Daniel de León y el socialismo americano
Militante socialista, dirigente del SLP («Socialist Labor Party») y fundador de los IWW («Industrial Workers of the World»), fundamentó la crítica de la burocracia sindical en el seno de la II Internacional. Recuperar su historia es recuperar la del socialismo en EEUU.
Formación y vida anterior a su militancia
Daniel de León nació el 14 de diciembre de 1852, nueve años antes de la abolición de la esclavitud, en Curazao, la isla principal de las Antillas holandesas, entonces aun bajo soberanía formal de Venezuela a quien pertenecería legalmente hasta 1903. Su padre fue sargento del ejército colonial holandés. Su posición facilitó que Daniel de León pudiera viajar a Europa en 1866 para estudiar en un gimnasio de Hildeshein (Alemania) y posteriormente en la Universidad de Leiden donde estudió medicina sin llegar a graduarse.
Migra en algún momento entre 1872 y 1874 a EEUU donde es editor asociado de un periódico pro-liberación cubana en español mientras ejerce de maestro en Westchester, Nueva York. Un par de años después se gradúa con honores en la Escuela de Derecho de Columbia y gana el puesto de profesor de Derecho Internacional en el Columbia College durante seis años, dando clases sobre la historia y el papel de las diplomacias europeas en Hispanoamérica. Como joven profesor se unió a los «mugwumps», un movimiento pequeñoburgués anti-corrupción nacido del partido republicano que, rechazando los tejemanejes financieros del candidato republicano James G. Blaine, apoyó al demócrata Grover Cleveland en las elecciones presidenciales de 1884.
Tras su primera experiencia política y seguramente empujado por la insensibilidad social de sus compañeros, León se entusiasma con el movimiento «populista» de Henry George, que proponía como solución al «problema social» un impuesto único, reservado a los propietarios de tierras. Participó en la campaña electoral georgista a la alcaldía de Nueva York en 1886.
Pero su evolución ideológica estaba lejos de concluir. En 1890 se unió al «Socialist Labor Party» (SLP). El SLP era el heredero del WPUS («Workingmen’s Party of the United States»), el primer partido socialista estadounidense.
El partido estadounidense antes de Daniel de León
El WPUS nació con dos corrientes: la marxista, los llamados «Internacionalistas» por ser miembros de la I Internacional (AIT), y la lassalliana. Los marxistas entendían la lucha por mejoras económicas y la lucha parlamentaria como dos facetas del mismo proceso, mientras que los lassallianos -siguiendo la teoría de la «ley de hierro de los salarios» de Lassalle- veían inútil la lucha por mejores salarios. Tras la muerte de la AIT, ambas tendencias se habían unido en Alemania para formar el SPD en el famoso congreso de Gotha.
Así que cuando en 1876 se reúnan las diecinueve secciones estadounidenses de la Internacional, la fundación del partido alemán será el modelo a seguir. En ese momento, la vanguardia de la clase en el país estaba formada mayoritariamente por migrantes alemanes y la mayor parte de la prensa obrera se publicaba en alemán. La plataforma de los Internacionalistas, que ponía en primera línea la actividad sindical y la necesidad de retrasar la actividad electoral hasta que el partido estuviera lo suficientemente maduro, terminó imponiéndose en los debates. Los lassallianos, sin embargo, ganaron la mayoría de los puestos en el comité ejecutivo nacional y Philip Van Patten, un lassalleano, se convirtió en el primer secretario del partido nacido de la conferencia: el WPUS.
Pero en 1877 estalla la gran huelga de ferrocarilles, el primer movimiento reivindicativo de trabajadores a escala nacional. El movimiento se hace fuerte en algunas ciudades, como San Luís, donde los trabajadores se unen en grandes asambleas organizadas por el partido que ocupan zonas enteras de la ciudad. Los trabajadores negros se unen y en poco tiempo cada vez son más los que solicitan ingresar al partido. La dirección local del WPUS, lassalliana, no solo rechaza su ingreso, acaba cancelando las asambleas para frenar la fusión de todos los trabajadores como clase. Porque, muy al contrario de la dirección local del WPUS, los huelguistas recibieron con los brazos abiertos a los proletarios negros. Las reuniones masivas que el WPUS terminó cancelando eran la herramienta con que los trabajadores podían materializar en la lucha el centralismo que es esencial para su constitución como clase política, como sujeto revolucionario. La fuerza de los huelguistas, su organización, se desbarató con ello. En lugar de responder a la experiencia de la huelga y sus exigencias, el WPUS se comportó como una cabeza divorciada de su cuerpo.
Representaba el lassallianismo a los últimos estratos artesanos en decantación entre la pequeña burguesía y el proletariado, entre la conversión del privilegio feudal del trabajador cualificado en pequeña pequeño burgués «independiente» y su proletarización como obrero en descualificación dentro de una cadena cuyo objetivo es reproducir el dinero en capital a través de la plusvalía. Expresaba así aspiraciones ambiguas, cuando no abiertamente reaccionarias, como que el estado burgués tomara «medidas socialistas» creando cooperativas o entregándole la educación infantil, ideas que los marxistas en el partido alemán, tendrán que enfrentar desde el momento de la fusión y aun durante largo tiempo, como puede verse en la «Crítica del programa de Gotha» por Marx y la del programa de Erfurt por Engels.
Trasplantado a las condiciones del Sur de EEUU, ese apego a la distinción feudal e identitaria del artesano, esa aspiración desvaída a pequeña burguesía democrática, se convirtieron en racismo y defensa a toda costa de la pequeña propiedad mano a mano con el estado. La dirección lassalliana llegó a afirmar que colaboraría con las autoridades estatales para evitar daños a la propiedad. En lugar de ayudar en la fuerza y la organización disciplinada de los trabajadores, los lassallianos acabaron dividiendo y paralizando a los trabajadores para sostener el brazo de la legalidad y el estado.
Pero obviamente, el estado no iba a corresponder a sus aspiraciones. John S. Phelps, gobernador de Missouri, ordenó al general responsable del aparato administrativo que distribuyera armas a las autoridades de San Luis y que
retire las municiones que se enviaron recientemente por mis órdenes, para que se entregaran temporalmente a los ciudadanos a los que se pidió que ayudaran a las autoridades civiles a preservar la paz pública.
El gobernador de Missouri emitió acto seguido un bando ordenando a los trabajadores en huelga que se disolviera. El Comité Ejecutivo respondió que los huelguistas no se disolverían hasta que sus demandas fueran satisfechas, pero de cara a los trabajadores se limitó a emitir un llamamiento pidiéndoles paciencia. Al final, las fuerzas municipales y federales terminaron entrando en la ciudad y reprimiendo la huelga el 27 y 28 de julio. Los paros en los otros estados de los Estados Unidos también fueron reprimidos más o menos al mismo tiempo.
Las acciones del comité ejecutivo, su posición conciliadora hacia el alcalde, su intento de apelar a los comerciantes locales, el racismo desvergonzado y su intento de moderar la resistencia a la represión, expresaban uno de los polos hacia los que podía decantarse la socialdemocracia lassalliana. Enfrentados a la proletarización, los últimos artesanos podían fantasear con convertirse en pequeña burguesía con ayuda del estado o aceptar su futuro ineludible como proletarios. El comité ejecutivo de San Luís tomó el primer camino, aun a costa de enfrentamientos y choques crecientes con la base de partido y el movimiento. El acendramiento final del lassallianismo, entre pequeña burguesía y proletariado, entre pasado y futuro, al final, entre estado y clase, se escenificó así en EEUU, a decenas de miles de kilómetros de la Alemania en la que había nacido y siete años después de la Comuna de París.
Pero la huelga de ferroviarios, ni se limitó a San Luís ni sirvió solo para mostrar el colapso teórico y moral del lassalleanismo. De hecho, fue la primera huelga masiva en EEUU, la primera manifestación de la clase trabajadora como un sujeto político capaz de afirmarse, como dice el Manifiesto, en el ámbito nacional, es decir en todo el territorio y frente al estado nacional como un todo. Se abría entonces una nueva época histórica en el desarrollo del movimiento obrero en EEUU que respondía a las expectativas que el propio Marx había compartido con Engels en los primeros momentos de la huelga ferroviaria.
¿Qué piensas de los trabajadores en los Estados Unidos? Esta primera erupción contra la oligarquía del capital asociado que ha surgido desde la Guerra Civil será, por supuesto, reprimida, pero podría ser el punto de partida para el establecimiento de un partido obrero serio en los Estados Unidos.
Y efectivamente, el WPUS ganó por primera vez una gran cantidad de votos en las elecciones de otoño de 1877 tras reconsiderar la posición aprobada en su conferencia fundacional tan solo un año antes. El cambio de táctica vino acompañado de un cambio de nombre. A partir de entonces sería el «Partido Socialista del Trabajo» (SLP).El SLP continuó creciendo hasta alcanzar en 1879 10.000 militantes repartidos en un centenar de secciones. Al mismo tiempo, a partir de la experiencia de la huelga de 1877, los sindicatos crecieron masivamente tanto en tamaño como en número de miembros. Como ya hemos comentado anteriormente, entre 1879 y 1880, la membresía de los «Knights of Labor» creció de 9.000 a 28.000 miembros. Y en 1885, tendría ya 111.000 miembros.
Por otro lado, la gran huelga de 1877 planteó la cuestión de la violencia política. Se había demostrado claramente la violencia de la clase capitalista y la incompatibilidad entre el trabajo y el capital, pero desarticulada la estructura de asambleas masivas se expandieron grupos paramilitares como «Lehr-und-Wehr Verein», los «tiradores bohemios», «Jaeger Verein» o las «guardias obreras irlandesas» en Chicago, Cincinnati, Nueva York, y, significativamente, en San Luís. La mayoría de ellos en ciudades donde los trabajadores habían sufrido o estaban sufriendo la represión policial.
Una cantidad significativa de miembros del «Partido Socialista del Trabajo» (SLP) participaron en estos grupos, lo que causó una gran controversia dentro del propio partido. El Comité Ejecutivo Nacional del SLP consideró que los grupos paramilitares estaban en contradicción con la política y los objetivos socialistas. Acabaron ordenando a los miembros del partido que los abandonaran, haciendo que sus periódicos, «Arbeiter-Zeitung» y «Vorbote», los denunciaran por «interferir con los derechos de los afiliados del partido». Pero la discusión siguió abierta y la convención de Allegheny en diciembre de 1879 se convirtió en un debate acalorado sobre el tema. Albert Parsons, conocido por su participación en la huelga del 77 y que más tarde, desilusionado con el SLP, se convertiría en anarquista, intentó ganar un voto de censura en contra del Comité Ejecutivo Nacional por su prohibición de la participación de miembros del SLP en los grupos paramilitares. Philip Van Patten, el secretario lassalliano del partido, exigió a los delegados una «reivindicación definitiva» de su posición. Al final, la dirección del partido se mantuvo y Philip Van Patten fue reelegido como secretario nacional.
Pinzado entre una dirección lassalliana y una oposición a veces nacionalista y a veces anarquizante, el partido no acababa de afirmar una política de clase independiente ni siquiera en el terreno electoral, lo que desilusionó a cada vez más militantes. El SLP ni siquiera se presentaba en solitario a las elecciones sino que buscaba apoyarse siempre en partidos populistas y pequeñoburgueses. Al modo del PSOE en España y su «conjunción republicana», firmó el «compromiso greenback», una alianza temporal con los populistas agrarios. Para rematar, la campaña de 1880 en la que los jueces Walsh y Gibbs llenaron las urnas para que su candidato J.J. Grath ganara las elecciones, indignó a miles de trabajadores y les llevó a preguntarse si merecía la pena la movilización electoral cuando las elecciones mismas demostraban ser un terreno obviamente amañado por la burguesía local.
