La «Cumbre por la Democracia» de Biden
La «Cumbre por la Democracia» organizada por EEUU debía consensuar un argumentario ideológico que cimentara una «ideología de bloque» en el conflicto imperialista al alza. El relato de un mundo crecientemente polarizado entre una China autoritaria y unos EEUU democráticos hizo sin embargo aguas, mostrando las dificultades de EEUU para encuadrar a sus propios aliados en torno a una ideología que les comprometa más allá de sus intereses inmediatos.
¿Quienes fueron los invitados a la Cumbre por la Democracia?
Los invitados fueron 110 estados. Y ya en la lista aparecieron los problemas: incorporar a Taiwan, un estado que teóricamente todos los participantes reconocen sólo como parte de la República Popular China, solo podía aumentar el enfado de Pekín. Pero los principales roces llegaron desde Europa -donde ni Hungría ni Serbia fueron invitadas- y de América del Sur, en la que Guaidó representó a Venezuela y Bolivia quedó fuera para incomodidad, entre otros, de Argentina.
¿De qué se habló en la Cumbre por la Democracia?
Las dificultades para alinear en un discurso común se dejaron ver ya en el programa del evento. Los jefes de estado y gobierno tenían su hueco. Como era previsible, repitieron salmodias bien conocidas y poco polémicas diplomáticamente subrayadas con una notable y probablemente intencionada carencia de emoción. El resultado no pudo sino ser insatisfactorio para la Casa Blanca.
Por eso el protagonismo recayó en ONGs apoyadas por el Departamento de Estado, que no son precisamente movimientos de masas, y empresas amigas como Google, bien preocupadas por marcar distancias con rivales como Facebook asociados a la eclosión del trumpismo.
De hecho, el mensaje resultó confuso desde el primer momento por mezclar las particularidades y anécdotas de la crisis política estadounidense con los alineamientos ideológicos contra China, Rusia y, en menor medida, Turquía, Venezuela, Nicaragua o Birmania.
¿Qué dijeron China y Rusia de la Cumbre por la Democracia?
Sólo China pareció tomarse en serio la Cumbre por la Democracia de Biden. En vez de disfrutar del fracaso de su rival, reconocido por la propia prensa demócrata estadounidense, se lanzó desde que la convocatoria se hizo pública, a ensayar una respuesta que, en un paradójico paralelismo con los estadounidenses, tenía más de lógica propagandista interna que de capacidad de universalización.
Rusia, en cambio, prefirió no dar mayor importancia al evento, optó como es habitual por una respuesta con más posibilidades de encontrar apoyos dentro de los propios EEUU.
Peskov, el portavoz del ministerio de Exteriores ruso señaló que «cada vez más países prefieren decidir por sí mismos cómo vivir» y acusó a Biden de «intentar privatizar el término democracia»... algo que los trumpistas podrían firmar como propio.
¿Por qué se apunta a la UE como perdedora de la Cumbre por la Democracia incluso por encima de EEUU?
Si algo quedó claro de la cumbre es que cada paso de EEUU hacia la formación de un bloque agrava las tensiones imperialistas intra-europeas, como ya se vio con la presentación de AUKUS.
Esta vez el detonante fue la exclusión de Hungría. El gobierno de Orban exigió que la UE no participara como tal con una voz conjunta... posición que fue apoyada por los servicios jurídicos de la Comisión que impidieron que la UE presentara una contribución escrita al no representar a todos los miembros. Von der Leyen tuvo que conformarse con un espacio menor perdida entre las intervenciones de los presidentes y primeros ministros.
Lo que en principio no sería más que una anécdota de protocolo es sin embargo relevante porque en 2022 la Comisión y Francia planean una cumbre que ponga en marcha un ejército europeo. Intentan vencer para ello la resistencia de EEUU y la OTAN que se apoyan en los países del Este para evitar que pueda dar una verdadera «autonomía estratégica» al eje franco-alemán como la que proponen Borrell y la Comisión.
