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Desmontando «Valley of tears»

29/11/2020 | Artes y entretenimiento

En este artículo

https://youtu.be/ltSvPE8xw3A

Cuando pasen por el valle de las Lágrimas
lo convertirán en manantial,
y aun la lluvia lo llenará de bendiciones;

Salmos, 84.6

De todas las series estrenadas durante noviembre Valley of Tears de HBO y la televisión pública israelí es, de lejos, la que plantea cuestiones políticas históricas y presentes más abiertamente.

Lo hace en el marco de una representación hiper-realista de los combates en el norte de Israel durante la guerra del Yom Kipur que ya merecería comentario por sí misma por la forma en que trata cuestiones como la confraternización, las relaciones entre soldados o el nacionalismo.

Pero el mensaje principal de Valley of Tears, después de seis episodios, parece ser recuperar una historia -la de cierta izquierda israelí anti-sionista- e instalar un mito -el de los Panteras negras israelíes y su ideología etnicista- como primera agenda social del pais.

Esta dicotomía está ya en el título. Para empezar, en Israel la serie se tituló Shaat Neilah, literalmente tiempo de cierre pero también fin de los tiempos. Una referencia al verso final del canto litúrgico sefardí más importante de Yom Kipur. Sin embargo, en su versión internacional se titula Valley of Tears. Y tampoco es inocente. La referencia al Valle de las Lágrimas tiene al menos tres referencias evidentes para casi todo oído hecho a la cultura judía contemporánea.

En primer lugar, el canto al heroísmo de uno de los salmos más conocidos. En segundo lugar la famosa cita de Marx en su texto sobre la cuestión judía sobre la necesidad de abandonar las ilusiones religiosas criticando (=demoliendo) la base material del valle de Lágrimas con el que la religión representa la vida social real.

La superación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo es la exigencia de que éste sea realmente feliz. La exigencia de que el pueblo se deje de ilusiones es la exigencia de que abandone un estado de cosas que necesita de ellas. La crítica de la religión es, por tanto, implícitamente la crítica del valle de las Lágrimas, del cual la religión es el reflejo sagrado.

Carlos Marx, «La cuestión judía»

La síntesis del heroismo y el auto-engaño, o la superación de éste, sería la batalla del Valle de las Lágrimas (battle of the Valley of Tears en inglés)que es como los medios israelíes titularon en su momento a los combates con el ejército sirio entre la frontera entre el Líbano y el Golán, que son los que narra la serie.

Sin embargo, a pesar de la referencia a Marx, lo que Valley of Tears pretende no es una crítica material de la estructura de clases de Israel-Palestina. Por el contrario, introduce la política identitaria, marginal en la época como la expresión más significativa del momento, y presenta la división entre mizrajíes y sefardíes por un lado y azkenazíes por otro, como presunta contradicción principal del Israel de la época.

Mizrahim, sefardim y azkenashim

Cartel de Valley of Tears

Mizraj en hebreo significa Oriente. El término mizrahim (orientales) se aplica a los judíos de Yemen y la península arábiga, Irak, Irán, Pakistán e India, mientras que los judíos del antiguo imperio otomano se consideran sefardim (=hispanos) por estar conectados de distintas formas con el éxodo judío de los siglos XV, XVI y XVII desde Portugal, Castilla y Aragón y generalmente haber conservado el uso de alguna variante del ladino.

En este grupo se incluye además de a griegos, turcos, yugoslavos, búlgaros, a los judíos del Magreb y Egipto, a una parte de los rumanos, franceses e italianos y a los judíos que vivían en Siria -que incluía Palestina- cuando llegaron las primeras oleadas migratorias desde el este europeo a finales del siglo XIX. Estos, últimos, la gran mayoría de los judíos de Europa Central y el imperio ruso se etiquetaban con azkenashim (=germánicos) y en su mayoría conservaban el yidis (un dialecto del alemán habitualmente escrito con caracteres hebreos) como lengua familiar y de cultura.

La diferencia entre los azkenashim y el resto no era meramente lingüística ni se limitaba a diferencias rituales en lo religioso. Los judíos europeos habían vivido la emancipación que proclamó la revolución francesa, que había dado paso a la haskalá, es decir, el nacimiento de una cultura judía burguesa integrada en la nueva sociedad capitalista. Y desde finales del XIX, en las zonas más atrasadas del continente, las regiones europeas del Imperio Ruso, un proceso de segregación étnica y proletarización masiva.

