Cómo empeorar el capitalismo
Desde la crisis financiera de 2008 nos van llegando todo tipo de propuestas para «cambiar el mundo» o «salir del capitalismo», especialmente desde los movimientos que salieron del 15M en España y «Occupy» en los EEUU y que generaron mil clones en todo el mundo. Lo que tienen en común todas estas propuestas y movimientos es un muy marcado carácter pequeñoburgués, ninguna ataca a la estructura social del capitalismo y todas fetichizan a una democracia igualitaria que nunca lo fue realmente. Citando literalmente a uno de los cabecillas teoricos de Occupy, David Graeber:
Es la idea del «1% contra el 99%», de que la sociedad igualitaria del tercer estado (la famosa «sociedad civil») está cayendo otra vez bajo el control de una pequeña «clase» de rentistas hereditarios que, como buenos pequeñoburgueses que son los ideólogos de Occupy, solo pueden identificar con toda la mitología de la lucha contra el poder feudal. Y como buenos pequeños propietarios, este espectro «feudal» viene represetado por el peor miedo del tendero: los acreedores. El gran lobo de la pequeña burguesía, la aristocracia financiera, que en peores tiempos es fácilmente manipulado para convertirlo en fanatismo antisemita.
Los planes utópicos de la pequeña burguesía van desde repartir igualitariamente la «riqueza» hasta la eliminación de las grandes finanzas. Ningún plan se cuestionará cambiar las verdaderas relaciones sociales que subyacen a la falsaria «igualdad» contractual que nos hace a todos iguales en nuestra desigualdad como miembros de la sociedad civil y eleva la alienación a un nivel nunca visto. Los bancos y el sistema financiero son absolutamente necesarios para el funcionamiento del capitalismo y solo aparecen ahora como preponderantes sobre el capital industrial debido a la crisis sistémica del capitalismo. Son las mismas empresas industriales las que abrieron, compraron o se subsumieron en grandes fondos financieros ligados al estado para conseguir un mínimo de ganancia y seguir acumulando, aunque fuese a costa de todo lo demás. No es feudalismo, son las consecuencias a medio plazo del mismo sistema capitalista en decadencia. Las finanzas no vienen impuestas de fuera, son por un lado, la única manera de obtener suficiente capital para que las empresas puedan aumentar de escala y por otro la forma en que el capital, sobre-acumulado ante la falta de mercados, busca refugios especulativos ante la ausencia de colocaciones rentables.
¿Qué es esa sociedad civil que tanto le gusta a nuestros «occupiers»? Es el resultado de la destrucción y sustitución del derecho personal feudal por un sistema de ley formalmente igualitaria para toda la sociedad burguesa. Ahora ya no hay estamentos feudales protegidos por la ley, lo que Graeber identifica con las «clases». Los obreros y patronos son libres de asociarse contractualmente entre ellos. Ya no hablamos de una aristocracia feudal, ahora los explotadores de mano de obra varían en tamaño desde los ejecutivos de Samsung hasta el dueño del restaurante de la esquina. Entre todos monopolizan los medios para producir o distribuir mercancías y emplean a mano de obra contratada. Contratada a cambio de ofrecer su fuerza de trabajo por una cantidad de horas. Esa cantidad de horas se ve reflejada en el salario de los empleados, que es lo que usarán para comprar bienes de consumo -mercancías- a los burgueses. Todo es legal y contractual, formalmente somos todos iguales y libres de renunciar según indique la ley. Bajo este bello idilio legal, lo que la sociedad civil realmente significa es que toda la sociedad esta estructurada según el tiempo de trabajo asalariado y la producción de mercancías, escondiendo el poder real de la burguesía tras las leyes igualitarias. Esta es la joya de la pequeña burguesía, la ley del valor. Y como veremos, todos sus planes utópicos pasan por defender como sea este ordenamiento social burgués.
