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22/04/2020 | Actualidad

La extensión del confinamiento y las paradas en la producción no solo están acelerando la recesión y los conflictos entre países, también las tendencias totalitarias y autoritarias de los estados, la prensa aplica una verdadera censura de guerra y el control de las ideas en Internet pasa a primera línea.

Los medios están en «modo guerra»

Estamos en mitad de una oleada mundial de «huelgas del Covid»... que, por lo general, resultan invisibles a los grandes medios. En la mayoría de los países europeos la palabra «huelga» ha desaparecido de los titulares y el cuerpo de las noticias en la prensa de tirada nacional y los informativos de televisión. La invisibilización es consciente y descarada: cuando las huelgas consiguen cerrar la producción a la espera de seguridad laboral, los medios lo explican como decisiones de empresas sensibles.

No solo las huelgas son tabú. Si queremos saber cómo son las condiciones de trabajo en el campo español, tenemos que ir a la prensa británica, si queremos informarnos sobre la situación de los barrios musulmanes en India durante el confinamiento, tenemos que irnos a EEUU. Para descubrir la incompetencia del estado colombiano nada como la prensa española y argentina. La organización de sistemas de ayuda social por el lumpen organizado y el narco en México, disputando el control del territorio al estado, es un tema central... de la prensa y la TV británica, para la que son invisibles sin embargo los verdaderos campos de concentración a base de contratos «zero hours» y control físico de los trabajadores que salpican el campo y los servicios más precarizados en Inglaterra. Y es que la información es un arma de esa guerra económica de la que hablaba la Comisión Europea, así que países como Turquía ponen en marcha cierres electrónicos de fronteras para evitar la llegada de prensa extranjera a través de Internet.

El estado «patrulla» la opinión

La aceleración de la crisis está haciendo saltar por los aires la capacidad de control social de la industria de la opinión tradicional. Los viejos bálsamos del sentimentalismo televisivo ya no bastan, la tensión crece en los barrios de todas las grandes ciudades del mundo, escapando bajo la forma de una violencia difusa. Los gobiernos calculan y temen lo que viene. Saben que el fin del confinamiento esta propagando desde Wuhan oleadas de descontento sobre toda China y temen que cuando relajen medidas ocurra lo mismo en un marco explosivo de despidos masivos.

No hace falta ir a Rusia para constatar el aumento del control policial de las redes bajo la bandera de «lucha contra las fake news». Es un fenómeno global: decenas de países están aprobando legislaciones draconianas.

En España el general al mando de la Guardia Civil explicó a preguntas de los periodistas que monitoreaban regularmente la información para «minimizar el clima de crítica al gobierno». El ministro de Interior lo calificó como un «lapsus», para acabar reconociendo que de la misma presidencia del gobierno depende un órgano dedicado a controlar y contrarrestar los «bulos y mentiras» en Internet. En Alemania, Francia o Portugal, el debate sobre la obligatoriedad de las apps que geoposicionan a las personas etiquetándolas como inmunizados, enfermos o no contagiados, sirve para quitar hierro al aumento general del control mientras desde la prensa, de los países vecinos por supuesto, se habla ya de una «tiranía digital» en ascenso.

La respuesta burocrática

La crisis sanitaria, esa matanza cotidiana en tantos países, no podía dar sino protagonismo a la ‎burocracia‎. No solo porque es la que organiza y maneja a los «expertos» del estado, sino porque es la responsable última de mantener la cohesión entre las capas de la propia clase dirigente y controlar el disenso social. Y ambas líneas de fractura se están profundizando con la crisis. En España, el poder judicial ha obligado al gobierno a informarle cada dos semanas de las medidas de emergencia. En Brasil ha sido el Tribunal Supremo el que ha tomado la respuesta al Covid bajo su dirección y es el fiscal general la principal figura que denuncia el carácter divisivo de la gestión del Presidente. Y mientras, la asociación de jueces declara a Bolsonaro incapaz de dirigir al país durante la pandemia y el presidente huye hacia delante entregando la gestión sanitaria a los mandos militares.

La respuesta de la ‎burocracia‎ al incremento de las tensiones sociales pasa siempre por una reafirmación de lo normativo, lo procedimental y lo represivo. Un ejemplo cercano fue la respuesta al independentismo catalán en España una vez este rompió el marco legal: primero el «llarenazo», luego el «Juicio del procés» y finalmente la sentencia. La oleada mundial de regulaciones contra las «fake news» y la extensión de sistemas de control social individualizados, desde las apps como identificación obligatoria al reconocimiento facial en la calle, llevan su sello.

De nuevo, se trata de una aceleración de algo que ya avanzaba y se desarrollaba ante nuestros ojos, no de algo novedoso.

La tendencia espontánea de las clases dirigentes es fortificar el estado, hacerlo cada vez más autoritario y disciplinar a la burguesía proporcionalmente al grado en el que aumenta el conflicto entre clases para mantener el orden en sus propias filas y forzar el encuadramiento patriótico de los trabajadores. Valgan Hungría o Polonia de ejemplos francos y cercanos, pero no olvidemos la «ley mordaza» española, la normalización del estado de excepción y la militarización del espacio público en Francia o el control obsesivo de los movimientos y las comunicaciones en Gran Bretaña o EEUU.

«Por qué el autoritarismo crece de forma irrefrenable», 3/12/2017

¿Viene una «tiranía digital»?

La ‎democracia‎ hoy es muy diferente a la del ‎ capitalismo en su era juvenil‎. Con una ‎acumulación‎ en desarrollo explosivo, la burguesía dio entonces espacio político a sus propias diferencias de intereses y permitió a las expresiones organizadas de los trabajadores ganar libertades y construir verdaderos espacios masivos de «democracia obrera». Hoy la democracia no se asienta sobre el capitalismo y la burguesía de entonces, sino sobre el ‎capitalismo de estado‎. La lógica de la representación política ya no es dar lugar a la defensa de los intereses de clase dentro del sistema. Ahora pivota sobre la capacidad de la industria de la opinión para amortiguar y encauzar las expresiones de descontento.

Controlar los conflictos materiales, económicos, que hay bajo la ‎lucha de clases‎, a base de ‎ideología‎, modulando opiniones, no es ni fácil ni suficiente a largo plazo cuando la realidad material contraría la idea de que sosteniendo el sistema «podemos ganar todos». Es más, cuanto más clara es la contradicción entre las ‎ necesidades humanas universales‎ y las exigencias de la ‎acumulación‎, más peligroso se vuelve cualquier disenso... y más estrecha e intolerante la democracia y el ámbito de libertades individuales y colectivas que reconoce.

Hoy estamos en un momento en el que la dicotomía entre «salvar inversiones o salvar vidas» se manifiesta con crudeza. El resultado ha sido una súbita y generalizada reducción del espacio de libertades en todo el mundo. En lo que viene, el desarrollo de las tensiones entre estados, en un marco definido por los intentos de organizar una transferencia masiva de rentas del trabajo hacia el capital, va a estrechar aun más el espacio de expresión que las clases dirigentes van a poder permitir sin riesgo para el orden social. Los medios, que cada vez contenían menos noticias y eran más aldeanos, van a ser aun más cortesanos y localistas. Y la famosa «anonimidad» y «neutralidad» de Internet va a erosionarse hasta convertirse en versiones edulcoradas -o privatizadas- de China y Rusia. El control social e informativo exacerbado ha venido para quedarse.