Muchos miembros del SLP terminaron uniéndose a los «clubes social-revolucionarios». Philip Van Patten argumentó, por una vez con razón, que los miembros de estos clubes no podían ser miembros del SLP, porque su apoliticismo y su defensa de las organizaciones paramilitares eran irreconciliables con un partido obrero. Pero cuantos más fracasos electores se sucedían, más crecía el anarquismo. Solo un año después de la toma de posición de Van Patten contra los clubes revolucionarios llegaba a EEUU Johann Most, un inmigrante alemán bakuninista que catapultaría el anarquismo entre los trabajadores multiplicando su fuerza e influencia. Most promovía las tácticas terroristas, rechazaba la lucha salarial y la participación en elecciones.
El lassallianismo, sin bases teóricas para dar una respuesta política al anarquismo, atada todavía a reivindicaciones lassallianas como la organización de cooperativas de trabajo por el estado, acabó descentralizando su estructura organizativa y apoyando la campaña de Henry George. Como señaló Engels, la mejor manera de deshacerse de la confusión política y superar ilusiones como el «Single-Tax» (impuesto único) de los georgistas, era ponerse en movimiento y aprender de sus propios errores. La claridad no se obtiene mediante una organización que cede a la confusión para conseguir o mantener la afiliación, pero tampoco de una organización aislada de la lucha de clases, en busca de una línea políticamente «perfecta». Solo después del «golpe del Volkszeitung» de 1889, con el rechazo de la plataforma de Henry George y la entrada de Daniel de León en el partido, el SLP llegaría a formar parte de la lucha de clases en los EEUU.
El New Yorker Volkszeitung, un periódico independiente que estaba compuesto por miembros del SLP y apareció un año después de la huelga ferroviaria de 1877, iba a desempeñar un papel importante en los desarrollos posteriores del partido. El Volkszeitung, había arrancado con un capital de 1.100 dólares donados por el SLP. El periódico se mantenía a través de suscriptores individuales y del apoyo financiero de los sindicatos, lo que más tarde acercaría el grupo hacia la «Federación Americana del Trabajo» (AFL). El desastre electoral de 1887 convenció al equipo del Volkszeitung de que las condiciones no eran propicias para la participación electoral. W.L. Rosenberg y la mayoría del Comité Ejecutivo Nacional del SLP, por el contrario, eran reacios a los sindicatos y deseaban que el SLP mantuviera una acción política y electoral independiente. Así que por primera vez, el SLP participó en solitario en unas elecciones a nivel nacional, aunque obtuvo unos pésimos resultados.
Por contra, la tendencia agrupada en torno al Volkszeitung se vio reforzada por su posición pro-sindical conforme se extendía la lucha por la jornada laboral de ocho horas. En la Sección de Nueva York de la Asamblea General, obtuvieron la mayoría, destituyeron a Rosenberg y eligieron tres nuevos miembros para el Comité Ejecutivo Nacional. En la convención del partido, una nueva mayoría cambió la orientación apoyando, sin ninguna reserva, el movimiento por la jornada de ocho horas y eliminando por fin la consigna lassalliana de las cooperativas financiadas por el gobierno. Todo esto ocurría un año antes de que Daniel de León entrara en el SLP.
Daniel de León del georgismo a la militancia comunista
Daniel de León había sido delegado en la convención fundadora del ULP («United Labor Party»), el partido creado por el sindicato «Central Labor Union» (CLU) para presentar a Henry George como candidato a la presidencia de EEUU dentro del cual el SLP actuaba como una organización afiliada. En la Universidad fue presidente del club Georgista del Columbia College y miembro de la «Sociedad Anti-Pobreza», una organización creada por un sacerdote georgista.
Gracias al apoyo de anarquistas y socialistas George obtuvo una inesperada cantidad de votos en las elecciones municipales de Nueva York de 1886: 68.000. La prensa le acusó inmediatamente de «socialista», amenazando con inhibir el voto de la pequeña burguesía urbana al que aspiraba. Así que en el programa de 1887 Henry George centró su programa en la reforma tributaria eliminando las reivindicaciones de mejoras laborales. El SLP se posicionó en contra, pero acabó siendo expulsado del ULP. La escisión, que arrastrará no solo a los miembros del SLP sino a trabajadores de la CLU, llevará a la fundación del «Progressive Labor party» que nominó a sus propios candidatos sin encontrar eco electoral reseñable, apenas 5000 votos, prácticamente todos en Nueva York.
Pronto, el apoyo del «impuesto único» georgista empezó a perder fuelle. Daniel de León comenzó a sentirse desmoralizado. Creía que el movimiento de Henry George podría librar a la sociedad de una vez por todas de esa «pequeña minoría» que no tenía «ningún interés en nuestro bienestar»; creía que el georgismo era el arma a usar contra esos «políticos profesionales cuyas sedes están en las tiendas de ron y grog, con puestos en los barrios bajos de nuestra ciudad, reclutando su fuerza de las clases criminales y con el tiempo engrosando las filas de esas clases».
De León se había involucrado políticamente de la mano de un movimiento pequeñoburgués, pero las preocupaciones, la moral que le movía, no eran las de un «mugwump» que luchaba contra la «corrupción» para ganar puestos públicos y mantener la relevancia social. Buscaba un mundo verdaderamente humano sin la degradación y la destrucción que inevitablemente engendra la mercantilización generalizada que impone el sistema capitalista.
Su experiencia en el movimiento georgista le había puesto en contacto con los socialistas. Se sumergió en la literatura socialista y comenzó a desarrollar una crítica del movimiento del «impuesto único». En 1889, se publicó la novela utópica «Looking backward: 2000-1887» de Edward Bellamy. El libro le impacto profundamente y abrió un período de transición en su evolución entre sus inicios georgistas y su asimilación del marxismo.
La novela había engendrado el llamado movimiento «nacionalista. «Clubes nacionalistas» se multiplicaban por todo el territorio de los EEUU. Se llamaban «nacionalistas» por defender la nacionalización de la industria como propugnaba la utopía de Bellamy. Bellamy en realidad, estaba tan lejos del socialismo como Henry George, pero en los clubes surgió un ala izquierda que interpretaba la promesa de la nacionalización como una tarea de los trabajadores.
En la novela se nacionaliza toda la industria de los Estados Unidos, se reducen drásticamente las horas de trabajo de los que realizan trabajos indeseables, todos reciben «créditos» que permiten la compra de productos en el almacén público; todos, excepto el Presidente, se jubilan a los 45 años y los que no son discapacitados deben trabajar desde la mayoría de edad, a los 21, hasta que cumplen 45 años, constituyendo el «ejército industrial».
La sociedad belamita no era producto de una revolución sino de que tanto la clase explotadora como la explotada habían aceptado el hecho de que los problemas de la sociedad podían resolverse organizando la sociedad «racionalmente» desde el estado. La transformación hacia el capitalismo de estado habría sido una «evolución» completada por «la consolidación final de todo el capital de la nación».
La industria y el comercio del país, al dejar de ser dirigidos por un conjunto de corporaciones irresponsables de personas privadas con sus caprichos y fines de lucro, se confiaron a una sola agrupación que representaba al pueblo, para ser dirigidos en el interés común para el beneficio común. La nación, es decir, se organizó como la única gran corporación empresarial en la que se absorbieron todas las demás corporaciones; se convirtió en el único capitalista en lugar de todos los demás capitalistas, el único empleador, el monopolio final en el que se absorbieron todos los monopolios anteriores y menores, un monopolio en el que todos los ciudadanos compartían los beneficios. La época de los trusts había terminado en el Gran Trust.
En la historia el capitalismo de estado había surgido en Estados Unidos y se había extendido posteriormente a los países europeos, México, Australia y partes de América del Sur. El intercambio de productos entre los países se regulaba según el principio de necesidad. En el libro, aunque se describe al estado como el única capitalista, los problemas que inevitablemente acompañan a una sociedad capitalista no existen en la sociedad. La cultura es comunitaria. Rechaza la competencia y el individualismo y abraza la lógica de la abundancia, la satisfacción de las necesidades de cada uno.
La utopía de Bellamy precipitó la ruptura de Daniel de León con el georgismo. En realidad lo que describía el libro no era otra cosa que un capitalismo de estado ultracentralizado alrededor del viejo aparato político de la democracia estadounidense. Pero lo que le abrió un mundo fue la visión de una sociedad de abundancia capaz de proveer «a cada cual según sus necesidades». Es significativo que en aquella época argumentara contra la teoría del «impuesto único» desde una perspectiva moral y no económica.
No quiero discutir aquí la economía del evangelio del impuesto único. Al contrario. Para dejar claro mi punto [por el bien del argumento] concederé... que todas las premisas y todas las deducciones económicas de la teoría del impuesto único son sólidas... ¿Cuál sería el estándar de moralidad en el sistema social del impuesto único?... La riqueza [se] produciría, como en el presente, con un solo ojo para el beneficio y no para el bienestar de los compañeros
En comparación con el esquema del impuesto único de Henry George, la utopía de Bellamy parecía acercarse más a ese mundo humano con que Daniel de León soñaba. Era un mundo de abundancia que reorganizaba la producción para satisfacer las necesidades humanas, un mundo centralizado, donde la especie humana ya no se encontraba fragmentada sino que cooperaba como consciente de sí misma. Pero los clubes «nacionalistas» le defraudarían pronto al descubrir que no tendrían ninguna utilidad práctica para los trabajadores y que sus miembros, en su mayoría de la pequeña burguesía, se sentían satisfechos manteniéndolos como meras sociedades de debate. En una carta abierta al director de uno de ellos aseguraba:
Esta no es ocasión para discursos o fraseología... la agitación debería ser nuestra tribuna y las masas nuestra audiencia. Por eso, debemos dedicar todo nuestro tiempo libre, medios y esfuerzos en esos ambientes... la charla no sólo es inútil y superflua, sino que creo que es positivamente dañina en estos tiempos.
Del mismo modo, la estrategia electoral de los belamistas, como la del SLP antes de que Daniel de León se uniera, eran muy dependientes de otros partidos y movimientos. Los «nacionalistas» habían escrito a Daniel de León intentando convencerle de persuadir a otros «nacionalistas» de no presentar un candidato a alcalde ese otoño. ¿Por qué? Porque estaban decididos a apoyar el «movimiento ciudadano» y no querían desafiarlo con un partido competidor. Pero él, a esas alturas, estaba muy lejos ya de su pasado «mugwump». El «movimiento ciudadano» le repelía y empezó a sentir que sus convicciones y aspiraciones estaban destinadas a chocar con los «nacionalistas».
Se encontrarán, siempre, personas sin interés real en el bienestar de nuestra ciudad; personas que, aunque dicen que Nueva York es su residencia, están, de hecho, ausentes la mayor parte del tiempo: en invierno, por una razón, en verano por otra, en Florida, en el muelle de Narrangansett, o en Europa; gente -muchos de ellos miembros de la junta parroquial- que acumulan la propiedad de las casas de vecindad; apuestan la comida, tienen interés en la industria del licor, tienen acciones en fábricas donde los hombres apenas ganan algo al día, las mujeres mucho menos, y donde florece el trabajo infantil; que controlan nuestros ferrocarriles municipales y estatales a través de participaciones, y que corrompen nuestras legislaturas. En resumen, son la clase de personas, junto con sus parásitos, que provocan la miseria de nuestra ciudad, y que prosperan en ella.
De vez en cuando esta clase abandona sus nombres de siempre -demócratas del condado, reformistas del servicio civil, republicanos, o lo que sea- y se presentan como «ciudadanos» para «limpiar la ciudad». Pero tal es la mezcla de ignorancia y deshonestidad entre ellos que nunca piensan en eliminar ninguna de las causas de los abusos por los que se indignan.
