Criptomonedas los secretos del capitalismo en negro
Hace mucho que cayó el velo de las criptomonedas: lo esencial en ellas es que no son dinero sino activos financieros especulativos. Para entender su éxito dentro de las mil posibilidades de inversión especulativa que ofrecen los mercados financieros de hoy, tenemos que entender someramente cómo es la tecnología en la que se basan y qué cosas permite más allá de las posibilidades habituales en los activos especulativos «normales».
Blockchain
La principal «novedad» de las criptomonedas es que funcionan sobre una tecnología llamada blockchain que permite llevar un registro de quién tiene qué cantidad y quién la intercambia con quién, sin necesidad de un organismo -empresa o banco- que lo centralice. Es más, el sistema emite por sí mismo nuevas monedas automáticamente conforme su uso crece según una función diseñada para que la nueva oferta sea menos que proporcional a la demanda y por tanto el precio de cada unidad tienda a subir.
Lo particular del tipo de «registro distribuido» que produce el sistema blockchain es que cada usuario guarda una copia completa y actualizada de las transacciones realizadas con la divisa... lo que hace que todo sistema basado en ella sea tecnológicamente muy ineficiente desde varios puntos de vista:
En primer lugar que cada usuario tenga que guardar la historia completa de la moneda, en segundo lugar que los chequeos para evitar manipulaciones en el registro de transacciones son computacionalmente complejos... lo que significa horas de ordenadores especializados. Cuando el volumen de uso crece, como en bitcoin, el consumo energético de estos ordenadores -los famosos «mineros»- se multiplica, ralentizando las transacciones y aumentando los consumos. A día de hoy la «minería» de bitcoin consume más energía eléctrica que 159 países.
Sin embargo blockchain es casi unánimemente alabado por consultoras y bancos porque:
- Les permite crear criptomonedas con las que organizar mercados virtuales. En la medida en que se convierten en emisores de la moneda, la rentabilidad de crear el mercado está asegurada porque se quedan con una parte del stock original que pueden ir revendiendo al tiempo que se benefician de su revalorización.
- Eliminan riesgos de tipo de cambio o de impagos: para operar en dichos mercados hay que empezar por comprar moneda, así que, en realidad, los operadores financian al dueño del mercado.
- El registro de operaciones del mercado es transparente para los agentes: todos pueden verlo pero ninguno manipularlo
- Y al mismo tiempo es opaco al sistema financiero y regulatorio: puedo hacer una transferencia de divisas casi instantáneamente por el simple mecanismo de comprar criptomonedas con una divisa y venderla en otra, sin pasar por cámaras de compensación, controles de autoridades regulatorias o bancos centrales. Es más, si quiero puedo hacer que los propietarios de la moneda sean anónimos y sus cuentas y actividades no trazables por nadie.
Bitcoin
Blockchain nació en el entorno tecno-libertario californiano, como solución tecnológica al problema de crear una divisa opaca, independiente de la regulación estatal y que no se devaluara con el tiempo. Es decir, una moneda cuya lógica fuera «lo más parecida posible al patrón oro» y que además hiciera imposible a los estados seguir la traza de los comercios ilegales, reivindicados por el anarcocapitalismo. La primera divisa así creada, con blockchain como base, se llamó bitcoin.
Pero a diferencia de las divisas emitidas por los estados, bitcoin no tenía una economía debajo. Nadie cobraba su salario en bitcoins y nadie compraba en el supermercado con ellos. Dicho de otra manera: bitcoin no es dinero porque es un fenómeno excéntrico a la acumulación de capital y la explotación del trabajo, es decir, carece de carácter social, no es una herramienta para la extracción de valor (=trabajo no remunerado).
Era, al principio, un pasatiempo y un juego de fanáticos de la tecnología y teóricos libertarios. Hasta que quedó claro que era un modo de pago seguro para actividades penadas o reguladas. El primer gran mercado online que utilizó bitcoins fue Silk Road, el ebay de las drogas, y aunque fue cerrado por el FBI y su fundador juzgado y encarcelado a todo el mundo le quedó claro que lo que había «fallado» no era la opacidad de la moneda, sino la del sitio web.
A partir de ese momento bitcoin se convirtió en una forma cada vez más extendida de saltarse regulaciones de cambio en países como Venezuela o Argentina, de burlar la imposibilidad de hacer pagos directos en países bajo sanciones internacionales, de lavar dinero y, sobre todo, de guardarlo.
Grupos y organizaciones como la red del expresidente ucraniano Yanukovich redefinieron su operativa para utilizar bitcoins y criptomonedas en sus sistemas de lavado de dinero y compra-venta de armas, convirtiendo la divisa en el nuevo sistema de pagos global de los servicios secretos, las mafias transnacionales y los grupos clandestinos.
Una vez el dinero negro comenzó a afluir y depositarse en este tipo de activos financieros, la especulación en bitcoins pasó a ser una apuesta: mientras la cantidad de dinero negro que pasaba a estar guardado en bitcoins sea mayor que la que se convierte para ser gastada, el precio subiría. Y subió al punto de atraer inversores especulativos «puros», no interesados en principio en otra cosa que la propia revalorización de bitcoin.
