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Contra el «Espíritu Olímpico»

23/07/2021 | Artes y entretenimiento

A falta de minutos para la inauguración de las Olimpiadas de Tokio se ultiman preparativos en un ambiente de desorganización, imprevisión, protestas, contagios, dimisiones, corrupción y propaganda grotesca. Pero así fueran un dechado de perfección organizativa, la «maldición olímpica» de la que habla la prensa japonesa seguiría en marcha porque la verdadera maldición es el propio «Movimiento Olímpico» y su ideología: el famoso «Espíritu Olímpico».

La «revolución de las costumbres» y las raíces históricas del «Espíritu Olímpico»

La «respetabilidad» burguesa aborta en primera instancia la universalización de los gimnasios alemanes

El movimiento de los «gymnasia» alemanes adelanta la unión de nacionalismo y ejercicio físico que reaparecerá como «espíritu olímpico» décadas después

La aparición del deporte como ideología y específicamente como parte de la ideología nacionalista puede datarse sin problemas en el movimiento de los Gimnasios (escuelas secundarias alemanas) que surge en respuesta a la invasión napoleónica. Es originalmente -y seguirá siéndolo todo el siglo XIX- un movimiento paramilitar que busca crear nacionales preparándolos para la defender a la patria. Una versión para adolescentes, muscular y militarista, de lo que en la misma época estaban haciendo Herder y Fichte en las escuelas.

Pero la exaltación del deporte, que cristalizará luego en el Espíritu Olímpico no es hija de aquel impulso. El gimnasio responde a las condiciones concretas alemanas, a la necesidad de afirmación permanente de una burguesía que no consigue imponer la unificación nacional en sus propios términos.

Ni los gimnastas ni los tiradores que les acompañan en los mil y un desfiles y coreografías nacionalistas, el movimiento cuajará en otros países. Los tiradores porque ni ellos mismos se consideraban todavía deporte, sino un ensayo a medio hacer de las Guardias Nacionales. La gimnasia, en cambio, porque chocaba directamente con la nueva moral pública que venía en ascenso tras la Revolución y para la cual el contacto físico, la promiscuidad fraternal y la exhibición del cuerpo no eran respetables.

El concepto de respetabilidad había nacido a principios del XIX entre la burguesía británica -que venía de la tradición puritana y calvinista- como un intento de afirmar un espacio social e ideológico propio entre la aristocracia aburguesada que conformaba la clase dirigente por un lado y las clases populares por otro, es decir, la pequeña burguesía, el artesanado, el campesinado y el joven proletariado que estaba formándose en las ciudades. Rápidamente, la nueva moral pública tuvo su reflejo en la Alemania protestante y sus ecos en Francia.

La adopción de esta moral pública como signo identitario por la pequeña burguesía dio paso a su propio proceso de secularización, del que ya hemos hablado en relación a EEUU. Los médicos tomaron entonces el papel de las iglesias y los ideólogos ilustrados en la definición de lo socialmente normativo.

Con ellos la idea protestante de la degeneración moral -originalmente aplicada al catolicismo y los países católicos- se convertirá en degeneración racial y social y aplicará tanto a los comportamientos y preferencias sexuales como al aspecto físico. Tipo racial y comportamiento sexual formarán un paquete único santificado científicamente y asociado a la identidad nacional.

Es entonces -en la primera mitad del siglo XIX- cuando la xenofobia, el racismo, el sexismo y el antisemitismo, sin eliminar completamente los imaginarios heredados del Antiguo Régimen, toman una forma específicamente burguesa y contemporánea que los hace muy distintos de sus formas feudales.

Es la época por ejemplo en que deja de considerarse natural que las mujeres de la burguesía y la pequeña burguesía lleven el negocio familiar a la muerte de sus maridos o que participen en la dirección de los trabajadores. La mujer burguesa deja de pasear diariamente por el taller para hacerlo por el jardín -que ya no es huerto- confina su poder a la casa y su mando directo al servicio doméstico.

