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Crisis política y pensiones

17/01/2020 | Actualidad

Esta ha sido la semana en que la que el gobierno británico presentó una perspectiva estratégica en la que hará guerras por su cuenta, la guerra en Libia se tensó con el envió por Turquía de 2.000 soldados sirios a Trípoli, la Comisión Europea presentó un plan de un billón de euros para poner en marcha el «Pacto verde» y en la que se firmó una tregua en la guerra comercial entre China y EEUU que no augura ninguna relajación de los conflictos inter-imperialistas. Pero, si bien estos fueron los temas en los que nos centramos esta semana, desde Chile a Rusia pasando por Alemania y Turquía, emergieron otras noticias que ilustran aspectos muy importantes de la situación global y algunos esperanzadores brotes de movilización que auguran respuestas de clase.

La crisis de los aparatos políticos

España

Lo hemos visto esta semana en España, donde el flamante gobierno de Sánchez sigue atrapado por las expresiones políticas de la revuelta de la pequeña burguesía periférica (no solo la catalana). En un intento por reducir la tensión judicial contra los políticos que organizaron el referendum de 2017, ha elegido como fiscal general del estado a la hasta ahora ministra de Justicia, rompiendo toda apariencia de «división de poderes». ¿Un formalismo? Desde luego, pero los formalismos son esenciales para el estado y no pueden romperse sin soliviantar a jueces y fiscales. Lo que es más, ayer mismo se publicó que Sánchez había pactado con su principal aliado independentista, ERC, quitar punta a la Guardia Civil en Cataluña y purgar a los altos mandos responsables de la investigación del «procés». Una purga en el aparato represivo a ese nivel, con objetivos señalados por un partido cuyo objetivo es fracturar al estado, no podía pasar sin más. Los portavoces y pensadores del «estado profundo» se han adelantado ya a denunciar al de Sanchez como un «gobierno de compresión de los demás poderes» dispuesto a gobernar por decreto, una concentración de poder político que, acertadamente, señalan como parte de una tendencia global hacia el autoritarismo, pero también como un peligro para un estado que, no es mucho aventurar, intentará defenderse frente a su propio aparato político.

Alemania

Con menos alharacas y dramatismo otro ejemplo de aparato político en crisis es Alemania. Merkel está llegando al final de su carrera sin una sucesión satisfactoria y el SPD, partido de gobierno fundamental de la política alemana, sigue cayendo en las encuestas. Esta semana le daban un nuevo récord: tan solo un 13% de intención de voto.

Todo ésto tras un 2019 que tan solo ofreció un 0,6% de crecimiento del PIB. La prensa alemana hablaba de «mini-crecimiento» y «fin del modelo alemán» ante la guerra comercial y los «cambios estructurales» en el mercado mundial, mientras la prensa internacional destacaba las presiones sobre Merkel para gastar el superávit fiscal en medidas de reanimación económica.

En realidad el gobierno alemán tiene pocas opciones a las que dedicar ese superavit. No hay destinos rentables en los que aplicar el capital. Y eso aplica incluso a la inversión pública. Alemania tiene a día de hoy 15.000 millones de fondos de inversión de dinero público sin destino. «No puede ser que la inversión se haya vuelto tan complicada» decía hace poco el ministro de finanzas, mientras pedía a las regiones, ayuntamientos y promotores privados «¡Por favor, tomen el dinero!». Por eso los que proponen aumentar el gasto en realidad apuntan siempre hacia el «Pacto verde». Solo un cambio de la estructura productiva de tales dimensiones, con el estado asegurando una transferencia de rentas del trabajo al capital puede generar aplicaciones de capital suficientes como para poner temporalmente de marcha de nuevo la acumulación. En eso es en lo que confían los grandes capitales especulativos y sus expresiones «teóricas» como Davos y a éso quiere dar cobertura el «green new deal» europeo y su billón de euros.

Sin embargo, un empeño de tales dimensiones es inimaginable sin un acompañamiento político e ideológico capaz de presentar «un tiempo nuevo». Por eso Alemania celebra ahora, de derecha a izquierda y en todos los medios, el 40 aniversario de «los Verdes» como una gesta nacional, es decir, del capital nacional. No deja de ser llamativo que aquel partido que decía pretender superar el capitalismo, que defendía que la contradicción burguesía-proletariado ya no tenía una síntesis revolucionaria y que había sido sustituida por la contradicción capitalismo-Naturaleza, esté siendo promovido tan francamente como partido de gobierno por la burguesía alemana.

Están tan empeñados en crear «unión sagrada climática» presentándola como un movimiento social generalizado que hasta han metido al Tribunal Constitucional en ello: Louise Neubauer, la lideresa de los «viernes por el futuro» presentó una demanda contra el gobierno federal para exigirle mayor velocidad en el «pacto verde». Normalmente ni se le daría curso, pero esta vez esperan que el espectáculo judicial sirva al tiempo para consagrar constitucionalmente la gran apuesta de fondo y de paso para podar las expresiones más catastrofistas, no vaya a ser que se de un «exceso de entusiasmo» y el pacto verde acabe en ¡¡inflación!! el gran coco atávico del capital alemán.

