El consumismo y su moral 3 ejemplos y 4 consecuencias
Consumismo es la ideología que pretende que el consumo es el centro y el motor de la vida social y que las elecciones de consumo del individuo son las que definen su posición en el mundo. Eje vertebral de la ideología del capitalismo en su decadencia, el consumismo impregna con fuerza la moral que el sistema y su propaganda destilan, agravando la degradación mercantil de las relaciones humanas y... esterilizando la frustración que se expresa a través suya.
Escenas del consumismo de hoy
Las utopías improductivas de HBO
«Station Eleven» fue el estreno estrella de HBO durante diciembre. La serie, lenta y pretenciosa no ha tenido impacto suficiente como para merecer una crítica. Sin embargo, representa cierta novedad en la temática post-apocalíptica que cultivan regularmente los grandes repositorios: por una vez no se trata de la enésima versión del «Señor de las Moscas». En esta ocasión, tras una pandemia que ha llevado al colapso a la sociedad, el estado ha desaparecido y pequeños grupos, «comunidades», intentan conservar la cultura heredada y reconstruir sus vidas lo mejor que pueden.
Lo más llamativo de estas comunidades alrededor de los grandes lagos 20 años después de la catástrofe: nadie produce nada. No hace falta. La comida simplemente está ahí -por lo visto no caduca-, la ropa no se degrada con el uso, y los protagonistas se pueden dedicar a representar a Shakespeare, beber whisky salido de no se sabe dónde y formar bandas musicales, grupos teatrales, sectas y grupos identitarios. Es decir, el núcleo de la fantasía del consumismo ha sido llevado al límite.
La ausencia del trabajo, la mera idea de que una sociedad, por pequeña que sea, puede basarse sólo y durante años en «hacerse compañía» sin producir nada, chirría estrepitosamente destruyendo la mínima verosimilitud necesaria para poder quedar atrapado en la historia. Y sin embargo, ni siquiera aparece en los comentarios de los críticos. ¿Cómo podían pasar por alto algo tan evidente? ¿Cómo es posible meterse en un mundo donde solo hay consumidores, donde nadie produce nada?
Los estudiantes que no querían leer
«Orcam Read» ha sido uno de los regalos novedosos de estas fiestas. Se trata de un escaner portatil que unido por Internet a una IA especializada en el reconocimiento de caracteres, devuelve el texto locutado por un sintetizador de voz. Y ha sido todo un éxito de ventas.
La publicidad, como vemos arriba, orienta el producto a estudiantes de instituto y formación profesional. Pero no es que el sistema educativo estadounidense se haya degradado tanto que el estudiante promedio tenga dificultades serias de lectura. Es que quiere que se lo cuenten, no leerlo por él mismo. Y los profesores tragan, argumentando que está bien si «motiva» a acercarse a los contenidos y que la virtualización de las clases durante la pandemia ha creado una situación nueva.
No es sólo en EEUU. Un compañero, profesor de formación técnica en Argentina compartía su experiencia durante la pandemia.
El problema no es atraparlos a través de videos sino tráelos nuevamente a la lectura y a la escritura… No se cómo habrá ido a otros compañeros con la virtualidad pero personalmente creo que el fracaso de la modalidad en gran medida se debe al rechazo a la lectura que traen con ellos. Eso los deja al margen. ¡Es infinitamente frustrante!
Y sin embargo, la video-enseñanza «es el futuro», según aseguran en los cientos de universidades virtuales que intentan seducir a trabajadores bajo la promesa de que les servirá para alcanzar puestos mejor retribuidos y menos precarios. No pocas de ellas han sustituido ya prácticamente todos los textos y lecturas por vídeos online como supuesta «innovación pedagógica».
Tampoco este fenómeno es exclusivo de EEUU y tampoco se produce sólo en grados de Humanidades o gestión. El rechazo a la lectura entre los estudiantes parece universal. Un compañero, que trabaja en un centro de investigación universitario internacional se lamentaba:
En la universidad es igual, aunque sea requisito leer algo antes de la clase. Estoy hablando de leer el planteamiento de una clase experimental, por ejemplo. No puedes ponerte a hacer algo sin enterarte de qué va antes… Al final los profes se enfadaron y se vieron obligados a poner tests antes de cada clase para obligar a los alumnos a leer los planteamientos
El origen del problema, aseguran los alumnos, sería la «falta de motivación». Pero cuando les pedimos ejemplos de «motivación» sólo listan todo lo que un profesor puede hacer para reducir el esfuerzo intelectual del alumno. Estamos en el punto de partida: quieren que se lo cuenten, reducir el esfuerzo necesario para poder seguir adelante.
