Delirios ideológicos
Seguramente, en lo que va de siglo no ha habido un momento ideológicamente tan exuberante como el actual. Pero está lejos de ser una fase feliz llena de nuevas ideas, experimentación social y creatividad desatada en las grandes mayorías sociales. Al contrario, estamos en unos años en los que la progresión de la crisis ha azuzado las tensiones imperialistas entre todos los capitales nacionales, alimentado la revuelta de la pequeña burguesía y agravado las fracturas internas en las clases dominantes. Así que el discurso se ha hecho bronco y los relatos cada vez más delirantes. Y sin embargo hay sistema en tanta locura. Cuando un delirio crece en una sociedad hasta ganar carta de naturaleza, tiene siempre una materialidad debajo. El material del que están hechos los delirios son intereses de clase y su proyección en las orientaciones internacionales del capital nacional. Pero para entenderlos tenemos antes que colocar a cada uno en su cancha de partida.
El tema de este artículo fue elegido para el día de hoy por los lectores de nuestro canal de noticias en Telegram (@communia).
El delirio identitarista en el mundo anglosajón
En EEUU estamos en año electoral. En un país en el que el concepto de nación no viene la matriz universalista burguesa de la revolución francesa, la lógica de la batalla por segmentos de voto y la exacerbación de todo tipo de identitarismos se confunden. Cualquier situación pasa a ser una categoría identitaria y los políticos compiten por representar segmentos en su genealogía e incluso en las tribulaciones de su cuerpo en una suerte de rankings que solo puden producir vergüenza ajena. Kamala Harris lleva las medallas de primera mujer asiático-americana (su madre era india) y primera mujer negra americana en ser candidata a la vicepresidencia. Y por si fuera poco, se debate en la prensa sobre si teniendo un padre jamaicano puede ser considerada afro-americana o solamente negra. Ni en los institutos raciales de la Alemania nazi llegó a desarrollarse tal barroquismo en la teoría racista. Pero siempre cabe una vuelta de tuerca más: Tammy Duckworth, otra dirigente demócrata que estuvo en liza por la candidatura, adornaba el haber sido la primera mujer asiático-americana en el congreso con ser además la primera mujer con doble amputación que ganó un escaño.
Es difícil mantener la salud mental cuando los propios individuos escudriñan sus genealogías y mapas genéticos para ganar méritos públicos, pero absolutamente imposible mantener una mínima honestidad intelectual o un poco de sencilla decencia. No solo es que entiendan la raza -sea lo que sea que el término raza quiera significar para quienes la enarbolan- como algo que confiere legitimidad extra a quien tiene la correcta y resta valor al individuo de la incorrecta. Ese ha sido siempre el argumento final de todos los racistas que en el mundo han sido. Es que la izquierda anglosajona hoy no acepta ningún pensamiento ni opinión que no parta del racismo. Es significativo por ejemplo que las universidades y los movimientos autodenominados socialistas ligados al partido demócrata censuren a académicos que fueron dirigentes de movilizaciones contra la segregación por sugerir que la izquierda debería pensar menos en términos de raza y más en términos de clase.
Pero no es menos interesante constatar como, al ser todavía EEUU la potencia hegemónica, empezamos a ver cómo este discurso empieza a calar en ciertos sectores que buscan ser reconocidos por medios anglosajones o, directamente, la alianza con intereses imperialistas exteriores. Un ejemplo de estos días: la izquierda brasileña está buscando apoyo en la izquierda británica y estadounidense con la que comparte redes académicas. La forma de aproximación es una colección de etiquetas esencialistas y despropósitos variados... pero que garantizan ser reconocido como una voz propia en la prensa anglo. Para muestra esta delirante entrevista en The Guardian en la que una intelectual brasileña define la Amazonia como la vagina del mundo porque de ahí es de donde sale la gente. Si la referencia vaginal podría parecer más o menos forzada para meter esencialismo feminista por algún lado, la idea de que el Amazonas es el origen de la Humanidad es un delirio ad-hoc para introducir como verdad alternativa la mitología tribal adoptada por el nacionalismo indigenista brasileño a despecho de cualquier factualidad histórica.
