Comuna de París 3 claves que los medios no te contarán ni 150 años después
Mañana se cumple el 150º aniversario de la Comuna de París. Casi todos los grandes medios mundiales llevan dedicando artículos la última la semana, ensayando reinterpretaciones en clave nacionalista, feminista o incluso reduciéndola incongruentemente a una algarada precursora de... ¡mayo del 68 y los chalecos amarillos! Hoy iluminamos tres claves para entender qué fue realmente la Comuna de París que los medios no te contarán.
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El tema de este artículo ha sido elegido para el día de hoy por los lectores del canal Communia en Telegram.
La guerra franco-prusiana y el derrotismo revolucionario
La Comuna de París surge en el contexto de la guerra franco-prusiana. Prusia, un estado semi-feudal dominado por una aristocracia latifundista, los junkers, había guiado la derrota de la revolución burguesa de 1848 y dado una forma reaccionaria a la unidad alemana al atar a su carro a una burguesía que tenía ya más miedo de los obreros que vigor para hacerse con el estado tomando el poder político.
Los marxistas alemanes entendieron correctamente que la guerra contra el segundo imperio francés serviría a la prusianización del conjunto de Alemania, es decir, a la profundización del poder de los junkers y al fortalecimiento de las tendencias reaccionarias en el conjunto de Europa.
¿Por qué era reaccionario? En un momento en el que la revolución democrática burguesa seguía estando en el orden del día histórico en medio continente, un triunfo prusiano retrasaría el desarrollo capitalista -y por tanto el desarrollo numérico y social del proletariado- al fortalecer a las clases aristocrático-latifundistas. Incluso donde, como en Alemania y Austria, el proletariado era ya numeroso, retrasaría su desarrollo político al fortalecer a los estados autocráticos feudales, forzando al proletariado a priorizar su transformación hacia un estado burgués y distanciándolo del enfrentamiento directo y claro con la burguesía que corresponde a una sociedad capitalista plenamente establecida.
En consecuencia, en otoño de 1870, los portavoces socialistas Liebknecht y Bebel se opusieron abiertamente a la guerra en el Reichstag, el parlamento consultivo del imperio alemán, dando comienzo a una campaña contra el reclutamiento y las exacciones para financiar la guerra. Con el estallido de la revolución en París, Lyon y Marsella, el partido en bloque apoyaría lo que identificó desde un primer momento como un movimiento revolucionario de los trabajadores.
En un nuevo discurso ante el Reichstag el 25 de mayo de 1871, Bebel apoyará abiertamente a la Comuna ligando su defensa a la denuncia del afán anexionista del gobierno de Bismarck en Alsacia y Lorena y al llamamiento a derribar la reacción prusiana. Era el primer ensayo de derrotismo revolucionario como táctica del proletariado frente a la guerra.
Inmediatamente Bebel y Liebknecht fueron despojados de sus escaños, detenidos y acusados de alta traición junto con un joven militante, Adolf Hepner, que había difundido las ideas derrotistas a través de la prensa socialista. El juicio, que absolvió a Hepner y condenó a Bebel y Liebknecht el 26 de marzo de 1872 a dos años de prisión en el castillo sajón de Hubertusburg, supuso el verdadero punto de arranque de la socialdemocracia alemana como movimiento de masas.
Es más, como señaló posteriormente Engels, el derrotismo revolucionario de los socialistas alemanes y su espejo en la Comuna de París -a la que se consideraba la consecuencia práctica del derrotismo revolucionario de los trabajadores en el lado francés del frente- convirtieron a la socialdemocracia alemana en el referente del movimiento obrero mundial. Seguiría siéndolo hasta 1914, cuando la necesidad del derrotismo revolucionario volvería a plantearse ante la guerra imperialista pero solo un diputado de todo el grupo socialdemócrata alemán, Karl Liebknecht, hijo de Wilhelm, tomara esta vez la posición internacionalista.
La posición de los trabajadores alemanes en la vanguardia del movimiento europeo se basa esencialmente en su actitud genuinamente internacionalista durante la guerra.
Lo que más destacaron los marxistas de la Comuna de París fue que evidenció sus propios errores
Cuando se produce la proclamación de la Comuna de París del 18 de marzo, la Iª Internacional está viviendo los últimos coletazos de una larga y agotadora batalla contra el bakuninismo. Se trató fundamentalmente de una lucha por mantener el centralismo más básico frente a la lógica golpista y conspirativa, propia de las sociedades secretas, de la Alianza de Bakunin. Sin embargo, los anarquistas intentaron dignificar su propia posición con un debate espurio sobre la lucha política y el rechazo de la autoridad.