Los primeros colonos del proyecto sionista (1883-1903) son tanto judíos yemeníes con una cultura feudal, ultraconservadora y religiosa, como campesinos y artesanos de la zona de confinamiento del imperio ruso que, en otro contexto cultural representan también a una parte especialmente conservadora, atrasada y religiosa de la pequeña burguesía rural del momento. El conservadurismo y religiosidad de ambos grupos los unirá sin grandes problemas.

Sin embargo, buena parte de los refugiados y migrantes judíos que llegan a partir de 1906 -la segunda gran migración judía- son obreros que vienen con la experiencia de la revolución de 1905 a las espaldas. Los primeros no querrán contratarles como jornaleros por considerarlos peligrosos y huelguistas. Los segundos, cuando funden los primeros kibutz a partir de 1909, no encontrarán forma de integrar a los migrantes yemenies en formas de organización comunales y en discursos socializantes que eran incompresibles para la estructura familiar y los valores medievales que llevaban consigo.

Pero el choque real es producto de la independencia en 1948. Durante la guerra que siguió a la declaración de la ONU, la estrategia de los ejércitos árabes fue desalojar los pueblos palestinos que quedaban bajo dominio del nuevo estado. Esta limpieza étnica se agravó en algunos lugares por el concurso asesino de las milicias del Irgun, que sembraron el pánico y produjeron al menos una matanza probada.

El resultado fue, la Nakbah (=el desastre), el éxodo palestino que llevó a una multitud de refugiados a los países vecinos, Cisjordania y Gaza. Poco antes de estallar la guerra el presidente iraquí del momento había amenazado a la ONU con represalias a la población judía de su propio país si se consumaba la independencia. Pero con la derrota de los países árabes y el drama de los refugiados, estas se legitimaron en el discurso político y se multiplicaron. Miles de judíos fueron expulsados o empujados a abandonar sus países de origen desde Marruecos a Irak.

Su llegada a Israel, casi en continuidad con las últimas víctimas del genocidio realizado por el estado alemán, modificó radicalmente la cultura, los equilibrios entre clases y hasta la ordenación urbana. Los nuevos refugiados fueron repartidos por el país, algunos miles fueron acogidos temporalmente en campamentos en los kibutz -que volvieron a los racionamientos y la escasez alimentaria- a otros se les entregaron algunos barrios abandonados por los palestinos. El choque fue tanto cultural como político y económico.

Muchos de ellos eran pequeña burguesía en sus países de origen, sus lenguas principales eran el árabe, el francés y el ladino; y ahora tenían que aprender forzosamente hebreo y se veían obligados a trabajar de jornaleros y peones porque en su inmensa mayoría no tenía una formación reconocida ni las habilidades exigidas al proletariado de un país industrial.

Ideológicamente eran religiosos y extremadamente conservadores tanto en costumbres como en adscripción política, la mayoría compartía un resentimiento hacia los árabes en general y un machismo inveterado que chocaba con los mitos políticos y discursos del sionismo. En resumen, ideológica y culturalmente seguían en el Magreb o en Arabia. Incluso al ultraderechista Likud le costó dos décadas formar sus primeros cuadros sefardíes.

¿Fueron realmente significativos los Panteras Negras israelíes?

La guerra de los seis días (1967) marca el final definitivo del discurso por un estado binacional que nominalmente seguía defendiendo la izquierda sionista. La ocupación de Jerusalem apunta ya a hacerse definitiva y tomar la forma de reunificación. El antiguo barrio de Musrara de Jerusalem, originalmente el primer barrio extramuros de la ciudad, hogar de la burguesía mercantil cristiano-palestina, pasa de frontera y campo de tiro de los francotiradores palestinos a ser centro urbano.

El barrio había sido entregado tras el 48 a refugiados marroquíes y tunecinos. Es ahora un símbolo de la nueva pobreza: palacios degradados, desempleados crónicos, casas divididas y una juventud, llegada en la infancia o nacida allí, a caballo entre la lumpenización, los servicios sociales y los subsidios estatales. El gobierno municipal inicia una serie de políticas para recuperar el barrio... y gentrifricarlo.