Que la Comisión no tenga capacidad siquiera para tener una presencia por encima y aglutinadora de los estados miembros de la UE ni siquiera cuando EEUU se lo pide no es desde luego una señal de capacidad y no va a ayudar a Bruselas, Berlín ni París a avanzar en una estrategia conjunta de rearme e intervención.
¿Qué queda en claro de la Cumbre por la Democracia?
A día de hoy, la crisis política que vive EEUU y que refleja divisiones de fondo en la burguesía de aquel país le imposibilitan crear un discurso global capaz de condicionar ideológicamente el posicionamiento de sus aliados.
Durante el curso de las intervenciones directoras del evento nunca quedó claro si el objetivo principal era asociar al rival interno con el enemigo externo o definir unos ejes nuevos que impulsaran el enfrentamiento con China. Lo que es más, dentro de EEUU los que consiguen armar mejor el discurso que asocia las autocracias externas con el trumpismo niegan la centralidad del enfrentamiento con China.
Y así, si el ataque al trumpismo y la referencias al racialismo BLM quedaron irremediablemente como una aldeanada de las muchas y cada vez más frecuentes del mensaje exterior estadounidense, la segunda resultó frustrante hasta para los medios europeos más dispuestos a adoptar las campañas ideológicas que vienen del ala demócrata de la burguesía americana.
¿El fracaso de la Cumbre por la Democracia aleja el horizonte de una guerra?
Esta debilidad ideológica que, como apuntamos, se ve también en la respuesta china, no significa que ambas potencias se vean en absoluto inhabilitadas para seguir escalando sus tensiones hacia la guerra semana tras semana.
Si el encuadramiento ideológico de los trabajadores es fundamental para cualquier estado a la hora de entrar en una guerra, encuadrar ideológicamente a los aliados es sólo una herramienta menor dentro los mecanismos de disciplinamiento interno dentro de los bloques militares y económicos.
Ni siquiera durante la guerra fría, cuando EEUU convirtió por primera vez la democracia y los «derechos humanos» en el mascarón de proa de su ideología de bloque, se puede decir que consiguiera hacer que ese discurso fuera adoptado como propio por sus «pilares» en la mayor parte del mundo, de Chile a Taiwán pasando por la mayor parte del África pro-EEUU. Eso sí, con unos y otros mantenía distintos sabores de «anti-comunismo» más o menos burdo o sofisticado que servían para mantener a raya las tentaciones comerciales y estratégicas que pudieran surgir.
La diferencia entre el enfrentamiento de EEUU con la URSS stalinista y la China de hoy es que entonces, en la gran mayoría de los casos, para las burguesías locales un posible «giro ruso» significaba perder el poder y cederlo a aquellos sectores aspirantes a convertirse en burocracia de estado. Hoy en cambio, los sectores de la burguesía agraria exportadora, poderosos en casi todos los países semicoloniales, se ven muy tentados por la capacidad de compra e inversión china.
Esos sectores, los mismos que estuvieron tras el ascenso Bolsonaro en Brasil por ejemplo y que ahora jalean los actos americanos de Vox, por mucho que también hayan apoyado a un Guaidó o que clamen contra el gobierno masista de Bolivia, no van a verse demasiado compelidos por el discurso bidenista: China les ofrece contratos e inversiones gigantescas sin pedirles renuncias ni reestructuraciones en su aparato político.
Biden está intentando establecer una competencia ideológica propia de la guerra fría, cuando el juego imperialista orienta tanto a los sectores en el poder como a los grupos más levantiscos de las burguesías nacionales a incentivar el nacionalismo en el interior y no alinearse de forma exclusiva con ninguna de las grandes potencias en liza. Ni económica ni ideológicamente.
Es decir, las corrientes de fondo que dificultan la formación de bloques económico-militares de dimensiones globales, son las mismas que nos acercan a la guerra cada día y al mismo tiempo inhabilitan también el poder de los condicionantes ideológicos para promover la disciplina que los define.