Y es que los estudiantes se ven a sí mismos como «consumidores» de un servicio poco menos que obligatorio, así que lo que les «motiva» es que se lo pongan fácil.
El maltrato de los trabajadores que atienden cara al público
Uno de los fenómenos más llamativos de 2021 en EEUU fue la proliferación del maltrato a los camareros por los clientes.
Pero, como era previsible, la cosa no quedó ahí y no tiene aspecto de revertir.
«¿Has visto a un hombre de 60 años tener una rabieta porque no tenemos el caro queso importado que quiere?» dijo la empleada, Anna Luna, quien describió el estado de ánimo en la tienda, en Minnesota, como «enojado, confundido y temeroso».
«Estás mirando a alguien y piensas: 'No creo que esto se trate del queso ». [...] Cuando las personas tienen que conocerse en entornos transaccionales (en tiendas, en aviones, por teléfono en llamadas de servicio al cliente), «se están convirtiendo en niños» en palabras de la Sra. Luna. [...]
La mezquindad del público ha obligado a muchas industrias orientadas al público a repensar lo que solía ser un artículo de fe: que el cliente siempre tiene la razón. Si los empleados ahora tienen que asumir muchos roles inesperados (terapeuta, policía, negociador de resolución de conflictos), los gerentes del lugar de trabajo están actuando como guardias de seguridad y gorilas para proteger a sus empleados.
Una nación en espera quiere hablar con un gerente, New York Times
El periódico lo llama la «ira pandémica» y lo presenta como el resultado de las frustraciones sociales al expresarse las personas como «consumidores».
En parte, el problema es la desconexión entre la expectativa y la realidad, dijo Melissa Swift, líder de transformación estadounidense de la consultora Mercer. Antes de la pandemia, dijo, los consumidores habían sido seducidos por la idea de la «economía sin fricciones», la noción de que se podía obtener lo que quisiera, en el momento en que lo quisiera. Eso no está sucediendo.
«Hay una falta de salidas para la ira de la gente», dijo Swift. «Ese camarero, ese asistente de vuelo, se convierten en un sustituto de todo lo que se interpone entre lo que experimentamos y lo que creemos que tenemos derecho».
Una nación en espera quiere hablar con un gerente, New York Times
Es una buena imagen de lo que pasa cuando la frustración ante una sociedad movida por un sistema cada vez más antagónico al desarrollo humano se encauza desde la imaginaria posición de «consumidores» en la que, como el mismo artículo comenta, la ideología del consumismo quiere enclaustrarnos: el compañero trabajador se convierte en «obstáculo» y nos convertimos en victimarios de nuestros iguales agravando aún más las condiciones de una explotación que compartimos.
Consumismo: La visión del mundo del rentista
Cuando en 1919 Bujarin publicó finalmente su crítica de la teoría económica marginalista, escrita originalmente en 1914, la tituló «La Economía Política del rentista». La razón: mostrar a qué interés particular podía responder algo tan absurdo como intentar entender el sistema económico desde el consumo y la psicología del individuo consumidor abstracto, él mismo un producto pasivo del sistema, en vez de sobre sus componentes dinámicos y activos.
La vida entera del rentista se basa en el consumo, y la psicología del «consumo en estado puro» constituye su «estilo» particular de vida. [...] La producción, el trabajo necesario para obtener bienes materiales, es algo fortuito en tanto permanece fuera de su campo visual. Para él no existe la actividad verdadera; toda su mentalidad tiene matices pasivos; la filosofía y la estética de estos rentistas son de naturaleza puramente contemplativa, están desprovistas de los elementos activos propios de la ideología proletaria.
