Comunismo y el sentido de todo y cada cosa
Para el marxismo, Comunismo es la sociedad desmercantilizada, la abundancia, la liberación del Hombre de la esclavitud del trabajo asalariado, de la división del trabajo... y sobre todo, de la escasez. El comunismo es el futuro pero no en el sentido de algo que quedara solo para mañana, para una «tierra prometida» después de la revolución.
El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.
Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846
Lo que la dialéctica nos enseña es que la perspectiva del fin de la escasez determina el presente a través de las fuerzas que lo impulsan. En primer lugar, la más importante de ellas, el trabajo y su materialización, la clase. Pero de un modo aun más concreto, la forma de ser y mirar el mundo de los comunistas.
La mirada comunista es una mirada desde el futuro, es capaz de ver en cada cosa el sentido de la abundancia, descubrir cómo cada avance tecnológico o cultural del pasado se inserta en un esfuerzo de la especie para liberarse de la escasez. Esa es la maravilla de los textos históricos de Marx, del mismo Manifiesto o de los textos sobre el colonialismo, cuando pondera la expansión del capitalismo por muy consciente que sea de las formas criminales, genocidas a veces, en que se dio en términos históricos.
Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la Humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución. En tal caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectáculo de un viejo mundo que se derrumba, desde el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe: ¿Quién lamenta los estragos Si los frutos son placeres? ¿No aplastó miles de seres Tamerlán en su reinado?
Carlos Marx. La dominación británica de la India, 1853
Es decir, la perspectiva del futuro comunista, el desarrollo de las fuerzas productivas, de la capacidad de la especie para transformar la Naturaleza de modo cada vez más efectivo prima sobre todo lo demás. Da sentido a cada cosa y nos permite mirar con orgullo materialista, libre de todo sentimentalismo, la historia de nuestra especie. Historia que a grandes rasgos no es sino el relato contradictorio, conflictivo y terrible, sanguinario muchas veces, del progreso de la especie hacia su liberación, hacia su reunificación en una única comunidad humana no fracturada por divisiones de clase y todo lo que conllevan. Al poner Marx cada momento del gran proceso histórico en la perspectiva del comunismo, cada evento, cada cosa, toma sentido en el gran relato de la reunificación de la Humanidad en una sociedad sin clases.
Esto nos enseña algo fundamental sobre la consciencia de clase: es el primer brote de una verdadera consciencia humana, una consciencia de la especie. Y como tal es también el primer destello de una moral verdaderamente humana, capaz de disfrutar y celebrar cada conquista de la especie tomada como un todo, desde lo más pequeño a lo más grande, repudiando los particularismos, sin dejar de ver la lucha de clases en cada elemento, pero entendiendo el conjunto como parte de un desarrollo mucho más amplio hacia una Humanidad reunificada.
Un ejemplo menor: prácticamente toda la gastronomía -asquerosamente disfrazada de «nacional» en estos tiempos- es una celebración del progreso de la Humanidad, de sus avances para reunificarse como especie. En cada plato «tradicional» se esconden gigantescos movimientos históricos y prodigiosos avances: desde el fuego y la agricultura al nacimiento del mercado mundial que hace posible -en la explotación, la alienación y la opresión de hoy- una experiencia humana universal de la vida y el trabajo. Tomemos un tradicional mole poblano. ¿Qué lo hace posible? El txocolatl azteca que se hace chocolate al encontrarse con el azúcar llevada por los mercaderes árabes a Andalucía y desde ahí, de la mano de los campesinos portugueses, a Canarias, desde donde el mismo Colón las llevará a Cuba. ¿Y qué decir de la pimienta que usa la receta que llega a Europa cruzando todo el Viejo Mundo y a América traída por las primeras flotas que cruzan el Pacífico? Y no es distinto en las cosas más vulgares y cotidianas: allá donde hay un tomate y un pimiento está narrada la Historia de la Humanidad construyendo las bases de lo que luego será el mercado mundial y para ello desarrollando la ciencia de la navegación, la Astronomía, la ingeniería naval...