Una pandilla de una decena de chavales es adoptada por los trabajadores sociales del ayuntamiento en el barrio. Con su influencia, el racismo anti-árabe y la frustración por la invasión de nuevos vecinos azkenazíes con más dinero, muta en identitarismo sefardí.

Uno de los líderes del grupo, Saadia Marciano, propone el nombre Panteras negras a imitación del fenómeno de moda de EEUU. El nombre no estaba mal traído. Como los originales, la relación de algunos de ellos con el pequeño crimen mafioso de barrio, los trufará de infiltrados de la policía.

Pero sobre todo el nombre atraerá a los medios y a la izquierda universitaria. Especialmente a la OSI (Organización Socialista Israelí) más conocida por el nombre de su revista Matzpen (Brújula), una escisión del PC stalinista que se convertiría en la rama israelí de la LCR mandelista (hoy Anticapitalistas en España y NPA en Francia).

En Valley of Tears, Matzpen es el periódico en el que dice escribir el personaje que busca a su hijo en el frente... lo que no deja de ser inverosimil. La OSI no tenía más de 20 miembros en aquel momento y en su punto álgido no llegará a cuarenta. Su posición era antisionista, pero lejos de internacionalista, es decir derrotista revolucionaria, propugnaba apoyar al recién nacido nacionalismo palestino de la OLP incondicionalmente.

Acabarán convertidos en el brazo propagandístico del _Frente Democrático para la Liberación de Palestina_, una organización terrorista ultra-stalinista que los paseará por Europa durante años conviertiéndoles en justificación del discurso del nuevo antisemitismo. Difícil pensar que, como aparece en Valley of Tears, escribir en Matzpen fuera a abrir a nadie las puertas de un centro de operaciones del ejército en plena guerra.

Pero volvamos a las Panteras. Su existencia política real duró menos de un mes y se concretó en dos manifestaciones. La primera tuvo lugar el 2 de marzo de 1971. Aunque el gobierno rechazó el permiso administrativo, gracias al apoyo propagandístico del Matzpen consiguieron reunir a unas 200 personas, casi todos universitarios, en el barrio de los chicos. La segunda, el 18 de mayo, precedida por mucha cobertura mediática, arrastró a unas seis mil personas a una batalla campal contra la policía.

Golda Meir, no los ilegalizó ni estuvo cerca de hacerlo como insinúa la serie. Pero tras reunirse con los dirigentes se negó a reconocer en ellos un movimiento político legítimo o representativo. Elegantemente vino a decir que no eran sino una expresión de lumpen barrial: No son gente agradable, declaró.

Precisamente por eso, temerosa de entregar la representación en el estado a protomafias barriales, abrirá una comisión para estudiar la discriminación institucional contra los sefardíes -que era real y notoria- y seguirá sus recomendaciones de políticas estatales a pies juntillas. Los Panteras acabaron así su momento de gloria y su capacidad de movilización. Nunca llegaron a tener una plataforma política real, su capacidad organizativa venía prestada por un grupo universitario stalinista pro-palestino y nunca pasaron de 60 miembros... aunque Valley of Tears quiera contarnos otra cosa.

Después de la guerra, los dirigentes de los Panteras, reducidos a sus números originales, seguirán otro camino. Tras probar presentarse a las elecciones sin éxito (no alcanzaron ni un 1% de los votos), se integrarán en la coalición orquestada por el partido stalinista y conseguirán hacer diputado en 1979 a Marciano antes de desaparecer completamente.

¿A cuento de qué viene ahora Valley of Tears?

En Valley of Tears se atribuye a los Panteras haber impuesto la agenda social por primera vez. En realidad, el movimiento, lejos de chocar con la movilización bélica sirvió para azuzar el nacionalismo entre los sefardíes y mizrajíes y allanar el ascenso al poder de la ultraderecha belicista.

La ultraderecha israelí, había nacido del sionismo filoterrorista ruso y polaco, y estuvo a punto de ser ilegalizada en el 48 por el primer gobierno independiente. Ya desarmada, pasó de llamarse Irgun a llamarse Herut. Apestados políticos del aparato creado en el 48, que necesitaba vestirse de socialista y seguía dependiendo en buena medida de los sindicatos, el Herut nunca había llegado tener ninguna cartera de gobierno.

