¿Es el decrecimiento una alternativa?

La principal característica de la decadencia del capitalismo es que pone en contradicción, de manera cada vez más violenta, el crecimiento del capital y el desarrollo humano. En nuestros artículos lo hemos señalado en todo tipo de campos, desde la industria química a la cultura pasando por la medicina y la aparición de nuevas epidemias.
Algunos lectores, a pesar de nuestra crítica de base al ecologismo y el neomalthusianismo, entendieron este argumento como un refuerzo de los argumentos del decrecimientismo. Si el crecimiento capitalista es anti-humano -y lo es-, deberíamos apoyar el decrecimiento, nos dicen.
¿Qué es el decrecimientismo o colapsismo?
El decrecimientismo o colapsismo es una teoría neomalthusiana que arguye que la finitud de los recursos naturales y las materias primas producirá a corto plazo un colapso productivo tan brutal que destruirá por sí mismo el orden social existente, además de reducir la población humana masivamente (unos 5/8 según algunos teóricos del movimiento).
Durante años los decrecimientistas se centraron en el supuesto peak oil: el agotamiento rápido de reservas de hidrocarburos una vez el consumo superara el ritmo de descubrimientos de nuevos yacimientos. Lo pronosticaron al menos dos veces durante la década del 2000. Nunca llegó pero tampoco hicieron nunca una autocrítica de sus propios análisis y por qué habían fallado al menos dos veces tan estrepitosamente como los fines del mundo de los Testigos de Jehova.
Por el contrario, sin renunciar a la idea de un peak oil a la que vuelven cada vez que suben los precios de los hidrocarburos, el discurso se diversificó entonces hacia todo tipo de peaks de minerales críticos, tierras raras y materias primas para fundirse finalmente con los discursos que auguran la extinción humana allá por 2050, intentando llevar las aguas del cambio climático, que es real, al molino de un inexistente agotamiento de los recursos.
¿Cuáles son sus falacias técnicas?
En primer lugar el decrecimientismo utiliza confusiones técnicas y perceptivas al modo de las teorías de la conspiración. Son menores en nuestra crítica, pero debemos señalarlas para comenzar porque generan confusión en cada argumento.
-
Que un recurso sea finito no significa q se vaya a acabar inmediatamente. Juegan aquí con la dificultad del oyente para acercarse a las magnitudes de la producción global. Simplemente nuestro cerebro no tiene capacidad para imaginar cifras de esa escala, solo puede entender su sigificado abstrayéndolas y relacionándolas con otras. Cuando escuchamos que al día se extraen millones de barriles de un yacimiento y lo comparamos con nuestra imaginación de ese yacimiento, inevitablemente sentimos una angustia -la de los grandes números cuando tratamos de materializarnos en una imagen- que nos hace intuir que se va a agotar inmediatamente.
-
Dan por hecho que las reservas de cualquier materia prima son magnitudes físicas estables. No lo son. En primer lugar, las reservas se miden por su rentabilidad en términos de ganancia. Cuando aumentan los precios automáticamente aumenta el volumen de reservas porque se hace rentable extraer lo que antes no era rentable dentro de los yacimientos ya descubiertos.
Por otro lado, los nuevos yacimientos son resultado de exploraciones que tienen lugar dependiendo de varios factores: las inversiones de las propias petroleras, sus cálculos previos... y la disponibilidad y accesibilidad de los territorios a explorar.
Ni que decir tiene que el juego imperialista modifica éste mapa continuamente. Albania por ejemplo, no permitó exploraciones hasta hace muy poco y ahora resulta ser el mayor depósito de hidrocarburos de Europa (todavía por explotar).
Además ni la información geológica de partida de las petroleras es en la mayoría de los casos más que aproximativa, ni sus cálculos económicos de demandas y precios futuros son precisamente infalibles, con lo que no siempre se ha invertido lo necesario en exploración como para que aparezcan nuevos yacimientos al ritmo deseado por las empresas.
Es decir, el descubrimiento de nuevos yacimientos no es el equivalente al output de un campo cuando se le añade más capital sin que el resto de factores varíe. No tiene por qué ser siquiera una función continua. Y desde luego no aplica, a día de hoy, la ley de los rendimientos decrecientes. Queda demasiado mundo geológico por explorar y conocer como para dar por hecho nada.
-
Cuando comparan la producción, ya sea de energía o de otras mercancías en las que se usan minerales críticos, con las alternativas renovables y las proyectan en el tiempo, dan por hecho que la producción renovable va a seguir siendo igual, con los mismos objetivos, por los mismos medios y con los mismos materiales. Ni siquiera cabe detenerse demasiado: nunca ha sido así bajo el capitalismo, es la predicción más irreal del mundo.
