Contrarreloj sangrienta

Los tres relojes de Biden
1. El invierno europeo y la guerra de Ucrania
Si la guerra de Ucrania -o al menos el bloqueo de gas ruso- se prolonga hasta el invierno de 2023-24, el desabastecimiento energético llegaría a ser catastrófico en Alemania, aunque este invierno no va a ser fácil tampoco aunque consigan reducir el consumo global entre un 10 y un 20%. Especialmente si, como ya está pasando, surge cualquier tipo de problema en el abastecimiento y la desestiba de gas GNL.
No es que EEUU esté demasiado preocupado por la salud del capital alemán y europeo, de hecho la reducción definitiva del poder del imperialismo alemán en el continente es un objetivo secundario, no un daño colateral para Washington. Pero, como ya vemos en Croacia, incluso los países más alineados con EEUU pueden acabar desertando del frente anti-ruso o rechazando nuevas cargas si la situación económica sigue degradándose durante demasiado tiempo o demasiado rápido.
Por un lado el ejemplo de Gran Bretaña -donde la inflación está desbocada y el hambre está ya en el horizonte de millones- está dando que pensar a las clases dirigente europeas. Por otro, las perspectivas industriales. Que el director de Stellantis augure el cierre de 11 fábricas y que la industria alrededor de las renovables -fabricantes de placas y baterías- vea una reducción del 25% en el horizonte inmediato no estimula precisamente la adhesión a la guerra prolongada que planea EEUU.
Como resultado, se multiplican de nuevo las tensiones internas en la UE. La Comisión, que esperaba centralizar prácticamente todas las compras de gas, ahora aspira a gestionar como máximo un 15% porque nadie se fía de que Bruselas en cuestiones críticas, no vaya a priorizar sistemáticamente al capital alemán. Y con razón.
Por supuesto el reloj también opera para el régimen ruso. Los analistas cercanos a la OTAN esperan que «las cosas se vuelvan realmente problemáticas para Putin» a partir de marzo o abril si continúa el avance del ejército ucraniano. Así que el Kremlin, que ya ha vaciado las calles de varones jóvenes y los ha empacado en masa hacia una muerte ignominiosa, está ampliando el terreno de juego: los drones iraníes que aterrorizaron Kiev esta semana son sólo la primera entrega de lo que viene.
2. La carrera de los chips
EEUU está pisando el acelerador en la guerra tecnológica contra China y su centro actual: la industria de chips y semiconductores. No hay día sin nuevas medidas y boicots.
China está apretando para ponerse al día y desarrollar una industria propia, aceptando como costes temporales tasas de error desproporcionadas y recurriendo a un mercado de segunda mano cada vez más escaso.
EEUU acelera su guerra tecnológica porque sabe que el tiempo corre en su contra. En el camino está destruyendo el mercado y las capacidades productivas de Europa, de los propios países fabricantes (Taiwán y Corea del Sur) a los que trata de manera cada vez más punitiva... y de su propia estrella sectorial, Intel. The Economist habla incluso del «colapso de una industria de 1,5 billones de dólares». Y la escasez resultante -no habrá suministro suficiente de chips para la industria automotriz hasta dentro de dos años como mínimo- no dejará de golpear a la capacidad industrial de EEUU como un todo.
3. La vuelta de un partido republicano cada vez más escéptico sobre la continuidad de la guerra
Biden anuncia la liberación de millones de barriles de petróleo
La inflación producto de la guerra, agravada en sus consecuencias para trabajadores y pequeña burguesía por la respuesta anti-inflacionaria de la Fed, ponen cada vez más difícil las elecciones de noviembre para los demócratas.
