Coronabonos y el fin de la UE
Las crónicas de hoy dicen que la reunión del eurogrupo se detuvo anoche después de que el ministro de economía francés, Bruno Lemaire, espetara a su homólogo holandés: «¡Paren este circo! ¡Es una vergüenza!». De fondo, la pelea de los eurobonos, pura cuestión de supervivencia para más de un capital nacional en un momento en el que el BCE está diciendo a los gobiernos que tienen que elevar el gasto en al menos 1,5 billones de euros. La UE está pasando de la tensión a la ruptura y el eje Norte-Sur, que divide por grado de capitalización y capacidad exportadora a los países miembros, empieza a dar señales de producir algo más que alianzas negociadoras.
¿Hacia la ruptura de la UE?
Y es que la epidemia está acelerando el desarrollo de todos los conflictos imperialistas internos. El impacto inmediato del covid para el capital nacional empieza a tener ya cuantificación: Francia tuvo la mayor caída del PIB trimestral desde las huelgas de 1968, un 6%, Alemania prevé ya una caída del PIB del 4,2% para 2020 y España llegaría hasta el 9% y volvería a tener cuatro millones de parados más.
Con ese cuadro y Bruselas estancada, la máquina de hacer ideología no podía esperar. El «Franxit» o el «Spexit» no se plantean abiertamente, pero en Francia vuelven -y no desde los márgenes «populistas», los llamados pidiendo «recuperar soberanía» y delimitar sectores críticos, más o menos estatalizados, para ganar capacidad de producción en el territorio. En España, los asesores de Sánchez comparan los eurobonos a las deudas de guerra alemanas y la negociación actual a un nuevo Versalles. La comparación no es inocente y enlaza con el mensaje, que el presidente repite en cada comparecencia, de que la UE nació para evitar las guerras en el continente.
No es que estén amenazando a Holanda o Alemania con acciones militares, están diciéndoles que con su resistencia a los eurobonos están alimentando aquello que precisamente la CEE y la UE trataban de evitar: que las contradicciones entre los capitales europeos se desarrollaran a un punto que acabaran poniendo a los estados al norte y el sur del Rin en bloques opuestos.
González, la última figura de la era de Mitterrand, Kohl y Thatcher que sigue políticamente activa, les recordaba que se estaban «poniendo en peligro a sí mismos» alentando una nueva oleada de revueltas nacionalistas de la pequeña burguesía en todo el continente, que acabaría en una «vuelta a los irredentismos y la pérdida de valores comunes», es decir, la descomposición y ruptura definitiva del mercado común que es la base de las exportaciones alemanas.
Y siguiendo con la línea de González, los pocos teóricos de la revuelta pequeñoburguesa con una cierta solidez hacen ya esbozos de programa para la renacionalización recordando a Sánchez, Podemos y Vox por igual que, como en Italia, no pueden hacer una resistencia efectiva en las negociaciones con Alemania si no plantean una amenaza creíble de salida, cuando menos, del euro.
Lo que el covid está cambiando
La cuestión de fondo es que la CEE primero y la UE después han creado un mercado único, pero no han fundido más que puntualmente a los grandes capitales europeos. Por eso no hay ni un destello de nación europea y ni mucho menos un nacionalismo pan-europeo. Los intereses de los capitales nacionales siguen siendo diferentes pero están constreñidos por un mercado que les resulta demasiado importante como para poder abandonar y una moneda que es demasiado costoso abandonar en términos financieros como para que resultara de buen tono siquiera insinuarlo. O al menos así era hasta ahora.
La recesión actual pone en la picota a la UE porque los montos de deuda que los gobiernos van a acumular son de tal volumen que si no hay eurobonos, los costes de financiación de los estados acabarían siendo tan altos que harían de las cuentas del estado una losa sobre el capital nacional. Una nueva -y previsiblemente larga- era de «recortes» y «austeridad» cercenaría la recuperación de las empresas, y lo que para el capital nacional es aun peor, pondría en peligro a los bancos y al sistema financiero entero devaluando sus activos mientras sube la morosidad.
La salida tradicional a situaciones de sobreendeudamiento de ese calibre ha sido la devaluación de la moneda. España hizo nueve antes de unirse al Sistema Monetario Europeo que sirvió de trampolín al euro. Devaluar no solo genera ventajas competitivas en los mercados exteriores y restringe las importaciones, también reduce el monto total de la deuda cuando se ha emitido en la propia moneda y se traduce a divisas. Pero dentro de la UE la soberanía monetaria de los estados está cedida. Devaluar es imposible. La única salida es la quita. Y lo que significa se vio bien en Grecia: el establecimiento de un protectorado (la «troika») encargado de repartir las joyas del capital griego entre los principales deudores (las «privatizaciones») y conseguir el pago de la mayor parte del principal a cambio de una quita y una... refinanciación. Resultado: una devaluación del capital nacional acompañada de una crisis social. Y no es que esta última les importe demasiado en sí misma, pero sí sus consecuencias: la inestabilidad social.
Y la amenaza es real. De ambas cosas. Porque a lo que el capital nacional no va a renunciar en ningún caso es a la transferencia de rentas del trabajo que exige para «recuperarse». Bastaba escuchar hoy mismo al sector de la automoción español: después de dejar en la calle mediante ERTEs a 350.000 trabajadores, piden más «flexibilidad» (=precarización) y... ayudas directas. Es decir, deuda del estado. No son los únicos y desde luego no es solo en España. El ataque a las condiciones de vida y de trabajo es el centro de la agenda. La oleada masiva y mundial de huelgas del Covid les advierte que si quieren evitar el conflicto social tienen que medir los ataques y buscar, cuando menos formas de alivio para distribuirlas en el tiempo. Pero ahí chocan una vez más con las dificultades de financiación.
Así que las cuentas no empiezan a salir para Italia, España, Irlanda, Grecia o Portugal. Ni siquiera cuadran bien para Francia. Sus capitales nacionales empiezan a entrever que el coste de acceso al mercado europeo puede llegar a ser mayor que el coste de salida de la divisa común. Sobre todo a largo plazo. Por eso, aunque se llegara hoy o en los próximos días a un acuerdo de mutualización de deuda, lo que vendría después sería una lucha por cambiar reglas, proteger mercados nacionales sectoriales y reducir la interdependencia entre las burguesías nacionales. Y así también se agotaría la UE y acabaría el viejo sueño reaccionario de los Estados Unidos de Europa, no con un estallido sino con un quejido.