Las consecuencias económicas de la guerra no serán temporales
Lo que hoy nos presentan como consecuencias económicas de la guerra no serán pasajeras ni acabarán con la deposición de las armas. Ni las nuevas condiciones económicas son un efecto temporal del conflicto y las sanciones, ni desaparecerán con «la paz». El «Pacto de rentas» propuesto por distintos gobiernos como forma de «repartir» el impacto económico de la guerra en Ucrania, no será tampoco ni un paréntesis ni un «sacrificio temporal».
Las consecuencias económicas de la guerra
El trigo, la carne y la hambruna en marcha
Los efectos de la guerra en Ucrania sobre las condiciones de la economía (=acumulación) global han sido inmediatos: el precio internacional del trigo está subiendo tanto y tan rápido que los grandes exportadores en países como Argentina están desabasteciendo el mercado interno que no puede pagar los precios globales ni siquiera descontando los impuestos a la exportación.
Pero no es un fenómeno nuevo y sorprendente. Desde mediados del año pasado estábamos ya en una verdadera crisis mundial del trigo que se alimentaba y azuzaba a su vez el conflicto imperialista. Con un incremento de los precios globales de los alimentos del 31,3% en un año, el peligro de hambrunas de dimensiones globales era inminente ya en 2021.
Ahora se dispara, poniendo en peligro de hambre a países enteros, desde Bangladesh y Pakistán al Magreb pasando por Turquía, Egipto y Sudán. En la nueva situación el trigo, la soja y el maíz para la alimentación del ganado compiten directamente con el consumo humano. Por ambos lados, se ataca directamente la capacidad de consumo básica de los trabajadores en todo el mundo. Se habla ya de crisis alimentaria global.
Fertilizantes y hortalizas
Algo parecido ocurre con los fertilizantes. La subida de precios del gas -producto del Pacto Verde y el conflicto imperialista UE Rusia anterior a la guerra- ya amenazaba a finales del año pasado con una crisis global de abastecimiento y precios. Ahora, bajo las sanciones, Rusia recorta exportaciones elevando aún más los precios y agravando el efecto de la escasez global de cereales.
Si el tomate marroquí -referencia de las hortalizas de mayor consumo- ya sube drásticamente en Europa por la subida de precios del transporte, cuando empiece a reflejar el aumento de coste -o la ausencia- de fertilizantes va a convertirse para la mayoría en un producto de lujo. Tanto más cuanto regiones productoras de cultivos de regadío para la exportación, como el Sur de España, suman al desastre general, su propia crisis hidrológica.
Combustibles, calefacción y electricidad
Porque, a todo esto, el petróleo está en máximos de 2008 y roza los 140€ por barril y el precio del gas en la UE se acerca a los 4.000 dólares por mil metros cúbicos. Y eso repercute directamente sobre los salarios de los trabajadores europeos. En España el precio de la electricidad subirá mañana otro 23% y superará por la tarde los 700€. En Francia el panorama de la subida combinada de combustibles, electricidad y alimentos no es mucho mejor. En los países del Este el peso de la calefacción sobre los salarios empieza a hacerse insoportable.
Pero una vez más, hemos de recordar que la subida de precios del gas no ha comenzado con la guerra. Fue resultado de las condiciones especulativas creadas por el Pacto Verde, que ofrecieron a Rusia la oportunidad de aumentar la rentabilidad de sus exportaciones a Europa.
Desabastecimiento industrial y escasez de chips y semiconductores
La guerra ha puesto en cuestión también el neón ucraniano y el paladio ruso, necesarios para chips y semiconductores. Si el gobierno ucraniano lanza alarmas constantes sobre un posible ataque ruso a Odesa a pesar de que no parece que sufra una amenaza inminente del ejército de invasión ruso, es porque sabe que Europa, EEUU, Corea, Taiwán y China se juegan mucho en la continuidad de la producción de neón en la ciudad. En el área industrial de la ciudad del Mar Negro se concentra el 70% de la producción global de neón.
