Cómo resistir a la inflación

En todo el mundo, desde Irán a EEUU, la inflación se está disparando, comiéndose el poder de compra de los salarios y sirviendo para que los beneficios de las empresas se recuperen a nuestra costa. Ninguna estrategia de consumo puede devolvernos a la situación anterior, pero todos intentamos paliar el destrozo. ¿Qué están haciendo las familias trabajadoras para resistir en el día a día?
1. Volver a las tarifas eléctricas reguladas
En España la subida brutal de precios de la electricidad comenzó en mayo de 2021. Básicamente el impacto del Pacto Verde fue mayor del que habían calculado... o eso decían entre promesas de correcciones y paliativos que nunca sirvieron de nada.
Durante los últimos años alrededor de un 60% de las familias había pasado de tener una tarifa regulada a contratar la electricidad a partir del precio del mercado mayorista. En principio, una forma de ahorrar. Pero... cuando los precios comenzaron a dispararse también lo hicieron las facturas del llamado «mercado libre».
Así que miles de contratos volvieron a pasar a la tarifa regulada, que sigue siendo un monopolio en manos de distribuidoras de las cinco grandes energéticas. Así que las grandes eléctricas por primera vez arrancaron clientes a las comercializadoras independientes. Unas 200 de las 700 registradas han cerrado o parado operaciones.
2. Rehacer las vacaciones y el ocio
Camping en Argelès-sur-Mer (Pirineos Orientales franceses)
En Francia, el primer país en que se instauraron las vacaciones pagadas, el cambio de patrones de consumo es el tema del verano en la prensa. Los periódicos hablan del auge del turismo rural y el camping en lugares cada vez más cerca del hogar familiar. Las playas mediterráneas ya no son asequibles.
En España el 43% de las familias ha cambido sus planes de vacaciones para este año, pero lo más significativo es que cambia la manera de salir y consumir tanto en la propia ciudad como en el destino vacacional.
Se reducen las compras y comidas fuera durante las vacaciones y, cuando se sale, el pedido medio es mucho menor. La respuesta de terrazas y restaurantes está siendo instaurar un sistema de tiempos limitados en la mesa (15 minutos máximo para tomar un café) y doble turno de comidas y cenas.
3. Cambios en la cesta y en el plato... sin cambio de dieta
La sandía, cuarta fruta más consumida en España, está a más de un euro por kilo
Parece que los cambios relativos de precios están haciendo más competitiva a la comida procesada en relación a los alimentos frescos. Es decir, se empiezan a dar las condiciones que llevaron a que en países como EEUU la alimentación se convirtiera en un problema de Salud Pública.
A pesar de todo, las primeras señales hablan más bien de una reducción de la cantidad comprada y un reequilibrio estratégico. Por ejemplo, parece que las familias redujeron el consumo de aceite en general, pero que el aceite de oliva gana peso relativo frente a grasas peores.
Las verduras frescas, que incluso en Navarra triplicaron su precio, se empiezan a sustituir por verdura congelada para todo lo que no sea crudo. Y el tomate almeriense, que está rompiendo récords en origen se compra menos simplemente porque se reduce el tamaño de la ración media en los hogares. Y aumentan el pollo -que «sólo» subió entre un 16% y el 20%-, los garbanzos y las lentejas.
El verano ayuda: las ensaladillas de legumbres y los gazpachos solventan buena parte de los menús y la subida de precios se compesa en parte con el ahorro energético.
Es decir, parece que las familias, especialmente las trabajadoras, están resistiendo lo que pueden sin salir de los patrones culturales de la dieta mediterránea. Pero si la inflación sigue y los salarios no acompañan -el verdadero pacto de rentas- también esta estrategia defensiva dejará de ser sostenible.
4. Protestas y huelgas
Manifestación en Tirana, Albania, contra la inflación este fin de semana
En países como Marruecos, Albania o Polonia llevamos ya un mes de protestas «ciudadanistas» contra la caída del poder de compra. En ellas los intereses de la pequeña burguesía, sean propietarios de camiones o agricultores, intentan instrumentalizar a los trabajadores. Pero una y otra vez acaban en ayudas gubernamentales para las pequeñas empresas sin que nada se palie siquiera para los trabajadores. Eso en el mejor de los casos. En el peor, en deriva ultra, como en Holanda.
Es un terreno estéril: el problema no es el precio del combustible o de un insumo particular, sino la reducción del salario real por hora trabajada y por tanto la subida de precio en relación a los ingresos de todos los bienes de consumo.
Por eso tienen mucho más sentido general y afectan más al conjunto de los trabajadores, las huelgas de ferroviarios británicos, enfermeras de Zimbabue, trabajadores iraníes o pilotos estadounidenses ) que ninguna macromanifestación «ciudadana».
¿Y el otoño?
De momento la respuesta de la mayoría de los trabajadores está siendo privarse de consumos básicos y seguir trabajando sin protestar. Hasta morir en algún caso. Pero aguantar no ayuda a que la situación cambie. ¿Por qué iba a cambiar si la inflación está sirviendo a la recapitalización de las empresas?
Cuando los hipermercados miran preocupados al otoño es porque se dan cuenta de que los consumos básicos, que ellos nos venden, se van a poner muy difíciles a la vuelta del verano. Cada vez habrá menos opción a «adaptarse». Y entonces, de las reacciones que hemos visto, sólo una podrá servir de algo: luchar.