Observadlos este otoño y no oiréis ni una palabra a favor de una buena infraestructura escolar; de la educación obligatoria hasta, por lo menos, los 16 años; de la legislación sobre fábricas y tiendas contra el trabajo infantil; de la posesión por parte de la ciudad de los ferrocarriles, gasolineras, telégrafos, etc.; de regulaciones sanitarias minuciosas para los hogares de los pobres; de la aplicación de una ley de ocho horas sobre las obras de la ciudad; o a favor de cualquiera de las muchas cosas que compensaría el bienestar individual, y así disminuir las fuentes de corrupción cívica.
¡Muy al contrario! Estos llamados «ciudadanos» tendrían su pastel y aún así se lo comerían. Están empeñados en seguir sacando partido, sin control, del sudor de la frente de los demás, así como de sus prácticas corruptas, y aún así se opondrán a las consecuencias naturales.
Tammany ya es bastante malo, Dios lo sabe: pero Tammany es sólo el resultado natural de los «ciudadanos». ¿Cómo podrían los nacionalistas, en decencia, asociarse con semejante gente?
Intentó promover la idea de que el movimiento debía afirmarse desde su independencia política. Afirmaba ya entonces que la «acción política independiente» era el «único camino para la solución del problema obrero», así que instó a los «nacionalistas» a contribuir a la formación de un partido que sirviera de «factor de las luchas políticas del país».
Que este período pase rápidamente y que el período de acción, de acción política independiente, esté cerca, el crecimiento del movimiento se manifiesta y la inclinación de sus miembros se hace inevitable. Sin embargo, para este fin, se necesita una plataforma más concreta. Tan pronto como una buena mayoría de Estados pueda estar representada en una conferencia nacional, se convocará la Conferencia Nacional de la Unión; y a partir de ese momento se desechará el casco del partido de propaganda y se convertirá en un factor de las luchas políticas del país, un factor de poder irresistible.
Denunció tanto al partido republicano como al demócrata como representantes de los intereses capitalistas y empezó a afirmar la necesidad de un nuevo partido que luchara por una «nueva era».
La etapa social de la civilización basada en el sistema de salarios está terminando; una etapa más humana, que se ha hecho posible gracias a los grandes inventos, está a punto de ocupar su lugar; y cuestiones diferentes a las que se aplicaban hasta ahora se imponen ahora en la mente del público.
Sin embargo, tanto el partido demócrata como el republicano, con sus diversas facciones en esta ciudad, siguen divididos en asuntos vacíos, o en asuntos que sólo consideran los intereses de la clase terrateniente y la capitalista. Esto tampoco es de extrañar.
Los partidos políticos o las clases que han sobrevivido a su época no pueden reajustarse a las condiciones cambiantes ni reconocerse obsoletos. Ni el partido Whig, ni el Partido Demócrata de hace una generación, habrían o podrían haber abordado la cuestión de la esclavitud. Un nuevo partido, imbuido con la nueva idea, era necesario y surgió. Tampoco el partido Demócrata ni el Republicano podrían enfrentar el irrefrenable conflicto que se nos presenta hoy en día.
Viven de los recuerdos del pasado; incluso los partidos llamados «reformistas» que se desprenden periódicamente de sus filas, como los «ciudadanos», etc., conservando los peores rasgos de ambos, careciendo de las cualidades redentoras de cualquiera de ellos, y ejemplificando, con sus tópicos y diletantismo, la imbecilidad de la clase dirigente. Ahora como en los días de Fremont y Lincoln, las condiciones exigen un nuevo y vigoroso partido; un partido consciente de las necesidades de nuestra época, y decidido a llevar a cabo sus reivindicaciones.
Su activismo en los clubes belamistas le había acercado a algunos miembros del SLP que participaban en ellos como Lucien Sanial y Charles Sotheran, que eran parte del Club Nº 1 de Nueva York. Con ellos hizo campaña por una acción política independiente y alrededor de unos y otros se formó una pequeña izquierda del belamismo... que tuvo que aceptar la realidad: el movimiento nacido del éxito de «Looking backward» no estaba luchando por lo mismo que ellos. El SLP era el destino natural de todos ellos.
Daniel de León en el SLP
Los profesores del Columbia College consideraban a Daniel de León un incordio: defendió a las víctimas de la represión de Haymarket, fue un entusiasta georgista primero y belamista después. La universidad terminó decidiendo no renovar su titularidad tras dos periodos de tres años. Dejó la vida universitaria en 1890. No volvería.
En 1891 emprende una gira de charlas de costa a costa del país como orador del SLP que, comienza entonces su fase de «penetración desde dentro [de los sindicatos]» (1891-94). Consciente de la importancia de la lucha salarial, el SLP intenta ganar influencia en los «Knights of Labor» (KOL) y la «American Federation of Labor» (AFL).
Los KOL tienen su origen a principios de los años 60 del siglo XIX, cuando Urías Stephens y otros miembros de un pequeño sindicato de cortadores textiles reaccionan contra el declive de su gremio creando una fraternidad secreta que, como tantas otras en aquel momento, hace un uso intensivo de los rituales y ceremonias. No se convertirán en un sindicato público hasta 1879. Su nombre original era «Noble y Santa Orden de los Caballeros del Trabajo». No en vano, su fundador, Urías Stephens, era masón y miembro de varias organizaciones paramasónicas como los «Odd Fellows» o los «Caballeros de Pitiasx. Los cofundadores, el secretario general y Terence Powderly, que se convertiría en el «Gran Maestro Obrero» de los KOL en 1879, también pertenecían a varias fraternidades y sociedades secretas. De la masonería anglosajona que estaba en su raíz y del amplísimo y colorido mundo paramasónico estadounidense del que formaban parte, heredaron no solo el ritualismo, sino restricciones como la no admisión de mujeres y sobre todo un abierto armonismo social. Si los KOL tenían tendencias socialistas, ciertamente no se encontraban en la dirección nacional.
Desde su fundación, aceptaron trabajadores de todos los oficios, no solo cortadores. Reclutaron principalmente en lugares que habían sufrido el colapso de los sindicatos nacionales en 1873. Se expandieron por Pensilvania, Indiana, Ohio, Illinois, Maryland, Nueva York, Nueva Jersey y Massachussetts, pero nunca más al oeste que Pittsburgh. El secretismo de la Orden, sin embargo, pronto comenzó a resultar una carga. La represión de los «Molly Maguires», una sociedad secreta irlandesa que articuló la resistencia de los mineros de Pennsilvania, suscitó sospechas sobre toda sociedad secreta obrera. Además, el carácter secreto de la orden dificultaba ganar nuevos miembros. Una petición de 1875 de la Asamblea Local 82, detallaba por ejemplo las dificultades que sufría el reclutamiento, solicitando a la asamblea de su distrito que «tomase medidas para hacer público el nombre de la Orden, para que los obreros supieran de su existencia».
Una vez que los KOL hicieron pública y abierta su organización, la reestructuraron para dar cabida a muchos más trabajadores en sus filas. A diferencia de muchos otros sindicatos estadounidenses de la época, pasaron a aceptar trabajadores no cualificados, mujeres y negros. Despojados de su vieja piel mística, se convirtieron en un sindicato capaz de desempeñar un papel extraordinariamente significativo en el movimiento obrero estadounidense. La clave: mantuvieron de la organización paramasónica la organización en secciones locales, es decir, rompieron la división por oficios de los sindicatos artesanales. Al hacerse públicos y abrir las puertas de sus grupos locales, habían ganado la capacidad de organizar a la mayoría de la clase obrera.
Marx y Engels creían que un movimiento sindical de este tipo, que trascendía los límites de la división en oficios, desempeñaba en aquel momento un papel esencial en la constitución del proletariado en clase. No es de extrañar que Engels considerara que, para que el movimiento obrero estadounidense prosperara, los socialistas necesitaban trabajar con y en los «Caballeros del Trabajo». Engels señaló que el sindicato no solo era una expresión genuina del proletariado en EEUU sino que era su primera organización unitaria de extensión nacional. Veía sus numerosas tensiones internas como algo natural en una organización que todavía intentaba encontrar su dirección política. Por esa misma razón, los miembros del SLP decidieron «penetrar» los KOL para impulsarlos «desde dentro». Daniel de León se unió a la Asamblea del Distrito 49 de los KOL y se convirtió pronto en una referencia. Algunos de estos delegados se unieron al SLP.
Los KOL estaban lastrados por una dirección derechista, representada por Terence Powderly, quien promovía una política xenófoba hacia los «coolies» y rechazaba el uso de la huelga. Siendo la clase obrera una clase universal, su movimiento debe superar no sólo las divisiones artesanales, sino también las falsas divisiones «raciales» y «nacionales». Las huelgas deben partir de sus propias necesidades sin importar las divisiones que el capital impone en el puesto de trabajo para hacer más efectiva su propia dominación.
Por lo tanto, la destitución de Terence Powderly de la dirección se convirtió en uno de los objetivos de los socialistas en los KOL. El intento, sin embargo, terminó en fracaso porque, aunque Terence Powderly abandonó la dirección del sindicato, su reemplazo se dedicó a propagar la última moda de la izquierda pequeño burguesa en el diario oficial de los KOL: el «free silver», la idea de que una política monetaria expansionista, basada en el abandono del patrón oro y la adopción de la plata como garantía de la moneda, aceleraría el crecimiento económico. Lo que fue aún peor, H.B. Martin obtuvo el puesto de editor del periódico sindical, cobrando del partido demócrata por publicar propaganda demócrata. Posteriormente, en la asamblea general de 1895, la representación de la Asamblea Local 1563, o sea la agrupación en la que militaban Daniel de León y el núcleo del miembros del SLP, fue rechazada en medio de un aluvión de maniobras corruptas.
La experiencia en la AFL no fue mejor. La AFL, a diferencia de los KOL, organizaba exclusivamente a los trabajadores especializados, lo que excluía en la práctica a mujeres, negros e inmigrantes. No es de extrañar que compartiera la posición de la dirección de los KOL sobre los trabajadores chinos. Su modelo se definía como «sindicalismo puro y simple» («plain and simple»), es decir, rechazaba la actividad política.
Su modelo de organización nacional significó un paso atrás, del sindicalismo de industria, transversal, capaz de unir distintos oficios a nivel nacional, a un modelo «profesional» en el que los sindicatos «nacionales» representaban los intereses particulares de un grupo de cualificación particular. Siguiendo el modelo del «Congreso de Sindicatos Británicos», la AFL hacía hincapié en la negociación colectiva, las altas cuotas de sus miembros y el particularismo de oficio, expresando así la voluntad de afirmar artificialmente una diferencia «gremial» enfrentada a la gran mayoría de la clase, que estaba formada por millones de inmigrantes que ocupaban puestos de trabajo sin cualificación. De hecho, en 1897, la AFL apoyó que se realizara una prueba de alfabetización para inmigrantes con el fin de reducir las llegadas a Estados Unidos de nuevos contingentes de trabajadores; y en 1898 la convención de la AFL aprobó una resolución que se oponía a la organización de las mujeres trabajadoras, a las que veía también como competencia potencial y mandaba al hogar. Eran la expresión de las inercias de la última resistencia gremial a la proletarización, con la misma base que ya señalamos en el lassalleanismo.
Estos ejemplos del papel destructivo que la AFL desempeñó en el movimiento obrero transmiten muy bien la continuidad de una cierta perspectiva gremial, feudal, reaccionaria al fin, que ve en el desarrollo y crecimiento de la clase un peligro para los salarios y el status de los trabajadores cualificados. En las nuevas condiciones industriales la tradición del monopolio de oficio, con sus secretos técnicos y la importancia de la continuidad del conocimiento en el gremio, solo podía convertirse en sexismo, racismo, xenofobia y en general cualquier forma de exclusión. Es más, estas tendencias reaccionarias van a reproducirse de modo inevitable una y otra vez en los sindicatos que consoliden aparentemente, en una inevitable ilusión de colaboración de clases entre sus direcciones y las patronales, ventajas relativas para un determinado grupo de trabajadores. Engels pudo observar ya en 1871 el obstáculo que esto tipo de sindicatos podían suponer para el movimiento obrero.