Rusia

La sorpresa de la semana fue la propuesta de Putin de una reforma constitucional. Lo principal: el parlamento propondría al primer ministro y el comité de presidentes de las repúblicas federadas, que representa a los caciques y poderes territoriales, se convertiría en «Consejo de estado», incorporándose a la Constitución, que de paso cierra el paso a un nuevo juego de alternancias entre presidente y primer ministro como el que protagonizó la alianza Putin-Medvedev.

El conjunto podríamos resumirlo en dos puntos: de fondo neutralizar el potencial centrífugo de los poderes locales y en lo inmediato tender un puente de oro a Medvedev que, efectivamente dimitió inmediatamente con todo su gobierno. Medvedev no solo estaba desacreditado frente a las facciones territoriales del poder en el estado. También, como primer ministro, condensa el rechazo producido por los costes de la estrategia Putin-Medvedev: con solo un 36% de aprobación, Putin podía dar por amortizada definitivamente su alianza.

La clave de fondo sin embargo, va más allá del desgaste personal de Medvedev o el intento de contener a los distintos grupos de poder -territoriales e institucionales- en sus tendencias centrífugas. Ambas cosas están presentes, pero pesa aun más una rabia social continua y omnipresente que amenaza con estallar en revuelta, especialmente entre los trabajadores. Un rechazo al que el sistema político no sabe dar cauce ni siquiera a través de la oposición extraparlamentaria apoyada por los rivales imperialistas de Rusia. El cambio constitucional es la expresión a la rusa, de la crisis del aparato político.

La reconversión del capital ruso no cesa. Desde 2005 se han cerrado más de 35.000 fábricas grandes o medianas. A esto habría que sumar 38.000 granjas cooperativas cerradas durante los últimos veinte años. Una nueva clase de pequeños propietarios agrarios -base social del poder putinista- produce ya el 50% de la ganadería y 90% de la producción agrícola. La consecuencia ha sido un nuevo excedente de mano de obra y nuevas migraciones internas. Rusia ha perdido más de 3.000 pueblos y 20.000 aldeas durante los últimos 20 años. Los costes para los trabajadores son inmensos. Casi 20 millones de trabajadores viven con salarios por debajo del umbral de subsistencia. Los servicios públicos se han desmantelado en buena medida. En los últimos quince años se cerraron 4.300 bibliotecas, 22.000 jardines de infancia y 14.000 escuelas. De los 10.700 grandes hospitales en funcionamiento en 2000 quedaban tan solo 4.400 en 2015 y de las 21.500 centros hospitalarios de proximidad solo quedaban 16.500 en 2015. No es casualidad si, inmediatamente después de la farsa electoral, a pesar del consenso masivo supuestamente alcanzado por la burguesía en torno a su principal candidato, un accidente, como el reciente incendio en un centro comercial en Kemerovo, amenaza tan fácilmente en convertirse en un levantamiento contra Putin y su régimen.

«Qué esperar de Rusia tras sus elecciones», 18/3/2018

La centralidad y globalidad del ataque a las pensiones

El momento nodal de la crisis del aparato político ruso y de su incapacidad creciente para encuadrar el descontento fue, no en vano, la aprobación de la reforma de las pensiones en septiembre de 2018. Y es que las pensiones representan un elemento central de la respuesta de la burguesía ante una crisis de acumulación para la que no acaba de encontrar salida. Es lo que estamos viendo en Francia, pero también en España, donde el gobierno no puede esperar ni una semana para comenzar a perfilar una línea de ataque.

El único camino en el que la burguesía mundial parece encontrar su salida, pasa por la apropiación directa de las coberturas y los magros ahorros de los trabajadores -sistemas de pensiones, salud y educación- y el incremento de la explotación en términos absolutos: más horas reales de trabajo por salarios totales pagados menores. El capital fuerza la realización de la plusvalía utilizando al estado que debería amortiguar sus contradicciones, azuzándolas.

I Congreso de Emancipación, 23/6/2019

También en un contexto como el de la revuelta chilena las pensiones ocupan la centralidad del debate. La revuelta chilena no ha perdido en absoluto su carácter «popular», es decir, no ha conseguido librarse del terreno de la pequeña burguesía nacionalista. Lo que es más, la confluencia entre la lógica de la pequeña burguesía en revuelta, una parte de la burguesía de estado y la izquierda del aparato político empieza a expresarse con un discurso que afirma que el...

...horizonte común es la restitución de derechos y la constitución de un Estado garante. Implicando, esta vez, demandas que en lo cuantitativo redistribuyan recursos, como también reformas que, poniendo fin a la discriminación, cualitativamente construyan una sociedad diferente.

