Cómo las elecciones en EEUU y la gestión del Covid preparan la ideología para la próxima guerra
Hoy amanecemos con un supuesto complot descubierto por el FBI para secuestrar a la gobernadora de Michigan. La radio responsabiliza a Trump y pinta a la gobernadora como una campeona de la protección de los trabajadores desde los primeros momentos de la pandemia. La verdad, es justamente la contraria, Whitmer es la responsable de condenar a la enfermedad y la muerte a cientos de trabajadores de la automoción. Pero da igual. Las elecciones en EEUU se han convertido en una verdadera centrifugadora ideológica global. La poderosa maquinaria demócrata, bien enraizada en los aparatos del estado norteamericano y sus ramificaciones globales -que datan de los primeros años de la guerra fría- ha ido desarrollando un crescendo de presión desde el día de la jura de Trump. A día de hoy tenemos a Scientific American pidiendo el voto para Biden argumentando que la misma idea de ciencia se juega en las elecciones.
La sensación de fin del mundo, alimentada por la histeria electoral y la matanza de la pandemia, multiplica -en una sociedad muy atomizada con una acendrada cultura individualista- el miedo y la sensación de soledad. La trituradora de carne funciona a pleno rendimiento. La ansiedad se transmite a relaciones sociales básicas como la crianza o la afectividad. Nos informan por ejemplo que medio EEUU anda en una búsqueda compulsiva de una pareja para no pasar el invierno en soledad...
En Europa e Iberoamérica la presión también se deja sentir. La relación cuasi-colonial, si no colonial del todo, de buena parte de la gran prensa con el antiguo patrón americano y especialmente con el partido demócrata, lleva a la reproducción e importación de los ejes de campaña de cada momento desde la prensa. En el culmen del ridículo -o del descaro- llegaron a presentarnos a la fallecida jueza del Tribunal Supremo de EEUU, Ruth Bader Ginsburg, como un personaje al que le debíamos muchísimo y al que conocíamos de toda la vida... cuando era realmente irrelevante y desconocida fuera del mundo anglosajón.
La súbita aparición de Ginsburg en la memoria mediática es algo más que una anécdota. Es parte de un fenómeno mayor cuyo hito principal ha sido la importación y conversión en ideología de estado de los identitarismos que articularon la campaña de desgaste a Trump durante estos años y del argumentario apocalíptico del cambio climático. Pero aunque cuando ha habido una cierta adaptación, se han creado productos a medida de las necesidades ideológicas de las burguesías europeas como la adaptación española del feminismo anglosajón para re-encauzar una parte de la revuelta pequeñoburguesa de estos años o las Greta Thunberg y las huelgas por el clima, en otros casos, como el racialismo o la ideología del privilegio blanco, la importación era directamente disfuncional. Baste mirar a Francia y su Reconquista Republicana de las barriadas, en directo enfrentamiento con unos Hermanos Musulmanes que han sabido hacer suyo el discurso racialista.
Lo curioso es que el tono al mismo tiempo vacuo e indignado de una campaña demócrata en aceleración final, deriva rápidamente hacia el delirio. La reivindicación de la negritud política es tan escolásticamente racista que no puede sino asustar. Y ni hablemos de la campaña para deslegitimar el resultado de hace cuatro años achacándoselo a la intervención rusa que ha dado para mil documentales en todas las cadenas. Porque al final, al trasladarlo fuera de EEUU, lo que consiguen es una deslegitimación del propio sistema estadounidense: sí, la opinión europea se alinea con el partido demócrata, pero menos del 10% piensa que las elecciones de noviembre vayan a ser limpias.
Y esto es importante porque se da en el marco de una aceleración de la elaboración y extensión de las ideologías de encuadramiento para la guerra. No es solo que la máquina de la opinión estadounidense y europea, se estén aplicando con éxito contra la imagen de China fuera de Asia, es que hay un intento deliberado en marcha por reconsiderar culturalmente el significado mismo de la guerra.