El movimiento sindical, entre todos los sindicatos grandes, fuertes y ricos, se ha convertido más en un obstáculo para el movimiento general que en un instrumento de progreso; y fuera de los sindicatos hay una inmensa masa de trabajadores en Londres que se han mantenido bastante alejados del movimiento político durante varios años, y como resultado son muy ignorantes. Pero por otro lado también están libres de muchos de los prejuicios tradicionales de los sindicatos y de las otras sectas antiguas, y por lo tanto forman un material excelente con el que se puede trabajar.
Sin embargo, la AFL era un sindicato masivo e influyente y parecía lleno de potencial. En 1894, una plataforma política independiente fue adoptada por referéndum interno. La plataforma contenía diez puntos: el décimo punto exigía la propiedad colectiva de todos los medios de producción y distribución. El referendum fue animado por sindicatos afiliados a la AFL, entre los que se encontraba el sindicato de cigarreros y el de impresores. Sin embargo, la posterior convención nacional en Denver, descartó sus resultados por completo.
Los miembros del SLP no eran los únicos que intentaban revolucionar la AFL desde dentro. La Federación Central de Trabajo también lo había intentado, aunque sin éxito. En 1890 se formó la «Central Labor Federation» (CLF). Un organismo sindical centralizador que promovía un «nuevo sindicalismo». Hizo hincapié en la acción política independiente, así como en la organización económica de la clase obrera. Una cláusula en los documentos constitutivos de la CLF, establecía que:
Todo sindicato afiliado a esta Federación Central del Trabajo de Nueva York declara que se opone a los partidos políticos existentes de los capitalistas, y favorece la acción política independiente de los trabajadores organizados
La CLF se fusionó con la «Central Labor Union» (CLU) en 1889, pero se separaron de nuevo en 1890 durante la campaña electoral de 1889. Tanto el «Workmen’s Advocate» como el «Volkszeitung», las dos principales cabeceras socialistas del momento, denunciaron la corrupción de la CLU durante esta campaña. En represalia la CLU expulsó a los reporteros de ambos periódicos, lo que a su vez propició que la CLF se separara de la CLU. La CLF intentó entonces recuperar su antigua afiliación a la AFL. Samuel Gompers se negó aduciendo que la CLF había admitido a miembros del SLP como delegados, lo que según él contradecía el carácter apolítico de la AFL. La CLF, junto con el SLP, se dio cuenta entonces de que era necesario romper con el sindicalismo «puro y simple» de Gompers para asegurar el avance del movimiento obrero.
Paralelamente a la CLF estaban surgiendo organizaciones de un nuevo tipo. La «United Central Labor Federations» (UCLF) tenía una estrecha relación con el SLP y prohibía a sus organizaciones centrales «apoyar a los candidatos de cualquier partido que no sea un partido obrero de buena fe» o permitir que «cualquiera de sus constituyentes lo hiciera». Dos años más tarde, la CLF de Nueva York propuso la formación de un sindicato nacional compuesto por centrales sindicales. La junta ejecutiva general de la UCLF imprimió 200 cartas para promover la idea entre los organismos centrales de cada sindicato. Se forma así la «Socialist Trade and Labor Alliance»(ST&LA). Agrupa a la UCLF, a la Asamblea del Distrito 49 de los KOL, que era el corazón de su tendencia socialista, a la CLF, a la «Socialist Labor Federation», a los «United Hebrew Trades», y a una pequeña central de Nueva Jersey.
Es 1894 y el SLP decide entonces poner fin a su política de «penetración» en KOL y AFL. Habían llegado a la conclusión de que no podían ser «revolucionados» desde dentro porque sus problemas eran sistémicos. La AFL y los KOL se habían convertido en un obstáculo al desarrollo de la lucha de clases en EEUU. El aislamiento de la fracción socialista en ellos demostraba la imposibilidad de modificar la trayectoria y la práctica política de los poderosos «líderes sindicales» y sobre todo, la abrumadora cotidianidad de una práctica organizativa que hacía gala de apuntalar y profundizar las divisiones artificiales impuestas a los trabajadores (cualificación, origen, sexo, raza...).
El «nuevo sindicalismo» del que hablaba Engels en aquellos años era una consecuencia natural de la necesidad de avanzar del movimiento de clase. La mayoría de la clase, los trabajadores no cualificados de las fábricas, era la que impulsaba la formación de estos nuevos sindicatos superadores de los sindicatos artesanos reconvertidos en sindicatos de oficio. Por eso, los nuevos sindicatos tenían una perspectiva política distinta. Los viejos sindicatos expresaban una política excluyente y artesanal, con una lógica de «defensa gremial» frente a la proletarización que solo podía ver en los nuevos contingentes de trabajadores no cualificados que se unían a la producción (mujeres, negros, nuevos migrantes) una «competencia desleal». Los «nuevos sindicatos» representan en cambio el futuro de homogeneización y masificación de la clase trabajadora que estaba empezando a tomar forma. Por eso, mientras los sindicatos profesionales de estilo británico, dan un papel centrar a ser «instituciones reconocidas», promoviendo el «apoliticismo» o al menos la «neutralidad política» del sindicato, las nuevas organizaciones, abocadas a la movilización del proletariado como clase, no como suma de oficios, luchan instintivamente por una existencia política independiente.
En 1886 el partido celebró su novena convención anual, la primera de amplitud realmente nacional, en el Grand Central Palace de Nueva York. Por primera vez la gran mayoría de miembros, correspondientes a los 12 estados más industrializados, estaban representados por noventa delegados elegidos directamente en sus asambleas y no por miembros de Nueva York que toman sus votos ante la imposibilidad de financiar los viajes desde los estados.
En el tercer día de la convención, después de que Hugo Vogt, el delegado de ST&LA, diera un discurso explicando la situación sindical, Daniel de León propuso la siguiente resolución:
Considerando que tanto la AFL como la KOL, o lo que queda de ellas, han caído perdidamente en las manos de líderes deshonestos e ignorantes;*
Considerando que estos cuerpos se han convertido en los baluartes del capitalismo, contra los que todo esfuerzo inteligente de la clase obrera por emanciparse se ha hecho pedazos hasta ahora;
Considerando que la política de «propiciar» a los dirigentes de estas organizaciones ha sido probada durante mucho tiempo por el movimiento progresista, y es en gran medida responsable del poder que estos dirigentes han ejercido en la protección del capitalismo y la venta de los trabajadores;
Considerando que ninguna organización sindical puede lograr nada para los trabajadores que no proceda del principio de que un conflicto irreprimible se libra entre el capitalista y la clase obrera, conflicto que sólo puede resolverse con el derrocamiento del primero y el establecimiento de la Mancomunidad Socialista; y
Considerando que, el conflicto es esencialmente político, necesitando los esfuerzos políticos y económicos combinados de la clase obrera;
Resolvemos que celebramos con alegría absoluta la formación de «Socialist Trade and Labor Alliance» como un paso gigantesco para deshacerse del yugo de la esclavitud asalariada y de la clase de los ladrones capitalistas. Llamamos a los socialistas del país a llevar el espíritu revolucionario de la ST&LA a todas las organizaciones de trabajadores, y así consolidar y concentrar al proletariado de América en un irresistible ejército con conciencia de clase, dotado tanto del escudo de la organización económica como de la espada del voto del Partido Socialista Obrero («Socialist Labor Party»).
En la conferencia participaban también partidarios de mantener la actividad en la AFL como G.A. Hoehn, Erasmus Pelenz, o Frank Sieverman. Pero a pesar de su oposición la resolución de Daniel de León fue aprobada por una abrumadora mayoría de 71 contra 6.
El pánico y el acoso del ST&LA
En la campaña del noveno distrito del congreso de 1892, Daniel de León recibiría 4.300 votos, un claro avance para el SLP que mostraba que el enfrentamiento con el viejo modelo sindical movilizaba a la base trabajadora. Pero en 1893 estalla el «gran pánico», la última gran crisis del capitalismo ascendente. El desempleo escala del 3 al 14,5% en 1896. Hay una cierta desbandada del proletariado y expropiaciones masivas en el campo. El movimiento «free silver» se convierte en la moda política de la pequeña burguesía y arrastra trabajadores que se agarran a cualquier esperanza de un alivio rápido. En las elecciones de ese año de León obtiene un número de votos comparativamente menor pero aún numéricamente significativo, especialmente en un ambiente tremendamente polarizado alrededor del populista («People's Party») William Jennings Bryan.
Bryan, aunque fue derrotado el día de las elecciones, fue el candidato más popular. Su derrota se debió a la presión del poder económico superior de los capitalistas industriales frente al poder de la clase media respaldada por los barones de las minas de plata. Los trabajadores de los centros industriales se vieron amenazados por el cierre de molinos y fábricas en caso de que no votaran contra Bryan.
La derrota populista en plena crisis económica abría una oportunidad para la SLP y el ST&LA... que no pasó desapercibida para las direcciones sindicales. Los «liberados» que se habían unido a la ST&LA fueron sobornados con promesas de buenos trabajos sindicales si se volvían en contra de la organización: la CLU «compensó» a Ernest Bohm con una pensión y el trabajo de secretario de registro en la CLU. Hombres como Morris Hillquit, que era abogado y más tarde se convertiría en especulador en Wall Street, o Abraham Cahan que se enriqueció con el movimiento sindical, vieron en Daniel de León la fuerza que había que derrotar para parar el peligro creciente de un desarrollo del ST&LA, le señalaron y comenzaron una campaña de descalificaciones. Los del «Volkszeitung», cuyos ingresos provenían de los sindicatos «puros y simples» ya que dependían de sus donaciones y contribuciones financieras, se unieron en la denuncia de la «tiranía» de Daniel de León, a la que etiquetan como «DeLeonismo» y hacían responsable de haber llevado a la «división» al movimiento sindical.
El Volkszeitung apoyó la postura adoptada por el partido, pero de manera poco entusiasta, y a escondidas sus editores e informes, de los que había más de un puñado, se pusieron del lado de la oposición. Ya habían perdido algunos anuncios de los sindicatos «puros y simples» en su periódico, por no hablar de las donaciones al Volkszeitung, ya que había muchos de estos sindicatos llamados progresistas que donaron una suma al partido o a la Conferencia del Volkszeitung, una organización de delegados de varios sindicatos y sociedades de beneficencia levantada con el propósito especial de mantener vivo el Volkszeitung. Tal donación daba al «sindicato progresista» donante la absolución de los pecados cometidos y de los que se cometerían contra el movimiento socialista.
La oposición comenzó su campaña de desprestigio contra el SLP llamando a la ST&LA un sindicato de oposición («olvidando» convenientemente que la AFL operaba como un «sindicato de oposición» a los KOL) y asustando a los trabajadores haciéndoles pensar que la ST&LA, al debilitar la influencia de esos sindicatos «puros y simples», los haría más vulnerables ante los ataques de los capitalistas. Acusaron a la ST&LA de ser «firme y sólida como el Peñón de Gibraltar, no se mueve en absoluto, no progresa». Los opositores también comenzaron a propagar la mentira de que la oposición estaba siendo despiadada y dictatorialmente aplastada por los «DeLeonistas», una mentira perpetuada en los relatos históricos del SLP. La realidad era que la crítica tenía espacio garantizado y que sólo se echaba a los culpables de conductas atroces.