La revuelta de las costumbres de la pequeña burguesía y los límites de la respetabilidad

Marjorie Annan Bryce vestida como Juana de Arco en las fiestas de coronación, una imagen que se volvió común en el activismo feminista. La idea de una «nueva caballería» estaba también cuajando en el «espíritu olímpico»

A partir de la década de los 70 del siglo XIX una serie de movimientos -algunos con raíces en las décadas anteriores- pondrán en cuestión esta versión estrecha de la moral burguesa. En artículos anteriores nos hemos acercado a los orígenes del juvenalismo en Alemania, del feminismo estadounidense y británico e incluso al auge de las sociedades vegetarianas. Junto a las nuevas formas de espiritualidad que proliferan al mismo tiempo, las nuevas pedagogías que se desarrollan con el siglo y el movimiento de afirmación gay que aparecerá en la Alemania de entreguerras, se imbrican y forman parte de un todo común.

Con perspectiva histórica podemos verlos como expresiones de las transformaciones de la pequeña burguesía y sus expectativas en los albores y primeras fases de desarrollo del imperialismo como etapa histórica. Pero, desde la mirada de sus contemporáneos, se trataba de movimientos de revuelta de la juventud que buscaban ampliar los límites de la respetabilidad burguesa.

En ese aspecto, les unen distintas formas de reconsideración del cuerpo: aparece la expresión corporal en pedagogía, se reivindica la capacidad de la mujer burguesa para dirigir trabajadores y negocios, el bronceado solar deja de ser cosa de pobres, el desnudo desexualizado se convierte en signo de libertad, la higiene y la dieta en salud, se recuperan -e inventan- los bailes colectivos ancestrales y la ropa de las clases burguesas se hace cómoda.

La obsesión por «los cuerpos» de los actuales identitaristas y «post-modernos» viene de ahí. No es que antes de que la moral victoriana fuera puesta en cuestión las mujeres no pudieran trabajar -había millones de proletarias- ni que la ropa impidiera moverse -los trabajadores de ambos sexos no hubieran podido trabajar en la fábrica ni en los campos- ni que no se practicaran juegos físicos o bailes masivos... Es que para aquella generación de la pequeña burguesía eran cosas de obreros.

Los textos de un Sabino Arana contra el «repulsivo» «baile agarrao» de esos mismos obreros a los que asociaba a la «degeneración» moral y racial dan un ejemplo tardío de la lógica de clase bajo la respetabilidad burguesa que estos sectores de la propia pequeña burguesía querían ampliar sin cuestionar realmente.

Las ideologías de la pequeña burguesía gravitan hacia el nacionalismo

La relación entre juventud, deporte y militarización, explotada luego por el fascismo, se forja durante la «revolución de las costumbres» y tomará forma ideológica propia en el «espíritu olímpico».

Como todo movimiento que quiere ampliar unos límites sin cuestionar lo que los crea, la «revolución» de las costumbres que juvenalistas, feministas, nudistas, vegetarianos, eugenistas, teósofos y demás intentan impulsar busca legitimarse reafirmando un terreno común con lo establecido. A fin de cuentas denunciaban la hipocresía de la moral burguesa y sus criterios de respetabilidad, no rechazaban el capitalismo y la explotación del trabajo. Como alternativa no podían ir más allá de proponer una versión purificada, más auténtica, más inclusiva... de lo mismo.

Y la forma de mostrarlo será exagerar todos los demás rasgos de reivindicación de la respetabilidad. Las feministas anglosajonas abominarán de cuanto huela a clase obrera y exagerarán los signos de pureza y castidad -de ahí el uso del morado como color del movimiento y la incorporación de Juana de Arco, la doncella, como símbolo-; las publicaciones del primer movimiento de afirmación gay en la Alemania de Weimar serán virulentamente antisemitas para reforzar que gays y lesbianas eran gente seria y conservadora; los Wandervogel unirán al antisemitismo el rechazo a la membresía femenina...

Al final el terreno común implícito solo podía emerger y reforzarse: todos se reagruparán y se encontrarán compitiendo, coaligándose o fundiéndose en mil formas alrededor de la forma idealizada del capital nacional: la patria, la nación.