En ese debate, los marxistas defendieron que sin un estado sería imposible para el proletariado avanzar en su programa una vez derrotada a la burguesía. E infirieron de ello que el objetivo de la lucha política de la clase sería tomar el estado para usarlo para sus propios fines revolucionarios, al modo en que la burguesía había utilizado el hiper-desarrollo del estado bajo la monarquía absoluta.
El Poder estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura -órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo-, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el feudalismo
Carlos Marx. La Guerra Civil en Francia, 1871.
Y en esto llega el colapso del ejército francés en Sedán.
Sellada la paz después de la capitulación de París, Thiers, nuevo jefe del Gobierno, se vio obligado a entender que la dominación de las clases poseedoras -grandes terratenientes y capitalistas- estaba en constante peligro mientras los obreros de París tuviesen las armas en sus manos. Lo primero que hizo fue intentar desarmarlos. El 18 de marzo envió tropas de línea con orden de robar a la Guardia Nacional la artillería de su pertenencia, pues había sido construida durante el asedio de París y pagada por suscripción pública. El intento falló; París se movilizó como un solo hombre para la resistencia y se declaró la guerra entre París y el Gobierno francés, instalado en Versalles.
Federico Engels. Introducción a «La Guerra Civil en Francia», 1891
El Comité Central de la Guardia Nacional lanza un manifiesto el 18 de marzo donde se proclama Comuna de París y expresa claramente la naturaleza de lo que está sucediendo.
Los proletarios de París, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos (…) Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder.
Manifiesto del Comité Central de la Guardia Nacional, 18 de marzo de 1871
Por primera vez en la Historia, el proletariado toma el poder. Lo ha tomado y se ha puesto a gobernar constituyendo un poder altamente centralizado, no ha destruido el estado burgués y declarado la anarquía, dejando todo lo demás a la espontaneidad de las masas y la libre voluntad de los individuos, como propugnaban por aquel entonces los bakuninistas.
La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito de «República social», con que la Revolución de Febrero fue anunciada por el proletariado de París, no expresaba más que el vago anhelo de una República que no acabase sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de esta República.
Carlos Marx. La Guerra Civil en Francia, 1871.
Pero ocurre algo esencial. Algo que contradecía las expectativas que había recogido el Manifiesto Comunista y que Marx va a distinguir con claridad desde la primera frase de su análisis:
La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines.
Carlos Marx. La Guerra Civil en Francia, 1871.
Marx y Engels insistirán en este punto una y otra vez, interpretando la Comuna de París a su luz: la Comuna de París marca el camino de la Revolución proletaria y crea un nuevo tipo de estado que se coloca ya en la lógica de la transición hacia el comunismo.
La variedad de interpretaciones a que ha sido sometida la Comuna y la variedad de intereses que la han interpretado a su favor, demuestran que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo.
Sin esta última condición, el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipado el trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo deja de ser un atributo de una clase.
Carlos Marx. La Guerra Civil en Francia, 1871.
A partir de aquí, la Comuna de París se convierte en un momento nodal del pensamiento revolucionario, toda la teoría marxista del estado como organismo que articula una dictadura de clase y la visión misma de la revolución proletaria se modifican y desarrollan.
En los meses y años siguientes, Marx y Engels llevarán aun más lejos el análisis de la Comuna de París como esa forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo. Al representar el interés de una clase universal, sin intereses particulares y abocada a eliminar el trabajo asalariado, la Comuna estaba muy cerca de ser ese representante de toda la sociedad que todos los estados pretenden falsamente ser.
A fin de cuentas era una estructura meramente funcional y electiva, sin burocracia ni cargos profesionales, que se sostuvo sobre el trabajo asociado y que lo centralizó preparándose para tomar formalmente la propiedad de los bienes de producción… Y eso, en realidad, ya no es un estado propiamente dicho.
Sin la experiencia de la Comuna, la aparición de los soviets y la huelga de masas en 1905 y el carácter socialista de la Revolución Rusa de 1917 no habrían sido comprensibles dentro de la teoría marxista.