Mientras tanto, el SLP continuó ganando fuerza mientras la oposición se frustraba continuamente en sus intentos de cambiar el curso de la política del partido. El SLP obtuvo importantes logros electorales en 1897 (55.000 votos) y 1898 (82.000) y empezó a generarse un flujo de militantes del «People’s Party» al partido. A iniciativa de la oposición se realizaron varios referéndums para cambiar la orientación del partido, pero los opositores fueron derrotados «democráticamente» en todos ellos. Se quejaron de la «injusticia» de la expulsión August Waldinger y Ernest Bohm, miembros de la CLF, que habían sido separados de la ST&LA acusados de corrupción. Aprovecharon todas las posibilidades y medios a su alcance para calumniar a la ST&LA. Por ejemplo, acusaron a la ST&LA de actuar como esquiroles durante una huelga de cigarreros, cuando en realidad era todo lo contrario, la AFL estaba aceptando reducciones de salarios y convocando huelga contra la opinión de la gran mayoría de trabajadores, mientras el ST&LA se puso a la cabeza del movimiento y arrancó subidas salariales. Pero cuando «los hombres y mujeres de la Alianza (ST&LA) se declaraban en huelga, sus puestos eran ocupados inmediatamente por los cigarreros de la AFL, estos eran en realidad los esquiroles».
Todo valía contra el ascenso del ST&LA, incluido el antisemitismo. En aquellos años el «tabaco turco» se expande con el aumento de la venta de cigarrillos. Fábricas enteras se trasladan desde Smirna, donde la mayoría de los obreros son judíos. Así que desde la FLA empiezan a definir a la ST&LA como un sindicato «compuesto por unas dos docenas de judíos polacos» y «esquiroles» que eran «sólo judíos». Aunque tampoco se privaban de decir a los trabajadores judíos que los «esquiroles» de la ST&LA eran «sólo gentiles ignorantes».v
Pero a pesar de todo, la «oposición» no avanzaba. Tuvieron que recurrir a lo que hicieron con los lassalleanos en 1889, un «golpe». El 9 de julio de 1899, se convocó una falsa reunión del Comité General de la Sección del Gran Nueva York para el día siguiente. La reunion «destituyó» a todos lo cargos locales, estatales y nacionales del Partido y «eligió» otros nuevos. Acto seguido: planearon tomar las oficinas del SLP. Cuando llegó la noticia de que los opositores planeaban hacer una redada en las oficinas del SLP en el «184 William Street», unos treinta miembros del SLP se reunieron allí preparados para defenderlas. Henry Slobodin y Loewenthal fueron a exigir la entrega de la propiedad del partido y los sellos de la oficina pero fracasaron en su intento.
Luego, los asaltantes fueron contra los miembros del SLP del distrito 18º. La lucha continuó hasta que llegó la policía y dispersó a los «Volkszeitung». El nuevo SLP de los «golpistas» comenzó a publicar un diario con la misma cabecera que el del partido e instaló a su comité nacional en una sede propia mientras entablaba acciones legales para obligar al partido a retirar sus candidaturas electorales, que también coincidían en nombre y símbolos con las del partido «clónico».
Las dificultades económicas y la presión incesante de la burocracia sindical y el «fake SLP» acabaron paso a una ola de desmoralización. El SLP terminó ganando todas las batallas legales con los «golpistas» de 1899, lo que significó su fracaso total. Para afirmarse, el comité nacional de los «golpistas» convocó una convención nacional en Rochester. La convención condenó a la ST&LA y adoptó una resolución que pedía una «rápida fusión» con el «Partido Socialdemócrata» para formar «un partido socialista fuerte, armonioso y unido»: el «Socialist Party of America» (SPA).
La convención de 1900
El SLP para entonces vivía para resistir las andanadas de los «labor fakers»... lo que no podía sino separarlo de la lucha de clases real y debilitarlo realmente, que es lo que perseguían sus acosadores. En la décima convención nacional a principios de junio de 1900, el SLP decidió abandonar las «reivindicaciones inmediatas» presentes en las plataformas anteriores: la propiedad estatal, el autogobierno municipal, el impuesto progresivo, la exigencia de que el estado federal fuera el único responsable de la emisión de dinero, etc. Daniel de León explicó que este marco reivindicativo era...
...el cordón umbilical que conectaba al activista con el embrión del SLP en un momento en el que teníamos que ir por ahí con el sombrero en la mano, y tratar de suavizar nuestros principios, mostrando a la gente lo que podríamos hacer. Y era muy peligroso, porque, al decirle a la gente lo que podíamos hacer -todo lo cual no afectaba de ninguna manera lo fundamental que buscábamos, es decir, la abolición del trabajo asalariado- simplemente notificábamos a los locos y a los capitalistas por qué puertas podían entrar en nuestra ciudadela y derribarnos.
Es decir, el fin de las consignas todavía « progresistas», que persiguen acelerar el desarrollo capitalista socializando sus formas y fortaleciendo al proletariado en el camino, típicas de los partidos obreros del capitalismo ascendente, se argumenta por la necesidad de no ser devorados por las expresiones políticas de la pequeña burguesía democrática y la burocracia sindical. No tiene nada que ver con una batalla contra el reformismo. Es llamativo que buena parte de las consignas anuladas fueran parte del programa de la Comuna de París. El cambio programático era en realidad una confesión de debilidad, porque a las «condiciones objetivas» que convertirían el comunismo en una posibilidad global y una necesidad histórica inmediata, aun no existían. Debilidad de una organización que ha quedado a la defensiva tras un acoso brutal, sistemático y sucio, y que no encontraba otra manera de deslindar campos y afirmar un terreno de clase que reducir su programa a lo que entonces no podía ser sino «programa máximo» no inmediatamente aplicable.
Otra expresión de este paso a la defensiva es la exclusión de los militantes que mantuvieran puestos en los viejos sindicatos. La conferencia de 1900 aprobó que:
Si algún miembro del Partido Socialista del Trabajo acepta un puesto en una organización sindical «pura y simple», será considerado como antagonista del SLP y será expulsado. Si un funcionario de un sindicato u organización laboral llana y simple solicita ser miembro del Partido Socialista del Trabajo, será rechazado.
Henry Kuhn, el secretario nacional del partido, se opuso decididamente a la nueva política:
Cuando se repasan los discursos pronunciados en la convención que defienden esta medida, a uno le llama la atención la afirmación, siempre reiterada por la mayoría de ellos, de que protegería a nuestros miembros contra la contaminación «pura y simple»; que si no se adopta la medida, los sobornos que se les ofrecen por ser funcionarios de tales organizaciones los corromperían, y que esta corrupción se extendería luego al Partido.
Era incapaz de ver nada bueno, por el contrario, considerando que la adopción de tal medida causaría mucho daño, me opuse a ella. La idea de «proteger» a los miembros del SLP de esa manera no me pareció muy convincente. Pensé que muchos de ellos podrían ser capaces de cuidarse a sí mismos y, si había algunos que no podían o no querían, podríamos librarnos de ellos como individuos en lugar de «protegerlos» mediante una legislación preventiva tan amplia.
También estaba en la Secretaría Nacional del Partido. Tenía a mi alcance el pulso de la organización. Sabía mucho sobre las condiciones locales y pensaba que tenía una idea bastante clara de lo que podía pasar si se daba ese paso. El «labor faker» no era una especie extraña para mí y sabía que el sindicato «puro y simple» estaba dominado en gran medida por los intereses capitalistas e incluso empapado por la ideología burguesa, pero no olvidaba que la mayoría de estas organizaciones se formaron, sin embargo, en respuesta a la presión de la lucha de clases y que ofrecían un espacio legítimo para nuestra propaganda. La excepción, cuando tales sindicatos se forman bajo el mandato del jefe, no altera este hecho general. Cuando se formaron tales organizaciones, se esperaba que nuestros miembros, mejor preparados que sus compañeros de trabajo, tomaran el cargo.
Obligados a rechazarlo, porque su Partido lo prohíbe, se encontraron en una posición que requería más de lo que se puede esperar de una persona normal. En lugar de que las bases del sindicato se impresionaran con la integridad de nuestra posición, ocurrió todo lo contrario. La base, naturalmente, consideró tal actitud como un acto de hostilidad contra ellos mismos y consideraron al partido que lo ordenó como una fuerza hostil. Por lo tanto, significaba que nuestros miembros tenían que abandonar el campo y dejar al «labor faker» el control absoluto. Al final fueron el «labor faker» y el «Socialist Party of America» los que salieron ganando con la situación.
Con el tiempo, los acontecimientos demostraron que habíamos tensado demasiado el arco y cuando, unos años más tarde, el Partido acabó abandonando esa posición, el daño estaba ya hecho y no podía ser reparado fácilmente. En todos los años que De León y yo estuvimos trabajando juntos, nunca habíamos diferido en ningún asunto de importancia hasta que él luchó para que se adoptara esta medida. Por mucho que yo respetara sus capacidades de previsión y de razonamiento, no me podía convencer. Sin embargo, la oposición a la medida tuvo poca importancia, ya que la situación era tal que fue aprobada por la mayoría en la convención y en la siguiente votación general del Partido.
La Convención de 1900 también autorizó hacer diario el periódico de la organización. Era un esfuerzo arriesgado, pero el arma principal de los «opositores» era la prensa. El partido «clónico» también había impreso un periódico «clónico» con misma la cabecera de la organización como si fuera legítima y sus listados de suscriptores y miembros para enviar sus ataques. El «Volkszeitung» hacía suyas las peores calumnias y con tal de debilitar al SLP era capaz de apoyar llegado el caso hasta a los anarquistas. Pero el nuevo «Daily People» del SLP legítimo pronto sería una carga insostenible para la organización y para los propios trabajadores de la redacción. El mismo Daniel de León no cobró su salario de editor durante más de un año y medio.
El SLP estaba claramente contra las cuerdas. El enésimo intento de formar en EEUU un partido y un sindicalismo de clase parecía caerse a pedazos. La desmoralización campaba por sus respetos. Mientras, el «nuevo» partido, el SPA, arropado por los poderosos sindicatos conciliadores y con una importante base entre los pequeños propietarios rurales era una fuerza políticamente prometedora. Resultado: el SLP perdía militancia, el SPA la ganaba.
A lo largo de este período, además de traducir obras marxistas al inglés, Daniel de León desarrollo su análisis de los sindicatos «puros y simples» criticando el papel que éstos comenzaban a desempeñar en el sistema capitalista. Escribiría lo que se convertiría en una de sus obras más importantes: «Dos páginas de la historia romana». En ella señalaba con ejemplos concretos cómo la burocracia sindical participa en la explotación de los trabajadores solidarizándose con los intereses del capital. Al hacer comparar a los dirigentes sindicales con el tribuno de la plebe, Daniel de León señalaba exactamente la función real que los sindicatos tenían ya en aquel momento: servir de mediador entre la clase explotadora y la explotada para evitar una revolución. Como los «Tribunos de la plebe» romanos, eran en realidad baluartes de la clase dirigente.
[El líder sindical] tiene éxito en su doble juego -ese es el hecho importante. Y ese hecho hace que el líder sindical de hoy, al igual que el líder de la plebe de antaño, sea una posición enmascarada, un puesto estratégico y una fuerza que apuntala el capitalismo, y cuya naturaleza misma no puede sino operar desmoralizando desastrosamente a la clase obrera.
La perspectiva de la moral comunista no estaba en absoluto fuera de lugar. No solo por lo que habían vivido en el SLP sino porque
Solo el camino hacia la servidumbre necesita modos contemporizadores; el camino a la libertad requiere de mano dura. La sátira, el doble sentido y la calumnia pueden responder al propósito de un Movimiento en el que el proletariado actúa sólo en el papel de bestia de carga inconsciente. La sátira, la calumnia y el doble sentido son totalmente repelentes a la Revolución Proletaria y son repelidos por ella.
