Del Rey abajo, ninguno
Bajo el boato y la ceremonia, la Monarquía nunca ha dejado de ser la cabeza del capitalismo de estado español, con funciones similares a las de la Presidencia de la República en países como Italia o Alemania.
La burguesía española se llevó un buen golpe con el fiasco de las elecciones catalanas del pasado día 21. No es de extrañar: el mensaje de Merkel y Macron a Rajoy fue contundente: «cede lo que haga falta y arréglalo rápido o vete». Los medios franceses y alemanes se volcaron y llegaron a augurar la caída del PP.
El varapalo se reflejó pronto en Bolsa e inmediatamente los medios económicos cayeron en la depresión y animaron a Rajoy a seguir la senda trazada por Merkel. El curso de los acontecimientos parecía inevitable. Puigdemont conseguiría el objetivo original de Mas: un «concierto económico» que de facto subvencionara a cargo de la bolsa impositiva común a las estructuras del estado en Cataluña, permitiendo al nacionalismo repartir nuevas rentas entre la pequeña burguesía rural catalano-parlante y la pequeña burocracia destilada de ésta alrededor de la Generalitat durante los últimos treinta años.
Rex ex machina
Los mensajes reales nunca son electrizantes para los mortales. El Rey, en la mitología democrática europea, es el cuerpo del estado hecho cuerpo físico. Como tal, su registro es radicalmente soso y burocrático, al estilo de las ruedas de prensa de un banquero tradicional que acaba de presentar resultados. Sus discursos hacen un arte de marcar líneas políticas al estado a base de enlazar lugares comunes y frases hechas. Sin un ejercicio de interpretación nunca parece a primera vista que haya dicho nada. Y esa fue la gracia esta Nochebuena. No habló de «diálogo», no habló de «acuerdo». Los primeros en darse cuenta fueron Le Monde y, a su manera, The Guardian. Pero a la mañana siguiente los mentideros, las portadas y los comités de los partidos cambiaban el tono y las líneas de interpretación de las elecciones catalanas. Ni caso a Merkel: de lo que se trata es de acabar con las fuerzas centrifugas nacionalistas mediante reformas institucionales. La burguesía española apuesta por quitarle autonomía a las pequeñas burguesías locales vista su «irresponsabilidad», que retrasa las «grandes reformas» que de verdad interesan... como rapiñar las pensiones entregando al sistema financiero nuestra jubilación.
El cambio que se aproxima
Un sector central de la burguesía española ve cada vez más inútiles para sus intereses al PP y al PSOE. No solo están muy erosionados en su tarea de encuadrar y emocionar a sectores amplios de la población. Tampoco supieron ofrecer cursos de acción útiles frente al peligroso jaque catalán. Rajoy reaccionó tarde y sin resultados. El PSOE, capturado por Iceta, se desplazó hacia el espacio y el discurso tradicional de la pequeña burguesía catalanista perdiendo su hegemonía en las concentraciones obreras en favor de C's. La gracia es que se trata de un partido abiertamente neoliberal que así gana muchos puntos frente al mundo de los consejeros. C's ha sido remozado a marchas forzadas desde Fedea, el think tank moderno y bloguero del core de la gran empresa monopolista española... que para más señas cuenta tiene por presidente de su patronato al presidente de CaixaBank. Fedea, cuya estrella es el autor del programa económico de C's, se postula abiertamente estos días para liderar, cual Institut Montaigne, una versión española de la «operación Macron»... o de la operación Troudeau en los setenta canadienses, como nos sugerían en estos días los compañeros del GIIC alertados por el desplazamiento de FAES, el think tank de Jose María Aznar, hacia Albert Rivera.
Pero los cambios tienen costes. Rediseñar una red tan densa y abigarrada como la de la burguesía de estado española, tan dependiente por otro lado de unos cuantos altos burócratas de estado que sirven de conexión y continuidad entre consejos de administración y gobiernos de un partido u otro, es costosísimo y arriesgado. Y los riesgos no sientan bien a la burguesía española. Muchos de sus voceros piensan que perder el órdago del 155 también significa algo. Sobre todo porque, no sin razón, temen que su batalla por disciplinar a una pequeña burguesía cada vez más enloquecida debilite en demasía su capacidad para atacar a las pensiones y alimentar una nueva oleada de precarización.
Y ésto es lo verdaderamente importante ahora: para enfrentar las fuerzas centrífugas que impulsa la pequeña burguesía, la burguesía de estado española va a tener que apelar de forma cada vez más directa a los trabajadores cuyas condiciones de vida quiere atacar. Lo hemos visto ya en esta última campaña catalana. Pero no será la última vez. Es un riesgo explosivo para ella, por eso Rajoy y el PSOE lo evitan como si fuera agua hirviendo. No podemos olvidar que, de hecho, atacar las pensiones y las condiciones laborales es su objetivo principal a corto y medio plazo. Esta contradicción, que para la burguesía es cada día más peligrosa, para nosotros podría marcar la entrada en un nuevo territorio en 2018.