Los juvenalistas, fundidos y reforzados por el último movimiento gimnástico, acompañados de los nudistas y la nueva moda del alpinismo, pretenderán que los jóvenes pequeñoburgueses -libres de las culpas de las generaciones pasadas y regenerados por el ejercicio físico- construirán en la fraternidad y la Naturaleza las bases de un purificador resurgir nacional.

Los eugenistas darán a la nación excusa biológica y bases pretendidamente científicas para la ansiada pureza; los teósofos y sus mil derivados, presentes como el vegetarianismo en todas las salsas, crearán para la raza-nación una mitología espiritualista.

Los pedagogos radicales, como María Montessori que bebe y acompaña a los futuristas italianos, hacen propio el discurso elitista de lo que pronto se llamará fascismo y se presentan sin pudor como incubadoras de líderes para la nación que busca rejuvenecer... es decir, utilizar como ideología para la contrarrevolución al revolucionarismo patriótico de la pequeña burguesía.

Y, por supuesto, las feministas, que habían sido las pioneras en reclutar para la matanza imperialista y exhibir como liberación el encuadramiento militar, verán en la nueva guerra que se perfila bajo las derrotas de los trabajadores la mejor oportunidad de su historia.

Bajo el viaje moral de la pequeña burguesía, el paso del capitalismo al imperialismo y la decadencia

«París a sangre y fuego», uno de los primeros relatos sobre la Comuna de París 1871 publicados en España. Su portada recogía la nueva imagen política de la mujer proletaria que nace en aquellos días.

En los cincuenta años que median entre la masacre de la Comuna de París (1871) y la Marcha sobre Roma (1921) la pequeña burguesía no crea y ensaya toda esa sopa ideológica, muchas veces delirante, por casualidad.

En 1871 el proletariado aparece por primera vez como clase hegemónica de la sociedad. Por breve que fuera el destello quedaba claro que ya no era el furgón de cola de la pequeña burguesía democrática. En esa década comienzan a mostrarse además los primeros signos de que el capitalismo está entrando en una nueva fase: el imperialismo, antesala del fin de su etapa históricamente progresiva en la que ya se muestran las grandes tendencias de lo que será su decadencia.

El revolucionarismo pequeñoburgués cada vez entra más abiertamente en conflicto con el movimiento de los trabajadores. Véase la lucha de la izquierda de la IIª Internacional contra el feminismo, contra el pacifismo, contra el sionismo y los nacionalismos de las naciones irredentas europeas, etc.

Hasta que, con el estallido de la guerra imperialista y la revolución, los campos se decantan violentamente: el revolucionarismo nacionalista de la pequeña burguesía se convierte en la espina dorsal de las ideologías de la contrarrevolución -fascismo y stalinismo. Absorben, cada una a su modo, los elementos heredados de las décadas de revolución de las costumbres en la estética y el discurso moral de un capitalismo de estado que se presenta como rejuvenecimiento pero que no es sino la expresión grotesca de las mismas tendencias a la concentración y la centralización militarista del capitalismo de guerra y el monopolismo imperialista.

Es decir, la revolución de las costumbres de esos 50 años fue para la pequeña burguesía el modo de encontrar un nuevo lugar en un capitalismo que se estaba tornando anti-histórico.

Del miedo a la Comuna al «Espíritu Olímpico»

Pierre de Coubertin en la época en que escribe el «La Educación Inglesa» y empieza a esbozar la ideología del «Espíritu Olímpico»

Ese es el marco histórico en el que podemos entender el Espíritu Olímpico. Como ya hemos visto con el feminismo, la pequeña burguesía incorpora cada vez más elementos de espíritu caballeresco y exaltación del sacrificio a sus expresiones políticas y culturales. Al tiempo que empujan los límites de la respetabilidad burguesa, redescubren con nostalgia valores de la clase dirigente del Antiguo Régimen. Poco a poco, la revolución de las costumbres converge en un gran proyecto para la reforma moral de la burguesía a base de valores heroicos feudales y nacionalismo que luego veremos sintetizarse en todo su esplendor en el fascismo.