Declaré en la introducción de «Los cánones de la Revolución Proletaria» que estos cánones encajan entre sí, ya que todos proceden de un principio central. Ese principio central puede ser tomado ahora como el décimo de estos cánones. Los resume todos. No puedes dejar de percibirlo a través de todos los demás. Esto es: 10. La Revolución Proletaria es hacedora de carácter.
La organización proletaria que quiere ser tributaria del amplio ejército de la emancipación proletaria nunca podrá protegerse suficientemente contra algo que pueda tender a corromper a sus miembros. Debe intentar promover el carácter y la fibra moral de la masa. El carácter es una marca distintiva de la Revolución Proletaria. En primer lugar, en la larga serie de errores de los Gracos se encuentra la medida de Cayo haciendo gratuita la distribución de granos. Con ese acto redujo al proletario romano a mendigo. Los mendigos sólo pueden desertar y transigir; no pueden llevar a cabo una revolución. Sus energías consumidas por los retoques de las «formas»; su intelecto resquebrajado por posturas ilógicas; su moral arruinada por paliativos; el límite de su dignidad revolucionaria embotado por los «precedentes»; su vigor mental paralizado por la veneración de lo innoble; su confianza en sí mismo quebrantada por apoyarse en elementos hostiles; su resolución deformada por la sopa boba; sus mentes desocupadas por la retórica; sus sentidos entretenidos por pantomimas; finalmente, su carácter moral arrastrado a la zanja del mendigo - ¿en qué puede sorprendernos que, en el momento en que el proletariado romano había de dar la talla, se entregara como mendigo, hiciera las paces con el Usurpador y dejara a sus líderes en la estacada?
La necesidad de que el proletariado afirme sus intereses de clase de forma políticamente independiente es también inseparable de su necesidad de abolir esas falsas divisiones que le impiden hacerlo. En «Disturbios raciales» (1900) la perspectiva moral comunista, los fundamentos del centralismo y la necesidad de lucha del proletariado para desarrollar su propia existencia se funden en unas líneas memorables.
Una avalancha de ignorancia está saliendo de los periódicos sobre la matanza de los negros en Nueva Orleans por la multitud. Se dan varias explicaciones, todas tontas, y se sugieren muchos «remedios», cada uno más loco que el anterior.
La guerra en Nueva Orleans no es entre blancos y negros. Es una guerra entre trabajadores, y el premio por el que luchan es un «trabajo»; y ese trabajo significa para ellos lo mismo que el cadáver del animal, sobre el que luchan dos salvajes, significa: vida o muerte.
Cuando los vulgares editores hablan del «odio racial» y atribuyen los disturbios a eso, simplemente muestran su crasa ignorancia. Vivimos en una época en la que las comodidades de la vida, y toda la riqueza material necesaria para llevar la felicidad a todos los seres humanos, puede ser producida en abundancia. No hay necesidad de que un ser humano pase hambre, no tenga hogar o esté desnudo. El genio inventivo del hombre ha desarrollado la herramienta hasta ese punto, y ha guiado las fuerzas naturales hasta ese grado, que la abundancia es posible para todos.
Pero entre esa abundancia y su disfrute por parte de los hijos de los hombres se interpone un obstáculo. Ese obstáculo es el sistema social moderno, el capitalismo, y sus defensores y beneficiarios son la clase capitalista.
Frustrados y desconcertados por este obstáculo, mirando con anhelo esa abundancia de riqueza que la clase capitalista les prohíbe tocar, los ignorantes obreros, blancos y negros, en lugar de luchar contra el capitalista, con la riqueza y la libertad como premio en juego, caen en la lucha entre sí; y lo que está en juego en ese conflicto es: la muerte para el perdedor; la pobreza, la miseria y la esclavitud asalariada para el ganador.
Más horrible que la batalla de los salvajes que pelean por la carne, es esta lucha entre trabajadores. Tiene como resultado la supervivencia del esclavo. No se puede concebir un espectáculo más brutal y desmoralizador.
¡Cuán fuerte se hace el deseo de acabar para siempre con un sistema y una clase responsable de esta manifestación de atavismo social! ¡Qué odio amargo debe llenar el pecho del proletario con consciencia de clase hacia los verdaderos autores: la clase capitalista!
A la labor, pues, de organizar y educar al proletariado, a luchar por la riqueza y la libertad, y no por la pobreza y la esclavitud; a luchar contra sus amos y no contra sus compañeros esclavos, y a conseguir esa victoria en la guerra de clases que pondrá fin para siempre a los disturbios raciales.
Los IWW
Mientras tanto la ST&LA no acababa de cuajar como alternativa sindical nacional. Sus huelgas más importantes tuvieron lugar en Slatersville -Rhode Island- y en Pittsburgh. La primera, contra la «Steel Pressed Car Company», terminó en triunfo, pero la segunda, de trabajadores textiles, acabó con el cierre de la empresa.
La ST&LA, aunque significaba un enorme avance con respecto a los sindicatos gremiales, todavía arrastraba restos de los KOL en su forma de organización. El tiempo de las huelgas de empresa, al «viejo estilo» del capitalismo ascendente, estaba pasando ya. La Revolución rusa de 1905, una huelga de masas, daría un aviso luego confirmado por los movimientos de 1909 en España y Chile. Las nuevas huelgas tendían a extenderse territorialmente agrupando industrias muy diferentes y tomando un cariz abiertamente revolucionario. Ese mismo año, la ST&LA, se integraría en los «Industrial Workers of the World» (IWW).
Los IWW habían nacido en Chicago en 1904 de la iniciativa de seis dirigentes obreros: William E. Trautmann (editor del «Brauer Zeitung», el órgano oficial de los «United Brewery Workmen»), George Estes (Presidente de la «United Brotherhood of Railway Employees»), W.L. Hall (Secretario General y Tesorero de la misma organización ferroviaria), Isaac Cowen (representante estadounidense de la «Amalgamated Society of Engineers of Great Britain»), Clarence Smith (Tesorero y Secretario General del «American Labor Union»), y Thomas J. Hagerty (editor de «Voice of Labor», órgano de este último sindicato). Respondían a la necesidad de intervenir efectivamente en el movimiento obrero. Los sindicatos industriales -organizados por empresas y sectores-, como el «American Labor Union», la «Western Federation of Miners» o la ST&LA, aunque apuntaran en la dirección correcta, no podían ser un contrapeso efectivo a los sindicatos de los oficios mejor remunerados, como la AFL. Los seis deciden enviar una carta de invitación a treinta destacados socialistas y activistas obreros.
En la conferencia de enero de 1905 se encontrarán Charles H. Moyer (Presidente de la «Federación de Mineros del Oeste»), William Haywood (Secretario del mismo sindicato), J.M. O’Neill (editor de «Miners’ Magazine»), A.M. Simons (editor de la «International Socialist Review»), Frank Bohn (del SLP y de la ST&LA), T. J. Hagerty, C.O. Sherman (de la «United Metal Workers»), y «Mother Jones». Elaborarán un Manifiesto que criticando a los los sindicatos de oficio y proponiendo la creación de un órgano que cumpliera con la misión que estos sindicatos no podían realizar. La convención de junio convocada por el Manifiesto tuvo doscientos participantes. Fue la «Primera Convención Anual de los Trabajadores Industriales del Mundo». Daniel de León y otros doce delegados de la ST&LA asistieron a esta convención.
IWW no comenzó como un proyecto anarcosindicalista. Fue concebida por socialistas como un órgano que dotaría de una dirección política a las reivindicaciones de la clase obrera, diferenciándose de todo lo que representaba la AFL y el sindicalismo «puro y simple». El preámbulo a los estatutos y declaraciones del primer congreso de la IWW remarcaría ésto con las famosas «tres claúsulas».
No puede haber paz mientras que el hambre y la carencia se encuentren entre millones de gente trabajadora y los pocos, de quienes se compone la clase que emplea, tienen todo lo bueno para la vida. La clase trabajadora y la clase que la emplea no tienen nada [ningún interés] en común. Entre estas dos clases la lucha tiene que continuar hasta que todos los trabajadores se unen en el campo político, así como en el industrial, y se apoderen de aquello que ellos producen con su trabajo por medio de una organización económica de la clase trabajadora sin ninguna afiliación con partido político alguno
Poco después del congreso, Daniel de León pronunciará su discurso «El Preámbulo de los Trabajadores Industriales del Mundo», más tarde rebautizado «Reconstrucción socialista de la sociedad». Se trata de una serie de comentarios sobre estas tres claúsulas. Sobre la primera se centra en refutar la noción, propagada por la clase dominante, de que el bienestar del proletariado solo es posible con la prosperidad de la burguesía; insistiendo en que, los intereses de la clase trabajadora son antagónicos a los de la acumulación de capital. Curiosamente este comentario fue utilizado después, por la bibliografía stalinista norteamericana como supuesta «prueba» de su lassalleanismo. Pero la verdad es que nunca tuvo tales posiciones. Todo lo contrario, entendía que los salarios más altos no implicaban necesariamente niveles de precios más altos y que:
una organización económica con consciencia de clase, es decir, el sindicalismo de clase, impediría que un aumento de los salarios fuera neutralizado por un aumento de los precios.
Sobre el segundo punto, insistió en el antagonismo entre las clases, afirmando que el nivel de vida de la clase obrera continuaba deteriorándose mientras que la burguesía continuaba expandiéndose a su costa. Pero los comentarios más interesantes para entender sus posiciones posteriores contra el anarquismo en el seno de la IWW, son los de la tercera cláusula. Insiste en que la lucha de clases es tanto política como económica. El rechazo de lo político significaría el rechazo de la necesidad del proletariado de capturar el poder político y por lo tanto dejaría a la clase obrera impotente contra los ataques de la clase capitalista.
La metáfora del escudo y la espada que había usado años antes se invirtió. El sindicato ya no era representado como el escudo, es decir, aquello que protegería a los trabajadores de los ataques en el terreno político. Ahora la organización industrial era la espada, el «poder» («might») de la clase obrera, mientras que la «política» era el escudo, o el «derecho» («right») que protegería los avances del proletariado organizado como clase en el sindicato. Pasó acto seguido a pensar los sindicatos como los órganos que «tomarían y sostendrían» la maquinaria de producción después de la revolución.
Pensar en el partido como una organización «administrativa» de lo político le llevó a pensar que el partido sería abolido inmediatamente después de que la revolución se llevara a cabo, ya que la única razón de ser de un partido político era «competir con el capitalismo en su propio terreno: el campo que determina el destino del poder político». Es decir, pensaba los partidos obreros desde la perspectiva parlamentarista, exclusivamente como partidos y maquinarias parlamentarias especializadas en la reforma legal, algo así como «lobbies» de clase.
Coherentemente con esa perspectiva, consideró que el «movimiento político» usurparía el poder de la «administración central de la organización industrial» si prolongaba su existencia tras el triunfo. Más tarde, su comprensión de la política se transformaría a través de la lucha contra los anarquistas en la IWW.
Pero la primera escisión de la IWW, no fue entre anarquistas y los marxistas, sino entre los grupos que representaban a los últimos oficios especializados y los que entendían que la organización de la mayoría del proletariado, los trabajadores no cualificados, era absolutamente necesaria para el desarrollo del movimiento. Los primeros fueron calificados por sus oponentes como los «reaccionarios» y «farsantes», mientras que a los segundos se les denominaba «revolucionarios» o «esclavos asalariados».
Víctor Berger y otros dirigentes del Partido Socialista de América (SPA), habían prometido apoyar a los IWW si el elemento revolucionario era eliminado de la organización. «Millones de trabajadores» se unirían, aseguraron. Sherman, que venía de «United Metal Workers» y era a la sazón presidente de los IWW, no pudo resistir la tentación de beneficiarse del aumento de los ingresos que traería consigo un aumento de miembros.
