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¿Educación o adiestramiento?

15/07/2023 | España
¿Educación o adiestramiento?

Estamos en una etapa histórica en la que se están produciendo cambios que van a moldear, a peor, el futuro de las siguientes generaciones. El caballo de batalla de los dirigentes políticos y económicos, desde hace más de 25 años, está puesto en la educación. Ya en 1996, la UNESCO en su informe Delors, sobre la educación para el siglo XXI puso blanco sobre negro cuál era el objetivo del capitalismo para con su mano de obra: crear sujetos diestros, pero no cultos, eficaces, diligentes y competentes, pero no inteligentes; en definitiva, la educación iba a dejar de transmitir conocimiento científico, formando sujetos intelectualmente capaces, para pasar a inculcar conocimientos, destrezas, y actitudes enfocados a la resolución de tareas concretas. ¡Eso son las competencias!.

Para el nuevo paradigma educativo, que no se trata de una moda pedagógica más, sino de un plan pormenorizado para cambiar de raíz lo que la educación significa aún, y ha significado en el capitalismo desde casi sus inicios, adaptándola a la situación en la que se encuentra hoy el sistema en la que el crecimiento (del capital) es cada vez más antagónica del desarrollo (humano). Por eso, en el estado actual del desarrollo tecnológico, el conocimiento recibe el desdichado adjetivo de instrumento, simple herramienta útil para conseguir determinados fines, previamente fijados por los que manejan el sistema.

La educación por competencias es un ataque sin precedentes a la línea de flotación de lo que la Humanidad entiende por cultura, ciencia y enseñanza: convierte a la enseñanza en instrucción, a la cultura y a la ciencia en instrumento medible y evaluable por su utilidad para la acumulación de capitales. En definitiva, aleja al alumnado de una adquisición de conocimiento entendido como vía para la mejora personal, y que incida en su futura autonomía vital y de pensamiento.

¿Qué es la educación por competencias?

El quid de la cuestión es adecuar la educación a lo que requieren las empresas, sin darse cuenta de que muchas veces las apuestas que hacen las empresas por según que tecnologías emergentes, se traducen en una trampa: pongamos el ejemplo del big data. ¿Qué ocurre hoy con esas especializaciones, en formato máster, que se centraban en la recopilación de datos? Pues que han quedado relegadas en la carrera por la empleabilidad, con el surgimiento y boom de la IA generativa.

La clase dirigente extendió el mantra de que toda institución educativa debía ser «gobernada» como si de una empresa se tratara y orientada a ahorrar costes de formación a las empresas. Había que capitalizar todos los recursos educativos, economizando gastos (más estudiantes) y rentabilizando costos (menos clases, colegios y enseñantes); ahora de lo que se trata es de capitalizar los mismos conocimientos, mercantilizarlos bajo la forma de competencias .

Los saberes, forma devaluada de hablar de conocimiento, y las competencias, modulan un proceso de enseñanza-aprendizaje en el que no se aprehende la realidad de una forma completa, sino que se secuencian y descuartizan distintos mecanismos, directamente aplicables a casos concretos, poniendo especial énfasis en que el estudiante no sepa por qué se aplica tal procedimiento o tal otro. Se trata de que sea una máquina que elige qué hacer en cada caso, sin que puede llegar a comprender por qué dicha solución es la más válida para resolver un problema. De hecho, ni siquiera será capaz de preguntárselo.

Defenestrar la teoría de las aulas, es lo que tiene: sin teoría, sin bagaje científico, lo que se aprende se convierte en un saco de des-conocimientos, del que sacamos tal o cual ocurrencia, y probamos, cual sicofante, si nuestro producto, el tan temido a la par que odiado producto final, funciona o no. ¿Pretenden nuestros pedagogos, volver a la experimentación, al empirismo, en un continuo bucle de ensayo-error sin fin?

Ya no se enseña para evaluar, para obtener un resultado objetivo, que nos diga si el alumno ha aprendido o no. Ahora se evalúa para enseñar, quieren que invirtamos los términos de la ecuación, que diseñemos primero la evaluación, y que a partir de ese diseño, montemos la secuencia didáctica. ¿Dónde queda el conocimiento? ¿Y el rol del profesor? Ya no hay que enseñar nada, hay que facilitar que el alumnado adquiera un aprendizaje, que supuesta y mágicamente ya tiene dentro de sí, hay que facilitar que el conocimiento emerja, en una especie de ejercicio mayéutico adulterado. Hay que facilitar el aprendizaje, ser un coach ejecutivo de nuestros alumnos.

Al final de lo que se trata es de crear piezas para el engranaje industrial, personas rápidamente intercambiables, sin criterio propio, y que sepan competir entre ellas, y obedecer cualquier orden, sin ponerla en cuestión. Como apunta el filósofo Jean-Claude Michéa, la educación por competencias es:

La enseñanza de la ignorancia, la cual consiste en aprender destrezas y habilidades, prácticas técnicas y aplicaciones de saberes, pero sin necesidad de aprender y comprender esos saberes, conocimientos y tecnología.

Las consecuencias previsibles

La fuerza de trabajo que alimenta la plusvalía, único lugar que nos reservan las clases poseedoras, será más uniforme, más acrítica, y por supuesto, más remplazable. La baratura del principal factor de producción, primordial en el capitalismo, habrá llegado a límites insospechados, sin haber casi distinción entre un trabajador u otro: serán meras piezas, los peones de un ajedrez siniestro, en el que nunca se llega a la casilla en la que puedes convertirte en reina (aunque evidentemente, la maquinaria propagandística te dirá, y te demostrará, que eso siempre es posible).

En un sistema económico en el que se asumen rápidamente cuantas innovaciones puedan ser rentabilizadas por el capital, no es de extrañar que las competencias que diligentemente enseñamos a nuestros alumnos, sean inservibles incluso al mes siguiente. Ya hemos puesto el ejemplo del Big Data, y en un futuro podremos poner otros tantos ejemplos. Si no se dota a la juventud de conocimientos y contenido que les facilite formar su propio juicio sobre la realidad, cuando haya un golpe de timón tecnológico o de orientación de las empresas, y las competencias que con tanto mimo han adquirido, dejen de ser válidas, el desvalimiento y la sensación de impotencia no tendrán parangón, alimentando otro de los torbellinos que amenaza la convivencia hoy en día: el individualismo y la imaginación identitaria, único escape que le quedará a las personas cuando no puedan participar en la vida productiva de su comunidad más cercana.

Para terminar, no podemos dejar de referirnos a cómo poder escapar de esta vorágine avasalladora: poniendo en el pedestal que se merece al conocimiento que ha ido generando nuestra especie, y estableciendo como fin último de la educación, la transmisión y el mejoramiento del mismo, creando personas instruidas, y no solo adiestradas. De lo contrario, el presente será cada vez más decadente y el futuro más tenebroso a cada día.