Las industrias de automoción europeas ya han anunciado nuevos parones de producción por la escasez de semiconductores y chips. Pero, una vez más, llueve sobre mojado. Los parones han sido constantes durante el último año y se proyectaba para toda la década. El desabastecimiento industrial es parte del paisaje que ha creado la guerra comercial, es decir, el nuevo nivel de la competencia imperialista establecido a partir de 2017.
Pero... ¿Cuándo empezó la guerra?
La guerra del gas ruso
Viendo los efectos de la guerra cabría preguntarse cuándo empezó realmente la guerra. Por ejemplo, la presión estadounidense sobre el consumo europeo de gas ruso viene de 2018, cuando Trump puso contra las cuerdas a Merkel a cuenta del NordStream 2.
En aquel momento EEUU retomaba una vieja batalla. A principios de la década del 2000 EEUU intentó hacerse con Yukos y entrar en el negocio del gas ruso, una jugada frustrada por el ascenso -y con los métodos característicos- de Putin. Quince años más tarde Trump planteaba la revancha a Merkel y Putin: o EEUU entraba en el capital del negocio exportador ruso o haría imposible el NordStream 2 y forzaría a Alemania a acabar con su dependencia del gas ruso.
Cinco años más tarde y cerrado ya el NordStream 2 tras la invasión de Ucrania, EEUU sigue presionando para que tanto la UE como Gran Bretaña prohíban completamente y de una vez las importaciones de Rusia. Al punto que Boris Johnson, seguramente el jefe de gobierno más agresivo frente a Rusia de toda Europa, ha pedido a Biden ir «paso a paso», aunque reconoce que las posiciones se están «moviendo muy, muy rápido», y las cosas que hace unas semanas no se habrían considerado están «ahora en gran medida» sobre la mesa, según contaba BBC.
Los europeos descubren ahora algo del todo previsible aún antes de que Biden jurara como presidente: no eran locuras de Trump. Desde los tiempos de la presidencia de Obama, los intereses imperialistas de EEUU se reorientaron hacia un enfrentamiento cada vez más abierto con China que implicaba un «giro hacia Asia» y preparaba el camino hacia la formación de nuevos bloques económico-militares.
La nueva división internacional del trabajo
Ahora, cuando China coopta a los talibanes y EEUU intenta lo propio con la Venezuela chavista, queda claro que a diferencia de lo que nos cuentan los medios todo este movimiento tectónico, que conduce a la formación de bloques no tenía nada que ver con afinidades ideológicas.
Bajo la «autosuficiencia» predicada tanto por los burócratas de estado chinos como por Trump y Biden no hay ningún «aislacionismo». Como no lo hubo en el Brexit y no lo hay en el redescubierto nacionalismo económico francés. El capital ya no cabe «en un sólo país» y el objetivo es salvar su rentabilidad, no escapar del inevitable conflicto imperialista.
Lo que tratan todos es de asegurar proveedores y mercados «acercando» las zonas de bajos salarios -como Francia y Alemania en los Balcanes Occidentales- a regiones más controlables y renacionalizando los sectores industriales de márgenes mayores ahora que el mercado mundial se rompe en grandes trozos enfrentados y las fallas se hacen cada vez más peligrosas.
Lo que ahora vemos acelerarse con la guerra de Ucrania, la relocalización a nivel global de producciones enteras, tampoco nace ahora, viene cuajando durante el último lustro. Ahora se acelera.
El Pacto Verde y la guerra
En Alemania, en el mismo discurso en el que Scholz daba el pistoletazo de salida a un rearme masivo, rebautizó a las energías como «energías de liberación». La dimensión estratégico-militar -imperialismo condensado- del cambio de matriz energética se ha normalizado en cuestión de días en Europa. Los verdes belgas se acostaron ayer anti-nucleares para despertar hoy ansiosos por abrir nuevas centrales.
Pero el Pacto Verde y la transición energética ya estaban en marcha... y acelerándose. Desde que se anunció con cierto detalle, a partir de 2019, resultó evidente que iba a multiplicar las tensiones imperialistas alrededor del mapa energético y abrir una verdadera carrera por controlar las nuevas materias primas.