Los revolucionarios celebraron una conferencia previa a la convención en Chicago el 14 de agosto de 1906, convocados por el Sindicato Local Nº 23 del Departamento de Metalurgia y Maquinaria. Enviaron una carta a los diversos locales de la IWW en Chicago, instando a la convocatoria de una conferencia preliminar para considerar las siguientes propuestas:
Primero. ¿Es necesario un presidente en nuestra forma de organización? Segundo. ¿Será esta organización la expresión de sus miembros? Tercero. ¿Quién dirigirá el trabajo de la organización? Cuarto. ¿Recibirán los sindicatos locales una copia de las actas de las sesiones de la Junta Ejecutiva General? Quinto. ¿Estarán representados los sindicatos locales en la Convención Nacional, tal como se establece en el Artículo VI de la Constitución General? Sexto. Cualquier otro asunto que la Conferencia considere necesario debatir.
¿El resultado? Los delegados de unos dieciséis sindicatos decidieron unánimemente que la posición del presidente era innecesaria, que todos los sindicatos locales debían nominar a todos los organizadores, conferenciantes, etc., que debían ser elegidos por las bases, que los informes de todas las sesiones de la Junta Ejecutiva debían enviarse a todos los sindicatos locales y estar abiertos a las bases, y que al menos dos delegados debían representar a cada sindicato local en la próxima convención.
Una vez que el cargo de presidente fue abolido en la segunda convención anual de la IWW, Mahoney, de la Federación de Mineros del Oeste, expresó sus objeciones, pero fueron rechazadas por los delegados por 342 contra 246 votos. El 2 de octubre, cuando la mayoría de la convención eligió nuevos dirigentes y proclamó la legitimidad de las nuevas enmiendas, Mahoney abandonó la convención llevándose con él a otros miembros. Esta facción organizaría con Sherman una IWW falsa, tratando de quedarse -sin éxito al final- con las sedes y propiedades. El episodio sirvió para mostrar la inquina que el SPA albergaba hacia los esfuerzos no sólo de Daniel de León, sino del sindicalismo de clase en general.
Pero en 1908 tendría lugar otra escisión en 1908 que cambiaría radicalmente el curso de la IWW. Cuando la convención fue llamada al orden por el Sr. St. John el 21 de septiembre de 1908, había veintiséis delegados presentes que controlaban setenta votos en total.
Dos delegados -Max Ledermann de Chicago y Daniel de León de Nueva York- fueron excluidos de los asientos de la convención. St. John, además, representando ahora la tendencia anti-política y anarquista, fue nombrado presidente permanente de la convención.
La IWW de la costa Oeste, fuertemente influenciada por un anarquismo que hizo fetiche de la figura del «hobo» -el temporero nómada-, repudiaba la política. La excusa para quitarle el asiento a Daniel de León fue que era miembro del «sindicato equivocado». Estaba presente como delegado del Sindicato de Trabajadores de Oficina («Office Workers’ Union») y sus opositores insistieron en que él, como era un editor, debería haber estado inscrito en el Local de Trabajadores de Imprenta («Printing Workers’ Local»). De esta manera, a muchos otros delegados se les negaron los asientos, convirtiendo así a la «Brigada de los impermeables», la delegación de la IWW de la costa Oeste, en la fuerza dominante de la convención.
Durante cuatro días, la convención no hizo prácticamente nada más que protestar por las credenciales y debatir la cuestión de si el Partido Socialista del Trabajo, a través de Daniel de León, intentaba controlar la IWW. Era un preludio de la disputa sobre la cláusula política del preámbulo, que se transformó en una cuestión personal: la admisión de De León como delegado. Los DeLeonistas acusaron al grupo de St. John-Trautman de convertir a la IWW en lo que llamaron un «cuerpo de trabajo puramente físico». Los DeLeonistas fueron a su vez acusados de intentar subordinar los intereses de la IWW a los del SLP.
Al final, los anarquistas lograron eliminar la cláusula política del preámbulo que decía:
Entre estas dos clases la lucha tiene que continuar hasta que todos los trabajadores se unan en el campo político, así como en el industrial
La IWW se dividió en dos, la anarquista y la «deleonista», con sede en Detroit y rebautizada como «Workers’ International Industrial Union» (WIIWU) en 1915. La principal preocupación de la facción antipolítica era acabar con la influencia del SLP. Ni siquiera era una oposición a la política en su conjunto, muchos de los que votaron eliminar la cláusula política pertenecían al SPA. El mismo Haywood, no considerándose anarquista, prefirió alinearse con ellos que con los miembros del SLP.
¿Por qué? ¿Por qué los miembros de un partido que apoyaba el «sindicalismo puro y simple», que de hecho fue creado como una reacción contra todos los principios que la ST&LA defendía, que creía que el socialismo significaba esencialmente la propiedad del Estado y que la «revolución» se haría a través de la «compra» de los capitalistas, apoyaron a los anarquistas en la IWW? ¿Por qué los anarquistas, que guardan una aversión profunda a la política, iban a aliarse con el SPA, una organización política supuestamente «socialista» que, de hecho, participaba en gran medida en las elecciones?
Como explicó el propio de León en «La reconstrucción socialista de la sociedad», en realidad no existe el abstencionismo político. El «rechazo de la AFL a la política» y su carácter gremial, era en realidad político, así como el rechazo del anarquista no sólo a la participación electoral, sino a la política en general, es en sí mismo político.
Se trata de una política capitalista, mientras que la «política» contra la que lucharon la AFL, los anarquistas e incluso los miembros de la SPA significaba de hecho la independencia política del proletariado. Daniel de León llegaría a comprender más claramente que nunca que,
El voto, no es el unico, ni el mas importante, factor en la acción política, [y solo] ignorándolo el Haywoodismo pregunta persistentemente: «¿que sentido tiene la acción política cuando el 75 por ciento de los trabajadores no son votantes?
¿Qué es «la política»? El paso de la reivindicación e imposición de las necesidades humanas sobre las necesidades concretas del capital, a la reorganización del conjunto social de acuerdo a ellas. La toma del poder político por parte del proletariado es una condición indispensable para la superación del capitalismo La ausencia de una política revolucionaria en el sindicato no impulsaba la independencia de la clase, sino al contrario, la dependencia y el sometimiento a la política y la moral burguesas.
Aunque al anarquista le guste lo espectacular y fantasee con la «destrucción» del orden existente, cuando rechaza lo político, está rechazando el poder del proletariado y su capacidad de emanciparse. Su ensalzamiento de pequeños actos de «sabotaje» y «apropiación individual», es un reflejo de su estrechez de miras; su incapacidad para ir más allá del «individuo» y percibir la materialidad y potencialidad actual de un futuro de abundancia. Dicho de otro modo: con toda su grandilocuencia y aparente radicalidad nunca deja de estar constreñido por la moral burguesa y no puede dejar de ser ese «liberal con bomba» del que hablaba Trotski.
Al igual que el anarquista, el SPA mantenía...
una posición que, de ser posible mantenerla, impediría para siempre que la clase obrera utilizara todas sus capacidades para liberarse, que se uniera y, con un propósito común, actuara como una fuerza unida tanto en el campo político como en el económico. Según este «razonamiento» del SPA la clase trabajadora estaría compuesta por dos partes; una parte constituida por hombres y mujeres «políticos» y la otra por hombres y mujeres «económicos» y que ambas partes nunca fueran nunca a reunirse.
Nosotros, los del SLP, que percibimos a la clase obrera como compuesta por una agregación de unidades individuales, que tienen los mismos intereses generales frente a los intereses de sus explotadores capitalistas, no podemos aceptar ese tipo de «razonamiento»; para nosotros este pretendido dualismo parece ser el tipo de tonterías traicioneras más rancio, calculado para confundir y desconcertar y dividir a la clase obrera en su lucha por la libertad, que requiere una acción unida en cualquier dirección que sea posible por nuestra forma de organización social.
Pero también percibimos que este aparente sinsentido y la verdadera traición tienen sus raíces en las condiciones actuales, condiciones que alimentan esta pretensión porque les interesa.
El socialista, a quien la naturaleza ha dotado de un cierto grado de previsión, cuyo horizonte mental no está limitado por las condiciones del momento, sabe que los «sindicatos» no siempre pueden seguir siendo lo que son hoy; que la evolución ulterior de nuestro sistema industrial se impondrá a la evolución de los sindicatos y que la organización económica de la clase obrera, una vez que haya superado su etapa de pañales, no se verá influida ni por un momento por este disparate de la «autonomía».
Pero el SPA no se preocupa por el futuro. Todas las perspectivas de futuro que tiene están ligadas al estado político en el que ocupará los cargos que ahora ocupan republicanos y demócratas, además de en los puestos de trabajo que se crearán cuando, por los medios propuestos de bonos, el Tío Sam, o el estado, o el municipio, se hagan cargo de una u otra industria de una parte de la clase capitalista. Pero esa no es nuestra forma de realizar el socialismo, ni es el «Socialismo» que perseguimos, y por tanto no queremos que nuestro partido se una al SPA.
Lo que dice Henry Kuhn aquí tiene todo que ver con la moral comunista. La palabra clave que usó fue «futuro». El SLP, a diferencia de la SPA y los anarquistas, compartía la convicción de la capacidad de la clase obrera para emanciparse y crear un mundo de abundancia. Esto es lo que estaba en el centro de todas sus posiciones y decisiones más importantes. El rechazo de los sindicatos reaccionarios, de la «identity politics», del apoliticismo de los anarquistas de la IWW, se basaba en la comprensión de que la clase obrera es la única capaz de derrocar al capitalismo y que debe hacer valer sus intereses de manera independiente para emanciparse de la dominación del capital.
Los anarquistas y la SPA, por el contrario, no tenían un horizonte de un futuro de abundancia, sino que soñaban con un mundo que les recompensara por sus «contribuciones» al movimiento obrero. Los anarquistas soñaban con un momento orgiástico, una fiesta destructiva, que serviría como catarsis.
Todas las maniobras, calumnias, comportamientos repugnantes e inmorales provenientes de las filas de los enemigos del SLP no fueron incidentes aislados de individuos psicológicamente desequilibrados. La realidad es que el objetivo de tales «organizaciones políticas», no tiene nada que ver con la emancipación del proletariado y todo con la perpetuación de «sí mismas». Consideran al proletariado no como la única clase capaz de derrocar al capitalismo y de crear un mundo de abundancia y una verdadera comunidad humana, sino como una fuente de poder para sí mismas, una masa a la que debe someter y dirigir para que «gobierne» sobre ella como la autoridad última. Siguen la moral de los capitalistas y no la nuestra.
Después de la IWW
En el Congreso de 1900, el SLP era el único partido socialista en los Estados Unidos. En 1904 aparece el SPA. A pesar de los llamamientos genéricos de la Internacional para establecer un debate entre ambos, el SLP no tomó la iniciativa. Fue la rama en Nueva Jersey de la SPA quien propuso una conferencia a la SLP para «conferir los mejores medios para unir a todos los trabajadores en un vasto ejército para el progreso».
Sin embargo, el manifiesto que resultó de los debates de la conferencia fue rechazado abrumadoramente por los miembros de la SPA, mientras que los miembros del SLP lo refrendaron unánimemente. El SLP informó esto al Congreso Socialista Internacional celebrado en Stuttgart, del 18 al 25 de agosto de 1907. Hubo más intentos de unidad que fueron infructuosos, como la resolución propuesta por Nueva Orleans y la resolución adoptada por un local de SPA en Redlands, California. Nada vino de la resolución de Nueva Orleans y las premisas de la resolución de Redlands no solo fueron rechazadas por la misma revista que la publicó, sino que nunca se sometió a votación de referéndum. Todo esto parecería indicar que el SPA quería fingir acatar la resolución, pero en realidad no planeaba cumplirla.
