Cuando agitan la bandera «democrática» es que quieren tu pensión
Como era previsible, tras la independencia «fake» y la intervención del gobierno destituyendo al Presidente y los altos cargos de la Generalitat, lo que ha quedado claro es que ninguno de los heroicos próceres quiere dejar de cobrar del estado español en el futuro, sufrir penas judiciales elevadas ni multas que socaven su patrimonio. El Parlamento se reconoce disuelto. Los «mossos» retiraron durante el fin de semana las fotografías de los dirigentes catalanes de los despachos de sus propios comisarios y sus mandos aceptaron sin problemas los cambios en su cúpula. En esta semana, al parecer, PDC, ERC y la CUP, los partidos del bloque independentista, anunciarán que participarán en las elecciones de diciembre convocadas por el gobierno español1. En el fin de semana hemos pasado de los llamamientos con voz quebrada a la resistencia pacífica y la desobediencia civil, nuevo «paro nacional» fracasado incluido, a las «travesuras» del conseller Rull que pasa cinco minutos por el despacho para hacerse una foto y colgarla en twitter. De la voluntad represiva del estado por su parte lo que ha quedado es una nota a los «mossos» para que si ven a un conseller cesado por su despacho le recuerden que está en paro.
Entonces... ¿«aquí paz y después gloria»? En absoluto. El peligro no viene, aunque a algunos pudo parecérselo desde el exterior a más de uno, de la capacidad de encuadramiento del independentismo. Por mucho que la extrema izquierda burguesa desde el inefable Guillamón al trotskismo parlamentario pasando por el argento-trotskismo llamen a los trabajadores catalanes a encuadrarse en los CDR («comités de defensa de la República») y a los del resto de España a pedir «la República», el momentum les pasó. Y tampoco es que fuera muy glorioso en su punto álgido: 300 personas por capital catalana, con los «viejos militantes» de CUP, ERC y trotskismos variados a la cabeza y, en los «grandes momentos», chavalería que comenzó siendo de primeros años de facultad y acabó, el jueves, siendo puro instituto.
El peligro, muy por el contrario, viene ahora de la normalización del nacionalismo español como «única respuesta posible» al racismo institucional de la Generalitat y su proyecto independentista. No es que la manifestación de ayer pueda asimilarse a un encuadramiento patriótico masivo del proletariado catalán bajo las banderas españolas y europeas. En absoluto. Pero si es cierto que aumentaron los participantes entre la primera y la segunda manifestación y que estos venían de sectores de la clase obrera que por su edad, son los que más han sufrido la opresión cultural machacante y el ninguneo de estos años. Es también la generación que todavía recuerda las huelgas de los 80 y a veces de los 70. Y su derrota. Los organizadores, esta vez, contaron además con la actuación estelar de Paco Frutos, un viejo dirigente estalinista, para recordarles que son los herederos de una derrota de la clase y animarles a perseverar en ella.
Porque lo que viene, y ese fue el centro de los discursos de ayer, es como avanzábamos, una redefinición territorial del estado. La burguesía española -especialmente la catalana- está enfadada por tener que haber movido sedes sociales y que le hayan puesto a un paso de estar en el centro del conflicto inter-imperialista. Y ahora quiere «solucionar las raíces»: el excesivo poder entregado, en calidad de virreyes, a las pequeñas burguesías locales. Pero tras décadas santificando la Constitución y negándose a cambiar una sola línea (salvo la que la dicte Merkel), necesita un movimiento social para legitimarlo. Es decir, el escenario creado por el independentismo le obliga a competir en encuadramiento activo. Por eso necesita ahora que los «partidos constitucionalistas» ganen las elecciones catalanas y necesita un renovado «constitucionalismo» en el resto del país para poder afrontar una reforma constitucional. Es decir, necesita encuadrar, recuperar porcentajes de participación electoral, etc. para arreglar su propio jaleo interno. Se aproxima una tremenda campaña patriótica, pero sobre todo «democrática».
Si lo consiguen, ya sabemos que viene: la «unidad nacional democrática» nunca va acompañada de una subida de sueldo precisamente. En el mejor de los casos un nuevo «estatuto del trabajador» a la francesa que consagre la precariedad y una nueva vuelta de tuerca a la «ley mordaza», en el más probable si consiguen movilizar electoralmente a los trabajadores como en «los viejos tiempos» de los «pactos de la Moncloa», una reforma privatizadora y desmanteladora de la Seguridad Social que «compense» a los bancos su «compromiso» con el estado.
Eso es lo que nos estamos jugando. En Tarragona y en Badajoz, en Algeciras y en Valladolid o Coruña. La gran mentira del momento es hacernos creer que frente a las barrabasadas racistas del nacionalismo catalán, nuestra defensa está en la bandera española y sus urnas. Bajo la bandera española hay tan poco futuro como bajo la catalana o la europea. La batalla verdadera de hoy no es la organización territorial del estado, sino la de la defensa de las necesidades humanas allá donde quieren someterlas a las cuentas de resultados de los bancos. Y para defendernos necesitamos una bandera propia: la roja del internacionalismo de los trabajadores.
1. No han esperado tanto. Menos de una hora después de publicar este artículo, ERC ha anunciado su participación en las elecciones. [Volver]