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27/09/2019 | Actualidad

Esta semana arrancó con la quiebra de Thomas Cook, primera señal de una crisis que está precipitando ya en recesión; la guerra comercial se llevó por delante el sistema universal de correos -joya histórica del capitalismo ascendente; mostró la inanidad e inmoralidad de las nuevas ideologías de «unión sagrada ecológica» con la burguesía; exacerbó la batalla de las facciones burguesas en EEUU; y dejó claros los límites inmediatos que sindicatos e izquierda imponen a las únicas luchas que pueden ofrecer una perspectiva de superación al marasmo que se desarrolla ante nuestros ojos.

La quiebra súbita de Thomas Cook esta semana ha dado el modelo de la crisis que viene en Europa: una crisis financiera vestida de crisis industrial. La sorpresa para el gran público europeo ha sido descubrir que los turoperadores son, en realidad, negocios financieros. Los clientes pagan sus viajes por anticipado, el turoperador paga a 90 días o 180 días y en el medio puede jugar en la gran timba del capital especulativo. Por eso en las épocas de burbuja los precios de las agencias de viaje pueden estar por debajo incluso del coste del combustible que cuesta llevar a los viajeros de un lado a otro. Es decir, en realidad, los resultados de Thomas Cook dependen de tres cosas: los márgenes -generalmente muy bajos-, el volumen de reservas que consiga vender con suficiente antelación y el dividendo que sepa sacarle al efectivo obtenido en las ventas al amontonarlo y convertirlo en capital especulativo.

¿Qué pasó? En primer lugar la rentabilidad del capital financiero es bajísima: los tipos están en negativo en toda Europa y las bolsas están en estado comatoso. En segundo lugar bajaron los tiempos durante los que podían explotar ese dinero porque muchos trabajadores europeos retrasaron la fecha de compra de sus vacaciones: tenían miedo a una recesión con oleada de despidos si se materializaba el Brexit. Finalmente, las tensiones imperialistas (Turquía y Mediterráneo oriental) pusieron en cuestión que algunos de los destinos estrella del turoperador pudieran mantener su atractivo. Como resultado los bancos pidieron más garantías para refinanciar la compañía. A partir de ahí, solo cabía esperar un gigantesco dominó de pérdida de empleos.

Thomas Cook también ha mostrado la limitada capacidad de respuesta a corto de los gobiernos y la incapacidad de la UE para coordinarlas. En España, a quien la compañía aportaba 3,5 millones de turistas anuales, el gobierno y grandes hoteleros ofrecieron más de 100 millones de euros de sus propios presupuestos para intentar salvar la crisis. Pero los bancos querían el doble. Finalmente, el Ejecutivo británico no aceptó esta oferta y en la madrugada del domingo la firma quebró. En Alemania el gobierno mantuvo en pié la línea aérea local de Thomas Cook, Condor, con una inyección directa de dinero público.

Como ha mostrado Thomas Cook, los turoperadores son especialmente frágiles. Pero con tipos bajos y en ausencia de burbujas boyantes, todas las empresas «financiarizadas» lo son: desde las cadenas de supermercados a las líneas aéreas. Y desde luego, no solo en Europa. Hoy mismo «Latam», la aerolínea bandera del capital chileno ha tenido que aceptar perder el control para dar paso a una inyección de capital desde EEUU. Lo que de paso nos alerta de que la crisis irá, especialmente en América del Sur, acompañada de movimientos cada vez más agresivos del capital.

Y, si hubiera dudas, las transcripciones de las conversaciones telefónicas de Trump con el presidente ucraniano Zelinsky, dejan claro que la agresividad de los capitales tiene un correlato inmediato en las políticas de los estados. Tres hechos lo han dejado claro esta semana.

En primer lugar el fin de la «Unión Postal Universal» como sistema mundial único y su conversión en una serie de acuerdos bilaterales. La UPU es una joya de museo del capitalismo ascendente y un verdadero «canario en la mina» de la evolución del capitalismo a largo plazo. Creado en 1874 bajo el impulso de la unificación alemana, se mantuvo intacto hasta otra fecha relevante: 1969. Se incorporó entonces la posibilidad de compensaciones entre estados para paliar las asimetrías «excesivas» en los volúmenes de intercambio postal. Fue el primer gran embate contra el acuerdo original. Lo que se había establecido como un automatismo universal y hecho exclamar -erróneamente- a Bebel «El socialismo es… ¡el sistema postal!», se convertía en una pieza más del sistema de comercio multilateral internacional. La modificación del sistema en 1969 expresó un fenómeno más profundo que apuntaba entonces: el capital como un todo era incapaz de sostener las estructuras básicas de su propia socialización y universalización. Las fuerzas centrífugas se hacían dominantes y las grandes potencias capturaban los sistemas internacionales como fuentes de apropiación fuera del mercado de una parte del resultado global de la explotación. En 1971 Nixon cancelaría los acuerdos de Bretton Woods, abandonaría el patrón oro e impondría el dólar como divisa internacional y fuente de rentas para el capital estadounidense.

