El desastre argentino
El desastre argentino es una clase dirigente que nos aboca al colapso sanitario dando prioridad a un capital nacional inviable que condena a los trabajadores a la pobreza y está orientado a un juego imperialista cada vez más difícil que hace inevitable el desarrollo del militarismo.
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Pandemia y desastre sanitario
Argentina está al borde del colapso sanitario. También lo están el Brasil de Bolsonaro, el Uruguay, gobernado por el bolsonarista Lacalle y el Chile de Piñera. La causa del desastre argentino es común con los vecinos gobernados por supuestas némesis del peronismo. No son las nuevas variantes que campan ya incontroladas, sino una política marcada por las mismas prioridades que permitió, en primer lugar, que las variantes aparecieran.
De hecho, el gobierno justicialista reconoció la necesidad de nuevos confinamientos ya antes de las vacaciones. Pero en vez de imponer nuevas restricciones animó primero y celebró después el recobrado impulso turístico. Igual que Piñera en Chile y Lacalle en el Uruguay -y con el mismo dudoso éxito- decidió jugarlo todo a la vacunación. Pero si entre andinos y orientales apostar todo a la carrera entre vacunación y contagios ya era suicida, en Argentina, sin vacunas, era sencillamente criminal cuando hasta el personal de enfermería seguía sin vacunar y acumulaba más de 3.000 fallecimientos.
Es cierto que el gobierno ha comprado dosis en China y Rusia, tentado a las empresas israelíes a producir la vacuna en suelo argentino, negociado con Cuba la compra de su propia vacuna -que todavía está en fase de ensayos clínicos- solicitado hospitales de campaña al ejército de EEUU... y al final ha vuelto a Putin para conseguir más partidas. Pero el hecho es que a 1 de abril solo 682.868 personas de un total de casi 45 millones de habitantes, habían recibido la pauta completa. La ciudad de Buenos Aires tenía el récord nacional en términos relativos con un 2,67% de población vacunada. Misiones no llegaba al 1%.
La prioridad es un capital nacional inviable
Evidentemente la prioridad de los gobiernos no es salvar vidas y menos aun vidas de trabajadores, sino inversiones de capital y aparatos estatales.
Siguiendo con Misiones, el argumento de los gobernadores de las provincias del Norte, las más pobres del país, es que si introducen nuevos confinamientos los gobiernos provinciales quebrarán. El gobernador de Buenos Aires -el kirchnerista Kicillof- y el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires -el macrista Larreta- están de acuerdo: Hay que salvar la economía... y solo después las vidas que sea posible.
El gobierno nacional, un poco más pudoroso, ha contratado una consultora para disfrazar la brutalidad del mensaje. La consultora recomienda, como no, no hacer confinamientos en atención a la pobreza al alza en el Conurbano, tradicional feudo peronista en el que sin duda, las familias diezmadas estarán muy agradecidas por la deferencia retórica y consoladas porque su desgracia es parte del desastre argentino general.
El argumento implícito es que el retorno de los beneficios del capital acabará con la pobreza. Vieja mentira afeada mil veces al macrismo por la misma retórica peronista.
La burguesía argentina y su aparato político están atrapados en el drama de los países semicoloniales. Ese es todo el secreto del desastre argentino. Como maltratadores típicos, vuelven una y otra vez a balbucear que esta vez será distinto, que esta vez dejarán de exportar sin industrializar y empezarán a construir otro modelo de producción de alimentos para humanos. Pero es imposible, no hay solución capitalista ni nacional a las condiciones que la fase actual del imperialismo impone al mundo entero.
...Que condena a los trabajadores a la pobreza
El desastre argentino es el ejemplo típico del agotamiento de los países semicoloniales.
La inane industria ya existente requeriría una demanda externa inasequible incluso para acercarse un poco al pleno rendimiento del parque industrial instalado hoy.
Los dudosos respiros del PIB vienen de incrementos de precios internacionales y duran lo que ellos, limitados en el caso de la producción agraria, por la tensión que generan sobre los precios de los alimentos básicos.
La dependencia de las importaciones industriales tensa una y otra vez los precios (incluso a pesar de la caída de la demanda estamos en un 40% de inflación).
