Coronavirus salvar vidas, no inversiones
La pandemia de neumonía producida por el covid-19 ha afectado ya a más de 145.000 personas y matado a 5.000. Después una rápida extensión en China durante el mes de enero, las características esenciales de la enfermedad quedaron claras: alta contagiosidad, una mortandad relativamente baja (entre el 3 y el 5% de los contagiados) concentrada en el grupo de edad mayor de 50 años y una alta probabilidad (17,5%) de producir en los enfermos un estado que requiera cuidados intensivos para poder superarla con vida.
Tras décadas de erosión cuando no de desmantelamiento de los sistemas públicos de salud, una enfermedad capaz de generar hospitalizaciones en masa significa una amenaza directa de colapso del sistema sanitario. Y el colapso significa aumentar su mortandad. No sólo la de la neumonía de Wuhan, también la del resto de patologías al colapsar el sistema de atención. Por eso, desde el principio, la experiencia china dejó claro que solo mediante medidas tempranas de restricción de la movilidad y la socialización pública, incluyendo especialmente el cierre de los centros de trabajo, podría contenerse la epidemia.
Los pocos países cuyos gobernantes decidieron tomar este tipo de medidas antes de acumular miles de casos (Singapur, Hong Kong) consiguieron frenar la propagación. Sin embargo, Gran Bretaña y EEUU parecen haber optado por dejar a su población a merced de la epidemia. Italia, Alemania, Francia, España retrasan a pesar de tener ya miles de casos, la toma de las medidas necesarias, con tal de mantener el aparato productivo en marcha.
Lo que desvela el coronavirus
La pandemia de covid-19 está dejando al descubierto el desastre permanente que es hoy el capitalismo: estructuras hospitalarias saturadas por defecto, servicios de emergencia erosionados por las «políticas anti-crisis», viviendas en las que tres y a veces cuatro generaciones tienen que convivir sin espacio suficiente… y estados que priman mantener en marcha la acumulación y no cierran los centros de trabajo, aun a sabiendas de estar poniendo en alto riesgo de contagio de una enfermedad grave a buena parte de los trabajadores.
La principal lección que nos tiene que dejar como trabajadores el desarrollo de la epidemia es que las amenazas a las que nos enfrentamos como clase son globales: el virus, como la crisis, no conoce de fronteras, y lo que ocurre en cada lugar afecta al resto. Simplemente, no hay soluciones nacionales. Ni siquiera cabe esperar una «coordinación», los intereses de cada capital nacional impiden que las clases dirigentes puedan aportar verdaderas soluciones mundiales. Siempre tendrán incentivos para «esperar un poco más», llamarnos a «seguir con la vida normal» primero y luego a la «responsabilidad individual»… con tal de no perder situación competitiva.
No es una cuestión de «responsabilidad individual» ni de «unidad»
Cuando se cierren las empresas y se remunere como baja la ausencia del puesto de trabajo, empezará a significar algo la «responsabilidad individual». Mientras, es escurrir el bulto para mantenernos trabajando aunque aumente una propagación que se desboca. Esperar al último momento para cerrar, por mucho que lo disfracen, solo aumentará el número de contagios y de muertos. En los países donde el virus ha comenzado su propagación y hay casos de contagio comunitario no hay otra que cerrar toda producción no esencial, prodigar las pruebas, asegurar la distribución de medicamentos y alimentos para todos y considerar baja laboral el tiempo de encierro domiciliario.
Los llamamientos a la «unidad» mientras lamentan por adelantado la «pérdida de seres queridos» que miles de familias sufren ya, son una llamada a que aceptemos el sacrificio de los nuestros para mantener el capital nacional en marcha. Basta escuchar a las organizaciones patronales pidiendo menos impuestos y facilidades para el despido en vez de camas, contrataciones y recursos hospitalarios, para darse cuenta de por dónde van las prioridades y urgencias reales de la burguesía europea y sus gobiernos. Las necesidades del capital -producir dividendo pase lo que pase- se ponen por encima de las necesidades humanas universales aun en mitad de una crisis sanitaria. Cuando los gobiernos entienden que las medidas no pasan por corregir los desmanes hechos en los hospitales sino poner parches mientras dedican fondos a «ayudar a la tesorería» de las empresas, para asegurar que no cierren, están dejando muy claro lo que significa la «unión sagrada anti-virica»: aumentar la propagación y los muertos entre las familias trabajadoras para reducir las consecuencias de la epidemia sobre el capital nacional.