Pero el líder del Herut, Menajem Begin, antiguo líder del Irgun y responsable de alguno de sus atentados más sangrientos, interpretó la frustración y el racismo que latía en el identitarismo sefardí como una oportunidad. Las manifestaciones de los Panteras le dieron base a un discurso en el que describía a los políticos y militares israelíes como una élite azkenazi filocomunista que monopolizaba la identidad nacional y el estado.

En 1973, inmediatamente después de la guerra, transformaba el Herut en Likud para incorporar al general más prestigioso -y militarista- de Israel, Ariel Sharon y promocionar a primera línea a una generación de políticos sefardíes y mizrajíes ultranacionalistas. Así, asociada por primera vez al ejército y cabalgando el identitarismo azuzado por primera vez por los Panteras, el Likud llegó por primera vez al poder en 1979. Arrancó entonces el desmontaje sistemático de todas las instituciones -desde las pensiones y la sanidad al kibutz y el estatuto de los trabajadores palestinos no israelíes- que amortiguaban las condiciones de explotación en Israel.

No deja de resultar chocante, que Valley of Tears repita hoy todos los tópicos demagógicos del discurso de Begin y Sharon de entonces: el privilegio azkenazi, la supuesta -e inexistente- opulencia del kibutz o la traición de nuestros líderes referida a Meier y especialmente a Dayan, ministro del ejército en el 73 y principal rival de Sharon.

Pero no hay que olvidar los dos mensajes al público israelí en los que el director de la serie insiste en las entrevistas: la guerra se produjo y fue un desastre porque la soberbia de los militares y el gobierno subestimaron el peligro -lo mismo que dice ahora Netanyahu sobre la situación actual con Irán-; y la necesidad de reinventar la izquierda y recuperar la promesa social que según él abrieron entonces los Panteras en oposición al viejo Israel y su élite política azkenazí y socialista.

No seremos nosotros los que nieguen que el socialismo de Ben Gurion, Golda Meir y el laborismo israelí no tuvo nada que ver con cualquier definición cabal de socialismo. Pero la jugada de la serie, como la de la derecha israelí y la izquierda identitaria, no es en realidad cargar contra las mentiras del capitalismo de estado y el nacionalismo del que la derecha israelí también forma parte.

Al revés, da por buena la mentira -socialismo era eso nos vienen a decir los guionistas de Valley of Tears- y carga contra la aspiración de socialismo que despuntaba, tan huérfana como en el resto del mundo, entre los trabajadores israelíes y palestinos del momento. Quieren implantar el recuerdo de las Panteras y que se olvide el de las huelgas porque quieren que al final, el militarismo se haga invisible y consensual. El identitarismo, tapando las divisiones de clase y engordando a su manera el nacionalismo, es la mejor herramienta para ello.

Actualización: Diciembre de 2020 y las expectativas de Netanyahu con el voto sefardí

A principios de diciembre EEUU reconoce la soberanía marroquí sobre los antiguos territorios españoles del Sáhara Occidental y anuncia una venta de drones de última tecnología que aseguran al ejército real el control del mar de arena. El rey publica dos comunicados: en uno reafirma el lazo con la ANP, en otro anuncia una normalización de relaciones con Israel en nombre de los lazos especiales que unen a la comunidad judía de origen marroquí , incluso en Israel, en la persona de Su Majestad el Rey. Aspira, evidentemente a recibir inversiones y tecnologías desde el Golfo e Israel reanudando cuanto antes los flujos directos de personas y capitales.

Pero los retrueques no son pocos, en primer lugar debilita las posiciones imperialistas de España en el Magreb en segundo lugar, y no menos importante, puede eternizar a Netanyahu en el poder.

De repente cobra sentido la campaña identitarista sefardí organizada por los medios públicos israelíes y que ha producido series internacionales como Valley of Tears. Netanyahu quiere que los judíos de origen marroquí voten pensando en Marruecos para romper el empate eterno con la oposición. La guinda: la invitación al rey a visitar Israel en primavera, justo antes de la fecha esperada para unas nuevas elecciones. No hay duda de que rey Mohammed VI la cobrará cara.

2020 y la expansión de la guerra, 29/12/2020