La burguesía es la reina de la opinión. La opinión es maleable, mensurable al minuto. El mismo lenguaje militar con el que se gestiona revela que la opinión es el terreno de una excepcionalidad permanente: la opinión se forma con «shocks», alarmas y campañas, por una industria cuyos impactos se compran y venden en el mercado y sobre todo se someten a la «responsabilidad» de «fortalecer el sistema democrático y las instituciones», es decir, saturar los mensajes para evitar la aparición de un debate independiente. El capitalismo de estado en el que vivimos ha hecho suya la máxima totalitaria: «todo dentro del estado, nada fuera de él». Las burguesías más fuertes pretenden en cambio que su propio sistema político se basa en la opinión de los gobernados. Por eso, como hemos visto en Cataluña, la opinión es el primer arma que se disparan las fracciones díscolas de la clase dominante cuando quieren hacerse valer.
Al Jazeera fue uno de los elementos clave de la «primavera árabe», a las que sirvió de fermento y de programa.
La industria de la opinión es un oligopolio (un pequeño grupo tiene todos los medios) cuyo mapa de propietarios e intereses -que no de discursos- representa con mayor precisión que ningún parlamento los conflictos y las connivencias del poder. En ese sentido es la industria bélica de todos los días. También en el sentido de que para una burguesía, dejar «su opinión» en manos de empresas de otros países bien puede convertir el famoso «poder blando» de las cadenas en revuelta dura. No es de extrañar que los países arabófonos teman y odien por igual a Al Jazeera y denuncien a la cadena como un arma de guerra. Lo es.
tv3, Catalunya Radio y RACC son apuntados por el propio estado como los vectores del incremento de la opinión independentista en Cataluña después de 2012.
Pero ahí vemos también los límites objetivos del control de la opinión. Hay territorios, delimitados por las fronteras de clase, que la opinión burguesa tiene difícil mantener. La independencia catalana no consiguió encuadrar a los trabajadores y su impacto en el resto del país, según el cuadro de opiniones cruzadas con «estrato social» que publica el CIS, es sensiblemente inferior entre los trabajadores cuyos ingresos no vienen del estado. La verdad es que los medios hoy, mantienen aunque un tanto ajada, la ilusión democrática de la «unión nacional» y el «bien común» por encima de las clases, pero no consiguen encuadrar en ellos a la mayoría de los trabajadores. No cuela. Y eso es importante.
El lanzamiento de Pablo Iglesias en Intereconomía, producto de la estrategia del «tycoon» de las televisiones, Roures, proyectó al profesor de la UCM como figura política de la «indignación».