Crisis de abastecimientos y electricidad, un ejemplo de caos capitalista en Gran Bretaña
Crisis de abastecimientos en Gran Bretaña, gasolineras cerrando, estantes vacíos, quiebras en el sector eléctrico, el sector cárnico al borde del colapso. El despilfarro y la escasez innecesaria campan por todos lados conforme las contradicciones del capital se exacerban.
Supermercados desabastecidos
El Brexit vino acompañado de una trampa xenófoba: el cierre de fronteras a trabajadores de la UE, prometían, subiría los salarios de los trabajadores nativos. Con la pandemia el éxodo se multiplicó. 1.300.000 trabajadores con pasaporte UE abandonaron el país. Pero los salarios de los sectores más intensivos en mano de obra migrante no se conmovieron.
Los camioneros son un buen ejemplo de hasta que punto esto fue así. En vez de subir los salarios la marcha de decenas de miles de trabajadores que conducían camiones se tradujo en jornadas extenuantes y rutas imposibles, pero ni una libra más a fin de mes.
El gobierno, que había eximido de los confinamientos a 10.000 trabajadores para paliar la ausencia de mano de obra a los precios que las empresas estaban dispuestas a pagar, redujo los requisitos formativos para trabajar en reparto de mercancías, en la idea de aumentar el número de trabajadores «nativos» disponibles. En junio los supermercados Asda, Tesco y Sainsbury's comenzaron a pedir a los proveedores pagos adicionales para aumentar los salarios que ofrecían a los repartidores. Pero a pesar de todo... los estantes de los supermercados empezaron a mostrar cada vez más huecos y espacios vacíos.
Pero la ausencia de mano de obra suficiente y disponible a los salarios que las empresas ofrecían, no estaba ocurriendo solo en el sector del reparto y el transporte.
Granjas, mataderos y envasadoras cárnicas paradas
Los salarios miserables y las condiciones de trabajo en mitad de la pandemia habían llevado al abandono de un 16% de las plantillas de la industria cárnica. Este pasado agosto las empresas del sector, que se habían nutrido masivamente de mano de obra migrante mal pagada, cerradas en banda a ofrecer mayores salarios, pidieron al gobierno poder ampliar la cuota de trabajo penitenciario, trabajo esclavo al fin, para suplir las bajas.
La reducción de la capacidad de despiece afectó pronto a los ganaderos que, a su vez, amenazaron con sacrificar decenas de miles de cerdos y una cantidad aun mayor de aves de corral.
Gasolineras desabastecidas
Para rematar, la falta de trabajadores dispuestos a conducir camiones a los salarios que ofrecen las empresas no se limita al reparto y la alimentación. Se van a cumplir ya dos semanas de desabastecimientos en las gasolineras.
BP, que tiene la mayor red privada de gasolineras del país comenzó a cerrar surtidores en el gran Londres y el Sur de Inglaterra. Según informó la compañía al gobierno, el impacto de la falta de trabajadores dispuestos a conducir camiones por los salarios actuales había recortado los suministros a sus gasolineras en un 20%.
La «solución»: militarizar, dar visados, formar jóvenes apresuradamente... ¿subir salarios?
Mientras tanto, el gobierno británico se dividía sobre cómo enfrentar la crisis. El ministro de Medioambiente proponía «abrir la mano» y ofrecer visados; el de Economía proponía «aguantar» porque según él las empresas acabarían subiendo salarios y equilibrando el mercado; el de Defensa movilizó y censó preventivamente a todos sus soldados con capacidad para conducir vehículos de transporte.
Finalmente, el gobierno ha ofrecido 5.000 visados temporales para conductores de vehículos peligrosos y 5.500 para trabajadores en mataderos y factorías avícolas mientras organiza a toda velocidad cursos de formación para contar con nuevos conductores antes de Navidad. Pero pocos creen que vayan a completar siquiera ese magro cupo. Las cámaras de comercio británicas compararon la medida con «arrojar un dedal de agua a una hoguera» y las patronales del transporte no fueron mucho más optimistas.
De momento la escasez llega ya a los pubs, los Macdonalds y nuevas cadenas de supermercados... pero los salarios siguen sin subir. Y ni hablemos de la industria cárnica.
¿Por qué no suben los salarios?
