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Cuando las necesidades de «la economía» nos ponen en peligro a todos

13/03/2020 | Actualidad

La semana que se cierra ha sido la semana más intensa de la epidemia de coronavirus hasta ahora en Europa, en EEUU, en América del Sur -ya es emergencia nacional en Bolivia- y en Africa, donde Marruecos ha tenido ya sus primeros casos. Ayer fue el peor día en la historia para los principales índices de Wall Street y casi todas las bolsas europeas. Pero aunque esta semana solo publicáramos artículos de la epidemia y sus consecuencias, su propagación solo es un acelerante en un cuadro global en el que el antagonismo entre un sistema anti-histórico y la satisfacción de las necesidades humanas más básicas se hace evidente en cada dimensión de la realidad con violencia brutal.

Para empezar nos venden que la recesión que se dibuja es una consecuencia de la epidemia... cuando los propios datos oficiales lo desmienten. Ahora están saliendo los datos económicos de enero en Europa, cuando la epidemia ni siquiera se contemplaba como tal en China (la primera muerte reportada en Wuhan es del día 11). Las exportaciones caían un 2,1% en comparación con el año anterior. No solo era Alemania, el G20 en bloque, a diciembre de 2019, estaba ya estancado y al borde de la recesión con un crecimiento del PIB total de solo el 0,6% . La «fuerte recesión» que se prevé para este año en Alemania no es un producto del virus, venía incubándose mucho antes.

¿Cuales han sido las respuestas? El Banco Central Europeo ha anunciado un programa para dar liquidez a las PYMEs, comprar más deuda pública y relajar las normas bancarias. Además comprará 120.000 millones en activos de aquí a fin de año para animar el mercado de capitales. Un extra de dopaje para una acumulación renqueante... a costa de un mayor riesgo de crisis financiera. Porque al final, la medida estrella es que los bancos comerciales podrán estar por debajo de los requisitos de capital exigidos. No es para estar tranquilos.

La Comisión Europea, por su lado, está intentando retomar el impulso hacia la concentración continental de capitales en «campeones europeos» aprovechando que el miedo a la competencia china empieza a ser mayor que las disputas con los capitales vecinos, al menos entre Alemania y Francia. No es para alegrarse: si se produce una concentración de capitales transfronteriza a gran escala no solo se agravarían las diferencias regionales entre la «media luna fértil europea» y el resto del continente, sino que se darían las bases para un imperialismo europeo aun más agresivo.

Y no, el imperialismo europeo no tiene nada de «humanitario», benéfico ni universalista. Y quien quiera verlo solo tiene que echar un ojo a la política común en el Mediterráneo: Cárceles secretas para refugiados, familias y niños apiñados en bodegas de buques militares de carga en condiciones penosas, cargas y botes de humo contra los que esperan en la frontera para solicitar asilo y... una «oferta que no podrán rechazar» a los que llevan años pudriéndose literalmente en los campos griegos: 1.700€ por volver al mismo lugar de donde huían .

Toda la renegociación del acuerdo con Turquía va de implementar más y más opacamente esta política criminal y anti-humana, pagando al estado turco por hacer discretamente lo que Bruselas no se atreve a decir en voz alta. ¿Exageramos? Esta semana The Guardian reveló cómo los crímenes contra la Humanidad sufridos por migrantes y refugiados esclavizados en Libia son el resultado «de un ataque coordinado e ilegal de la Unión Europea a los derechos de las personas desesperadas que trataban de cruzar el Mediterráneo». Por supuesto, el que tendría que haber sido el mayor escándalo de la historia de la UE no apareció en ninguna portada ni abrió ningún telediario.

Y mientras siguen las negociaciones, Turquía eleva el tono de sus amenazas militares a Grecia. Tras una incidente en la frontera marítima del Egeo en el que un guardacostas turco embistió a otro griego, Erdogan fanfarroneó diciendo que ordenaba a su armada a seguir persiguiendo a los guardacostas griegos. Resultado: incidentes diarios en el mar acompañados de constantes violaciones del espacio aéreo y disparos de un grupo de operaciones especiales sobre un vehículo militar en la frontera de Evros. Ayer mismo Turquía comunicó ejercicios militares a gran escala en el Egeo, aumentando la tensión aun más.