El programa de Pierre de Coubertin, luego creador del Espíritu Olímpico, es casi paródico de las expectativas de la pequeña burguesía del momento: miedo por igual a la concentración capitalista -representada por la aristocracia de las finanzas y a la Comuna, deseo de una vuelta atrás en el tiempo hacia un mundo más estable y ordenado en el que las fronteras de clases sean tan estables como bajo el corporativismo feudal, y recurso al estado y la educación de las élites como palanca para lograrlo.

Por eso, como señalan los historiadores franceses del deporte, lo más reseñable de Coubertin en su carrera en pos de una nueva «Caballería del deporte», es que recupera el pensamiento legitimista, es decir de la reacción feudal, para mezclarlo con el republicanismo burgués y conservador.

Antes de convertirse en el inventor de los Juegos Olímpicos modernos (1894), la acción política de Pierre de Coubertin se centró en la educación deportiva.

Llevado por el espíritu de reforma social, forjado por una cultura del Antiguo Régimen, pero unido a la República, la misión de Coubertin es transformar el sistema educativo francés generalizando la práctica del deporte en las escuelas. Su objetivo es educar al joven adolescente de la clase acomodada, convertirlo en un hombre que se desempeñe bien en la sociedad industrial y sobre todo animado por principios morales (Brohm 2008 p. 45).

Concede este papel social al deporte: lo considera capaz de aportar buenos valores a las élites y, en última instancia, de construir una República liberal, protegida del riesgo revolucionario, tras la derrota de 1870 y la Comuna (Clastres 2004).

Este proyecto social es una continuación del trabajo de dos pensadores franceses que contribuyeron a su formación intelectual y política: Frédéric le Play y Alexis de Tocqueville (Boulongne 1975, Clastres 2005). Aunque divergentes en su filiación política, Tocqueville, el republicano y Le Play, el legitimista, sitúa su pensamiento en una cuestión común, conservadora y liberal - la restauración del orden social (Tréanton 1984, Castel 1999 p. 390, Jaume 2008 p. 86-91) - que encuentra sus fundamentos en Burke y Montesquieu (Aron 1960, Dion 1967, Coronel de Boissezon 2007).

Siguiendo la tradición de estos historiadores-sociólogos, Coubertin se compromete a continuar el análisis de costumbres e instituciones. Siguiendo los pasos de Tocqueville, Taine y Le Play, viaja, estudia modales, compara sociedades y distingue las buenas prácticas de las malas, dejando siempre en su camino un «regusto de nobleza obliga».

Une chevalerie sportive » mise au service de la responsabilité sociale : généalogie du projet politique de Pierre de Coubertin, Shirine Sabéran

En sus viajes descubre en los centros educativos de la clase dirigente británica -que sigue siendo básicamente una aristocracia aburguesada- una fusión original de valores nobiliarios y burgueses dando forma a una nueva generación de hijos del capital industrial y financiero a través de la formación del carácter.

Presenta sus conclusiones en un folleto, La Educación Inglesa (1887) en el que presenta el _Cristianismo Muscular_ como la pedagogía que necesitan los hijos de la clase dirigente francesa para convertirse en «caballeros cristianos». Cita profusamente a Thomas Arnold, director de la Escuela de Rugby y «padre de la educación inglesa actual» cuando el inglés asegura que su objetivo es «enseñar a los niños a gobernarse a sí mismos [...] [en lugar de] gobernarlos bien yo mismo».

Coubertin no tiene reparo en afirmar que su propio objetivos es el de Arnold, es decir que «los futuros amos» aprendan a «conocer su poder» para ponerlo al servicio del orden social y cita embelesado la reivindicación de la ética caballeresca feudal que Arnold ve en los cristianos musculares:

Han heredado la antigua máxima caballeresca de que el cuerpo del hombre debe ser bien ejercitado y desarrollado por su maestro y luego servir para la protección de los más débiles, para el avance de todas las causas justas y para la conquista del mundo.

