«Crédito social» una distopía ¿china?
El «crédito social» chino es la base de un gigantesco autómata social, un distópico sistema de «karma» diseñado para marginar económicamente y aislar socialmente los comportamientos que no gustan a la clase dirigente china. Anunciado por el gobierno en 2014, se habrá extendido a toda la población del país en 2020, estableciendo un modelo de control social universal íntimamente ligado a la extensión de la Inteligencia Artificial que bajo distintas formas llegará más temprano que tarde a Europa y las Américas.
La esencia del sistema es muy sencilla: incentivar los «buenos comportamientos sociales» y desincentivar los considerados nocivos. El modo: convertir la vida cotidiana en un videojuego en el que cada interacción social o acto individual afecta a nuestro «valor» para el sistema. Cosas como hacer compras online consideradas innecesarias o pasar demasiadas horas jugando en el ordenador podrían ralentizar automáticamente la conexión a internet. Fumar en el horario de trabajo podría cerrarte las puertas de tu restaurante favorito y tener problemas disciplinarios en el trabajo o asistir a una manifestación contra tu empresa o el gobierno, negarte el acceso a una hipoteca. Y lo que es aun más perverso, la puntuación de tus amigos y personas con las que te relacionas te afectaría directamente. Es decir, si quieres mantener tu puntuación será mejor que dejes de ver a los amigos protestones y problemáticos, ni hablar de huelguistas o disidentes.
El sistema se integrará también con las redes de cámaras y reconocimiento facial que el estado chino ha implantado masivamente desde las olimpiadas. De ese modo, los cuerpos represivos podrán detectar concentraciones o encuentros entre personas marginalizadas por el sistema.
¿Despotismo oriental en la época de la Inteligencia Artificial? No. Desde hace años empresas como Walmart o Credit Suisse han intentado, con ayuda de Google, predecir comportamientos laborales. Y no solo Google, Facebook patentó en 2015 su primer sistema de ranking basado en relaciones sociales. Cuando nos hablan del «big data» están hablando de gigantescos sistemas de control social corporativo que a día de hoy ya determinan en Europa y EEUU el acceso a créditos bancarios y oportunidades sociales. Las únicas «dudas» planteadas por el sistema entre las empresas extranjeras, como entre el chino, vienen de su aplicación a los directivos por sus malos comportamientos regulatorios. La queja real de las corporaciones occidentales en China es que los datos del sistema de crédito social serán alimentados por todas las empresas, desde la localización de los coches a los servicios online... y sin embargo solo algunas empresas chinas podrán acceder a esos datos para entrenar a sus IAs, recortando e incluso invirtiendo la ventaja tecnológica sobre EEUU.
Bajo la distopía tecnológica la vieja utopía burguesa
En nuestra serie sobre los fundamentos de la moral comunista hemos visto cómo la burguesía en ascenso en los siglos XVII y XVIII, concebía al ser humano como un autómata con alma y a partir de esa visión perfiló su programa pensando la sociedad como un «cuerpo» político definido por automatismos hidraúlicos y mecánicos. La sociedad burguesa se piensa así como una gran «máquina social» animada -es decir, dotada de alma- por el fluir de las mercancías y los intercambios, al modo en el que el movimiento del agua redistribuye equitativamente la mercancia o de unos imanes creando corrientes electromagnéticas. Este mito, verdadera base de la religio capitalista, está presente en los grandes discursos político-económicos de la burguesía. Para los liberales el cuerpo social estaría tanto más sano cuanto menos se interviniera en él. Mientras que para «socialistas», keynesianos y partidarios de centralizar aun más el capitalismo de estado el decrépito cuerpo social necesita estar permanentemente atendido por máquinas externas y médicos especialistas que regulen y controlen sus flujos para poder seguir ordeñando unas ubres cada vez más secas.
El «crédito social» es el reconocimiento por el capitalismo de que, en su senectud, todo comportamiento humano le resulta en realidad, disfuncional y ha de ser «corregido» o cuando menos, tutelado. El cuerpo social ya no es el lozano autómata de antaño, sino una concha decrépita que debe ser reparada de manera continua como los androides entubados de «Ghost in the Shell».