Un modelo de crianza anti-humano
En Francia los medios se llevan las manos a la cabeza ante las opiniones, algunas francamente anti-humanas, que reflejan los sondeos entre los alumnos de instituto. En Alemania, mientras, se ponen en cuestión los modelos de crianza generalizados desde la escuela básica en las últimas décadas. No es ya el modelo formativo y escolar, sino toda la ideología de la crianza la que se está evidenciando como destructiva social y humanamente.
El identitarismo llega al instituto
Es un hecho aceptado, aunque no reconocido habitualmente, que el sistema de enseñanza multiplica diferencias de clase y que, reforma tras reforma, es cada vez menos capaz de proveer una formación básica general a la población. En Francia por ejemplo, más de 2/3 de los alumnos de 11 años no entienden qué es «1/2».
Lo que las clases dirigentes francesas no esperaban era que sus jugueteos con el identitarismo produjeran tan pronto el colapso de la ideología universalista promovida por el propio estado francés. Y lo que es aun peor: el ascenso de una variante abiertamente antisocial de su propia moral deshumanizante.
La «indiferencia» ante un crimen terrible
Se cumple ahora un año del degollamiento de un profesor que quiso discutir sobre las caricaturas de Mahoma con sus alumnos. En el marco general, este crimen se convirtió en un episodio de la lucha entre el estado francés, los Hermanos Musulmanes y sus patrones imperialistas. Pero el enfoque hoy es intentar remarcar que la «sociedad francesa cambió conmocionada», así que los medios encargaron encuestas sobre cómo entendieron los estudiantes el asesinato. Pero al conocer los resultados se llevaron las manos a la cabeza.
El 52% de los alumnos está a favor del uso público de símbolos religiosos en las aulas, el 38% de permitir que las familias puedan imponer el uso de burkini por las niñas en clase de educación física, el 37% a favor de segregar hombres y mujeres para que no puedan coincidir en las piscinas municipales.
Por su parte el 49% de los profesores declaró haberse autocensurado en clase por miedo a incidentes relacionados con creencias religiosas, el 27% haberlos sufrido en clase de educación física, el 26% en clases sobre el laicismo y el 25% en cursos de educación sexual, igualdad entre sexos o crítica de estereotipos de género.
Pero el golpe más duro de toda esta batería de encuestas vino al preguntar directamente por el asesinato por decapitación del profesor Samuel Paty.
Un 20% de los alumnos franceses se declaran «indiferentes» ante el crimen. La cifra es tanto más importante por cuanto que si mostraran solidaridad con el asesino estarían cometiendo un delito. «Indiferencia» ante la pregunta es además la consigna de los Hermanos Musulmanes.
Pero que nadie se llame a engaño, el 60% de los que tomaron esta postura no eran musulmanes. Los sociólogos hablan del identitarismo como una característica generacional que achacan a la «americanización» de las actitudes de la nueva generación.
Porque otra cosa que queda clara es que hay una ruptura generacional en el nebuloso mundo de las opiniones: el porcentaje de los más jóvenes afectados por el identitarismo religioso es el doble del de adultos.
Cuando se amplía hasta los 30 el rango de edad el resultado es un retrato nada agradable de una juventud rencorosa con simpatía por los cacicazgos locales y el militarismo, en busca de figuras de autoridad, que está convencida de ser la principal víctima del Covid y haber sufrido una gran injusticia que pagarán toda su vida.
Identitarismo, atractivo del autoritarismo y crianza
No es ningún secreto que la crianza actual, promovida entre los padres por series de TV, una literatura especializada ingente y desde las mismas escuelas, mira a los niños como consumidores soberanos a contentar. Los padres son invitados a «negociar» con los niños desde los primeros años de vida e incluirlos como iguales en las decisiones familiares básicas y cotidianas... al tiempo que se le «libera» de las tradicionales tareas infantiles: desde hacer su cama o limpiar su cuarto a cuidar de los hermanos menores o cumplir ciertos resultados escolares.
Es decir, se le carga de responsabilidades en la toma de decisiones colectivas que no puede comprender completamente, mientras se le niega la oportunidad de integrarse en la comunidad familiar a través del aporte que es capaz de hacer, al no fomentarse su autonomía práctica y al exonerarle de las responsabilidades a su alcance -desde atarse los zapatos a ir al colegio por su cuenta.
