Cómo el discurso de la responsabilidad personal frente al Covid se ha convertido en socialmente destructivo
Durante meses, incluso en las semanas más duras de la segunda y la tercera olas, los gobiernos han intentado escabullir la insuficiencia de las medidas contra el Covid haciendo llamamientos a la responsabilidad personal. Pero la responsabilidad personal sin confinamientos suficientes se ha demostrado impotente una y otra vez, país tras país. Con una población mucho más aislada que de costumbre y más vulnerable ante los medios, el hincapié en la supuesta irresponsabilidad de los jóvenes solo ha servido, según los datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para atomizarnos y generar un inédito sentimiento de desconfianza ante los demás.
Antes de nada: ¿Es importante la responsabilidad personal contra el Covid?
Sí, es importante. Pero la respuesta política frente a una epidemia como el Covid no puede basarse en la responsabilidad personal.
En un viaje de metro medio al centro de trabajo en hora punta coincidimos en un periodo de tiempo breve y en un espacio cerrado con más de 2.000 personas. Las medidas de protección personal (la mascarilla, lavarse las manos regularmente, no tocarse la cara ni las mucosas, guardar distancia cuando podamos con las personas con las que hablemos, etc.) reducen la probabilidad de que un encuentro en esos términos con un contagiado se convierta en contagio para nosotros. Pero las probabilidades siguen estando ahí: una bajada de guardia inconsciente, un roce accidental o una confianza indebida pueden disparar lo que queremos evitar.
Lo que es más importante: en grandes números los contagios se producirán inevitablemente. Porque lo que define la vida social, lo que la diferencia de la comunitaria y familiar, es que está hecha de grandes números y de una multitud incontrolable de interacciones personales, la mayoría de ellas inconscientes. Tanto va el cántaro a la fuente que al final (alguno de ellos) se rompe.
Por eso, no basta con las medidas de protección personal. Son útiles para reducir la probabilidad de los contagios dada una situación social, pero lo determinante es esa situación social: el número, la forma y la diversidad de las interacciones interpersonales. Es decir, decisiones políticas.
¿De dónde salió la insistencia con la responsabilidad personal contra el Covid?
Desde que comprobaron que el tipo de cierres y confinamientos necesarios para parar el continuo recuento de muertes implicaba necesariamente el cierre de buena parte de la actividad comercial y que esta a su vez amenazaba con producir un agujero de morosidad en los bancos, toda la política pandémica se ha centrado en salvar inversiones antes que vidas.
Por eso, en plena segunda ola los mensajes mediáticos insistían ya en que no era para tanto, que bastaba con algunas precauciones personales para evitar contagiar y ser contagiados y que si llegaba a haber una tercera ola sería por nuestra propia irresponsabilidad. La expansión de la pandemia, presentada como un desastre natural, no sería el resultado del éxito o el fracaso, de la suficiencia o insuficiencia de las medidas públicas y de las condiciones sociales creadas por ellas, sino de nuestro comportamiento individual. Una estrategia de culpabilización de las víctimas de libro.
Escurrir el bulto echando la culpa de la expansión del Covid a la falta de responsabilidad personal es socialmente destructivo
El CSIC acaba de presentar un estudio sobre los efectos sociales del Covid en España comparando la primera y la segunda ola de la pandemia. Un hecho llama la atención: cómo la presión mediática y el discurso sobre la responsabilidad personal solo han servido para generar desconfianza hacia los vecinos y al final incentivado a millones de personas a bajar la guardia.
Cuando en abril de 2020 se les preguntó a los encuestados cuantos cumplían con las medidas de seguridad e higiene, el resultado fue abrumador: 96,1%. Eso sí, cuando se realizó una estimación de en qué medida pensaban que el resto de personas cumplía con las mismas medidas, el resultado bajaba hasta el 78,7%.
Eso sí, los investigadores destacan que la responsabilidad declarada disminuye cuando se percibe que el resto de los ciudadanos no acatan las normas. Pero a eso fue precisamente a lo que se dedicaron los medios y políticos.
Todos tenían -y tienen- tanto interés en mostrar las muertes de negocios como en ocultar las de personas, pero también en presentar la segunda oleada como una consecuencia de una supuesta falta de responsabilidad personal y no como lo que era: el resultado de la insuficiencia de las medidas adoptadas por los políticos.
Así que cuando en enero de este año se volvió a preguntar a los mismos encuestados... solo el 78,1% guardaba ya todas las medidas. Y la espiral seguía, alimentada por las imágenes de fiestas clandestinas en la apertura de los telediarios: ya ni siquiera pensaban que la mayoría de sus vecinos cumplían con las medidas de seguridad básicas, solo el 41,9%.
La «unión sagrada pandémica» significa más atomización social y la muerte de cientos cada día
Con todo esto lo único que han conseguido es que la desconfianza de las personas en sus vecinos sea aún mayor que la que sienten por los gobiernos. Increíblemente y pese a toda evidencia consiguen salvar de la quema a los laboratorios farmacéuticos y a los expertos, lo que es una verdadera medida del nivel de desinformación orquestado entre medios y gobiernos.
Son los mismos que nos llamaban a la unidad. Es decir a cerrar filas en torno a la gestión de los políticos. Un año después, podemos tener claro que la unión sagrada pandémica no es mejor que ninguna otra unión sagrada.
Para mantener el rumbo de la economía (=la acumulación) tienen que producir la mayor desconfianza de todos en todos que haya habido desde la represión salvaje de los años de la contrrarevolución stalinista y franquista. Su unidad, como la de aquellos, pasa por la disgregación y atomización.
Su objetivo es anti-humano: sacar adelante sin resistencia la agenda de las inversiones _caiga quien caig_a, una agenda que irremediablemente cuesta decenas de miles de vidas. Por eso su unidad solo puede ser antisocial y anti-histórica. Ya no aporta, ya no toca. La alternativa a las matanzas, miserias y desastres nunca vendrá ya de la actual clase dirigente, sus medios, sus expertos, sus industrias ni sus políticos.