La capacidad de disfrute que ganamos al hacernos conscientes de lo que significa cada cosa cotidiana cuando la ponemos en la perspectiva del comunismo, es un adelanto, un destello de esa «liberación de los sentidos» que el comunismo implica necesariamente como paso a «la verdadera historia de la Humanidad». La conciencia de clase es liberadora en más de un sentido y no es menor que se materialice en la forma de ser, en la ética cotidiana de los comunistas como un «ethos», como una forma de ser capaz de descubrir y disfrutar la obra histórica de la especie en todo cuanto nos rodea.
Esa ética de la abundancia, esa capacidad para ver la abundancia posible en la miseria material y moral impuestas por la división de clases, es la que alimenta una moral revolucionaria. Nos lleva a vivir el conocimiento, la toma de consciencia y la actividad junto al resto de nuestra clase como un hacer y aprender colectivo y compartido que nos libera desde ya de la atomización y la soledad, rompiendo los espejos deformantes de la alienación.
Está permitido todo lo que conduce realmente a la liberación de la humanidad. Y puesto que este fin solo puede alcanzarse por caminos revolucionarios, la moral emancipadora del proletariado posee -indispensablemente- un carácter revolucionario. Se opone irreductiblemente no solo a los dogmas de la religión, sino también a los fetiches idealistas de toda especie, gendarmes ideológicos de la clase dominante. Deduce las reglas de la conducta de las leyes del desarrollo de la humanidad, y por consiguiente, ante todo, de la lucha de clases, ley de leyes.
León Trotski. Su moral y la nuestra, 1938
Como toda moral, la moral comunista nos impone deberes. El primero de ellos aprender y criticar para poder protestar y luchar sin caer en las constantes trampas de los discursos dominantes. El comunista debe entender cada sentimiento de opresión y repudiar la opresión misma, tanto como toda ideología que lo instrumentalice para mantener el estado de cosas existente.
El deber de protestar contra la opresión nacional y de combatirla, que corresponde al partido de clase del proletariado, no encuentra su fundamento en ningún «derecho de las naciones» particular, así como tampoco la igualdad política y social de los sexos no emana de ningún «derecho de la mujer» al que hace referencia el movimiento burgués de emancipación de las mujeres. Estos deberes no pueden deducirse más que de una oposición generalizada al sistema de clases, a todas las formas de desigualdad social y a todo poder de dominación. En una palabra, se deducen del principio fundamental del socialismo.
Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional y la autonomía, 1908
Luchamos por una humanidad reunificada, que haya superado las escisiones y fracturas impuestas por la división en clases. Entendemos sin embargo que esta fractura fue necesaria en un momento histórico para el desarrollo de nuestra especie que se vio así alienada de sí misma tanto como cada humano estaba condenado estar alienado (ser ajeno) a los logros la sociedad de la que era parte y su significado. Desde el momento en que aparecen las clases emerge con ellas, inevitablemente, la lucha de clases, y solo la lucha de la última clase explotada, la clase universal de los trabajadores, restañará la herida acabando con las clases mismas.
Creemos de verdad que la especie puede, debe en este momento de su desarrollo histórico, convertirse en una comunidad, es por eso -y no por un supuesto amor a las normas o los bienes comunes- por lo que nos llamamos comunistas. Y por eso cada forma opresión, de abuso, de separación de nuestros congéneres, o sus simétricos -el servilismo, la sumisión, el culto a la personalidad, la autoalienación- nos hacen bullir la sangre.
Eso es ser comunista, tener una moral comunista: una inmensa capacidad de disfrute derivada de comprender el por qué de cada cosa en la perspectiva de su servicio al futuro de la especie, una fe material -material porque está sustentada científicamente- en la posibilidad de que nuestra especie supere la escasez y sus fracturas internas a través de la lucha de nuestra clase, y un rechazo visceral a cuanto ata al género humano a la miseria material y espiritual.
Capaces de disfrutar de cada cosa creada por nuestra especie por lo que significa, felices de celebrar lo humano hasta en sus manifestaciones más pequeñas y cotidianas; apasionados, capaces de resistir a contracorriente, íntimamente indignados por el mantenimiento de una esclavitud y una escasez ya hoy innecesarias. Así somos. No hay nostalgia alguna entre nosotros. Nuestra hora no pasó. La de nuestra clase está aun por llegar, y con ella, la del verdadero nacimiento de nuestra especie como un sujeto colectivo consciente y libre.