La desmoralización de los sanitarios y el colapso de los sistemas de Salud Pública

Los sistemas de salud están en un momento crítico
Más de dos años después del inicio de la pandemia, una nueva ola de Covid está desbordando los servicios de urgencias en España, Francia y algunas regiones alemanas. Las causas no son novedosas. Todas las reivindicaciones de la ola de huelgas en los hospitales franceses del 2019 y españoles en 2020 siguen insatisfechas a pesar de las promesas huecas y los aplausos masivos organizados desde el estado en varios países durante los confinamientos.
Los cierres de plantas de hospital, las reducciones de personal y camas y los aumentos de las zonas a cubrir siguen a ritmo acelerado. Como recuerda el personal de urgencias francés:
No necesitamos administradores de camas. Necesitamos camas. Estamos en un callejón sin salida. Y esto también se aplica a las salas de maternidad. Algunas maternidades cerrarán este verano. Una mujer que pensaba dar a luz a 10 km de su casa, puede recibir la noticia de que la maternidad está cerrada y tiene que ir a 50 km de distancia. Y se arriesga a dar a luz en la carretera. Esa es la realidad. Es catastrófico.
Muchos trabajadores siguen pensando que se trata tan sólo de cierta desidia estatal hacia la sanidad pública. Y es cierto que los estados dejan que se pudra la situación, pero también la agravan: siguen cerrando más plantas y centros y reduciendo el personal hospitalario.
Gobiernos como el francés contratan a consultoras para que expriman y recorten activamente la salud pública, mientras despliegan la privatización del sector. Parece que «hemos vivido por encima de las posibilidades» -del capital nacional- y ahora hay que aceptar una mortalidad mayor para salvar... la economía (=acumulación).
De la lucha colectiva a la debacle de la «salida individual»
Manifestación durante las huelgas de los servicios de urgencia en Francia en 2019
El primer gran síntoma de un cambio profundo y un giro entre los trabajadores sanitarios hacia la desmoralización y el individualismo emergió durante las protestas contra la vacunación obligatoria.
Los mismos sindicatos que en Italia o Francia habían dirigido previamente unas huelgas aisladas y desconectadas del resto de sectores, se dedicaron a tensar el ambiente entre compañeros de trabajo dividiendo las plantillas. El resultado fue, y no podía ser de otra manera, demoledor.
En los pasillos del hospital Robert-Debré de París, el tiempo del diálogo ha pasado. El tiempo de la educación también ha pasado. «Se está volviendo incómodo hablar de la vacunación con colegas que no se han vacunado», dice Alice, pediatra cansada de debates acalorados «que ya no conducen a nada».
Según ella, los cuidadores que aún no están vacunados (sin una primera dosis o una cita programada) son algo así como intransigentes. El pediatra describe algunos momentos incómodos, «sobre todo cuando alguien afirma no estar vacunado, o cuando los compañeros empiezan a burlarse unos de otros. Como resultado, el tema es ahora casi un tabú».
[Un] sindicalista es acosado regularmente en los pasillos de su hospital por el personal desconcertado. «¿Por qué haces esto? ¿Por qué dices todo esto en público?»0 Mientras que otros le dicen que mantenga las distancias. «El otro día, un tipo me dijo: Aléjate dos metros si no estás vacunado. Es una sensación extraña».
La cuestión de fondo siempre fue distinta de la oficial coreada por los medios. Los sanitarios no habían «dejado de creer» en la medicina de un día para otro. Cuando se les preguntaba directamente, muchos de los que manifestaban contra la obligación vacunal lo hacían como una forma individual de mostrarse en rebelión contra un estado que sentían que les había abandonado:
«Al principio, no molestaba a nadie que trabajáramos con Covid, pero hoy molesta a todo el mundo», declaró a BFMTV Yasmina, auxiliar de enfermería y secretaria general del sindicato Sud Santé del hospital Marseille-Nord.
«Desde el comienzo de la crisis, el personal de los hospitales ha sido aplaudido, pero todas las promesas que se les hicieron se han desvanecido», ironiza Kader Benayed, que asegura que ni el número de personal ni los recursos han aumentado en las Bouches-du-Rhône.
«Los sanitarios se sienten engañados", dice, además de ser objeto de sospecha. Asimismo, el requisito de vacunación de geometría variable, con una exención concedida a otras profesiones como la policía, está resultando difícil de aceptar para los cuidadores sin pestañear, según él.
En diversos puntos de Francia los manifestantes empezaban sus argumentos con menciones a los aplausos de los primeros días de la pandemia y denunciando que la situación no había hecho más que empeorar desde entonces, para luego sacar mucho más adelante -y generalmente de modo incoherente con el resto del discurso- el argumentario sobre la inseguridad de las vacunas.