Con absoluto descaro, Johnson, desde la portada del Telegraph, se intentaba presentar hoy como un campeón de los trabajadores pidiendo subidas salariales a los transportistas. Pero, en realidad, la situación deja en evidencia el discurso del «libre mercado» de trabajo tanto como las trampas xenófobas del Brexit.
La cuestión es que en un capitalismo de estado la fijación de precios no es un juego de ofertas y demandas independientes e incapaces individualmente de torcer los resultados, por mucho que nos hablen del «libre mercado» como una fuerza autónoma e indomeñable. Es más bien un juego de equilibrios entre monopolios en los que las tasas de rentabilidad se negocian de arriba a abajo y en el que el mercado de capitales y las rentas distribuidas desde el estado acaban determinando los precios.
En pocas palabras: el sector del transporte británico no tiene capacidad para modificar los precios al alza de sus grandes clientes. Por eso no puede trasladarles los costes de una subida salarial, al menos completamente. Así que solo puede subir salarios a costa de sus márgenes, ya tocados desde la pandemia. Y una reducción de márgenes, le haría aun menos atractivo como aplicación en la que colocar capital.
Eso es lo que explica por qué los transportes propios de las grandes cadenas de distribución y las petroleras sí han subido salarios: el impacto en márgenes de unos cuantos camiones más con camioneros mejor pagados es mínimo para ellos y en todo caso preferible a los costes de desabastecer sus tiendas. También algunas empresas medianas de propiedad familiar o individual aumentaron retribuciones a costa de márgenes porque para ellos la alternativa era cerrar y porque su dependencia del mercado de capitales es menor.
Así que la presión en realidad es de arriba a abajo: las grandes compañías de distribución y petróleos no quieren ni oír hablar de subidas generales de costes y hasta el propio estado empieza a temer que una subida generalizada de salarios de conductores haga más caros servicios como la recogida de basuras.
El resultado: un caos evidente con consecuencias sociales directas. Uno más.
Quiebras y electricidad desbocada
Porque a todo esto Gran Bretaña también está en un momento de escalada de precios eléctricos por motivos parejos a los que hemos seguido en España -para empezar el establecimiento de un mercado de emisiones- aunque con agravantes propios.
Entre ellos el movimiento de las petroleras hacia la producción eólica y eólica marina. Empujadas por el «Pacto Verde» británico, las pujas de las petroleras elevaron los precios de las concesiones públicas de nuevas explotaciones hasta límites nunca vistos. En parte trataron de derivar este coste a los fabricantes de molinos eólicos... que no han levantado cabeza desde entonces. Pero el grueso ha ido a precios. La eólica marina británica es más cara que la de ningún otro país europeo.
¿Solución? Apostar por la nuclear, desplazar al capital chino y preparar la financiación de Rolls-Royce para crear una flota de minireactores. Es decir, más producción ineficiente de energía con rentabilidades artificialmente garantizadas y posibilidad de colocar grandes capitales. Derroche, riesgo humano permanente y posibles derivaciones armamentísticas.
Otra particularidad británica es que no existen precios máximos para las pocas empresas de generación existentes, que es donde se colocan los grandes capitales, pero si para las de distribución, menos capitalizadas y más numerosas.
Con unos costes que han llegado a los 3.000€ por KW, eso significa que las distribuidoras trabajan en algunos periodos a pérdida. Resultado: las menos capitalizadas, quiebran una tras de otra. No es anecdótico, ya hay un millón y medio de hogares que se han visto afectados en su abastecimiento por el cierre de su distribuidora eléctrica.
El caos capitalista y los trabajadores
Tanto en el transporte como en la electricidad vemos un patrón repetirse: los grandes monopolistas y sectores más intensivos en capital fijan precios para toda la cadena, apoyándose en regulaciones públicas (el «Pacto Verde» o la política migratoria) para asegurar la rentabilidad de la jugada convirtiéndola en una transferencia de rentas del trabajo al capital.
El resultado inmediato para los trabajadores es, por un lado un caos de precios eléctricos desorbitados, pobreza energética al alza y quiebras que dejan ristras de nuevos parados; por otro: condiciones laborales infames y desabastecimiento de combustible y alimentos. Todo en medio de una orgía de despilfarro de carne, recursos alimentarios y fuentes de producción energética.
Y éste es solo un primer aviso del caos capitalista en desarrollo en todo el mundo.