¿Cuáles son sus falacias conceptuales?
Chongqing, China
La principal falacia es de orden ideológico. Confunden el crecimiento del capital con el crecimiento de la producción. El de ésta con el del consumo. Y el del consumo con el crecimiento de las necesidades humanas. Estamos en un mapa conceptual plenamente malthusiano.
Pero el crecimiento del PIB no es otra cosa que el crecimiento del valor, esto es, del producto extraido del trabajo explotado. El crecimiento del PIB no mide el crecimiento de la producción total sino el crecimiento del propio capital, que es otra cosa. Y el consumo no representa la medida de las necesidades humanas. Aunque sea la forma social bajo la que el capitalismo permite satisfacerlas a los trabajadores, ni siquiera mide el su grado de satisfacción por el sistema.
Todas estas confusiones conceptuales en cadena no son inocentes. El colapsismo presenta como alternativa al crecimiento del capital el decrecimiento... capitalista. Lo que no es sino una utopía en el peor sentido de la palabra. De hecho, su definición del decrecimiento implicaría continuar la acumulación pero destruyendo las capacidades productivas que servirían de base para hacer realidad una sociedad organizada en torno a la satisfacción de las necesidades humanas.
Eso sí, esta aceptación acrítica de las categorías de la acumulación realimenta los argumentos catastrofistas sobre la falta de alternativas, confundiendo ineficiencias sociales, propias del capitalismo, con ineficiencias técnicas.
¿Qué pasa cuando das por buena la ideología capitalista de la «eficiencia»?
ITER, reactor experimental de fusión nuclear en Francia
Para el capital las únicas ineficiencias relevantes, las únicas que intenta superar, son aquellas que afectan negativamente a la acumulación. Si una ineficiencia aumenta los dividendos, lejos de resolverlas las agrava. Y esto es tanto más corriente y dramático cuanto más avanza el sistema en su decadencia.
Lo hemos visto con detalle en las plantas químicas, en la agricultura, en la fabricación de chips, en los plásticos y hasta en la distribución territorial y la concentración urbana. Y llega a todas las escalas.
Por ejemplo, y es un clásico que vuelve una y otra vez, en las centrales y plantas químicas se tiende a hacer crecer el volumen de los reactores/calderas y el diámetro de los tubos. Es lo más barato por unidad producida, pero también es lo más cómicamente ineficiente en cuestión de transferencia energética y de masa. Las mejoras en ingeniería para permitir producción eficiente y a escalas reducidas pero razonables siguen adelante, nadie lo va a impedir, pero no se aplican ni aplicarán más que en casos reducidos bajo este modelo industrial de acumulación y escalas gigantescas dictados por el sistema social.
La tensión es cotidiana, especialmente en el campo energético. Los planes para el desarrollo de energías alternativas están supeditadas a generación de aplicaciones rentables para grandes masas de capital. Lo que generalmente significa escalar las ineficiencias productivas.
Por ejemplo, y es un clásico que vuelve una y otra vez, en las centrales y plantas químicas se tiende a hacer crecer el volumen de los reactores/calderas y el diámetro de los tubos. Es lo más barato por unidad producida, pero también es lo más cómicamente ineficiente en cuestión de transferencia energética y de masa.
La tensión es cotidiana, especialmente en el campo energético. Los planes para el desarrollo de energías alternativas están supeditadas a generación de aplicaciones rentables para grandes masas de capital. Lo que generalmente significa escalar las ineficiencias productivas. Por ejemplo, la carrera por la fusión nuclear implica crear temperaturas 10 veces mayores que las del núcleo del sol. Y eso para un reactor toroidal que fusiona isótopos de hidrógeno. Los nuevos modelos no toroidales de moda con átomos más pesados necesitan 100 veces mayores que las del Sol. Para fusionar átomos entre ellos hay que acercar los núcleos contra de la repulsión electromagnética, en el sol eso lo hacen la gravedad y la temperatura del núcleo (con bastante ayuda cuántica).
Cuando no se dispone del pozo gravitacional de una estrella, hay que superar la barrera energética subiendo la temperatura de uno o más órdenes de magnitud. De 15.000.000 de grados a 1.000.000.000 de grados en los nuevos reactores. Y ahí estamos hablando solo de la temperatura del plasma, al que hay que calentar con enormes fuentes de microondas u ondas radio. Para mantenerlo confinado (el plasma es un fluido de núcleos y electrones disociados que responde a los campos electromagnéticos) hay que hacer funcionar electroimanes enormes que requieren súperenfriamiento. Y todo eso sin mencionar que en realidad se trata de una central térmica, con la ineficiencia de toda máquina térmica que implica tirar a la basura la mitad del calor generado. Es decir, para poner en marcha la central haría falta ya el consumo energético de un país mediano.