Es esta misma rebelión, alimentada por el ala más airada de la pequeña burguesía y globalizada por el bannonismo, la que orientó la reacción aparentemente opuesta de los antivacunas de las Antillas francesas, que «dieron la bienvenida» amenazando y calificando de asesinos a los sanitarios que llegaban como refuerzo a las islas.
Las soluciones individuales solo pueden empeorar la situación
El peligro de la normalización de «salidas individuales» es que su resultado social inevitable es el «sálvese quien pueda». Era evidente, pero los sindicatos no hicieron más que fomentarlo. En lugar de redirigir la rabia hacia sus causas originales, validaron la excusa y alentaron la «salida individual» empeorando las disputas y rencillas entre los trabajadores de los centros médicos.
Mientras tanto, la prensa se llenaba de artículos celebrando las medidas disciplinarias y se convenció a la opinión pública de que solo existían dos opciones: celebrar la represión o celebrar la salida individual. Los trabajadores sanitarios habían vuelto a sufrir un grave revés.
La verdad es que, desde el punto de vista de los sanitarios individualmente y después de incontables huelgas sindicales estériles, enfrentados a la presión estatal y a todos los partidos, la única solución restante parecía ser la huida, abandonando completamente el sector o huyendo a pastos mejores.
Un año más tarde, la situación en los hospitales de muchos países no ha mejorado un ápice. La desmoralización ante el drama diario se extiende en el Reino Unido:
Hay gente en la parte trasera de las ambulancias durante horas y horas. No ha habido ningún cambio desde el invierno; supongo que el único cambio es que el personal ha pasado de estar escandalizado a aceptarlo.
El personal está desmoralizado, derrotado; es realmente desmoralizante estar atrapado en una ambulancia cuando puedes ver que alguien se está poniendo cada vez peor. Muchas de las personas que vemos son ancianos que llevan mucho tiempo en el suelo, y luego están en la camilla de la parte trasera de la ambulancia durante más tiempo. Hay una sensación de impotencia entre el personal; puedo ver por qué la gente se va. La otra cosa es el horario. [...]
La desmoralización del personal es una gran preocupación: vemos que muchas enfermeras de urgencias se van. Es difícil contratar a personal de esta especialidad y las enfermeras de urgencias son muy difíciles de sustituir: no son intercambiables con las enfermeras generales.
Al mismo tiempo, nunca hemos estado más ocupados; estoy presenciando escenas peores que nunca. Hay mucho daño moral, sobre todo para los colegas más jóvenes, al ver que la gente recibe unos cuidados tan terribles, que se les condena a perder la dignidad, que se les deja tirados en los pasillos y hay colas que se extienden de un pasillo a otro. Es horroroso.
En Francia, ahora se preguntan «quién va a querer seguir siendo sanitario», porque los trabajadores hospitalarios franceses están abandonando en masa o emigrando, lo que no solo empeora la situación para el resto de trabajadores, sino que abre la puerta a la «importación» de sanitarios temporeros con salarios mucho más bajos sin que nadie proteste por una diferencia de salarios que, al final, empobrece a todos.
«Allí encuentras muchos médicos extranjeros», confirma Jafar. Eso significa que muchos médicos franceses ya no quieren trabajar allí. La sala de urgencias es un trabajo duro y agotador. [...] En términos prácticos, somos la primera línea, somos la sala de urgencias, somos el quirófano, somos la unidad de cuidados intensivos, somos todo el hospital. Pero cuando se trata del estatus, resulta que no.
«Estamos en la misma situación que los médicos de hospital con diploma francés«, explica Haifa, «realizamos las mismas funciones, salvo que nos pagan una cuarta o incluso una quinta parte del salario». Por ejemplo, si consideramos el salario de un médico de hospital con una media de 8.000 euros, tendremos un salario base de 2.200 o 2.500 euros.
Son los mismos trabajadores de la salud tunecinos que abandonaron el país después de las últimas huelgas sindicales de sanitarios. No hace falta decir que aquellas huelgas, siguiendo un patrón sindical universalmente reconocible, quedaron desconectadas de las huelgas del resto de sectores y acabaron sin consecuencias prácticas para los trabajadores.
El resultado global de la acumulación de derrotas impuestas por la lógica sindical es un flujo mundial donde los trabajadores sanitarios aspiran a ser los extranjeros mal pagados del país al que lleguen. Algo que no solo ocurre entre países relativamente pobres y paises ricos:
La migración del personal sanitario «no es un movimiento exclusivo del Sur global al Norte global», afirma Campbell, señalando que también ha habido cambios en los países de la OCDE. Dana (nombre ficticio), que trabaja para una agencia internacional de contratación de enfermeras en Australia, afirma que la mayoría de los trabajadores sanitarios que encuentra emigran desde el Reino Unido e Irlanda.