De ahí que la diplomacia estadounidense se jugara el todo por el todo presionando a Arabia Saudí para que la OPEP+ aumentara las cuotas de producción. Lo que, obviamente, no le salió bien. Los gestos y amenazas posteriores de Biden al gobernante saudí sólo dejan en evidencia el fracaso de EEUU para construir a marchas forzadas un bloque más allá de Europa y los países anglosajones. Lo que es peor, ha enconado a la clase dirigente saudí y a sus aliados regionales, como se vio ayer mismo en la agria respuesta emiratí a la referencia de Borrell a «la jungla» en un discurso menor.
Y lo que es más llamativo, ha enconado también a la industria petrolera de EEUU, que ahora compite contra las propias reservas nacionales después de que Biden ordenara sacar a mercado millones de barriles para forzar una bajada de precios que le ayude electoralmente.
Resultado: los lobbies petroleros están a la carga contra los demócratas ante cualquiera que ponga un micrófono y los candidatos republicanos en estas elecciones, muchos de ellos militares retirados y suboficiales veteranos, son abiertamente contrarios a seguir sosteniendo la guerra de Ucrania. De hecho, Trump ya habla de «establecer negociaciones inmediatas».
4. Acelerar no es ir más rápido hacia el desastre, es ir cada vez más y más rápido
Bombarderos nucleares rusos en Siria
Cada paso adelante de EEUU multiplica las probabilidades de una extensión de la guerra a nuevos estados y regiones.
Por ejemplo, tras recurrir Rusia a Irán para reforzar su aviación con drones suicidas en la guerra de Ucrania, Israel corrió a combatir a su principal enemigo en suelo ucraniano. Respuesta rusa: amenazar al gobierno de Tel Aviv con dar vía libre a Irán en Siria y Líbano, recordándole que si la guerra de Siria no se extendió hasta afectar directamente a Israel fue por su papel de control.
Los trabajadores: entre carne de cañón y ganado hambreado
Inseguridad alimentaria en Gran Bretaña
Cada acelerón también supone una destrucción mayor de capacidades productivas y vidas.
Después del atentado contra el puente de Kerch, Rusia ha destruido ya un 30% de las centrales eléctricas ucranianas supuestamente en represalia. Con EEUU alentando ataques del ejército ucraniano contra ciudades rusas y una ofensiva sobre Jerson en marcha, lo que viene en Ucrania está claro: matanzas de soldados y civiles de ambos bandos, hambreo de los trabajadores a ambos lados de la frontera y un mar de infraestructuras básicas arrasadas.
En el feliz jardín europeo la grieta se abre cada vez más y la estructura de ingresos por clases apunta decididamente, como se vio esta semana en los datos españoles, a un horizonte en el que más de 1/3 de la población sea pura y simplemente pobre.
En Gran Bretaña, este pasado septiembre, 18 millones de familias tuvo que, cuando menos, saltarse comidas por no poder pagar los alimentos.
En EEUU, 180 millones de personas intentan sobrevivir con ingresos inferiores al mínimo necesario para una vida decente. Y obviamente, ni pertecen a las clases dirigentes ni a la pequeña burguesía acomodada, ni se limitan a un grupo racial o sexual; son, en su inmensa mayoría trabajadores precarizados. Es la clase trabajadora en su conjunto la que está siendo llevada a la pobreza.
Las políticas económicas con las que la Fed y los bancos centrales por un lado y los gobiernos, incluidos los de la izquierda europea, intentan rescatar al capital en medio de las zozobras producidas por el avance de los conflictos imperialistas, no van sino a empeorar el cuadro de miseria, muerte y angustia que afecta ya a millones de trabajadores.
- Las víctimas principales de bombardeos y sanciones son los trabajadores de ambos lados del frente
- La guerra expresa el antagonismo creciente entre el capitalismo y la vida humana
- En todos los países el enemigo está dentro del propio país, llamando a sacrificios y a supeditar las necesidades humanas universales al beneficio de las empresas y las inversiones
- En cada huelga, en cada reunión, en cada empresa y en cada barrio hagamos visible el militarismo, la guerra y sus consecuencias, y organicémonos como trabajadores contra ellos