Nunca el dinero negro había tenido una rentabilidad tan alta. El resultado, como no podía ser otro, fue, está siendo, una «fiebre de las criptomonedas» en la que se invita a la empobrecida clase trabajadora americana a jugarse los ahorros de la pensión.
El grado de distorsión que las expectativas sobre las criptomonedas, o lo que es lo mismo, sobre el auge del dinero negro, puede producir en empresas que pasan por momentos difíciles podemos verlo en Kodak. La antigua casa de material y cámaras fotográficas se ha reconvertido en un mercado para fotógrafos en el que prácticamente se garantiza a los participantes, previo pago y con independencia de su actividad o éxito en el mercado, un beneficio. Ese beneficio saldría de financiar actividades de minería de bitcoin. La revista «Life Hacker» explicaba la «oferta de valor» así:
Esencialmente, la compañía le está pidiendo que pague 3400$ como inversión inicial para comprar una plataforma minera de Bitcoin, Spotlite, que está licenciando la marca Kodak para este negocio, cubrirá los costos de mantenimiento y dividirá los beneficios. La compañía estima que usted ganará 375$ al mes (9000$ en dos años) basándose en el valor actual de bitcoin y las tasas actuales de minería.
Es esta «exhuberancia» la que espanta a viejos piratas y tiburones como Warren Buffet o el consejero delegado de JP Morgan, pero también al gobierno surcoreano, que se plantea prohibir el cambio de divisas por bitcoins y a la mismísima VISA, que teme verse anegada por una oleada regulatoria consciente de que criptodivisas y dinero negro van de la mano.
¿Qué nos enseña el fenómeno de las criptomonedas?
El auge de las criptomonedas refleja varias características de un capitalismo exhausto y destructivo:
1 El dinero negro no es un fenómeno puntual o una enfermedad más o menos contenida del capitalismo. La corrupción es una consecuencia consustancial de la organización del capitalismo de estado; las mafias transnacionales no son cuatro traficantes de droga buscados en todo el mundo, son una parte creciente de las clases burguesas y su poder y capacidad aumentan con la descomposición producto de la crisis permanente del capitalismo y el desarrollo autoritario de los estados.
Los gigantescos capitales que mueven lo hacen en su mayor parte dentro de la economía «legal»... pero con unos costes extra, el famoso «lavado». Lo que ha pasado con las criptomonedas es que cuando han aparecido formas, siquiera experimentales, de ahorrar estos costes, una pequeña cantidad del dinero negro total se ha movido hacia las nuevas herramientas haciéndose visible.
2 El capitalismo decadente en el que vivimos se caracteriza por la ausencia de mercados extracapitalistas suficientes para realizar la plusvalía. Una de las consecuencias de tal ausencia es la concentración y sobre-acumulación de capital. Hay inmensas cantidades de capital que no tienen donde invertirse de forma productiva.
Pero el objetivo del capital no es ser productivo, es reproducirse, por eso grandes bolsas especulativas fluyen de un mercado a otro buscando ocupación en lo que no son en realidad sino apuestas sobre la rentabilidad de capitales, esos sí productivos... Estos capitales ficticios flotantes van dejando un rastro de «hypes» frustrados, burbujas estalladas y desastres sociales. La burbuja de las criptomonedas, basada en la expectativa de que el dinero negro se guarecerá en ellas, no es más que la última de una larga serie durante los últimos 15 años: las puntocom, el inmobiliario, las renovables... y ahora las criptomonedas.
3 El gran capital mira con desprecio bitcoin y sus efectos porque para ellos son «peanuts»: como ha repetido el Banco de Inglaterra, es «demasiado pequeño para ser una amenaza». Pero se vuelven locos con blockchain, la ineficiente tecnología que lo sostiene.
¿Por qué? Porque sus necesidades son las mismas: ganar independencia del control estatal y asegurarse la capacidad de operar globalmente en un entorno donde confiar en los agentes de sus propios mercados le resulta cada vez más difícil.
4 Por eso, las fronteras entre el dinero negro y el dinero «limpio» que siempre fueron borrosas son, cada vez más, irreconocibles.
Las criptomonedas son la contraparte de los «fondos éticos»: unos y otros existen como polos extremos y anecdóticos de un mercado de capitales que no puede ser sino especulativo y destructivo en su conjunto.
En el capitalismo de hoy el capital no puede reproducirse sin generar capitales flotantes, masas de dinero que no encontrando ocupación productiva se apuestan al resultado de otros capitales en lucha por mercados cada vez más exhaustos.
Las criptomonedas son el estreno con nombre propio del dinero negro en el mercado de capitales. Pero es el capital y no solo el dinero negro, el que es una pesada carga para la Humanidad. Es el capital en su conjunto y su lógica de reproducción -que en su un día revolucionó las capacidades productivas de la especie- la que se ha convertido hoy en una traba, un freno y una amenaza permanente.