Después del Brexit
Todos los medios y canales nos relataron los fastos y celebraciones del día del Brexit con cuenta atrás y en el mejor de los casos de un panorama económico sombrío y de la agenda de las negociaciones con la UE que vienen ahora. Pero eso es solo una parte de la historia, y quizás la menos importante.
Nos hablan de una producción industrial en caída que pareciera un fenómeno británico en exclusiva, de un estancamiento del crecimiento en índices bajísimos para este año -pero a pesar de todo un poco mejor que el alemán- y de un descrédito del aparato político en el que el espectáculo de las peleas internas de la burguesía británica, en realidad, ha sido lo de menos.
Lo que se ha escenificado estos días es que Gran Bretaña tomará una posición dura en la negociación comercial con la UE y que de entrada no se alineará con las reglas europeas una vez pase el «año de transición», 2020, en el que todo seguirá igual. Las intenciones del gobierno Johnson han sido recibidas en los medios con desdén y cuadritos vaticinando una nueva larga serie de «extensiones» en una dinámica similar a la del parlamento británico en el último y agónico año de Brexit.
Sin embargo, la «posición dura» apuntaba a algo mucho más serio que el inflado «orgullo nacional» y «nostalgia imperial» con la que se llenaron la boca los programas televisivos de estos días. Desde que comenzamos nuestra serie hemos insistido en que Brexit significaba, ante todo, un intento de reorientación de la burguesía británica en el mapa imperialista y que precisamente por eso significaba su fractura interna. Ahora que es una realidad empiezan las consecuencias. Y la primera de ellas es la negociación de un tratado comercial con EEUU a partir del próximo 3 de marzo. Un tratado en el que el que hoy es el equipo de Johnson lleva trabajando desde que formaban parte del gobierno May. Tal acuerdo, está lejos de ser algo exclusivo de las dos potencias anglosajonas. Es más, es lo que probablemente va a determinar la política alemana y de la comisión europea durante las negociaciones que vienen porque, de tener éxito, alentaría un verdadero «Brexit duro» poniendo las mejores cartas de la nueva partida de Bruselasa en manos de Johnson:
Si Johnson logra concluir un acuerdo comercial ventajoso con Estados Unidos en los próximos meses y al mismo tiempo reduce los aranceles para todos los terceros países, un Brexit duro afectaría a los británicos mucho menos que a los europeos. Johnson y el presidente de los Estados Unidos, Trump, lo saben, en última instancia, podrían aprovecharlo.
Eso no significa, desde luego, que Gran Bretaña vaya a contar con un apoyo incondicional de EEUU. No hay negociación imperialista que no sea a cara de perro... y que a día de hoy no se fractalice en batallas internas dentro de la clase dirigente. El ejemplo lo hemos tenido esta misma semana cuando el gobierno Johson dedició no excluir a Huawei de la infraestructura 5G británica. EEUU amenazó con no negociar el acuerdo comercial y dejar de compartir inteligencia si eso ocurría y el partido tory volvió a mostrar graves fracturas internas. Pero Johnson se impuso y EEUU reculó. Días después se anunciaba el inicio de negociaciones comerciales y se aseguraba que la inteligencia seguiría fluyendo entre Washington y Londres.
Tampoco cabe esperar que las potencias europeas simplemente se acomoden al juego británico. Cuando Tusk dice que se está extendiendo una «ola de empatía» con el independentismo escocés está jugando la carta de una amenaza largamente anunciada y esbozada ya en Irlanda.
El significado de todo ésto
El titular que no nos están dando es que gracias a EEUU, Gran Bretaña acaricia ya las cartas que le permiten amenazar, esta vez de verdad, con un «Brexit duro». Pero más allá de las tácticas, las alianzas y los negocios de unos y otros, lo que estamos viviendo tiene un significado histórico grave y preciso, con consecuencias desde el corto al más largo plazo para los trabajadores, y no solo en Gran Bretaña. El Brexit, el auge de los nacionalismos, la aparición de nuevos bloques y fronteras comerciales, son solo la otra cara de una precarización acelerada en la interna que intenta dar aire a toda costa a una acumulación renqueante. Y lo que estamos viendo hoy -el fraccionamiento de los grandes espacios comerciales y el desarrollo de fuerzas centrífugas rompiendo los viejos estados europeos- lejos de «calmar» esa tendencia no hace sino apuntar a la destrucción del mercado mundial, la gran hazaña progresiva de la burguesía del XVIII y XIX y la «herencia» que sirve de base para hacer posible y viable, inmediatamente, lo que hace tiempo que es ya necesario: la superación global del capitalismo.