, que exigirían un permiso especial para contarse como trabajo real.
Es algo más que una nueva vuelta de tuerca de la tendencia al cronometraje que venimos denunciando desde siempre y especialmente en los últimos años, cuando gobiernos como el español impusieron el registro de jornada... eliminando las pausas del recuento para que no se pagaran ni cotizaran.
Macron y «el precio de la libertad»
Y sin embargo, el maestro del cinismo épico en Europa sigue siendo Macron. A Sánchez y Díaz les sobra cinismo, pero les falta épica para hacer aún más repugnantes sus intervenciones.
Y es que Macron, a su modo, ha sido el más claro sobre lo que viene en el otoño: «trabajar para apoyar a nuestras empresas, en el contexto de esta guerra». Trabajar más, cobrar menos y tener menos servicios de educación y sanitarios, no sería otra cosa que... el «precio de la libertad».
Estoy pensando en nuestro pueblo, que necesitará la fuerza del alma para enfrentar los tiempos que se avecinan, resistir las incertidumbres, a veces las dificultades y las adversidades, y, unidos, ponernos de acuerdo para pagar el precio de nuestra libertad y nuestros valores.
Emmanuel Macron
El discurso que hasta ahora sólo se hacía abiertamente en relación a los migrantes, se aplica ahora al conjunto de los trabajadores: el capital quiere explotar más no sólo pagando menos salarios reales sino reduciendo el grueso de los costes generales de explotación (escuela y sanidad).
Una «nueva austeridad» está preparándose. Y en países como España, rematará los efectos sobre las condiciones de vida de los trabajadores del cambio de modelo productivo impuesto por el sanchismo.
Y es que, en todo el mundo, conforme se acerque el invierno en el hemisferio norte, los gobiernos van a intentar pasar del ataque general indirecto -beneficios y precios creciendo por encima de los salarios- al remate directo de las condiciones de trabajo. Las «reformas imprescindibles», las llamó Macron.
Y lo conseguiran... si no respondemos desde nuestro propio terreno.