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Cuando el confinamiento es una condena al hambre

24/03/2020 | Actualidad

Argentina, Marruecos, Sudáfrica, India, Brasil, Rusia... decretan distintas formas de confinamiento. Sin embargo, su significado material para los trabajadores es aun más destructivo y ataca en mayor medida a los segmentos más vulnerables de la clase trabajadora. Por eso, sus consignas de lucha, deben modularse y avanzar aun más para poder defender los mismos objetivos que en España, Italia o Francia. No podía ser de otra manera. La lucha contra el covid no puede separarse de la lucha contra los gobiernos y las burguesías que supeditan salvar vidas a salvar inversiones.

Los países semicoloniales y la situación de los trabajadores

Países llamados «exportadores» o «emergentes» es un eufemismo propagandístico para lo que en realidad son países semicoloniales. A diferencia de los territorios bajo dominio colonial en el siglo XIX, las burguesías nacionales tuvieron en ellos, antes o después, un estado propio y las guerras mundiales les permitieron la ilusión de una acumulación acelerada del capital nacional alrededor del sector exportador.

Son capitales nacionales necesitados de mercados y aplicaciones de capital en los que invertir lo acumulado tanto o más que el resto, es decir no menos imperialistas que ellos. Pero su forma de expresar esas necesidades y de capearlas, es particular. En ellos, el crecimiento del capital nacional como un todo está condicionado a los precios internacionales y al volumen de la demanda global de unos cuantos productos, normalmente del sector primario.

Primer problema: el sector primario es el que tiene un límite más bajo a la incorporación de nuevos capitales, por lo que, dada su importancia, «tira» de los salarios hacia abajo -limitando la demanda interna y la capitalización de la industria.

Segundo problema: Solo esos pocos productos primarios y las industrias de transformación básica ligadas a ellos resultan competitivas en el mercado mundial. El estado, a través de impuestos a la exportación, redistribuye la ganancia para mantener un sector industri al orientando al mercado local o, en el mejor de los casos regional, y unos servicios públicos precarios. La artificialidad y carencia de escala de la industria, esgrimida por el nacionalismo para limpiar las culpas de «imperialismo» de la propia burguesía, no puede ocultar que la tendencia a la formación de monopolios y la consolidación de la burguesía nacional en y alrededor del estado es tanto más fuerte como débil es el capital nacional. Por eso es en estos países -desde Chile a Cuba- donde el ‎capitalismo de estado‎ muestra contornos más claros.

El confinamiento y los trabajadores en los países semicoloniales

En India el trabajo ultraprecarizado ocupa a alrededor del 90% de la fuerza de trabajo del país y representa aproximadamente la mitad de su PIB. Los trabajadores no tienen ninguna expectativa regularde ingresos y solo un acceso muy limitado a la atención médica. Confinamiento significa para ellos semanas sin salario, vivienda ni comida... como para la mayoría de los trabajadores de Manila o de Sudáfrica. Incluso en Brasil, el 32% de la población favelista no llega hoy por hoy ni a comer.

En Argentina, si sumamos el 35% de ultraprecarios y el 10% de parados sin cobertura, tenemos que el 45% de los asalariados están en esta situación ultraprecaria. El gobierno ha otorgado dos bonos de 10.000 pesos. En un país en el que la cesta básica alimentaria no es mucho más barata que en la España interior, estamos hablando de un único pago en abril de menos de 150€... y limitados a familias en las que no se cobre ninguna pensión. Y aun sumemos a eso el cierre de las escuelas. En países como Uruguay, Brasil o Argentina, las escuelas son las garantes de la alimentación básica de los niños. Un peso que recae ahora en los ya saturados comedores populares.

Si sumamos todo, la alternativa real no es mucho mejor que en Marruecos: la precarización masiva convierte seguir o no el confinamiento obligatorio en una alternativa entre pasar hambre y arriesgar la vida de los propios.

Por eso en todo el espectro de los países semicoloniales el confinamiento ha venido acompañado de una vuelta del militarismo: policía patrullando los barrios para que no quede nadie en la calle, controles de tránsito, tanquetas por las calles... represión preventiva ante el miedo a levantamientos azuzados por el hambreo. En algunas barriadas, como en Río de Janerio, donde las mafias y los «comandos» disputan con el estado el control y explotación de la población, el lumpen organizado se enseñorea en los barrios decretando su propio toque de queda.

¿Qué hacer?

Los gobiernos todos estos países, como los de los países centrales, están forzando mantener en marcha fábricas y oficinas aun a pesar del evidente riesgo de salud pública. Pero al mismo tiempo decretan el confinamiento para millones de familias trabajadoras de la «economía informal», condenándolas al hambre y apretando la represión para hacerlo cumplir.

No se trata de confinamiento sí o no. Se trata imponer un confinamiento aun más riguroso para evitar la extensión de la epidemia, cerrando la producción no esencial, pero al mismo tiempo asegurando que la producción sirve para satisfacer las necesidades humanas básicas. Comida, agua, energía, abastecimientos y medicinas han de llegar a todos y en cantidad suficiente durante el confinamiento. No bastan «bonos» que no sirven para alimentar a una familia. Y desde luego no es aceptable la militarización de los barrios.

A día de hoy, resulta claro que solo los trabajadores luchan por una cuarentena efectiva y que solo ellos pueden organizarla. En los centros de trabajo, en la distribución de productos de acuerdo con las necesidades y en la organización de los barrios.