Todo eso para imitar, con grandes ineficiencias, una fuente de energía disponible que no se va a acabar en miles de millones de años. Pero el sol no es tan fácilmente monopolizable, ni siquiera la fabricación de paneles lo es, ni absorbe volúmenes de capital invertido tan enormes como un proyecto de fusión nuclear del que además pueden salir cantidades de propiedad intelectual bien rentable.
Pero si la obsesión por la fusión muestra de manera grotesca las tendencias del capital, las nuevas centrales de fisión de pequeña escala no son mejores. Como deja bien claro el CEO de Rolls Royce, lo importante es su capacidad de absorber inversiones, aunque sean más ineficientes que gran parte de las renovables.
Pero no se trata solo de despilfarro e ineficiencias «pasivas» por dejadez o prioridades. Por ejemplo, en su carrera por aumentar la capacidad de colocación de capitales en ramas relativamente poco rentables, se ha incrementado el grado de industrialización en sectores como la agricultura y la comida. Esto, unido a la atomización social creciente de los trabajadores y el final de las costumbres comunitarias en muchos lugares, han propiciado el boom de la comida procesada, precocinada y por encargo.
El despilfarro de comida es colosal, con hasta el 30% del total echado a la basura en China según estudios, y la producción de contenedores y utensilios para lo que es efectivamente un único uso -da igual que sean de plástico o papel- un despilafarro brutal de recursos con contaminación añadida. El éxito internacional de formatos como el mukbang, que originalmente servía para dar «compañía» simulada a millones de personas que se sienten horriblemente solas comiendo aisladas, indica claramente por si había alguna duda de que esta tendencia disolvente no responde a ninguna necesidad humana, sino puramente a la necesidad de acumulación del capital.
El resto de las alternativas que florecen y se ponen de moda a la sombra del Pacto Verde, no son distintas en sus exigencias y presupuestos. Pero eso no quiere decir que no existan alternativas que el colapsismo invisibiliza por su aceptación de las categorías capitalistas.
¿Qué no quiere ver el decrecimientismo?
Planificación de las redes HVDC en Asia
La contradicción entre el tipo de eficiencias que valora el capitalismo -en función de la creación de ganancias, es decir de la optimización de la explotación del trabajo dada una cierta correlación de fuerzas- y las que perseguirá una sociedad organizada en torno a la satisfacción de necesidades humanas es evidente.
Eso no quiere decir que bajo el capitalismo no hayan aparecido tecnologías que permitan o nos dejen muy cerca del tipo de producción eficiente que necesitamos. Veíamos esta misma semana cómo la agricultura de precisión podía reducir insumos agrícolas hasta en un 70%.
Y hace tiempo que están disponibles tecnologías de red eléctrica HVDC que permitirían de forma inmediata la producción 100% renovable... si se organizara internacionalmente a escala al menos continental. Pero, como era predecible, el despliegue de las super-redes choca con su instrumentación imperialista.
Y esos problemas afectan no sólo a hipotéticas redes de muy alto voltaje, de hecho ya es increíblemente difícil coordinar redes convencionales dentro de un mismo país como Australia, donde conflictos entre inversores de distintas regiones impiden unificar la red y usar la producción solar de la costa oeste para contrarrestar el pico de consumo de la costa este, lo que multiplica las ineficiencias.
Y es que el problema no es la tecnología ni siquiera las materias primas. El problema es el capitalismo mismo y cómo organiza la producción.
La tecnología no salvará el mundo porque son las relaciones sociales que definen el sistema y no las tecnologías ni las materias primas que usa, las que producen la guerra, la pauperización y el destrozo del medio que colocan a la Humanidad contra las cuerdas.
¿Qué fue del 5G?, 13/8/2022
No es que el capitalismo no tenga tecnologías o la posibilidad de desarrollar tecnologías que superen las formas de escasez que obsesionan a los colapsistas, es que su lógica no puede instrumentarlizarlas para la acumulación.
Pero si nos liberamos de la ceguera colapsista sobre la necesidad y posibilidad de abolir y superar las relaciones sociales capitalistas, todo deviene inmediatamente asequible, desde la ordenación del espacio, la vivienda y el territorio hasta la producción química pasando por la producción agraria.
Así que la pregunta real es... ¿de dónde viene esa ceguera voluntaria?
¿Cuál es el problema moral del colapsismo?
Ecoaldea de Aardehuizen en Holanda
Hay un elemento en la retórica decrecimientista especialmente llamativo. La exigencia de soluciones rápidas e instantáneas, inmediátamente aplicables dentro del orden existente sin cambiar ni una coma del régimen de propiedad y mucho menos de la institución central del sistema: el trabajo asalariado. Única alternativa, dicen, el decrecimiento.