Redistribuir la «riqueza» a golpe de impuestos
Siempre ha sido un eslogan pequeñoburgués, que se ha visto amplificado por la última crisis financiera. Hasta los partidos demócratas burgueses como la «France Insoumise» de Melenchon están de acuerdo. Lo que implica nunca está muy claro. Aclaremos de antemano que un burgués siempre entiende como «riqueza» al dinero y no a las necesidades satisfechas de la población. Generalmente se divide en 3 estrategias: subida de impuestos a las grandes fortunas, bajada de impuestos a las rentas bajas o algún tipo de Renta Básica Universal.
Subida de impuestos a las grandes fortunas. Esta medida tiende a toparse con el poder político de la gran burguesía, que inmediatamente amenaza a los electos con mover las fábricas y grandes capitales al extranjero, como ayer mismo hizo el Banco de Santander. Para poner sal en la herida, gran parte de estos grandes capitales ya ha «huido» a paraísos fiscales, lo que produce aumentos de recaudación ridículos, como indican los resultados del Mirrlees Review sobre los efectos de la política recaudatoria británica en los años sesenta y setenta.
La forma en que los ingresos han respondido a los grandes cambios en las tasas impositivas marginales superiores durante los últimos 40 años sugiere que si el 1% más rico ve una caída del 1% en la proporción de cada libra adicional de ingresos que queda después de impuestos, entonces los ingresos que reportan aumentarán menos de la mitad -sólo el 0,46%... Por lo tanto, no parece haber razones de peso para aumentar la tasa del impuesto sobre la renta de las personas con ingresos más altos, ni siquiera por motivos redistributivos, ya que no generaría mucho o ningún ingreso adicional que transferir a los menos favorecidos.
Bajada de impuestos a las rentas bajas. Una alternativa a subir los impuestos es bajarlos a las rentas bajas. Esto supone un «bypass» de dinero independiente del trabajo, y por lo tanto es lo mismo que una inflación del salario independiente del valor generado en la sociedad, lo que conllevará una subida de los precios reequilibrando el poder social de los trabajadores. Dicho de otro modo, cuando los trabajadores pueden gastar más como media, las empresas son capaces de subir los precios en bienes básicos para ganar contra sus competidoras... Así se reequilibra el sistema capitalista. Y esto es efectivamente lo que ocurrió en los EEUU cuando se bajaron los impuestos para mejorar el consumo de las rentas bajas. El problema real al que no se enfrentan estas propuestas es que el trabajo asalariado, y no el dinero en sí, es el regulador de la sociedad burguesa.
Una alternativa con el mismo fin consiste en transferir una renta básica a estos estratos desfavorecidos desde el estado: la famosa Renta Básica Universal (RBU). Cuando nos dicen que una RBU aumentaría la demanda en un sistema en el que la robotización se transforma en desempleo, «olvidan» que el diferencial de valor entre lo que el trabajo produce y lo que consume es la esencia de la plusvalía que es el objetivo y razón de ser del sistema. A falta de nuevos mercados exteriores que absorban mercancías por el valor de esa plusvalía, algo que no puede suceder ya globalmente en nuestra época histórica, transferir rentas a los que menos ingresan para que consuman bienes excedentarios es una trampa en el solitario que solo enmascara y agrava las tendencias que se pretenden resolver.
Redistribuir la propiedad a golpe de finanzas
Las propuestas más «radicales» surgidas de dentro del movimiento Occupy siguen las propuestas de John Rawls y otros sobre la «Property-Owning Democracy», donde se redistribuyen títulos de propiedad en lugar de dinero.
La «Property-Owning Democracy» evita esta situación sin redistribuir el dinero al final de cada ciclo, sino asegurando la posesión de «activos» [financieros] y capital humano (educación) al principio de cada ciclo, todo esto dentro de un sistema de igualdad de oportunidades. Nuestra intención no es simplemente asistir a aquellos que pierden debido a accidentes o mala suerte, sino que es poner a todos los ciudadanos en una posición que les capacite administrar sus cuestiones en unas buenas condiciones de igualdad económica y social
John Rawls. Justice as Fairness.