El motor ha sido sin duda la nueva normalidad, que no ha sido otra cosa que la normalización de la matanza de cientos y miles de personas cada día con tal de mantener las empresas abiertas y salvar inversiones en vez de vidas. Si aceptamos que se nos presente como humanitario y sensato un supuesto equilibrio entre un número de muertes por Covid aceptable y los costes monetarios de un nuevo confinamiento, ¿qué les va a refrenar de utilizar la misma moral de coste y beneficio para justificar la guerra?
Y así, de repente, pasan a ser alabados en periódicos como el New York Times ensayos académicos reinterpretando y normalizando la guerra desde el esencialismo. Y con la misma naturalidad que el racialismo nos trae de vuelta las clasificaciones y categorías raciales que habían sido condenadas desde los años cuarenta, el periódico más leído del mundo hace suyo un discurso para el que:
La guerra está tan íntimamente ligada con lo que significa ser humano que verlo como una aberración no tiene sentido; está en nuestros huesos
Es el nuevo discurso moral, aparentemente no demasiado agresivo, no demasiado urgente... pero en realidad todo lo contrario, pues crea el marco necesario para los discursos belicistas concretos que el nacionalismo de toda la vida tan dado es a elaborar.
Vayamos a Grecia por ejemplo. La televisión y la radio griegas se han convertido en algo descabellado. Los opinadores parecen, a estas alturas, aspirantes a generales de división; los analistas, apóstoles de la guerra. En las tertulias se discuten fantasías de interverciones militares contra Turquía. En la prensa seria el lenguaje está un poco más velado, pero se habla continuamente de amenazas existenciales y se ponderan armamentos y alianzas militares. Hace unos años hubiera causado escándalo cómo suena un moderado en la Grecia de hoy.
Y es que, de hecho, la guerra ha vuelto al lenguaje diplomático con una cotidianidad que no tuvo siquiera en las décadas de la guerra fría. Esta misma semana, China y su sistema de propaganda estatal señalaban a EEUU sus líneas rojas y afirmaba su disposición al conflicto armado directo más allá de ellas. Ni siquiera a los medios estadounidenses les pareció nada fuera de lo normal. A fin de cuentas, los asesores de seguridad nacional de EEUU andan ponderando públicamente las dificultades chinas para invadir Taiwan, amenazando a Pekín con la eventual respuesta estadounidense y presionando al propio Taiwan a armarse más allá de lo defensivo. El QUAD -la alianza de India, EEUU, Australia y Japón- es, si ambages, una alianza militar anti-china, y además extraordinariamente activa.
Y no es solo en Asia, aunque casi siempre involucre a Turquía o China. Esta semana la armada británica declaró que estaba comenzando a considerar a China una amenaza militar estratégica y la UE presentó su nuevo fondo de ayuda a los Balcanes Occidentales sin adornar que se trataba de una herramienta en su juego para contener a China en el área de influencia directa de Bruselas.
Y mientas tanto...
Y mientras tanto, la realidad cotidiana de la guerra ya existente es, como siempre, la de la matanza y el terror. Las columnas refugiados y los relatos de pueblos enteros escondidos en sótanos mientras los edificios son arrasados por drones, son ya cosa diaria en Nagorno-Karabaj como antes fueron en Siria y Libia. Las distintas facciones de la clase dominante en esos países, armados e impulsados por distintas potencias aliadas, les llevaron ahí con un cálculo similar al que hoy utilizan para ponderar economía y salud en prácticamente todos los rincones del globo.
La moral del capitalismo siempre ha sido utilitaria, siempre ha supeditado las necesidades y las vidas humanas a la acumulación. La diferencia hoy es que el equilibrio, que viene dado en todo momento por el cálculo económico, por las necesidades del capital, significa sacrificar cada vez más vidas para mantener el sistema en marcha. Lo vemos en la pandemia. Lo vemos de forma creciente con la guerra. Y desde luego lo vemos en las condiciones de vida y de trabajo que vienen con los planes de recuperación. Todos esos frentes son en realidad el mismo. En todos ellos las luchas de los trabajadores representan, siquiera germinalmente, la única perspectiva real para la Humanidad. Y en más de uno, también en la guerra, como hemos visto, la única forma de parar la matanza.