Arnold citado por Coubertin

Pero no es solo un momento lírico, Coubertin tiene siempre presente que la función del ejercicio y del deporte es la creación de un sentimiento de fraternidad grupal y pertencencia de clase entre los hijos de las clases poseedoras. Muestra, ya en 1887, todos los rasgos de la militarización de la burguesía de estado que se desarrollarán en la retórica fascista y stalinista.

Los juegos son un terreno perfecto para la educación social […] [los estudiantes] aportan, eligen a su líder, y luego los obedecen con un notable espíritu de disciplina.

Coubertin que unos años después asegurará que «el espíritu deportivo saludable de una generación joven prepara para el éxito nacional», aspira pronto a proyectar esa fraternidad de la clases dirigente en una competencia fraternal de las élites nacionales entre sí. Estamos en los albores del Espíritu Olímpico.

Espíritu Olímpico, Paz Olímpica

Comité organizador de la primera Olimpiada (1896). Coubertin materializa el «espíritu Olímpico», es decir, la competencia fraternal entre las «fratrias» que el deporte universitario forma en las clases dirigentes de cada país

La referencia a la Grecia clásica que es obvia en la idea de reinventar desde la lógica nacionalista las Olimpiadas no es ni mucho menos casual. La reinvención del cuerpo del movimiento gimnástico alemán que revivirá luego en el juvenalismo y el nudismo, había tomado la belleza masculina griega como modelo físico del héroe nacional. Y lo que es más importante, había exaltado la fratria exclusivamente masculina de la práctica deportiva como preparación para el sacrificio máximo en la guerra patriótica.

Lo que es aun más importante, la fratria de los gimnastas, como la del Espíritu Olímpico de Coubertin es una fratria de clase. Como en la Grecia clásica los esclavos no están invitados a ella. Por eso Coubertin luchará contra la profesionalización del deporte y de sus juegos con denuedo durante toda su vida. No porque rechace su mercantilización, sino porque temía la disolución de la identidad de clase que promovían.

En este sentido la referencia a la Paz Olímpica, una tregua que los Juegos originales imponían entre las clases dirigentes de las ciudades estado griegas, es fundamental para entender el Espíritu Olímpico. Coubertin, a través de la competencia fraternal entre fratrias de caballeros quiere recuperar la caballerosidad en la guerra y los conflictos entre estados. Ahí empieza y termina el internacionalismo de burguesía. Pero si la competencia se abre a deportistas profesionales, la única forma en que los trabajadores pueden llegar a pagarse los costes de viajes y entrenamientos, el objetivo social de los Juegos se pierde.

Espíritu Olímpico, imperialismo y explotación

«Carros de fuego» (1981), una buena referencia cinematográfica sobre la conversión del deporte en herramienta de propaganda nacionalista durante el periodo de entreguerras.

Esto no quiere decir que el Espíritu Olímpico no tenga una vis para las clases inferiores. Ninguna ideología de la fase imperialista puede ser exclusivamente para consumo interno de la burguesía y las clases dirigentes en una época en la que éstas se están fundiendo con el estado. Otra cosa es el que el Espíritu Olímpico sea universal. Coubertin escribe en 1920, en plena Revolución Mundial:

Que la juventud burguesa y la juventud proletaria beban de la misma fuente de alegría muscular, eso es lo esencial; qué se reencuentren, algo que hoy solo ocurre accidentalmente. De esta fuente brotará, tanto para unos como para otros, el buen humor social : el único estado que puede autorizar para el futuro la esperanza de una colaboración eficaz.

Pedagogía del deporte. Coubertin, 1920

Podríamos pensar al leerlo que la pequeña burguesía que Coubertin representa sigue en su utopía de la colaboración de clases. Pero no nos equivoquemos. Los términos de esa colaboración no tienen nada que ver con los planteados originalmente por un Fourier, un Owen o un Godin.

En el discurso del Espíritu Olímpico que Coubertin tiene ya muy ensayado en 1920, la lucha de clases es «el producto de una aglomeración de manantiales tensos de rabia» para los que «el deporte es el mayor apaciguador que existe». Significativamente, está pensando y así lo dice abiertamente citando un ejemplo neoyorkino, en las primeras expresiones del deporte como espectáculo.