Es decir, un estado que crezca y absorba a un porcentaje mayor de la pequeña burguesía que sale de la universidad endeudada hasta las cejas.

Estos discursos muestran bien lo más a lo que puede aspirar la revuelta chilena dentro del corsé de la pequeña burguesía que la lidera. Precisamente por eso las pensiones son su eslabón más débil, el elemento que al romperse podría llevar a una movilización de los trabajadores en sus propios términos y objetivos.

Y esta semana precisamente, Piñera explicó su propuesta de reforma de las pensiones, que obviamente no toca lo central del sistema -ser de capitalización individual organizada a través de las AFPs (Administradoras privadas de Fondos de Pensiones) de los bancos- y sube poco o nada la pensión mínima. Como describió la Fundación Sol:

En términos generales, la propuesta sube en un punto la oferta inicial del Gobierno y contempla una cotización adicional del 6% a cargo del empleador: 3% irá a la cuenta individual del cotizante y el otro 3% a un fondo colectivo, que será administrado por un ente público y autónomo. Con el porcentaje igualado con lo propuesto por la oposición, ahora la única diferencia sustancial es que esta última contempla que toda la cotización adicional sea dirigida a un fondo colectivo con lógica de reparto.

En los sistemas de pensiones mixtos entre capitalización -fondos privados- y reparto -como el español- más del 75% de la cotización va a reparto. Es el modelo de Suecia o Uruguay. Con propuesta de Piñera, el 19% de la cotización iría a reparto. Dicho de otra forma, Piñera llega al modelo que se dibuja bajo la estrategia de Sánchez... por el otro lado. Los modelos de capitalización son un desastre para los trabajadores que ven sus pensiones bajar o incluso desaparecer en las crisis. Por lo mismo son los mejores para el capital. No solo los bancos ganan masa y escala sin riesgos, el capital como un todo no sufre los ciclos a través de las cuentas estatales.

Hoy la burguesía solo contempla dos estrategias. Donde puede introduce la capitalización (vía mochila austriaca) o intenta mantener que sea la parte principal del sistema (Piñera). Donde no, como en Francia, intenta que el sistema de reparto determine la pensión de cada cual «por puntos», como ocurre ya en Alemania, donde no ha hecho más que empobrecer a los más mayores al punto de dejar al 50% de los jubilados en peligro de pobreza.

El reto para los trabajadores

En Francia la movilización contra las pensiones sigue en pie. No es que no intenten desgastarla entre gobierno y sindicatos. La semana comenzó con el líder del sindicato CFDT calificando la huelga como «período de histeria colectiva» y llamando a acabar el «bloqueo que cansa a los franceses». Pero ahí no acabó el juego sindical. El gobierno retiró «temporalmente» la edad pivote y dejó a los sindicatos encontrar formas alternativas de «ahorrar» en el sistema de pensiones... es decir, de reducirlas. En respuesta los sindicatos se dieron el plazo más largo posible para llevar la negociación, dejando a las huelgas en marcha, que ya son las más largas de la historia reciente, condenadas al agotamiento.

Pero la verdad es que el señuelo de la «edad pivote» no parece haber funcionado. Un 57% de los franceses apoyan las luchas aun si se confirma la retirada de la «edad pivote». Además, a las movilizaciones ya en marcha se unieron las de los trabajadores de los hospitales públicos en su batalla contra el abandono de los servicios básicos y de urgencias. Para desespero de periodistas, gobierno y los propios sindicatos, las procesiones sindicales siguen llevando sin conseguir agotar, a miles de trabajadores. Es evidente que los trabajadores han entendido lo que significa la reforma macronita de las pensiones y quieren luchar. La cuestión es que luchar bajo la dirección sindical es perder días de jornal para acabar entregando las movilizaciones a la impotencia. Algo que entendieron, con éxito los ferroviarios de Chatillon y que está cada vez más presente en las conversaciones.

Aun más esperanzadores, pero igualmente cohartados, de momento, por los sindicatos, son los crecientes movimientos hacia huelgas en sectores básicos en Turquía. Esperanzadores no solo por representar la recuperación de una combatividad abatida hasta ahora, sino porque el papel cada vez más central de Turquía en las tensiones inter-imperialistas en tres continentes, coloca a los trabajadores turcos en una posición que puede llegar a parar de modo efectivo la extensión de la guerra y sus matanzas.

Si frente a una burguesía debilitada económica y políticamente, no estamos pudiendo hacer valer nuestras necesidades vitales es porque el terreno al que los sindicatos dirigen las luchas es siempre ajeno. Desbrozarlo y colocarnos firmemente en terreno propio significa hoy pasar de discutir los mecanismos de pensiones a exigir pensiones de acuerdo a las necesidades y rechazar la representación y las procesiones sindicales para empezar a organizar asambleas de huelga y coordinarlas entre sí.