La crisis de la libra

¿Qué hizo de raro el gobierno Truss?
El viernes pasado el gobierno británico hizo público un nuevo plan de choque. Esta vez se trataba de una reducción de impuestos y cargas sociales de dimensiones gigantescas. Según el Ministro de Hacienda, tamaño recorte de ingresos del estado impulsaría el PIB en 2,5 puntos. Pero, significativamente, se saltó la preceptiva publicación de los pronósticos económicos que elabora la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR).
¿Era para tanto?
En principio no. La tasa básica del impuesto sobre la renta se reduce del 20 al 19%, se retiró el aumento previsto de las cotizaciones a la seguridad social y se canceló el aumento previsto del impuesto sobre sociedades.
Pero había truco. Se eliminaba el tope de cotización en renta. Esto significa en la práctica acabar con la progresividad fiscal, es decir que los que más ingresan paguen un porcentaje de su renta mayor. Todas las personas con ingresos superiores a 50.000 pagarán de aquí en adelante un impuesto sobre la renta único del 40%
En pocas palabras: el estado no sólo renunciaba de inmediato a una buena bolsa de ingresos, se ataba las manos para incrementarlos en el futuro recaudando entre los ingresos personales de la pequeña burguesía y la burguesía.
¿Y entonces por qué se rebelaron los mercados financieros?
Porque al restringir su capacidad para generar ingresos, desaparece la posibilidad de que el estado pague más por la deuda sin causar un cataclismo en las cuentas. Y eso es lo que los fondos de inversión de la City venían exigiendo.
Es más, no se puede esperar otra cosa que un aumento brutal de la deuda acumulada por el estado. Según un estudio publicado ayer, el resultado sobre el crecimiento del PIB sería sólo del 0,1% hasta 2027. Pero el coste para el estado ascendería a 169 mil millones de libras en impuestos cobrados de menos, más 82 mil millones extra para pagar intereses.
Viendo lo que venía, los fondos vendieron buena parte de la deuda pública que acumulaban como parte segura de su cartera. Así que el precio de deuda en el mercado cayó en picado, arrastrando la libra y poniendo al país al borde de una crisis financiera en toda regla.
El resultado inmediato fue una subida brutal del interés de la deuda a diez años y un mínimo de la libra frente al dólar en un maremoto de ventas que el lunes dio ya señales de poder producir efectos en cadena. La situación llegó a ser tan crítica que el Banco de Inglaterra declaro que existía un «riesgo significativo para la estabilidad financiera del Reino Unido» y prometió comprar 65.000 millones de libras esterlinas en deuda pública británica a largo plazo durante las próximas dos semanas para estabilizar los precios.
La actuación del Banco de Inglaterra vino seguida de unas declaraciones del FMI que pedían abiertamente que se «reevaluara» el regalo fiscal a las rentas altas y criticaban el plan fiscal del gobierno como contraproducente a los objetivos de crecimiento que declaraba.
¿Echan para atrás?
No. El Ministro del Tesoro lo dejó claro ayer: ni un paso atrás en la rebaja fiscal.
Eso sí, buscan recortes a prisa y corriendo para tranquilizar a los mercados especulativos con una nueva oleada de austeridad.
¿Por qué insistir? ¿Qué hay debajo de ésto?
Ni el gobierno puede aducir desconocimiento de las reacciones y los resultados ni su insistencia en mantener la bajada fiscal tiene nada que ver con un supuesto talibanismo neoliberal. En realidad, la bajada fiscal fue el núcleo diferenciador de la propuesta de Truss a los barones del partido conservador que llevaron a la entonces ministra de Exteriores a Downing Street tras la caída de Boris Johnson. Es un sector muy particular de la clase dirigente con raíces aristocráticas y rentas que se ven directamente amenazadas por la cabalgada de la inflación. Para ellos bajar los impuestos supone mantener el patrimonio. Es prioritario.
Lo que Truss intentó vender como plan de crecimiento no es en realidad sino una transferencia directa de rentas desde el estado a los patrimonios de las grandes fortunas personales británicas. Una fiesta... a costa del balance presupuestario del estado.
Para los fondos de capital y la City, que ya se había enfrentado a esta facción durante la eterna pelea del Brexit, es algo muy distinto. No sólo ven cómo la prioridad del gobierno pasa de dar seguridad sobre la deuda a cuidar los patrimonios de las grandes familias dueñas físicas del país, el desarrollo de los acontecimiento ha mostrado la debilidad del capital financiero británico tras el Brexit al punto de ver peligrar la City de Londres como gran plaza financiera global.
Que el gobierno Truss era bien consciente de que estaba tomando partido por un sector frente a otro ha sido reconocido incluso por Gerard Lyons, economista de cabecera del nuevo gabinete:
El canciller apeló a la población nacional y apeló a una comunidad empresarial nacional, pero un grupo clave que no logró mantener al margen fue el mercado financiero
¿Son los laboristas opción?
En un país en el que casi 20.000 familias pasaron a ser homeless al perder su vivienda por impago a sus caseros durante 2021-22, la inhumanidad e inmoralidad de transferir rentas estatales precisamente a esa clase de landlords y land owners millonarios, es tan aterradora como significativa del momento histórico.
Pero la alternativa del sentido común financiero no es mejor. Sea autoforzándose a compensar una bajada de impuestos -a lo Thatcher o Trump- o consagrándose a reducir el coste de la deuda al estilo Blair como gustaría a los financieros, el rumbo del capital británico pasa por los mismos puertos: reducir los costes generales de explotación de la mano de obra -mutualizados por la clase dirigente en el estado- y acelerar la transferencia de rentas del trabajo a al capital nacional.
¿Qué aprendemos de este episodio?
- Muestra el rumbo hacia el que el capital nacional británico está apuntando con cada vez más determinación: nueva austeridad y reducción consiguiente del acceso de las familias trabajadoras a servicios públicos básicos (Sanidad, Educación, etc.).
- Aunque el objetivo sea compartido por las distintas tendencias y facciones de la clase dirigente, no va a dejar de generar contradicciones entre ellas. Hemos visto de nuevo la divisoria Brexit en acción: por un lado las grandes fortunas personales organizando un auto-regalo de rentas estatales al que invitan, en obvia menor medida, a la pequeña burguesía, a través del ala más rancia del partido conservador. Por otro, la izquierda, con laboristas y sindicatos a la cabeza, tomando el discurso sensato del capital financiero con su propia lógica de recortes.
- La presión sobre los trabajadores y los rifirafes internos de la clase dirigente al final expresan las dificultades del capital nacional para sostener la acumulación sin mercados suficientes. De hecho, como la forma de salir del paso es transferir rentas, la demanda solvente es cada vez menor. Así que cada retortijón interno se acaba transformando en un nuevo arrebato de belicosidad externa. Otro signo distintivo del todavía breve gobierno Truss.