La Comuna de París refuta mitos sobre dirigentes y programas
Hay dos mitos políticos contradictorios y muy extendidos hoy que la Comuna de París desmiente contundentemente. El primero que una revolución de verdad no tiene dirigentes. Nadie recuerda a los de la Comuna de París, pero los tuvo... y no eran ni marxistas ni bakuninistas. El segundo es que es el carácter de los programas y las formas de entender los objetivos de clase de esos dirigentes lo que da forma a una revolución. La Comuna de París demostró todo lo contrario.
Marx comentó que la gran medida social de la Comuna de París fue su propia existencia. Y es cierto, ni se extendió con éxito, ni tuvo tiempo para más que para desplegar las medidas que permitieron avanzar a la propia lucha. Pero no puede sino maravillarnos la cantidad y coherencia de las medidas proclamadas en tan solo dos meses para hacer avanzar, más allá incluso de lo imaginable unas semanas antes, el proceso de constitución en clase.
Y si este avance es asombroso, resulta aun más deslumbrante cuando lo contrastamos con los sectores y grupos militantes consolidados que proveyeron de dirigentes a los barrios y a la Guardia Nacional.
Los miembros de la Comuna de París estaban divididos en una mayoría integrada por los blanquistas, que habían predominado también en el Comité Central de la Guardia Nacional, y una minoría compuesta por afiliados a la Asociación Internacional de los Trabajadores, entre los que prevalecían los adeptos de la escuela socialista de Proudhon. En aquel tiempo, la gran mayoría de los blanquistas sólo eran socialistas por instinto revolucionario y proletario, sólo unos pocos habían alcanzado una mayor claridad de principios, gracias a Vaillant, que conocía el socialismo científico alemán.(…)
Pero aún es más asombroso el acierto de muchas de las cosas que se hicieron, a pesar de estar compuesta la Comuna de París de proudhonianos y blanquistas. Por supuesto, cabe a los proudhonianos la principal responsabilidad por los decretos económicos de la Comuna, tanto en lo que atañe a sus méritos como a sus defectos; a los blanquistas les incumbe la responsabilidad principal por las medidas y omisiones políticas. Y, en ambos casos, la ironía de la historia quiso -como acontece generalmente cuando el Poder cae en manos de doctrinarios- que tanto unos como otros hiciesen lo contrario de lo que la doctrina de su escuela respectiva prescribía.
Proudhon, el socialista de los pequeños campesinos y maestros artesanos, odiaba positivamente la asociación [el trabajo productivo de mediana y gran escala auto-organizado por los trabajadores].
Decía de ella que tenía más de malo que de bueno; que era por naturaleza estéril y aun perniciosa, como un grillete puesto a la libertad del obrero; que era un puro dogma, improductivo y gravoso, contrario por igual a la libertad del obrero y al ahorro de trabajo; que sus inconvenientes crecían más de prisa que sus ventajas; que, frente a ella, la concurrencia, la división del trabajo y la propiedad privada eran fuerzas económicas. Sólo en los casos excepcionales -como los llama Proudhon- de la gran industria y las grandes empresas como los ferrocarriles, tenía razón de ser la asociación de los obreros (véase «Idée générale de la révolution», 3er. estudio).
Pero hacia 1871, incluso en París, centro de la artesanía artística, la gran industria había dejado ya hasta tal punto de ser un caso excepcional, que el decreto más importante de cuantos dictó la Comuna dispuso una organización para la gran industria, e incluso para la manufactura, que no se basaba sólo en la asociación de los obreros dentro de cada fábrica, sino que debía también unificar a todas estas asociaciones en una gran unión; en resumen, en una organización que, como Marx dice muy bien en La Guerra Civil, forzosamente habría conducido finalmente al comunismo, o sea, al contrario directo de la doctrina proudhoniana.
No fue mejor la suerte que corrieron los blanquistas. Educados en la escuela de la conspiración y mantenidos en cohesión por la rígida disciplina que esta escuela supone, los blanquistas partían de la idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, podría mantenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al pequeño grupo dirigente.
Esto suponía, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario. ¿Y qué hizo la Comuna de París? (…) La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.
Federico Engels. Introducción a «La Guerra Civil en Francia», 1891
¿Qué nos enseña sobre dirigentes y partidos esa primera gran revolución proletaria que fue la Comuna de París? Que cuando debajo hay un movimiento vigoroso de clase, el papel de los dirigentes es relativo. La Revolución crea su propio partido y conduce a los representantes de distintas corrientes que previamente están dentro de un terreno de clase a confluir en torno a un programa que viene dado por la propia materialidad y necesidad de la propia lucha.