No cerrar las fábricas y centros de trabajo, ni siquiera cuando se convierten en focos de propagación del coronavirus es mandar a los trabajadores a ser contagiados de una enfermedad grave. Dar como única alternativa el despido temporal o total, es un chantaje criminal. La integridad física y la vida son necesidades humanas básicas. Hemos llegado al punto de tener que luchar, en mitad de una crisis sanitaria mundial, para imponer las necesidades vitales más elementales a la necesidad del capital -que trabajemos caiga quien caiga para producir dividendos- y luchar contra unos sindicatos que están encantados de que nos manden a casa… sin sueldo.
La respuesta de los trabajadores
Cuando los gobiernos dejaron de poder relativizar la gravedad de la enfermedad, resultó evidente a cada vez más trabajadores el peligro que estaban corriendo y haciendo correr a sus familias. En Italia, una oleada de decenas de «huelgas del coronavirus» está saltando por encima de las leyes de excepción y la contención sindical. Esta misma semana han estallado huelgas similares en Bélgica y Gran Bretaña, y hay cada vez más tensión en los centros de trabajo de España y Francia, produciendo en más de un caso paros temporales para imponer a las empresas medidas básicas de seguridad sanitaria.
De forma espontánea, la respuesta de la clase trabajadora se está dando en el mismo espacio que la crisis, el único en el que puede darse: el internacional. Y en un plano que opone y expresa claramente el antagonismo entre las necesidades humanas más básicas y universales -la vida y la integridad física- y las exigencias del capital -seguir trabajando para producir dividendos y ganancias.
Resulta evidente que los trabajadores son la única clase social cuyos intereses representan las necesidades humanas universales, al contrario que la clase dirigente que solo quiere salvar su hacienda nacional particular. Bajo las «huelgas del coronavirus» está la única fuerza social que representa una esperanza para la Humanidad entera afirmando la primacía de la vida humana sobre la agonía de los dividendos.
¿Qué hacer?
La «serenidad» y la «responsabilidad individual» a la que nos llaman los gobiernos, desde Trump a Sánchez, es la de la «unión sagrada anti-vírica» con los mismos que desmantelan y erosionan los sistemas de Salud, los mismos que priorizan el «impacto económico» sobre el riesgo y las necesidades de los trabajadores a los que quieren trabajando y sin quejarse.
Pero si la propagación se ha multiplicado es porque las prioridades de las burguesías de cada país y sus gobiernos se centran en mantener el orden social, evitar que su capital nacional se devalúe e intentar que la «normalidad» de la producción se mantenga por inercia. Su ideal es que obedezcamos acríticamente las consignas de cada momento y no nos preocupemos ni critiquemos sino que sigamos «unidos» hasta donde ellos estimen necesario a la producción de ganancias. No podemos aceptarlo. El riesgo para las familias trabajadoras y la población en general es demasiado alto. Por eso es el momento de ir a la huelga en todos los centros de trabajo que no estén dedicados a la producción esencial para exigir:
- El cierre de toda la producción no esencial y la puesta en marcha del confinamiento general
- Reversión de todos los despidos, tanto definitivos como temporales, y remuneración como baja médica a los trabajadores de todo el tiempo de confinamiento
- La extensión de las pruebas a toda la población con síntomas
- El refuerzo urgente de equipos médicos y sanitarios, y la puesta en marcha de estructuras y hospitales de emergencia en número suficiente para permitir la monitorización y aislamiento de los pacientes de riesgo