De la expectativa de recesión a la crisis política y social
Sudamérica y Siria han sido los dos principales escenarios de una semana en la que parece despejarse el camino del Brexit y la recesión enseña los dientes con mayor violencia de la anunciada.
Fin de la guerra en Siria
El acuerdo alcanzado entre Putin y Erdogan en Sotchi da materialidad al acuerdo Pence-Erdogan, estableciendo a Rusia como patrón imperialista en Siria. Rusia se compromete a mantener a las tropas del PKK-YPG a treinta kilómetros de la frontera. Patrullas conjuntas ruso-turcas, 10Km dentro de territorio sirio, garantizarán que Turquía no será atacada por el ejército del PKK-YPG ahora sometido a El Assad y Putin. Y Turquía reconocerá formalmente la integridad territorial de su vecino en las fronteras anteriores a la guerra. El acuerdo tiene dos consecuencias.
En lo inmediato, siega de raíz la propuesta de la «delfín» de Merkel y ministra de defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer (AKK). AKK pretendía establecer la «zona segura» pero bajo control OTAN, introduciendo a Alemania y sus aliados en la última llaga de la guerra siria. A día de hoy, podemos decir que Europa -incapaz de reintroducirse en el conflicto después de la salida de Francia- y EEUU -que ha sacado sus tropas- han perdido la guerra siria.
Porque en ese marco más amplio, lo que viene a establecer el acuerdo Putin-Erdogan es el fin de la guerra en Siria con la vuelta a sus fronteras originales y la dictadura de El Assad reforzada en su interior y alineada con Rusia en el exterior. En el camino quedan más de medio millón de muertos, más de 5 millones y medio de refugiados y desplazados y un aparato productivo destruido de raíz.
¿Primer balance? En la guerra imperialista todos los partícipes tienen un enemigo y una víctima común. La principal fuerza productiva, los trabajadores, están muertos, destruidos física y humanamente, movilizados en ejército y milicias, o explotados en condiciones infames en las maquilas que han florecido durante estos años. Lo que viene no es mejor y no hubiera sido distinto de ganar cualquier otro de los bandos. La derrota política de los trabajadores, ser encuadrados por uno u otro de los bandos de la guerra imperialista, solo lleva a su propia matanza y a una explotación salvajemente acrecentada.
El «efecto Chile»
La explosión chilena y la rápida reacción de Piñera, en parte advertido por la revuelta en Ecuador, ha alertado a la burguesía de todo el continente. Del miedo a la extensión inmediata y las teorías conspiranoicas que culpaban de todo al rival imperialista, se está pasando a la expresión de un temor más profundo y fundado.
Esta misma semana el expresidente argentino Duhalde, advertía con claridad dos peligros para la clase dirigente: explosiones sociales reactivas a las medidas de los gobiernos para salvar la rentabilidad del capital y «no cooperar» e intentar instrumentalizar los problemas internos de los otros, idénticos a los propios. Sintetizando: lucha de clases y desarrollo de las tensiones imperialistas entre los propios países del continente.
En Argentina, donde el FMI empieza a aceptar la idea de que una quita del 40% sobre la deuda pública es inevitable, el dólar sube comiéndose las reservas del Banco Central y el miedo a un nuevo «corralito» es ya el tema central del fin de campaña.
La idea de que la elección de un nuevo gobierno peronista va a ser un bálsamo social y renovar la confianza en el estado empieza a resquebrajarse. Apuntan en este sentido la inquietud actual en Argentina y el ejemplo regional: la revuelta boliviana, que aun no se ha agotado seguramente acabe siendo inconsecuente, pero ha dejado claro que la izquierda no es inmune a la revuelta de sectores que daba por garantizados; es más, el descoloque de la izquierda chilena que está montándose a toda velocidad a la idea aceptada hasta por el empresariado más rancio del «nuevo pacto social», es todo un adelanto de lo que puede pasar al peronismo en el gobierno.
Europa
En Europa mientras tanto, Johnson parece estar consiguiendo superar la fractura de la burguesía británica para «entregar» el Brexit: prórroga larga -hasta el 31 de enero- y elecciones el 12 de diciembre. Los tiras y aflojas seguirán hasta el final pero al menos, la agonía parece tener un horizonte. La UE no solo ha pegado un buen mordisco a la soberanía británica en el Norte de Irlanda, también ha quedado claro que si salir de la UE ha sido -y será todavía- costoso para Gran Bretaña, sería suicida para cualquier otro país de la Unión.
Sin embargo, tampoco está para celebrar ningún «triunfo», los datos de paro alemanes echan por tierra las previsiones de una «recesión suave». El horizonte europeo se parece cada vez más al presente sudamericano: todo hace previsible una nueva oleada de revueltas de la pequeña burguesía cuando aun no se ha agotado la anterior -véase Cataluña-. Y lo más temido por todos los estados: un resurgir de las reivindicaciones de clase. Es ahí donde, a pesar de darse en el marco generalmente banal de las propuestas electorales, la aparición, por primera vez en los programas electorales españoles, del paso a la jornada de 32 horas semanales cobra sentido.
En perspectiva
Tomando el último mes en perspectiva vemos cómo:
- la recesión global es inminente y se anuncia aun peor de lo esperado;
- los estados confiesan que, cuando estalle, tendrán menos recursos para mitigar sus efectos que en 2008;
- allá donde la burguesía emprende medidas «de urgencia» -subida de precio de servicios básicos, combustibles, ataque directo a las pensiones, etc.- desata una inmediata respuesta social que, aunque liderada generalmente por la pequeña burguesía, en muchos casos levanta reivindicaciones de clase;
- tanto la crisis como los movimientos de la pequeña burguesía -al contrario que los de los trabajadores- alimentan una deriva de confrontaciones entre las burguesías nacionales cuya perspectiva -a largo plazo en Iberoamérica a corto en Oriente Medio- no puede ser sino conducir a nuevas guerras.