Este aumento de la amenaza bélica sigue a una nueva cumbre con Putin que ha consolidado el alto el fuego y reinstaurado las patrullas conjuntas con Rusia en Idlib. Erdogan ofreció a Putin la explotación petrolera conjunta del Norte de Siria. Putin se mostró abierto a la idea e incluso planteó la posibilidad de invitar a EEUU al despojo para evitar injerencias.

Es decir, la relativa tranquilidad en Idlib, solo ha servido para que Erdogan traslade la presión militar hacia el Egeo y el Mediterráneo Occidental. Ninguna promesa de rapiña es suficiente para unas economías semicoloniales cada vez más desbaratadas. En Turquía las cifras de desempleo juvenil subieron esta semana hasta el 25% y la tasa global hasta el 13,7%, cifras altísimas para un sistema de protección social a años luz de los europeos.

Rusia, por su parte, está enfrascada en una guerra de precios petroleros con Arabia Saudí que coloca a ambas partes en pérdidas brutas en su principal producción y obliga a sus petroleras a compensarlas con fondos financieros que, como es obvio, tampoco están en un buen momento. No sobran aplicaciones rentables para el capital, ni siquiera en los mercados especulativos. Significativamente, tanto Salman en Arabia como Putin en Rusia están en mitad de purgas y cambios legales para asentar su poder. Ambos saben que lo que viene es un agravamiento de las contradicciones internas y externas de sus regímenes y sus capitales nacionales y quieren asegurarse las riendas.

No son los únicos. En Argentina, Alberto Fernández declaró que «el mundo se confabula para hacer más difícil nuestra salida»... por lo que inmediatamente se multiplican rumores sobre una próxima declaración de default. Y es que aunque no se propagara la epidemia masivamente, el impacto sobre el capital nacional llevaría al PIB desde la caída prevista del 1,4% hasta el 2,7%. Mientras el presidente recomendaba tomar bebidas calientes como profilaxis contra la enfermedad -una pura leyenda urbana que de hecho, puede aumentar su propagación en el país del mate compartido-, la esperanza del gobierno argentino, como la de tantos otros, era que el virus no se propagara con temperaturas medias por encima de 30º. No hay evidencia de que sea así. Y de hecho, los contagios dentro de la propia Argentina llevan a pensar que no lo es y que la ley de cuarentena por tanto, puede ser solo el prólogo de una extensión de la epidemia.

La pandemia de covid-19 está dejando al descubierto el desastre permanente que es hoy el capitalismo: estructuras hospitalarias saturadas por defecto, servicios de emergencia erosionados por las «políticas anti-crisis», viviendas en las que tres y a veces cuatro generaciones tienen que convivir sin espacio suficiente... y estados que priman mantener en marcha la acumulación y no cierran los centros de trabajo, aun a sabiendas de estar poniendo en alto riesgo de contagio de una enfermedad grave a buena parte de los trabajadores.

En los países donde el virus ha comenzado su propagación y hay casos de contagio comunitario no hay otra que cerrar toda producción no esencial, prodigar las pruebas, asegurar la distribución de medicamentos y alimentos para todos y considerar baja laboral el tiempo de encierro domiciliario. Cuando se cierren las empresas y se remunere como baja la ausencia del puesto de trabajo, empezará a significar algo la «responsabilidad individual». Mientras, es escurrir el bulto para mantenernos trabajando a costa de una propagación que se desboca. Esperar al último momento para cerrar, por mucho que lo disfracen, solo aumentará el número de contagios y de muertos, como evidencia el gráfico de arriba.

En esta situación resulta evidente que los trabajadores son la única clase social cuyos intereses representan las necesidades humanas universales, empezando por las más básicas: la vida y la integridad física. Bajo las «huelgas del coronavirus» en Italia -que no dejan de estallar- ahora también en Bélgica, y los conflictos que están eclosionando desde PSA en Francia a Renfe en España, está la única fuerza social que representa una esperanza para la Humanidad entera afirmando la primacía de la vida humana sobre la agonía de los dividendos.