La urgencia puede parecer sorprendente después de tantos años esperando en vano los sucesivos peaks catastróficos que pronosticaron. Es, evidentemente, una forma retórica de encubrir todo lo que no se quiere poner en cuestión, pasando por natural lo que en realidad es específicamente capitalista. Pero hay algo más.
Bajo los supuestos del colapsismo la pasividad va de suyo. No habría que hacer nada para que cayera el capitalismo. Todo lo más irse preparando para que el gran momento del colapso sistémico nos encuentre viviendo en una ecoaldea, versión residencial-con-piscina de un asentamiento survivalista. A día de hoy una opción de consumo más. Porque las ecoaldeas no son sino urbanizaciones que sólo se diferencian de las demás en sus opciones tecnológicas.
La combinación de pasividad y sustitución de luchas colectivas por modos de vida, no es inocente tampoco. Refleja el principal fallo moral de todo este constructo neo-malthusiano: la cobardía a la hora de preguntarse qué sujeto colectivo puede imponer las necesidades humanas universales como criterio de organización social.
Sin embargo, esa es siempre la cuestión fudamental. El problema es que cuando nos acercamos a ellas, las categorías ciudadanistas del decrecimientismo colapsan.
La ciudadanía, la Humanidad o la población están divididas por el sistema en clases sociales con intereses opuestos. Sólo en una de ellas, la clase trabajadora, los intereses de clase se confunden con las necesidades humanas universales. Por eso sólo esa clase, que es además una clase global, con los mismos intereses en todos los lugares del mundo, luchando por sus propios medios y afirmándose políticamente, puede llevar a la sociedad entera a organizarse en torno a la satisfacción directa de las necesidades humanas universales.
En realidad, esa es la cuestión de fondo en cualquier debate con el decrecimientismo. Sólo pueden imaginar la caída del capitalismo como un colapso porque se niegan a imaginar a la clase trabajadora afirmándose políticamente y al hacerlo se niegan a aceptar la existencia de un antagonista colectivo del sistema.
Inevitablemente, su discurso sólo puede derivar entonces hacia la culpa de la Humanidad y su responsabilidad colectiva por crimenes por la Naturaleza y los recursos. Invisibilizan que todos esos crímenes lo han sido previa y necesariamente de la sociedad contra sí misma, de la clase explotadora contra la explotada.
¿Y entonces?
Minirreactor impreso para producción química distribuida
El problema al que se enfrenta la Humanidad no es tecnológico. Es el modo en que se organiza la producción social el que, después de un periodo histórico en que desarrolló las capacidades productivas y el conocimiento de manera acelerada, se ha convertido en un freno para esas mismas capacidades y un lastre para nuestra especie.
Por eso todos los miedos y urgencias de los decrecimientistas desaparecen en cuanto nos planteamos qué pasaría si la lucha de clases y la constitución de la clase trabajadora como sujeto político se desarrollara hasta desmercantilizar la sociedad de raíz, comenzando por el trabajo humano, sin renunciar al conocimiento y las capacidades productivas que tenemos hoy.
Ese es el mundo que venimos explorando cuando nos preguntamos cómo será la sociedad que el movimiento de clase de los trabajadores esboza en su propia naturaleza y reivindicaciones en todo el mundo: si habrá grandes plantas químicas y gigantescas industrias pesadas; quién hará los trabajos que nadie quiere hacer, si existirán restaurantes o cómo serán la ciudad y la vivienda. En este blog no hemos planteado incluso si desaparecerá la división sexual del trabajo , si existirán la familia y la crianza como las conocemos o si a diferencia de la fantasía decrecimientista, tendremos piñas, naranjas o café y si el Arte, la artesanía y las producciones tradicionales podrán florecer en una sociedad así.
Es imposible plantearse honestamente todas esas preguntas y responder que una sociedad comunista sufrirá el colapso por la sobre-explotación de recursos naturales. Hay recursos y energía renovable de sobra para establecer una sociedad abundante y conscientemente autorregulada en su metabolismo común con la Naturaleza.
Y a nadie se le ocurre que una sociedad humana consciente y no fracturada por intereses de clase tire piedras contra su propio medio natural. De hecho la experiencia histórica nos dice todo lo contrario, cuando el proletariado se ha afirmado como clase, la defensa del medio natural ha adelantado en mucho la imaginación de los conservacionistas.
Pero para ver la luz al final del tunel hay que abandonar la pasividad y superar la fe irracional en el colapso rendentor. La consciencia de la situación histórica pasa por reconocer las posibilidades máximas abiertas a la Humanidad y eso supone unirse a ellas, unirse al movimiento de clase, en vez de negarlo.