En el medio de una crisis global del capitalismo el capital argentino solo puede encadenar un peor año de la historia tras otro. Y frente a la pobreza... solo puede agravarla mientras finge una y otra vez sorpresa.
La realidad que describen sin remilgo las cifras es que los trabajadores, cada vez más precarios, se han convertido en habitantes permanentes de pobreza estructural. Que el Gran Buenos Aires tiene un 15% de indigentes... y un 51% de pobres.
No hay planes sociales que puedan revertir eso. No hay aumento de beneficios empresariales capaz de cambiar ese curso. Al revés, el capital -y el estado- solo pueden recuperarse succionando más y más rentas del trabajo. Una tendencia general que se acelera con la carga endémica de una deuda que vive desplome tras desplome.
...Abocado a un juego imperialista cada vez más difícil
Para salir de la trampa el capital argentino, como todos los demás capitales nacionales, necesitaría nuevos mercados externos que dieran sentido a más producción y el refuerzo de nuevas masas de capital que permitieran la importación o el desarrollo de nuevas tecnologías y aseguraran el acceso a niveles de productividad industrial superiores... lo que a su vez exigiría el acceso a nuevos mercados.
Es decir, aunque tenga menores oportunidades de éxito que las potencias mayores, el capital nacional es tan imperialista en sus objetivos como cualquier otro. El desastre argentino no hace menos imperialista tampoco la política gubernamental que lo representa. La política exterior y de defensa solo pueden ser entendidas desde ahí. Por eso se ha convertido en el último defensor de un acuerdo UE-Mercosur rechazado por Francia y Austria y minado por Bolsonaro a través de su pequeño Dolfuss, el oriental Lacalle.
Pero el principal aliado histórico del capital argentino en Europa, España, está en franca retirada, abrumado por sus propias contradicciones imperialistas. Y aunque la relación directa con Alemania empieza a dar frutos, tampoco son los esperados.
El acuerdo de BMW con capitales argentinos se limita a la compra de litio... pero no dice nada de la producción de baterías. No es que variara mucho la situación semicolonial si fuera así, pero sí la capacidad de atracción de capitales y las rentas generadas para el capital nacional. Por eso, el sueño argentino del litio, tal y como se mostró en la reciente cumbre con Bolivia y Argentina es absorber la débil industria boliviana y formar con Chile, el principal competidor, una nueva OPEP de la era del coche eléctrico. De momento... queda lejos.
Por otro lado, Fernández, un hombre históricamente relacionado con los intereses estadounidenses ligados al partido demócrata, esperaba encontrar un alivio o cuando menos una oportunidad con la llegada a la Casa Blanca de Biden. Pero la agenda de los demócratas estadounidenses ya no es la de Clinton, sino la guerra económica con China. Fernández en vez de un nuevo tono se encontró con un submarino nuclear en las Malvinas. Fue el primer aviso, una expresión de disgusto ante las relaciones entre Buenos Aires y Pekín. El segundo, el fracaso del road show con el que el gobierno buscó inversores en EEUU.
La respuesta: abandonar el grupo de Lima para alinearse con la UE, mediar entre Maduro y Biden, sumar al Papa y fortalecer el Grupo de Contacto Internacional que tiene la presencia de México y la Unión Europea. Una declaración contundente que dejaba fuera en realidad la cuestión china, el principal objetivo estadounidense.
Y es que China es incuestionable hoy para el capital argentino. Es el único mercado en el que crecen sus ventas y la única potencia que tiene intención de hacer grandes inversiones estructurales en el país.
Con todo, el gobierno se ve obligado a mantener en el frizer buena parte de las ofertas de Pekín. A día de hoy la renegociación de la quita de deuda con el FMI no es tanto una cuestión de cuánto y cuándo como un juego de equilibrios entre los principales imperialismos con intereses en la región y mostrar un excesivo entusiasmo puede resultarle contraproducente.
A día de hoy los principales apoyos en el FMI de Argentina son Francia y Alemania por un lado y un pull de países semicoloniales, el llamado G-24, por otro. Pero la clave sigue siendo EEUU y ahí, sacando del tablero a China, lo único que puede hacer Fernández es exagerar los guiños a Biden con el Pacto Verde.