Muchos de ellos trabajaban antes en salas Covid o unidades de cuidados intensivos. «Lo han pasado mal en Europa en los últimos dos años, más o menos», dice. «Las oportunidades son mejores aquí también. El sistema sanitario es impecable [en Australia], así que no es tan difícil ser enfermero aquí como [allí], especialmente en tiempos de Covid».(/quote)
Pero, cuando llegan a estos supuestos pastos mejores, resulta que no son lo que parecen. Los migrantes que llegan a Australia en estos días podrán encontrar varias movilizaciones activas en el sector. En este mismo momento un centenar de residencias y miles de paramedicos están en huelga. No hay lugar donde la sanidad pública, e incluso la privada, no se encuentre bajo ataque.
La necesidad de luchar colectivamente
Según la OMS en 2018 quedaban sin cubrir en todo el mundo casi seis millones de plazas de enfermería. Con países como Canadá o Gran Bretaña tirando de la demanda, un octavo del total del personal de enfermería activo mundialmente era ya entonces originario de un país distinto al país en el que trabajaba.
La situación se ha agravado con la pandemia. La expectativa de dimisiones este año en los hospitales europeos y norteamericanos alcanza a más de 3 millones de puestos de trabajo. A nadie se le escapa lo que significa. El ratio de personal sanitario por población en los países semicoloniales más cercanos a la UE puede, sencillamente, implosionar, mientras en Francia o Gran Bretaña se cierran aún más servicios.
No cabe esperar nada de los gobiernos. El capitalismo ni quiere ni puede mejorar la salud pública y ningún cambio de gestores va a cambiar eso.
El impacto sobre el conjunto de trabajadores -activos y jubilados- es fácilmente imaginable. En estas mismas semanas descubrimos que la mortalidad infantil creció un 7% en Francia durante la última década de «contención y recortes» y que la inacción consciente de los gobiernos ha permitido la propagación de la viruela del simio a pesar de las advertencias de la OMS.
Sin embargo, los sindicatos, que impulsan huelgas en todo el mundo, mantienen las luchas en un limbo de objetivos difusos y artificialmente particularistas que prácticamente garantiza su aislamiento tanto como su inconsecuencia. No es algo nuevo ni limitado a la sanidad o a unos pocos países: el modelo de acción sindical repite el despropósito país a país y sector por sector. Y en todos ellos lleva al mismo lugar: la desmoralización, la atomización, la desbandada y el sálvese quien pueda.
Por eso, la experiencia de los sanitarios no puede quedar ahí. Aplica en todos los sectores y todos los países. Sin recuperar la moral y luchar colectivamente, sin romper el control sindical de las huelgas y extenderlas y organizarlas por nosotros mismos, por encima de divisiones de contrato, origen o sector, no sólo perderemos poder de compra y condiciones laborales, no conservaremos ni siquiera los mínimos de atención sanitaria que hasta hace poco se daban por hechos.
Las luchas mismas ya no pueden quedarse en las estrechas fronteras del convenio. Porque no es entre las cuatro paredes de la empresa donde nos jugamos nuestras necesidades. Son las condiciones generales del trabajo las que importan.
Cuando el despropósito sindical desarticula a los sanitarios, pone en peligro el acceso a la salud de todos. Pero al aislar las luchas en categorías y hospitales, el resto de trabajadores queda fuera, impotente en el mejor de los casos, ignorante casi siempre, de las consecuencias de lo que está pasando.
Cuando los sindicatos co-organizan las famosas subastas a la baja de condiciones laborales entre fábricas de una misma marca de coches en distintos países, las consecuencias las pagan el conjunto de trabajadores de pueblos, comarcas y ciudades enteras. Pero rota la existencia misma de una única plantilla -porque los trabajadores de un mismo proceso industrial son la misma plantilla aunque estén en dos países distintos- toda lucha está ya perdida antes de empezar.
A la centralización que significa el paso a la economía de guerra, hay que responder con... asambleas cada vez más amplias que rompan la división por categorías, contratas, empresas y sectores. Asambleas que deben coordinarse incluso por encima de fronteras nacionales.
El desarrollo de la crisis, la entrada del capitalismo en una fase marcada por la formación de bloques, el militarismo y la orientación creciente de la economía hacia la guerra hace cada vez más contraproducente el «modo sindical» y su lógica.
Vienen muchas de estas, y si no queremos perderlas una tras otra siguiendo a los sindicatos hay que rearmase moralmente y plantear las luchas de otra manera. No desde la categoría, la contrata, el centro de trabajo o el sector. Sino como trabajadores hablando a los demás trabajadores y convocandoles a reivindicaciones comunes a conseguir a través de asambleas y comités de huelga comunes.