Es que el proletariado vive en la esfera de la producción, en contacto directo con la «materia», que se transforma para él en «material», en objeto de su trabajo. Asiste al crecimiento gigantesco de las fuerzas productivas de la sociedad capitalista, al desarrollo de nuevas técnicas mecánicas que permiten arrojar al mercado cantidades cada vez más grandes de mercancías cuyos precios disminuyen a medida que progresa y se profundiza el proceso de perfeccionamiento técnico.
Por estos motivos el proletariado tiene la psicología del productor. El rentista, en cambio, tiene la del consumidor.
La Economía Política del rentista. Nicolai Bujarin, 1914. (Negritas nuestras)
Bujarin acertó plenamente cuando señaló que el punto del vista particular del rentista, la centralidad del consumo en su vida, formaría la columna vertebral de la ideología capitalista en su decadencia.
La exaltación del consumo, su presunta centralidad en la vida y la explicación del sistema, es decir, el consumismo, significó ir un paso más allá del individualismo para reducir la experiencia humana a las elecciones entre las ofertas que el mercado (productos) o el estado (identidades) ofrecieran en cada momento.
Consumismo con consumo material menguante. Es todo lo que puede ofrecer el capitalismo de estado y su desarrollo totalitario en esta etapa histórica como «libertad» humana, una satisfacción raquítica y jibarizante de las necesidades humanas cada vez más antagónica del desarrollo humano en todas sus dimensiones.
Desde entonces y especialmente desde la última postguerra mundial, el capitalismo en todas sus expresiones ha vendido el consumismo, la idea de la centralidad del consumo, como forma de desvanecer los intereses colectivos materiales en el ruido de identidades interclasistas y la supuesta soberanía del individuo consumidor.
Siempre retorcida, la ideología oficial podía culpabilizar a los trabajadores confundiendo cínicamente la afirmación de las necesidades humanas universales con «egoismo» y «consumismo». El consumo es la forma social que bajo el capitalismo tiene el acceso a los recursos necesarios para satisfacer las necesidades humanas. El consumismo, la ideología que pretende que el capitalismo existe y se dedica a satisfacer las necesidades concretas del individuo abstracto y atomizado.
Desde luego, no han sido los trabajadores los que han hecho bandera del consumismo que los atomizaba y les culpabilizaba de la incapacidad del sistema para satisfacer sus necesidades. La presión ideológica del consumismo individualizante ha sido tal que ha trascendido hasta el mismísimo uso del lenguaje. Los últimos estudios estadísticos sobre el lenguaje escrito aseguran que:
Durante las últimas décadas, ha habido un cambio marcado en el interés público de lo colectivo a lo individual, y de la racionalidad a la emoción.
Auge y la caída de la racionalidad en el lenguaje. Marten Scheffer y otros.
Por otro lado, el machaque consumista-individualista hace la sobredimesión de «la emoción» inevitable. Emoción identitaria como sustitutivo de la libertad real. Emoción negativa como auto-castigo por no estar a la altura de un sistema que nos dio a elegir y nos hizo responsables del resultado. A fin de cuentas, si somos consumidores soberanos, si todo lo que podemos ver son opciones y decisiones individuales, cuando las cosas van mal no tenemos otra explicación que aceptar una auto-culpabilización que el propio devenir del sistema tiende a volver constante.
La moral del consumismo
Según el consumismo, el motor del sistema, como en la Economía marginalista, sería el «deseo insaciable» del individuo abstracto. Todo el aparato económico capitalista se pondría en marcha para optimizar la producción y distribución de bienes y servicios de acuerdo a este deseo.
Para el consumismo, el capitalismo sería el garante de que el deseo individual genera realidad social. En su subjetivismo extremo, nos dice que el consumo es la forma de materializar los deseos, supuestamente individuales y únicos. A través del consumo -por tanto a través del mercado y el estado- descubriríamos «quienes somos», ganaríamos «identidades» definiendo «estilos de vida» que no serían más que patrones de compra y elecciones estético-ideológicas.
Salta a los ojos la pasividad que destacaba Bujarin en el rentista. El individuo, aislado y desligado de la producción y de la sociedad que le rodea, como los personajes de la serie de HBO que comentábamos arriba, solo tiene que esperar las ofertas que le vienen del mercado y el estado y hacer sus elecciones para definir con ellas su vida como si «customizara» un producto.