El acuerdo impuesto por EEUU destruye el sistema universal de correos. Podrán mandarse cartas a cualquier lugar del mundo, incluido EEUU o pasando por EEUU, pero destruye la universalidad del sistema en su base: a partir de enero de 2021, los países que reciban más de 75.000 toneladas de correo de otro, podrán imponer unilateralmente tasas al correo recibido del país emisor. Dicho de otro modo: el sistema ya no es universal, sino el resultado de relaciones bilaterales. Hemos vuelto al mundo anterior a 1874. Dificilmente puede reducirse el significado de algo así aunque, en términos materiales solo sea una batalla menor dentro del gigantesco maremagnum de la guerra comercial.

Por supuesto el fin de los correos como sistema universal ha sido apenas tratado por la prensa internacional. El «Impeachment» a Trump ha sido el gran protagonista mediático. Las batallas en el poder de EEUU son demasiado importantes para la burguesía de todos los países. A día de hoy la principal apuesta de la mayor parte de las burguesías europeas es esperar a que Trump bien no pueda presentarse, bien pierda las elecciones para un segundo mandato. Si consiguen llegar hasta 2020 y Trump no renueva… el daño sería «reversible». Por eso los deformes y burdos moldes conceptuales de la política norteamericana acabarán condicionando los del resto del mundo. El «impeachment», que tiene pocas si no ninguna, posibilidad de acabar en la destitución de Trump, lleva todas las de convertirse en el chispazo que precipite la formación de ideologías si no «de bloque», al menos sí de proto-bloques.

No es que los europeos, especialmente Francia y Alemania, no jueguen también a crear una ideología a medida de sus intereses en la guerra comercial. La «Cumbre del Clima» de la ONU se presentaba como una jugada magistral del ecoimperialismo europeo. EEUU anunciaría su salida del acuerdo de París, Bolsonaro tendría que dar explicaciones sobre los incencios amazónicos. Mientras, alemanes, franceses y hasta grandes empresarios como Jeff Bezos (Amazon), todos bien arropados por la proyección de una huelga global -que nunca se produjo pero que los medios narraron- presentarían un acuerdo de más de sesenta estados para llegar a las emisiones cero en 2050. Sin embargo, no se puede decir que fuera un gran éxito. La «cruzada de los niños» personificada en Greta Thunberg se llevó todos los focos. Lo que mostró no fue bonito, ni siquiera comprensible fuera de los países con tradiciones culturales puritanas. Vimos cientos de niños con cuadro clínico de ansiedad milenarista. El discurso de la «urgencia ecológica» que Macron y Merkel habían impulsado para vendernos una nueva «unión sagrada ecológica» se les había ido de las manos y se había convertido en un miedo a la extinción de la especie humana. Macron tuvo que marcar distancias y hasta el primer ministro de Australia dedicó su discurso en la ONU a intentar, literalmente, calmar a los niños.

Lo único positivo de todo este despropósito, es que dejó claro que de nada valen los arrebatos proféticos de Greta frente a burócratas y políticos, y que nada aportan las procesiones de flagelantes postulando el «decrecimiento». La solución va por otro lado: la lucha por afirmar las necesidades humanas frente a un capital cada vez más violentamente enfrentado a ellas. Pero para éso, hay que romper con los sindicatos de una vez. En la huelga de General Motors en EEUU, los sindicatos han dejado ya de lado las reivindicaciones originales de la huelga («a igual trabajo, igual salario») y negocian la vuelta al redil «a cambio» de nuevas inversiones y 5700 puestos de trabajo precarios a salarios más bajos que los de la «vieja plantilla», olvidando incluso la solidaridad básica con los represaliados por apoyar la huelga desde las factorías de México.

En Chubut, las fuerzas sindicales y de izquierda andan muy ocupadas en intentar abortar las tendencias hacia la extensión de las huelgas y sobre todo, hacia la auto-organización de los trabajadores. A día de hoy son multitud los focos de huelga, pero solo pasando al control de las asambleas y centralizándose, el movimiento podrá conformar un cuerpo político. Las consignas «políticas» de la izquierda, exigiendo la dimisión del gobernador, por sentidas que sean no pueden llevar a nada si no existe una clase organizada en su propio cuerpo representativo. Es la táctica desarmante típica de la izquierda: con una mano destruir o evitar la extensión horizaontal, la auto-organización y la centralización; con la otra levantar consignas políticas «radicales» que sin existir clase organizada como tal, no pueden salir, si triunfan, del marco institucional de la burguesía local. Es decir, no pueden sino acabar en mero cambio de caras.

Pero las huelgas no son la única forma de lucha de la clase ni las condiciones salariales y laborales su único frente. Los barrios son cada vez más importantes. En España, el rechazo a la proliferación de casas de apuestas concentra y precipita un movimiento creciente que una vez más puede conducir a la auto-organización y la afirmación política como clase... o a la nada.

En GM-EEUU, Chubut o Madrid, no basta con plantar cara. Hay que superar el paralizante encuadramiento sindical tanto como las consignas tramposas y poner el foco en la centralización asamblearia de las luchas. Eso no va a venir ni de la izquierda ni de limitarse a consignas organizativas. Los comunistas no somos «consultores» de luchas, somos trabajadores que, como los demás, formamos parte de ellas. Y como los demás necesitamos de centralización y organización para poder ser útiles a que su evolución se traduzca en desarrollo de la consciencia de clase y por tanto de las luchas mismas.