El delirio anticomunista de una derecha embrutecida
Por seguir con Brasil y EEUU, aunque en otra dimensión del delirio ideológico, ayer mismo Bloomberg advertía contra el izquierdista interior que Bolsonaro supuestamente llevaría dentro. La razón... que extenderá los pagos de emergencia del Covid hasta final de año y que, ya en lógica electoral, prometió un paquete social de miseria que no compensa ni de lejos los ataques directos a salarios, pensiones y condiciones de trabajo de los últimos dos años. Cuando Bloomgberg, oráculo financiero fundado por el que luego fuera alcalde demócrata de Nueva York, persigue el supuesto izquierdismo de Bolsonaro y se lleva las manos a la cabeza recordando al muy radical Lula que le hizo ganar millones, es que el viejo y primario anticomunismo estadounidense de la guerra fría, es moneda corriente en ciertos círculos internacionales. Lo que fuera una ideología imperialista para la guerra es ahora una suerte de rencor que les une emocionalmente frente a la pequeña burguesía en revuelta. Que la revuelta en particular tome forma ultraderechista es lo de menos para ellos, todos son subversivos y comunistas. Delirio puro.
Otro ejemplo. La caída de Steve Bannon procesado por estafador. Hoy Welt, el viejo periódico conservador alemán, publicaba un pequeño reportaje en el que no se le ocurría nada mejor que explicarnos con detenimiento por qué Bannon, en realidad, es un leninista. No son excentricidades, la semana pasada el podcast de debate político-académico de New York Times se dedicó a explicarnos que los revolucionarios en general y Lenin y los trumpistas en particular, no son más que élite resentida.
Y si vamos más hacia los márgenes, hacia la descomposición de la revuelta pequeño burguesa, el panorama moral e intelectual es todavía más tremebundo. En Alemania, los servicios de inteligencia y contrainsurgencia alertan, lander tras lander, de una verdadera epidemia conspiranoica. En EEUU, los seguidores de Qanon, teoría conspirativa cada vez más cerca de convertirse en un movimiento religioso específicamente trumpista, disputa ya cargos y candidaturas en el partido republicano. El discurso, parejo al de los trístemente célebres Protocolos del antisemitismo y cada vez más cercanos a éste, ya ha tenido influencia y codas asesinas.
El delirio reaccionario neo-stalinista
Todo esto tiene, inevitablemente un eco especular. Y como al final todas estas reinterpretaciones históricas son la forma de triturar la historia universal desde el identitarismo anglosajón -destrucción de estatuas y revisión de causas de santificación incluídas- y por tanto sirven a los intereses del bloque que está conformándose alrededor de EEUU y Gran Bretaña, es inevitable que el stalinismo resurja como expresión de nacionalismo marginal. Especialmente si tiene a Rusia dispuesta a regar con propinas.
Y como esto a su vez confirma la confortable y ultra-reaccionaria identificación entre stalinismo y comunismo que tanto gusta a la derecha más brutal, no faltan reportajes para contarnos por ejemplo cómo el viejo periódico stalinita de la RDA se gana a los anarquistas de Berlín a los que hace 30 años perseguía y encarcelaba. Aunque, curiosamente, el vínculo represivo no se nombra siquiera en el reportaje.
¿Dónde acaba todo ésto? En una una doble pirueta anticomunista, desde la agencia oficial de noticias española hasta el último diario dan por hecho que el protagonista del 80º aniversario del asesinato de Trotski es... Ramón Mercader, ¿quién si no? ¡No van a ser Troski o Natalia Sedova! ¡Faltaría más!
La tensión imperialista y anti-clase trabajadora de las nuevas ideologías de estado
La ideología siempre es totalitaria. Ocupa todo el campo para no dejarnos ver la realidad ni por un resquicio. Y lo que hemos relatado hasta ahora son sus sabores fuertes. Pero al final, lo que más llega son sus versiones light. Cosas como los éxitos de la literatura infantil, terreno clásico del conservadurismo y el reformismo más tibio, o las ideologías de estado.
