Desescalada las prisas van por barrios
Los estados parecen imbuidos de prisas temerarias mientras cocinan nuevos «recortes» y «reformas» que nos afectan directamente. La pequeña burguesía se muestra cada vez más airada, violenta y delirante. Y las huelgas de trabajadores toman brío en la «desescalada».
Los estados
En EEUU Trump y el senado se agarran a excusas legales abstrusas para cortar las ayudas a los trabajadores y forzar una reapertura total cuanto antes. Pero la epidemia sigue a paso triunfal, y como se ha visto en los mataderos, con foco en los trabajadores. Da igual: las cifras están para ocultarse o malearse.
En Europa la cosa no es muy distinta. De la ya temeraria política de «corredores turísticos» basados en acuerdos bilaterales entre países que rechazaba Italia por miedo a perder un pedazo aun mayor de la tarta del negocio inter-europeo, hemos pasado a la reapertura de fronteras en toda la UE. En 24 horas y sin datos que lo avalen el gobierno francés ha pasado de cancelar las vacaciones en España a que le parezcan lo mejor del mundo. España también hace su parte. ¿Que las cifras no dan para una desescalada rápida? ¡¡Bien pueden revisarse!! ¿Qué no hay manera de que los datos cuadren? Da igual. Lo importante es que las cifras mejoran y mejoran tanto que de repente hay casi 2000 fallecidos menos. Que la cifra de pagos de pensiones haya bajado por primera vez en la historia, no tiene nada que ver. Ya encontraremos expertos que atestigüen que murieron de cosas que no afectan al negocio.
Los estados tienen prisa por desescalar. Cuanto antes salgan las economías del parón impuesto por el confinamiento, más probabilidades tendrán los capitales nacionales de salir relativamente airosos en la cruel competencia que ya ha empezado, dentro de la UE con tintes cada vez más descarnados y desequilibrios galopantes, y con o contra China y EEUU. Todo en un marco global en el que el fantasma de una nueva crisis financiera está cada vez más presente.
¿Por dónde van los objetivos de los estados? La nueva hoja de ruta de la burguesía está cada vez más clara y forma ya un runrún cotidiano que ha salido de los think-tanks para instalarse en la prensa: aumento estructural de la recaudación, con acento en impuestos indirectos (que recaen proporcionalmente más en las rentas más bajas), ataque a las pensiones y «pacto verde».
La pequeña burguesía
La pequeña burguesía está rabiosa y azuza a la burguesía y el estado a desconfinar cuanto antes. Sus negocios «sufren» y la realidad se distorsiona para ponerlos en el centro: en Argentina vuelven las caceroladas, en España desafiar el «distanciamiento social» se ha convertido en la «rebelión» de todas las tardes. En Brasil, donde los fallecidos crecen a razón de 800 al día y ya suman más de 23.000, el ayuntamiento de Río -cuna de la revuelta pequeñoburguesa que impulsó a Bolsonaro- comienza el desconfinamiento a lo grande, con apertura de iglesias y cultos.
La delirante negación de la epidemia, reflejo en parte del desigual impacto de contagios en las distintas clases sociales, contribuye a agravar la crisis de los aparatos políticos de los estados. De Brasil, ni hablemos. En España el gobierno Sánchez infla a Vox y sobredimensiona las protestas utilizando la TV pública, esperando que la atrocidad ajena difumine las del gobierno y apriete las filas de sus votantes en torno al bloque PSOE-Podemos. Por otro lado, impone un luto oficial de 10 días para hacer presente la matanza cuyos números recorta para acelerar la desescalada. El PP, mientras, se ve cada vez más desbordado, un ejemplo de lo que puede venir a los «partidos sistémicos» de la derecha en esta fase de la revuelta de la pequeña burguesía.
Los trabajadores
Los lectores de nuestro canal @huelga están siguiendo al día, como la clase trabajadora es todo menos un «convidado de piedra» en el marco social que está emergiendo. Las «huelgas del covid» dieron paso a las «huelgas de la desescalada» y éstas están tomando cada vez más brío. La clase se mueve desde México a Indonesia pasando por media Africa. En Europa las huelgas proliferan en Italia, en Francia, en Bélgica... Solo en Alemania, España y Portugal los trabajadores parecen seguir a la espera a pesar de que el Covid está sirviendo para mostrar las condiciones infames de industrias enteras desde Alemania a España.
Cierto es que los estados se han aplicado como nadie a la propaganda, silenciando luchas, vaciando de significado cualquier historia a base de sentimentalismo y nacionalismo; y que no pocos, desde Portugal a India directamente han prohibido las huelgas. A fin de cuentas, no es solo en España donde los sindicatos se aplican abiertamente a co-organizar las congelaciones y bajadas de salarios y no les conviene que se haga visible una referencia real de luchas a la contra.