El Congreso de Stuttgart afirmó además que,
Para liberar al proletariado completamente de los lazos de servidumbre intelectual, política y económica, deben luchar tanto en el terreno político como económico. Los sindicatos no cumplirán plenamente con su deber en la lucha por la emancipación de los trabajadores, sin un profundo espíritu socialista que inspire su política.
Esta resolución al rechazar abiertamente a los sindicatos «neutrales» fortaleció las posiciones del SLP que, a pesar de los fracasos de los «intentos» anteriores de unidad con el SPA, proponer la unidad con el SPA sobre la base de la resolución. Sin embargo, después de que se propuso una convención nacional conjunta, el 2 de marzo de 1908, el SPA informó al Secretario Nacional que su Comité Nacional había rechazado la propuesta del SLP de hacer una conferencia de unidad.
Después del Congreso de Stuttgart [agosto de 1907], el Partido Socialista del Trabajo creía que el SPA había cambiado. El SLP actuó basándose en esta conclusión. Esta opinión se basó en la posición del Partido Socialista en el Congreso de Stuttgart...donde el SPA había apoyado la resolución sindical del congreso y se comprometió a cumplir con la resolución del congreso sobre la inmigración.
Por consiguiente, en la primera sesión del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista del Trabajo después del Congreso de Stuttgart, celebrada en enero de 1908, el Partido Socialista del Trabajo propuso la unidad al SPA sin otra condición que los principios de la Convención Internacional: La representación de las minorías en el Congreso, la inmigración libre y el reconocimiento de la función esencial del sindicalismo en el desempeño del acto revolucionario. El SPA rechazó la oferta
En 1914, el SPA propuso otra convocatoria de una conferencia de unidad (cuatro años después de que se aprobara la resolución de unidad de la delegación francesa en el Congreso Internacional de 1910). Después de la conferencia, celebrada con el SLP, se adoptó una resolución que declaraba que
El SPA y el SLP se unirán formando el Partido Socialista de los Estados Unidos; cada rama o local de cada partido mantendrá la misma posición en la nueva organización que tenía en la anterior. Una vez aprobada esta moción, los ejecutivos nacionales de los dos partidos convocarán una convención nacional conjunta con el fin de someter a referéndum leyes constitucionales adecuadas y adaptables a un partido socialista unido
Sin embargo, esta resolución fue rechazada por la Junta Ejecutiva del SPA. Los delegados de la SPA, enfurecidos por esto, lograron que la resolución se sometiera a un referéndum. Sin embargo, los estatutos del SPA habían sido enmendados para que un estado no pudiera iniciar un referéndum nacional. El esfuerzo no sirvió de nada.
Al negarse a unirse sobre la base de los congresos internacionales, el SPA no sólo demostró su separación del SLP, sino también su alejamiento del movimiento socialista internacionalista. Muchos militantes de base del SPA deseaban la unidad, pero su liderazgo les impedía continuamente lograrla. ¿Por qué? Porque la unidad implicaba la transformación del SPA, significaba rechazar los aspectos más fundamentales del SPA y su razón de ser. Daniel de León afirmó, con razón, en 1908:
No regocijándose por el descubrimiento de la corrección de su antigua estimación con respecto al SPA, pero lamentablemente, aún con las mandíbulas más apretadas y con el semblante más sereno, el SLP luchador perseguirá, sin temor, su carrera sin impedimentos -libre ahora ante los ojos de todos los hombres pensantes de toda culpa por el continuo espectáculo de un «movimiento socialista dividido». Hay un doble enemigo que combatir: el déspota capitalista y su caricatura política. ¡Despejen las cubiertas!
La IWW de Detroit, vinculada al SLP lideró una huelga de trabajadores textiles en Patterson en 1912 «en la que De Leon jugó un papel principal y expuso la inutilidad del reformismo». Pero tras el fracaso de la IWW original, la imposibilidad de la unidad entre la SPA y la SLP, y la experiencia de la «IWW de Detroit», de León reconsideró su concepción de la relación entre lo económico y lo político.
En las condiciones actuales, esa organización del socialismo que está destinada a aparecer primero es la política. La naturaleza misma de su misión, esencialmente propagandística, determina su prioridad. La organización política del socialismo debe ser la difusora de ese conocimiento e información que tomará forma orgánica en la organización industrial con conciencia de clase de la clase obrera, fundamento y estructura de la República Socialista. Así pues, aunque lo político es transitorio y la organización económica la formación permanente de la sociedad futura, la organización política, como el andamiaje de un edificio, debe preceder a la estructura permanente.
Daniel de León estaba volviendo a subrayar la importancia del trabajo propagandístico del partido para dar dirección al movimiento de clase. Mientras durante el tiempo que estuvo en la IWW original había visto el movimiento político como un reflejo de lo económico, ahora hablaba del partido político como impulso del movimiento de lucha.
De León murió unos meses antes del estallido de la primera guerra imperialista mundial. ¿No había sabido de las primeras huelgas de masas que desde Rusia a Chile empiezan a brotar en esa década? ¿No era consciente de la aparición histórica del soviet como organismo unitario de lucha, insurrección y poder de la clase? La verdad es que había saludado a la primera revolución rusa y dado muestras de que percibía las señales del cambio que se estaba produciendo globalmente:
El reconocimiento del poder extraparlamentario del trabajo organizado, dirigido revolucionariamente, son expresiones de una importancia que no se ve superada por ningún acontecimiento de los más importantes que han estado ocurriendo recientemente en todo el mundo.
Pero parece igualmente claro que no supo sacar lecciones de lo esencial de 1905: la huelga de masas y el soviet. Para la mayoría de los socialistas de la época, fuera de un pequeño círculo de los partidos europeos de la IIª Internacional, los análisis de Rosa Luxemburgo sobre la huelga de masas y el balance y relato de Trotski sobre la primera experiencia de los soviets, fueron inaccesibles antes de 1920. Sería la Internacional Comunista la que extendería esas lecciones y, coherentemente con ellas, una concepción del partido de clase radicalmente distinta de la de los partidos de la vieja Internacional. Lenin y Trotski todavía encontrarían en el IIº Congreso de la IC a una corriente «sindicalista-revolucionaria» surgida durante la guerra en Francia y Gran Bretaña. Debatirán entonces con ellos tratando de convencerles de que su concepción del sindicato, esa «minoría consciente de la clase obrera, esa minoría activa que debe guiar su acción, no es sino el partido; es lo que nosotros llamamos el partido».
Pero los propios Lenin y Trotski seguirían reconociendo hasta el final de sus vidas a los sindicatos como organismos de clase, cuando en realidad los cambios de fondo en el capitalismo estaban refutándolo incluso como posibilidad. Solo la izquierda germano-holandesa empezó en aquellos años un esbozo de crítica de los sindicatos y solo en los años cuarenta, saldada ya la experiencia del papel de la CNT en la Revolución española, la crítica del sindicalismo pudo llegar a sus últimas consecuencias, rescatando para ello, en un lugar destacado, al propio Daniel de León.
Testigo de una industrialización acelerada, ya por grandes unidades de producción y por zonas extensas de Estados Unidos, que inclinaba decisivamente la preponderancia demográfica del lado proletario, Daniel de León comprendió, desde finales del siglo XIX, que la tan repetida «emancipación del proletariado por el proletariado mismo», encontraba en el conjunto de esas células de producción, y a partir de cada una, el fundamento orgánico de su puesta en práctica. ¿Cómo? Tomando posesión los trabajadores de todas las unidades de producción, centros distributivos incluidos y reorganizando la producción ajustándola a criterios de consumo, no mercantiles, mediante representantes electivos nombrados en las unidades de producción mismas. A eso le llamaba de León «República Socialista». Así, lo que Marx preveía como «fase inferior del comunismo» adquiría un punto de apoyo funcional concreto, y tan certero, que hoy mismo no se columbra otra manera de acometer la supresión de las clases.
[…]La pujanza potencial de un proletariado en plena expansión numérica […] y la gran industria generalizada representaban para la revolución una facilidad objetiva superior a cuanto ofrecían entonces los países de Europa. Pero existía una contrapartida importante, un obstáculo mayor a vencer. Lo señaló con netitud y fuerza excepcionales la bien focalizada lucidez de Daniel de León. Vio que entre el proletariado y la posesión de los instrumentos de trabajo, entre la clase revolucionaria y la revolución, levantaban pétrea barrera los «líderes obreros». Sin quitarlos de en medio, imposible acabar con el capitalismo. La certidumbre de ello fue madurando durante años en la reflexión teórica de de León, fechorías sindicales mediante, y su conocimiento de la civilización antigua -ascensión y decadencia- le permitió trazar el perspícuo parangón entre los líderes de la plebe en Roma y los líderes políticos y sindicales modernos a continuación editado.[…]*
Haber alcanzado esa visión, hoy innegable y mundialmente válida, en 1902, revela una aguda penetración analítica y una capacidad de síntesis histórica preciosas para el movimiento revolucionario. Tanto más increíble parece que hayan permanecido casi universalmente ignoradas. Apenas si algunos bolcheviques tuvieron, tarde, conocimiento de de León.
«Semblanza de Daniel de León», en «Alarma», 1979
El legado de Daniel de León y el SLP son a menudo distorsionados por reaccionarios de todas las tendencias. Los ataques ad hominem, las acusaciones de «sectarismo», «dogmatismo», «autoritarismo», «snobismo», «antisindicalismo», «lassalleanismo», hasta de lo que llaman «racismo daltónico», revelan hasta qué punto Daniel de León desafió no sólo a los enemigos obvios de la clase trabajadora, sino a los autodenominados «campeones de los trabajadores».
Daniel de León, lejos de ser un lassalleano o antisindicalista, descubrió una realidad sobre los sindicatos que todavía muchos intentan tapar todavía. Lejos de ser alguien que rechazaba la lucha práctica de la clase obrera, entendió que el movimiento socialista no podía avanzar sin ella, si quería ser el movimiento de la clase y no un debate de ideas. Y, lejos de ser «racista» o «machista», rechazó cualquier intento de dividir a la clase obrera, ya sea por el color de la piel, por el sexo o por el origen geográfico.
Comprendió el carácter universal de la clase, su misión y la necesidad de imponer sus necesidades, necesidades humanas universales, por encima de las exigencias del capital. El rechazo de los sindicatos reaccionarios, de la «identity politics», del apoliticismo de los anarquistas de la IWW, se basaba en la comprensión de que la clase obrera es la única capaz de derrocar al capitalismo y que debe hacer valer sus intereses expresándose políticamente de forma independiente. Tenía una verdadera convicción en la capacidad de la clase obrera para emanciparse y luchó sobre la base de esa convicción.
Los enemigos del SLP, por el contrario, al carecer de convicción en la capacidad de la clase obrera para emanciparse y crear un mundo de abundancia, se vieron obligados a buscar «males menores» y a considerar el movimiento no como un movimiento para destruir la explotación de una vez por todas, sino para beneficiarse personalmente de ella. Esta es una de las lecciones más importantes que podemos aprender del movimiento socialista americano. El socialismo no es un ejercicio intelectual, ni una forma de adquirir un estatus personal, no va de festejar el éxito de las propias predicciones, ni de «reclutar» miembros, ni de «ganar» frente a no se sabe qué competidores. Es el movimiento de la clase trabajadora cuando se orienta conscientemente a abolir toda explotación y opresión de una vez por todas. Incluso frente a los desafíos más difíciles, frente a sus propias limitaciones, el SLP nunca se rindió porque lo entendió.