Y ahí Europa sigue siendo la vanguardia del capitalismo global. Nada como la UE para eso. Más ahora que las potencias europeas requieren nuevas marcas ideológicas para enfrentar a EEUU y China y afirmarse en el panorama global del imperialismo. No es casualidad si la academia europea anda resucitando la Modernidad universalista frente a la Posmodernidad identitarista, incluso reflotando el marxismo académico. Y por supuesto a vueltas con el feminismo y el ecologismo que elevó a ideologías de estado durante los últimos años.
Camino de una nueva matanza, con una crisis galopante y con la banca amenazando con una crisis financiera, el Banco de España, pone el foco en la brecha salarial de género de la banca, faltaría más. Recordemos que la brecha de género no es la diferencia de salario por el mismo trabajo, prohibida legalmente. Tampoco va de vigilar el reparto de carga de trabajo para que los trabajos pagados igual sean realmente iguales. No. Esto es comparar lo que el conjunto de varones cobra con lo que cobra el conjunto de mujeres asalariadas en la empresa. Es decir, esto va de igualar el número de mujeres al de hombres en puestos directivos, como quería la ministra de Trabajo cuando era diputada de Unidas-Podemos. Sin duda el lugar donde poner el foco del regulador en una crisis mientras las rentas del trabajo caen en picado.
Y en la misma línea, esta misma semana Merkel ha sacado de hibernación a Greta Thunberg. Muy ritual todo. Greta, por la que no pasan los años, repite por enésima vez que hay que ir más rápido en el Pacto Verde y Merkel asiente preocupada y contrita con el gesto que los presidentes guardan para los sermones papales. ¿Para qué esta liturgia vintage? Para fijar la transferencia de rentas del trabajo al capital ecologizado como una prioridad en mitad de la crisis, obviamente. Pero también para armarse ideológicamente para defender intereses imperialistas. Una vez más, la Amazonía es la excusa para malear -o incluso denunciar- los acuerdos con Mercosur, por ejemplo.
Desde luego las potencias europeas no son las únicas intentando crear ideologías de bloque a medida de la guerra comercial y económica en la que estamos. Pero comparado con la academia anglosajona son el culmen de la sofisticación. EEUU publicó esta semana un informe para demostrar que el partido comunista chino encubrió el brote inicial del covid y permitió que el virus se extendiera por todo el mundo. No impresiona por su sutileza desde luego. Pero tampoco se puede pedir demasiado cuando lo más que se les ocurre a los intelectuales norteamericanos para dotar al estado al que se deben de una ideología es recuperar a Burke o a Hamilton.
La materialidad bajo las nubes ideológicas
Bajo todo este despiporre ideológico -y lo que nos queda- hay una materialidad que podríamos resumir en dos términos: incompetencia e incapacidad. Incompetencia tanto de los teóricos de la burguesía para imaginar un futuro en progreso real, como de la pequeña burguesía para encontrar una forma de articular sus intereses capaz de arrastrar al resto del conjunto social, es decir, para convertirse en eso que llaman pueblo.
Incompetencia que refleja por tanto la incapacidad del sistema para general desarrollo real. Esta semana Bloomberg presentaba su Misery Index, que no mide la miseria global, sino la gravedad de las contradicciones en la acumulación de los distintos capitales nacionales en liza. El resultado apuntaba a una acumulación cada vez más difícil, más problemática, más llena de contradicciones en todos los países empezando por las grandes potencias. No cabía esperar otra cosa. Solo cabe luchar por que la contradicción principal -la que enfrenta al capital y por tanto a la burguesía en todas sus formas con el proletariado- se haga aun más clara y presente, y entre otras cosas más importantes, despeje el aire de todas las miasmas ideológicas con las que la decadencia del sistema nos ahoga.