De nuevo hay que romper el mito: el Espíritu Olímpico no se opone al deporte espectáculo de masas, al contrario, Coubertin y su contexto son claves para entender la orgía nacionalista de los deportes de masas en los 30. Como tampoco se opone a la universalización de la práctica del deporte de masas, ni entre los trabajadores ni en las colonias.

De hecho ve claramente el deporte como una forma de dominación. En Deporte y colonización, rechaza la idea de que organizar juegos deportivos con nativos pueda alentar a estos a la rebelión al sentirse más fuertes. Del mismo modo que frente a los trabajadores, piensa que frente a los colonos «los deportes son un vigoroso instrumento de disciplina» que promueven entre los dominados e«higiene y limpieza, orden y autocontrol».

Nada de esto es contradictorio ni con la pedagogía para las clases dirigentes ni con el rechazo de la profesionalización que enarbola el Espíritu Olímpico, simplemente porque forman parte de dos esferas segregadas, de dos aplicaciones de un mismo principio. Las clases dirigentes necesitan auto-disciplina para dirigir y explotar, las clases dominadas para obedecer y producir. El deporte de masas es útil... para reconducir la rabia social de las masas... pero no tiene nada que ver con las Olimpiadas ni con la promoción de la competencia fraternal dentro de la clase dirigente.

Así, la visión de Coubertin de las clases trabajadoras y los nativos confirma sus posiciones de élite y destaca una pedagogía diferenciada para el uso de las diferentes clases de la sociedad: El primero, puesto al servicio de las élites, está destinado al aprendizaje del autogobierno y la libertad. El segundo, al servicio de las clases populares y pueblos colonizados, está destinado a aprender el autocontrol , la obediencia y la disciplina.

Une chevalerie sportive » mise au service de la responsabilité sociale : généalogie du projet politique de Pierre de Coubertin, Shirine Sabéran

La maldición del Espíritu Olímpico

El ejército japonés hace ejercicios hoy sobre el estadio olímpico de Tokio preparando la inauguración del viernes.

La fantasía de convertir a la clase dominante en una fratria a través del deporte y un sistema de enseñanza paralelo y propio no puede decirse que fuera completamente utópica. No son una fratria, pero sin duda la segregación escolar de clases contribuye a crear los lazos, complicidades y redes que articulan informalmente a la burguesía en su control del aparato productivo y el estado en todos los países del mundo.

El propio Coubertin debería reconocer que hoy el Espíritu Olímpico vive más en las escuelas de negocio y los programas de intercambio de las universidades privadas que en los propios juegos. La burguesía priorizó todavía estando él con vida la utilidad de las competiciones internacionales como herramienta de encuadramiento para el nacionalismo y preparación de la guerra.

Pero no al modo que Coubertin soñaba: salvo en deportes minoritarios y poco seguidos, los explotados no van al estadio olímpico para aplaudir las caballerosas conquistas deportivas de sus amos nacionales, sino para seguir a atletas profesionales con los que pueden identificarse.

A fin de cuentas, lo que veremos competir a través de la televisión, no serán señoritos imbuidos de Espíritu Olímpico sino a personas entrenadas mediante ejercicios repetitivos hasta la extenuación y drogados hasta las cejas para dar el máximo de su capacidad muscular. Competirán en una analogía de la guerra en equipos nacionales, pero se dejarán la piel por la esperanza de ser fichados por grandes marcas y patrocinios estatales. ¿No es acaso el deporte de competición una metáfora de la vida?

La maldición es el Espíritu Olímpico y lo que hoy vende, el destilado venenoso de todo nacionalismo. Lo que tiene para ofrecernos, el ejemplo que dicen nos dan los atletas, no es otra cosa que la superación y la disciplina por el bien del capital nacional. La vida degradada y reducida a desfilar y superarse hasta reventar, encuadrados en batallones nacionales, listos para el sacrificio y el olvido. Y en el palco, la verdadera fratria del Espíritu Olímpico, orgullosa de sus éxitos, temerosa siempre de que gradas y cancha levanten la cabeza y se rebelen contra las verdaderas reglas del juego.