Por eso la moral del consumismo es necesariamente infantilizante. El creyente en la centralidad del consumo oscila entre dos frustraciones. No poder pagar lo suficiente para poder «realizarse», es decir realizar la fantasía vital que le han dicho que su deseo puede crear, como el cliente enfadado de las tiendas y los restaurantes que describíamos arriba. Y la exigencia de ser «seducido» por una oferta que le viene impuesta y que nunca deseó, como los estudiantes que no querían leer.
No es de extrañar que la pequeña burguesía hiciera suyo el consumismo. Le permite objetivar en términos de acceso al consumo esa posición intermedia que defiende y que le frustra al mismo tiempo, descargando sobre los trabajadores que ve, los que le atienden cuando va a comprar, la afirmación constante de su estatus. Y, sobre todo, afirmando su permanente subjetivismo reaccionario.
Mucho menos es de extrañar el éxito de las campañas identitaristas y de la ideología del consumismo en general entre el estudiantado universitario y los jóvenes que no se incorporaron al mercado de trabajo. Su posición social, especialmente en la universidad, se parece mucho a la del rentista: separados de la producción social, recibiendo pasivamente ideología y buscando una imposible realización a través del consumo identitario. Las frustraciones y la violencia consecuente, especialmente cuando al mismo tiempo son parte de una familia trabajadora, son visibles también.
El consumismo de los jóvenes que querían ser comunistas
De modo predecible, el consumismo golpea también a los jóvenes que se dan cuenta de que el sistema es el problema a superar.
Algunos, en ausencia de grandes luchas masivas en su entorno directo, se acercan inconscientemente a las ideas comunistas como si fueran una sección en el «supermercado de las ideas». Basta un paseo por las redes sociales para darse cuenta: están comprando una identidad exclusiva y usándola para afirmarse, al modo que el consumismo propone, para generar una «pertenencia» vacía basada en elecciones estéticas disfrazadas de «teóricas». La aproximación desde el consumismo queda clara en la ausencia de compromiso real.
No hacen parte de ninguna actividad militante organizada que tenga que ver con los trabajadores como clase. Todo lo más «acuden» a que «les cuenten». Visibles como una nube de individuos que comparten memes y poses. La trampa del consumismo funciona una vez más como cepo perfecto: bailando en la nada de la afirmación individual, solo pueden propiciar un ambiente de banalidad y sectarismo a su paso. Están en las antípodas de la militancia comunista porque lo están de la moral comunista
Los francotiradores «leftcom» de las redes sociales son un caso extremo, aunque ultraminoritario, de «consumismo ideológico». Sin embargo, el efecto de la ideología consumista entre los jóvenes que «quieren ser comunistas» no acaba ni mucho menos en ellos.
Como hemos visto, la moral consumista en la que se han formado la mayor parte de los jóvenes y que ha definido su relación con la familia, el sistema de enseñanza y hasta su vida amorosa, les ha colocado en todo momento como «consumidores». Así que repiten los patrones de comportamiento aprendidos. Los compañeros de la Antorcha por ejemplo, nos cuentan que la principal dificultad que encuentran cuando realizan seminarios abiertos es que son pocos los no militantes que llegan con los materiales de discusión leídos y por tanto pueden aportar de igual a igual.
¿Cómo vencer la pasividad que el consumismo crea?
Sólo hay una forma de vencer la dinámica individualista y desmoralizadora que la ideología dominante siembra y machaca con el consumismo: trabajo colectivo y lógica de la pertenencia por el aporte.
Desde las primeras expresiones políticas de los trabajadores ambas cosas definieron a la militancia de clase y fundaron la moral del movimiento sobre un futuro, el comunismo, cuyas lógicas se debían hacer ya presentes en el modo de vivir y relacionarse de los militantes.
Hoy tenemos por delante un largo y paciente trabajo al servicio de la organización y afirmación política de nuestra clase. Tenemos que llevar ambas cosas aún más lejos. Y para eso necesitamos que quienes nos leéis deis un paso adelante y os incorporéis al trabajo colectivo en la medida en que tiempos y recursos os lo permitan.