La «reconstrucción» de los resultados del capital para la pequeña burguesía y los trabajadores
Ahora se publican los estudios oficiales sobre la redistribución de rentas desde 2008 hasta el Covid. Como venimos señalando y se hace evidente con la «imposibilidad» para el gobierno de tocar el centro de políticas como la «reforma laboral de Rajoy» en España, la forma que ha tomado en estos diez años la redistribución de rentas del trabajo al capital ha sido la de una concentración de los salarios de los trabajadores en torno a un salario mínimo al alza. En el contexto del despido barato y bajo la amenaza permanente de subcontratación en empresas de plantilla temporal y precarizada, cada subida del salario mínimo reducía el número de trabajadores cobrando salarios medios. O aceptaban bajadas o eran sustituidos por trabajadores más jóvenes y con peores condiciones cobrando lo mínimo. El resultado, como reconoce el Banco de España, ha sido una tendencia a llevar a los trabajadores cualificados cada vez más cerca del salario mínimo, que paralelamente subía, pero nunca lo suficiente para compensar globalmente lo perdido por el conjunto de trabajadores.
Antes del comienzo de la crisis de 2008, los salarios medios mensuales a tiempo completo eran muy estables entre generaciones, a edad similar. Las únicas diferencias que parecían observarse eran un ligero incremento en el caso de la remuneración de los más jóvenes de baja cualificación, y una ligera caída en el grupo de mediana edad y alta formación. A partir del estallido de la crisis, la moderación salarial afectó a todos los grupos, pero con una intensidad desigual, de modo que, desde entonces, resulta más significativa la disminución de salarios medios percibidos por los trabajadores altamente cualificados. Por el contrario, en el caso de los trabajadores con formación baja, el descenso de los salarios es menos pronunciado.
El excedente de esa erosión permanente ha sido el combustible del que se ha nutrido la recuperación del capital y el cebo que movilizó a la pequeña burguesía hacia formas de «revuelta popular» desde 2012. Querían asegurar un pedazo para los cuadros medios corporativos y los capitales pequeños en términos industriales o territoriales. No olvidemos: 2012 fue el año del comienzo de la campaña independentista en Cataluña, Escocia y Cerdeña, el año del ascenso de Salvini en Italia que se coronaría unos meses después, el año en que Syriza supera por primera vez al PASOK en Grecia... Que entonces, y especialmente desde 2019 cuando el fantasma de una nueva crisis tomó cada vez más fuerza, tomara en cada país formas «de izquierda», «de derecha» o las dos al tiempo, de nacionalismo estatal o de separatismo, de «revuelta originaria» o tractorada... solo reflejaba la diferente estratificación en cada país de una pequeña clase muy heterogénea y sensible a los vaivenes de la crisis y las diferencias en la administración del estado.
En ese proceso además, aparece la nueva socialdemocracia de Costa en Portugal, Sánchez en España... Sanders en EEUU, que entienden perfectamente la jugada macro: «justicia social» es subir el salario mínimo, repatriar producción cuando se pueda y sobre todo... no modificar el marco laboral si no es para acelerar aun más el proceso de concentración salarial en torno a los mínimos y la reducción global de la participación de las rentas del trabajo en la renta nacional.
¿Qué viene ahora? Más de lo mismo y unos cuantos extras. El primero de ellos, congelación o bajada directa de los salarios de convenio, que no niega lo anterior sino que lo refuerza como incentivo al capital. En segundo lugar un mayor peso de impuestos indirectos -es decir, un ataque frontal a la capacidad adquisitiva de los trabajadores, para los que el consumo de bienes de primera necesidad representa un porcentaje mucho mayor de los ingresos que para la pequeña burguesía y la burguesía. Y probablemente, a medio plazo una jugada similar a la del salario con las pensiones, cada vez más agrupadas en torno a un mínimo probablemente más alto que el actual. Y el extra principal, otra transferencia ligada directamente a la restricción del poder de compra y el aumento de los impuestos: el «pacto verde».
Y todo va a venir envuelto en un ambiente político cada vez más crispado por una pequeña burguesía airada, fabricando dicotomías que nos dejarán fuera del «relato» así pongamos el cuerpo en él, como vemos en Chile. Necesitamos expresiones políticas propias, independientes de los desvaríos y las mil caretas de la pequeña burguesía y su odio de clase. Solo podemos construirlas haciendo avanzar las huelgas y luchas que vemos ya hoy, y en primer lugar aquellas que exigen lo más básico: que las prisas del capital -pequeño, grande y estatal- por volver a poner en marcha la acumulación no nos lleven por delante.