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Despoblación rural

06/03/2019 | Crítica de la ideología

El campo se despuebla. Ya no son solo aldeas y pueblos, las capitales de provincia y de comarca llevan diez años expulsando población. Da igual dónde miremos, España, Portugal, Francia e incluso EEUU. Ha llegado el punto en el que sin masas críticas los servicios públicos básicos se tornan insostenibles para el estado. Se entona el «hace falta gente... pero no hay trabajo que darles».

La despoblación es la expresión rural de la crisis capitalista

El campo no es ninguna abstracción al margen de las clases sociales. El campesinado, los agricultores, forman el grueso de la pequeña burguesía rural. El resto del tejido productivo en el campo es gran industria agropecuaria y sus servicios asociados.

Es decir, gran capital y pequeña burguesía a cargo de organizar los servicios auxiliares. La clase trabajadora del campo está en las fábricas de agrotransformación (galletas, piensos, mermeladas, envasadoras, clasificadoras...) y bajo el sol o los invernaderos, los jornaleros. El discurso sobre «las necesidades del medio rural» no es el discurso de una comunidad sin contradicciones, sino el de sus clases burguesas.

Y ésto es tanto más claro ahora, porque la crisis del campo no es sino la versión rural de la crisis capitalista general. Como en la ciudad, a la pequeña burguesía la única forma de «reanimar» la producción que se les ocurre, desde España a California es bajar el salario por debajo del mínimo vital aprovechándose de utilizar migrantes «irregulares».

Cuando dicen que «no hay otra opción» quieren decir que no hay otra opción de reproducir su capital con éxito: cuando piden al estado que les trate como al gran capital, obsequiándoles directamente con un pedazo de la plusvalía total, no pueden esperar una lluvia de subvenciones ni un rescate. Ni siquiera en Alemania. Y las «soluciones imaginativas de mercado», al estilo Macron cuando pone un sobrecoste del 10% a la gran producción, no solo son reaccionarias, es que ni siquiera bastan para compensar las diferencias de productividad, mucho menos para generar demanda de fuerza de trabajo a salarios decentes.

Los trabajadores no solo se dan por material fungible en el discurso sobre el «renacimiento rural» de la pequeña burguesía. La robotización de la producción agraria y agroindustrial y la «sobreproducción» de alimentos respecto a la demanda efectiva hacen que el gran capital, lejos de crear empleos y atraer población los destruya.

Resultado: con unas ‎ tasas de ganancia‎ bajísimas, el único capital que se moviliza hacia las zonas rurales «vacías» es puramente especulativo. Para el capital, si a largo plazo ha de quedar gente en el campo más allá de los últimos obreros de las fábricas, es para cuidar el paisaje.

No hay una solución capitalista sostenible para la despoblación

La fantasía de una repoblación del campo desde la ciudad gracias a Internet, se ha demostrado una pura utopía para la inmensa mayoría de los que lo intentaron. No era nada nuevo, en el siglo XIX se fantaseaba ya con que, al no depender el motor de vapor de los cursos de agua como hasta entonces las forjas y molinos más productivos, la industrialización se distribuiría más o menos homogéneamente por todo el territorio.

Error. Desde el primer momento en que se despejaron las trabas a la acumulación capitalista, durante la Revolución francesa, la expropiación del pequeño campesino y la concentración industrial en la ciudad fueron consecuencias irremediables. Es más, como se había visto ya en Inglaterra, la expulsión de la población agraria a la ciudad había sido la condición para que el capitalismo industrial pudiera nacer.

No es que no sea posible, no es que no sea necesario, la cuestión es sencillamente que no basta que la posibilidad tecnológica se alinee con la necesidad social. En el capitalismo solo es «posible» lo que facilita o hace parte de la ‎acumulación‎ de capital. Es decir, no hay una solución capitalista sostenible contra la despoblación.

La necesidad de superar la oposición entre campo y ciudad

Que las necesidades del capital no se alineen con las necesidades humanas no quiere decir que estas sean imposibles. Al revés, son necesarias e inmediatamente realizables. Y no solo hoy. Ya en 1878 Engels veía con claridad que para poner fin a los desastres medioambientales había que poner fin antes a la oposición entre campo y ciudad.

La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues, según esto, sólo posible. Es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Sólo mediante la fusión de la ciudad y el campo puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra. [...]

La industria capitalista se ha hecho ya relativamente independiente de las limitaciones locales dimanantes de la localización de la producción de sus materias primas. [...]

La superación de la separación de la ciudad y el campo no es, pues, una utopía, ni siquiera en atención al hecho de que presupone una dispersión lo más uniforme posible de la gran industria por todo el territorio. Cierto que la civilización nos ha dejado en las grandes ciudades una herencia que costará mucho tiempo y esfuerzo eliminar. Pero las grandes ciudades tienen que ser suprimidas, y lo serán, aunque sea a costa de un proceso largo y difícil

Pero para hacerlo, afirmaba Engels con razón, había que comenzar la ‎ desmercantilización de la sociedad‎ sin la que la división del trabajo y la especialización territorial seguirían profundizándose.

La cuestión es que no hay nada más utópico que pensar que el estado vaya a comenzar el desmontaje de las propias condiciones de explotación que está para defender y guardar. Cualquier cambio solo será impuesto por las luchas de nuestra clase, la única que ‎ no tiene otro interés que las necesidades humanas universales‎. ¿

Qué significa eso en el campo? Significa para empezar luchar por reducir las jornadas de trabajo y aumentar los salarios, la única manera de que la innovación y la robotización no expulsen a aun más trabajadores al paro y la emigración.

Es más, mientras haya desempleo, cada mejora de productividad debería traducirse en menos jornada, más salario y más empleos... pero eso no lo vamos a conseguir ni esperando ni siguiendo a los sindicatos, tenemos que luchar por nosotros mismos, en el campo... y en la ciudad.