Sólo han cambiado los ejes de discurso. Pero para el capital está bien claro qué es el Pacto Verde, como ayer mismo decía el ex-presidente del monopolio de las redes eléctricas españolas, se trata de pasar de un sistema de producción energética...
...caracterizado por altos costes de operación y bajos costes de inversión [...a otro que es] todo lo contrario, de muy altos costes de instalación, en generación renovable eólica y fotovoltaica sobre todo, y muy bajos costes de operación.
Es decir, se trata de imponer una transformación del sistema productivo en toda una serie de campos (energía, construcción, producción alimentaria...) para hacerlas aún más intensivas en capital, asegurando su rentabilidad mediante imperativos legales. Es decir, imponiendo la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la segunda guerra imperialista mundial.
La excusa original fue la «necesidad» de constituir una «unión sagrada» con las clases dirigentes para poder luchar contra el cambio climático a costa de las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora a esa excusa se une una «unión sagrada» para obtener la independencia energética sin la que dicen que no podrán «defender nuestros valores y nuestra democracia». La realidad: lo que hasta ahora era fundamentalmente un plan para reanimar la rentabilidad de capital vestido de cambio tecnológico, se convierte ahora además en una necesidad estratégico-militar de los grandes imperialismos europeos y EEUU.
El militarismo europeo volvió para quedarse
Visto en perspectiva, lo único genuinamente nuevo abierto por la invasión rusa de Ucrania es la entrada de Europa en la carrera de armamentos y la adopción por las potencias europeas del militarismo más descarnado -algo en lo que ya estaban China, EEUU, Rusia, Australia y decenas de países.
Pero difícilmente el militarismo puede ser algo temporal o pasajero. No deja de sustentarse en un sector de producción militar que pone en marcha inversiones masivas de capital y que está dentro de la competencia imperialista entre los propios aliados. Una vez se pisa ese acelerador no puede detenerse sin un desastre para el propio capital.
No se trata sólo de aumentar más o menos las «compras», sino de llevar a grandes masas de capitales estratégicos para el capital nacional a la producción para la guerra. Dicho en pocas palabras: las empresas de armamentos serán las nuevas eléctricas y se unirán a estas para formar una retaguardia segura, de rentabilidad garantizada a través de impuestos, para el capital financiero. Por eso tanto Macron en Francia como Sánchez en España han iniciado movimientos de recapitalización y concentración del capital alrededor de sus industrias militares señeras.
Y entonces... ¿el «Pacto de Rentas»?
Como hemos visto, ni las subidas de precios ni el movimiento de fondo hacia la reorganización de la división internacional del trabajo, la producción energética y la formación de bloques es producto de la guerra de Ucrania. La guerra, más bien, ha significado un salto cualitativo en algo que ya estaba en marcha y acelerándose… y que por tanto difícilmente vaya a acabar con la guerra ucraniana.
Por otro lado, el volumen gigantesco del empeño militarista -100.000 millones sólo en Alemania, pronto veremos cuánto en el total de Europa- significa que no va a deshacerse a corto o medio plazo nada de lo comenzado ahora.
Como no va a retroceder el cambio de matriz energética ni el conjunto del Pacto Verde. Al revés, la succión de rentas del trabajo, aumentará por ambas vías sin que una contradiga a la otra. Lo primero que los gobiernos se han apresurado a comunicar a los inversores es que los nuevos desarrollos del Pacto Verde y el nuevo gasto militar no competirán entre sí en los presupuestos estatales.
Lo que hoy nos presentan como consecuencias económicas de la guerra no serán pasajeras ni acabarán con la deposición de las armas. Ni las nuevas condiciones económicas son un efecto temporal del conflicto y las sanciones, ni desaparecerán con «la paz». Por lo que el «Pacto de rentas» propuesto por distintos gobiernos, entre ellos el de España, como forma de «repartir» el impacto económico de la guerra en Ucrania no puede pensarse que vaya a ser un paréntesis ni un «sacrificio temporal».
[Continuará...]