Pero si el gran mapa imperialista es complicado para el capital argentino, el regional se ha convertido en una tribulación existencial que amenaza con llevar el desastre argentino a un nuevo nivel.
Bolsonaro comenzó el año bajando el tono, declarando buscar conversaciones directas con Fernández y prometiendo apoyo en el FMI. Pero cuando llegó la cumbre virtual de Mercosur llegó con sus aliados bien alineados hacia la práctica disolución del bloque. Aunque dejó el protagonismo a Lacalle, se marchó dejando con la palabra en la boca a unos argentinos asustados por un discurso que les colocaba como lastre para el acceso de los demás a nuevos mercados... y a Brasil.
Es una cuestión existencial porque, como reconocen sin empacho en el gobierno, si Brasil consigue imponer el fin de la preferencia interna a la hora de importar -como hace ya con el trigo- y abre la veda de acuerdos por separado con terceros países y zonas de libre comercio, Argentina perdería buena parte de sus exportaciones actuales. A día de hoy, Fernández y Solá no aspiran ya siquiera a evitarlo, solo a controlar daños. Bolsonaro parece haber delegado las primeras negociaciones en un Lacalle entusiasmado en su papel para mantener la amenaza de una ruptura a la brava.
...Y al desarrollo del militarismo
Prisionera de una geografía de alianzas impuesta por la estrategia imperialista brasileña que la aísla del resto del continente y con unos EEUU que no dudan en hacer demostraciones de fuerza en Malvinas de la mano de Gran Bretaña, Argentina está abocada al militarismo. Es la guinda que faltaba al desastre argentino.
La agresividad del gobierno británico y la inclusión de Argentina entre sus amenazas y escenarios bélicos no ayudan. El gobierno puede responder que es una muestra de debilidad, pero aunque está en lo cierto sabe bien que es el tipo de debilidad que precipita los conflictos armados. Tanto es así que, cautamente, echó para atrás en la vispera del día de Malvinas de la prevista denuncia de los acuerdos de Madrid. Estaba planeada como un alarde nacionalista, una revancha tiro en el pié al estilo peronista. Pero hubiera abierto un camino de conflictos fronterizos y roces armados con capacidad de convertir el Atlántico Sur en un pequeño Mar de China Meridional.
Pero no cantemos victoria. No es un horizonte de paz lo que queda adelante. En Londres se discute abiertamente sobre el futuro de Malvinas y hay quien propone al archipiélago como base contra el despliegue espacial chino. No lo harían sin respaldo de EEUU, que junto al submarino nuclear movilizó uno de sus guardacostas de nueva generación con la idea de frenar la pesca china en el Atlántico Sur. Un tipo de misión que amenaza con volverse permanente y que sería inabordable sin un desarrollo de la base militar británica en Malvinas.
A ningún analista se le escapa que el Atlántico Sur está entrando en el mapa del conflicto imperialista entre China y EEUU. Es lo que le faltaba al cuadro general del desastre argentino.
Si Argentina quiere, no ya recuperar las aguas del archipiélago sino mantener la soberanía sobre su Zona Económica Exclusiva en la costa patagónica y de Tierra del Fuego, no puede sino meterse en la carrera armamentística naval. Y de hecho ya ha anunciado que incorporará patrulleros oceánicos a su flota para conseguirlo. Pero una vez metidos en la ruleta rusa no hay marcha atrás: hay que armar mucho más que los barcos y con tecnologías distintas de las del rival. De ahí la colección de nuevas joint-ventures militares con Rusia.
El desastre argentino
El desastre argentino es un resumen del porvenir que nos ofrece el capitalismo: sacrificio de la vida de miles de trabajadores en nombre de la economía en lo inmediato, empobrecimiento masivo ya en marcha y una no tan larga pendiente hacia la guerra. También muestra que en estos tres ejes, a la hora de la verdad, están juntas las derechas y las izquierdas, kirchneritas y macristas, burócratas, empresarios, banqueros y sindicalistas. No cabe esperar nada de ninguno de ellos. Revertir el desastre no es salvar al capital nacional. Salvar el capital nacional es el desastre.