Desigualdad territorial la riqueza de las regiones y las mentiras del nacionalismo
Los datos de distribución de rentas en Europa muestran patrones cada vez más preocupantes de desigualdad territorial que parecen condenar regiones enteras a la despoblación rural y al paro masivo y eterno. Los nacionalismos y regionalismos locales utilizan estas diferencias para justificar sus aspiraciones. Pero ni la causa de los problemas está en un conflicto territorial ni la solución pasa por ganar «niveles de estatalidad» ni «voz en la capital».
La riqueza de las regiones
En España, según el informe presentado esta semana por el INE, nueve de las diez ciudades con mayor renta media por habitante se ubican en el área de Madrid y Barcelona, la otra es Getxo, el barrio de las clases altas de Bilbao. Por contra, de las 50 poblaciones con menor renta per capita, 38 están en Andalucía, 4 en Tenerife, 4 en Alicante, 3 en Murcia y 1 en Ciudad Real. La correlación geográfica está clara y la desigualdad territorial también.
En Italia las diferencias Norte-Sur son conocidas y sangrantes, antes del actual empujón de la crisis la renta media en Lombardía era ya 2,3 veces superior a la de Calabria. En Grecia la desigualdad territorial no es menos grave: casi la mitad de la población se concentra ya entre Atenas y Salónica. En Portugal, de nuevo, son las regiones metropolitanas de Oporto y Lisboa las que concentran los ingresos medios más altos.
No es ninguna mística del Norte frente al Sur, si ampliamos la perspectiva de la desigualdad territorial al conjunto de la UE se ve mucho más claro: no es tanto un mágico eje bidimensional como la proximidad al gran centro industrial del continente, modulada eso sí por factores históricos como el momento de integración de cada país en el mercado europeo o el efecto de la capitalidad.
¿Pero qué hay debajo de la desigualdad territorial? Basta comparar el mapa de PIB per cápita de las regiones (izquierda), con el de la distribución de la productividad del trabajo en términos de ganancia, que viene a medir el grado de concentración de capital en cada territorio (derecha).
Un proceso permanentemente acelerado
Lo que determina la riqueza de las regiones no es otra cosa que la densidad de capitales invertidos en ellas. Esta diferente intensidad es el resultado de la acumulación de capitales. La acumulación es necesariamente un proceso de concentración y centralización en las aplicaciones que ya son más rentables, lo que geográficamente tiende a producir desigualdad territorial y diferencias de rentas regionales sostenidas y acumuladas en el tiempo.
Las regiones menos competitivas industrialmente ocupan cada vez un lugar más subalterno y reciben menos capitales, con lo que el diferencial de rentas tiende a agravarse. Además, la concentración del capital en la industria y los servicios avanzados va pareja a la imposibilidad de la agricultura para mantener el ritmo de absorción de capitales. El resultado es una tendencia permanentemente acelerada a la despoblación rural... que aumenta a cada ciclo la tendencia al reparto desigual de capitales al reducir el tamaño del mercado local y los usos rentables de capital.
Y en el caso de Europa, a las causas principales de desigualdad territorial hay que añadir el efecto del euro, que como vemos en la tabla de arriba, amplifica las desigualdades regionales en términos de renta per cápita entre los países.
Dentro de cada estado los servicios públicos y las transferencias internas y ahora en la Unión Europea los fondos de recuperación, tratan de paliar la desigualdad territorial mediante políticas de gasto. Pero si la redistribución interna de los estados es incapaz de mantener siquiera la concentración territorial de capitales dentro de unos márgenes no desestabilizantes, los fondos europeos, macroeconómicamente insignificantes y limitados temporalmente, todavía lo son menos.
Las mentiras del nacionalismo, el regionalismo y los estados sobre la desigualdad territorial
Ante este panorama, tanto los estados como los nacionalismos y regionalismos periféricos nos proponen una solución envenenada para la desigualdad territorial.
En regiones como Andalucía nos venden tener voz propia en los parlamentos nacionales y condicionar gobiernos como forma de aumentar el volumen de la redistribución intra-estatal de rentas para mantener la acumulación a flote. En regiones como Cataluña, reducir la contribución impositiva a cero mediante la independencia para que así pueda acelerarse la acumulación. En el medio, todo tipo de combinaciones con sus inevitables compañías de xenofobia localista, victimismo y esencialismo cultural.
Los estados, por su lado, venden soluciones al reto demográfico que al final consisten en apuntalar la rentabilidad de las inversiones en zonas despobladas mientras el Pacto Verde modifica la estructura agraria para vencer la resistencia de la pequeña propiedad a ser concentrada para dar aplicación a nuevos capitales. Es decir, venden estrategias contra la despoblación que son en realidad estrategias de recapitalización cuyo resultado final no puede ser sino reducir la fuerza de trabajo y por tanto la población necesaria para la producción.
El problema de fondo persiste en cualquiera de los horizontes: si los grandes estados no tienen capacidad para revertir el efecto de la acumulación sobre sus propios capitales nacionales, aun menos lo tienen los pequeños. Las transferencias son paliativos que pueden retrasar la velocidad de concentración de capitales inherente a la acumulación, pero no pueden subvertirla. Es más, si lo hicieran -dentro de cada estado o en la UE como conjunto- solo elevarían el problema a un nivel más alto: Europa como un todo perdería focos de concentración y se vería relegada en la competencia global por atraer capitales frente a China y EEUU.
No hay solución nacional ni regional a la desigualdad territorial, hay que salir de la lógica de la acumulación
No es que la desigualdad territorial y el aumento de las diferencias de rentas entre países y territorios no tengan solución. La tienen. En cuanto nos libramos de la lógica de la acumulación la necesidad de la hiperconcentración industrial desaparece, la distribución de la producción en el territorio pasa a invertir su lógica y la reducción de las necesidades de fuerza de trabajo en la agricultura y el campo pasan a tener un significado social opuesto a la pauperización constante de los jornaleros y la destrucción del medio natural.
Lo que resulta absurdo es llamar solución a cualquier propuesta que deje intactos los mecanismos que causan el problema que se pretende resolver. La causa de las desigualdades entre ramas productivas y territorios es la acumulación de capital. Y no es un mecanismo local, regional, nacional ni europeo. Es global, constituye la base del capitalismo como modo de producción universal. Tomar partido por tal o cual capital nacional o regional en la competencia que la acumulación genera entre ellos, solo puede reforzarla. No se superará el sistema ni sus resultados así.
La alternativa regionalista o nacionalista a la desigualdad territorial es gasolina sobre el fuego. Los nacionalismos y regionalismos de cualquier nación o región solo pueden agravar los efectos y retrasar la superación de las causas. No serán la nación ni los territorios los que nos acerquen a ninguna solución. Solo aquello que niega de raíz los fundamentos de la acumulación afirmando las necesidades humanas universales puede hacerlo.