Esta mirada de la crianza refleja los valores burgueses al 100%, de hecho parece la mirada típica de un CEO: el valor está en la decisión; mantenerse lo más separado posible del trabajo colectivo significa libertad y reconocimiento personal.
En la práctica de la crianza significa sin embargo una fórmula infalible para producir una permanente insatisfacción. Produce niños que difícilmente sabrán gestionar la frustración que el modelo les crea.
Al llegar a la adolescencia este sentimiento cristaliza como alienación del grupo familiar y ausencia de referentes. Según un estudio reciente de juventud en España, mientras 56% de los jóvenes se sienten «verdaderamente apreciados» al menos por uno de sus padres, solo el 22% cree que alguno de los progenitores le ha ayudado a «descubrir qué quiere hacer con su vida».
Algunos autores y estudios vinculan este tipo de resultados con el atractivo creciente del identitarismo, el autoritarismo y el militarismo para los jóvenes que reflejan las encuestas en países como Francia, EEUU o Gran Bretaña. La realidad es evidentemente más profunda y trasciende el ámbito de la «opinión» más o menos moldeable por la ideología que diluvia sobre niños, jóvenes y mayores. Pero no deja de ser significativa que se establezca abiertamente la asociación.
La incompetencia para hacer una crítica consecuente de la crianza
Así la cosa, se prodiga la búsqueda de modelos alternativos de educación y crianza a partir del reconocimiento de una buena parte de estos síntomas. En Alemania está teniendo un gran impacto la búsqueda de modelos alternativos en comunidades campesinas exóticas relativamente poco tocadas por la extensión del individualismo terminal con el que han sido bombardeadas las últimas generaciones.
Los niños quieren ayudar. Esto se puede ver muy claramente en los niños pequeños: quieren participar en todas partes y ayudar a sus padres. Pero en Occidente nos resulta molesto cuando el niño se equivoca y retrasa nuestras rutinas. «Ve a jugar, ya te llegará el momento», solemos decir. Nuestros niños dejan de ofrecer su ayuda alrededor de los seis o siete años. Han aprendido que doblar la ropa y cocinar no son su responsabilidad.
Los padres mayas reaccionan de manera diferente desde el principio, están contentos de que su hijo quiera involucrarse y comenzar a enseñarle a trabajar y asignarle pequeñas tareas. Esto aumenta la disposición de los niños a ayudar y les enseña cómo hacer los trabajos del día a día que vienen con la familia. Allí he visto a muchos niños serviciales, trabajadores y atentos.
La periodista y pedagoga rechaza «el mundo infantil separado y regado de actividades y juguetes», las «interminables rondas de negociación» para que se aten los zapatos y la economía de la atención permanente y culpógena del discurso sobre la crianza.
Con esta actitud arruinamos en buena parte la educación que les damos. También les estamos haciendo un flaco favor a nuestros hijos, los hacemos infelices y no los preparamos bien para afrontar el mundo de los adultos. Los niños anhelan pertenecer y participar. En las comunidades que visitamos, cada miembro de la familia tenía una responsabilidad con la familia. Los niños también jugaron mucho. Pero primero hicieron su trabajo.
Este tipo de críticas de la crianza son fundamentalmente correctas o al menos son honestas, como correctas son las alarmas ante la fragilidad emocional y el sentimiento de soledad que producen en el salto a la adolescencia y más allá.
Sin embargo, el mismo enfoque de las alternativas, la «mirada hacia atrás» -el pasado precapitalista- y hacia fuera -comunidades campesinas a miles de kilómetros del hogar de quién escribe- revelan hasta qué punto los propios autores y los medios que les difunden invisibilizan la misma realidad social en la que viven.
En EEUU, el país de residencia de la autora, los estudios sociológicos señalan año tras año cómo el modelo de crianza, relativamente homogéneo hasta los años 90, está fracturándose en función de la clase desde entonces al mismo ritmo en que aumenta la precarización.
La razón es que los hijos de los trabajadores no pueden permitirse la falta de autonomía cuando los padres encadenan trabajos con horarios imposibles. Y las familias no pueden girar en torno a niños extraordinariamente dependientes de atención y jóvenes infantilizados alienados de la situación colectiva. Lo comunitario más básico es el último asidero de la familia de clase trabajadora. Adoptar las teorías de crianza de una pequeña burguesía a la deriva solo puede ser destructivo.