Existen varias versiones de esta democracia, pero todas abogan por desmontar al sistema financiero y repartir títulos de propiedad a todos los ciudadanos en su nacimiento. Los títulos son obviamente activos financieros que otorgan un interés a sus poseedores cada mes, pero que solo son intercambiables contra otros títulos y no pueden venderse a cambio de dinero. Pero... esperen un momento, ¿de dónde sale ese interés? El sistema capitalista sigue en pie y sigue habiendo burgueses y trabajadores, ese interés sale de lo que pagan al sistema financiero (¡ahora estatal!) las empresas normales. Se trata en realidad de un fondo de pensiones enorme extendido a toda la sociedad, recuerden que los fondos de pensiones también son títulos de propiedad financieros «a nombre» de clientes individuales, y que empezaron siendo parte del estado del bienestar.
Y de hecho ya se propuso algo similar en la Suecia de los años 70 y 80, el llamado plan Meidner. El plan se basaba en la creación de un gran fondo financiero público y en que los trabajadores (en realidad, los sindicatos y sus comités de empresa) pasaran a poseer en acciones el 20% de la propiedad de la empresa. El objetivo no se presentó realmente como «socialismo» sino como una manera en la cual «los obreros aceptarían una mayor tasa de ganancia empresarial y serían más colaborativos con la dirección de las empresas privadas». Pero ni aun así fue aceptado por la burguesía que acabo tumbando el plan Meidner a golpe de propaganda en la prensa. Cuando el PSOE incluyó una propuesta parecida en su último congreso, «conseguir que los trabajadores sean propietarios del capital para que no haya capitalistas», ni siquiera se molestaron en batallar en contra. Estaba claro que era un brindis al Sol.
Como confirmación póstuma de su utilidad para las preocupaciones de la pequeña burguesía Occupy, los nuevos evangelizadores de John Rawls como O’Neill y Williamson insisten claramente en que su objetivo real es desmontar al sistema financiero actual, que «ha tomado un papel de liderazgo y deformado las políticas económicas (y por lo tanto sociales) en general».
Incluso en su versión mas radical, que casi nadie ha propuesto, este tipo de democracia consistiría en expropiar toda la industria burguesa y repartir igualitariamente títulos financieros de propiedad a lo largo y ancho de la sociedad, manteniendo una sociedad mercantilizada con comités de empresa más o menos democráticos. Todo ello dirigido por el estado, naturalmente. Esto no evitaría en ningún caso las tendencias a la acumulación del capital y a la competencia entre empresas, sino que probablemente las empeoraría. El valor de los activos de las empresas dependería de la rentabilidad de éstas, y esta rentabilidad dependería de la (auto)explotación de los trabajadores en una sociedad mercantilizada. Volvemos al principio central de la sociedad burguesa: está regulada por la producción de plusvalía y sus posibilidades de realización a través de la venta de mercancías, no por las leyes que un estado imponga desde arriba.
La pequeña burguesía no tiene solución para el capitalismo
Visto en conjunto el estatismo de todas las opciones pequeñoburguesas, ninguna de ellas se acerca siquiera al mecanismo esencial del capitalismo, que fue fuente de su progreso en el pasado y hoy solo es fuente de su decadencia: la organización de toda la sociedad alrededor del trabajo asalariado para producir mercancías. Lo único a lo que quiere plantar cara el radicalismo pequeñoburgués es a la «clase feudal financiera» o, en el caso de la pequeña burguesía periférica, al malvado «estado expoliador central». Pero las tendencias destructivas del capitalismo dependen del núcleo mismo de su funcionamiento, no de factores externos o advenedizos.
Solo el fin del trabajo asalariado y la mercantilizacion, algo que solo puede llevar a cabo la clase obrera, puede cambiar desde la base el funcionamiento, el metabolismo mismo de la sociedad y llevarla hacia delante.