Cómo el anarquismo destruyó los IWW
Daniel de León desempeñó un papel central en la formación de los «Industrial Workers of the World» (IWW), enfrentándose al creciente elemento anarquista y anti-político que amenazaba con descentralizar y dispersar el movimiento obrero. Esta batalla en el seno de los IWW es a menudo tergiversada como una demostración del «sectarismo» de Daniel de León, cuando en realidad fue un ejemplo de lucha por la independencia de clase, reminiscente de la batalla entre Bakunin y Marx en la Primera Internacional. Fue un momento importantísimo en la historia del movimiento obrero y en particular, en el de EEUU.
El trabajador precario del oeste americano
La situación de la clase trabajadora en EEUU en esa época estaba muy marcada por las diferencias del desarrollo capitalista entre el Este y el Oeste del país. Los centros de población en el Oeste, eran pequeños y distantes entre sí en comparación con los de la costa atlántica. Las principales ocupaciones de los trabajadores no cualificados en el Oeste eran construcción, agricultura, y madera. Industrias de temporada, a diferencia de la siderurgia y la industria textil del Este. El Oeste se había convertido en una región especializada en los monocultivos de exportación, demandando muchos trabajadores pero solo en los periodos de cosecha. El jornalero del Oeste a menudo se montaba a escondidas en los trenes de carga en movimiento para llegar a estos campos, pero se encontraba sin trabajo durante semanas cuando la cosecha acababa y tenía que recorrer de nuevo largas distancias para encontrar un nuevo empleador.
Estos trabajadores del oeste, denominados «hobos», se definían por sus precarias condiciones de existencia y su falta de hogar. El apelativo comúnmente se reservaba para los temporeros. Pero había más grupos nómadas: los «tramps» eran desempleados itinerantes que mendigaban en las carreteras, estafaban, y cometían pequeños robos; el apelativo «bum» se reservaba para borrachos que estaban permanentemente desempleados. Algunos han definido a los tramps como aquellos que estaban en busca de empleo o incluso aquellos que estaban frecuentemente desempleados, pero encontraban trabajo de vez en cuando. Todos ellos eran víctimas de las leyes de vagabundeo que para 1898 se habían extendido por todo EEUU porque, a fin de cuentas, compartían precariedad. Como dijo el Dr. Ben Reitman: «el hobo trabaja y deambula, el tramp sueña y deambula, y el bum bebe y deambula».
Los registros policiales y la lista de casos de las comunidades de Great Plains muestran que, en general, el tratamiento tras la cosecha era el mismo para todos los transeúntes: hobos que habían estado trabajando cerca, tramps y bums que pasaban por allí, todos fueron tratados de manera idéntica. Si buscaban trabajo, no significaba nada para la policía: los hobos eran indistinguibles de los «prófugos del trabajo». Y en los pueblos, los diversos grupos de caridad tradicionalmente limitaban sus esfuerzos a cuidar de los residentes. Los problemas de los no residentes -como encontrar un lugar donde dormir cuando hacía frío- se dejaron en manos de los organismos policiales. Cualquiera que no tuviera trabajo era considerado un vagabundo.
Mark Wyman, «Hoboes, Bindlestiffs, Fruit Tramps, and the Harvesting of the West»
Sin embargo, quienes habían vivido como hobos o cerca de ellos, establecían fuertes distinciones entre unos nómadas y otros aunque la policía les tratase de la misma manera. Para ellos había una línea clara que separaba a los hobos de los tramps y los bums. En la introducción de la autobiografía de un hobo «Cuentos de un hobo americano» podemos leer:
Para la gran mayoría de los estadounidenses, los hombres que venían a mendigar comida por las puertas traseras podían ser clasificados con igual probabilidad como «bums, buenos para nada» como «tramps o vagabundos» o como «hobos». Para los respetables residentes de la pequeña ciudad de América no había diferencia. Para los hombres que «de rodillas» pedían limosna, había distinciones importantes entre los hobos, los tramps y los bums. En el argot de la carretera un hobo era alguien que viajaba y trabajaba, un tramp era alguien que viajaba, pero no trabajaba, y un bum era alguien que ni viajaba ni trabajaba.
Los tramps y los bums estaban asociados a el hurto, la estafa y la violencia, mientras que los hobos se veían a sí mismos como trabajadores. Sin embargo, las «junglas de hobos», campamentos improvisados cerca de los ferrocarriles, donde los hobos se congregaban mientras esperaban su tren, incluían tanto tramps como bums que traían y compartían su comida, mendigada o robada, con los otros «residentes». Además
Había bastantes convictos y fugitivos fugados de las cárceles de los condados y de las granjas penales estatales, de las cuadrillas de presos, de los campos de trabajo, y así sucesivamente. También había muchos atracadores, carteristas, ladrones de casas y un buen porcentaje de ladrones profesionales especializados en reventarlas con explosivos -los Pete Men-, y ladrones armados, y todo tipo de ladrones de poca monta, llamados ladrones de manos.
Estas personas solían infiltrarse en las «junglas de los hobos» y se mezclaban con ellos hasta cierto punto, con el único propósito de mantener el anonimato. Utilizaban a los hobos como escudo, para salvaguardar su verdadera identidad si los policías ferroviarios -los «toros»- se presentaban, pero nunca hubo una verdadera camaradería entre los verdaderos hobos y el elemento bandido de la sociedad de la jungla. Los dos grupos no tenían nada en común y lograron sobrevivir juntos gracias a una ley no escrita: «Déjame en paz y no te molestaré». Así que los verdaderos hobos y la chusma de las junglas de vagabundos sobrevivieron juntos en condiciones que, en el mejor de los casos, era una tregua armada.
Tim Cresswell, «The Tramp in America»
Los anarquistas y los hobos
Los anarquistas de la IWW, concentrados en el Oeste, consideraban que los hobos eran «más revolucionarios» que los trabajadores «estacionarios» del Este. No es ningún secreto, el legado de esta historia se puede ver muy claramente en la literatura, música y propaganda de la IWW. Para el anarquista, la constante migración del hobo, su «independencia», ser víctima arbitraria y constante de la represión, su falta de lazos familiares, es decir, todo lo que era accesorio y extremo en sus condiciones de vida, servía para invisibilizar su condición social como trabajador asalariado. El anarquismo encontraba en el hobo un «sujeto revolucionario» propio que oponer a la clase trabajadora como un todo, idealización mediante. Charles Ashleigh, articuló esta mentalidad cuando escribió «The Floater», que comparaba al trabajador no cualificado del este con el del oeste
Sin embargo, el arduo trabajo físico al aire libre no tiene el mismo efecto de deterioro que el trabajo mecánico y confinado del esclavo oriental. La constante coincidencia de ingenio y la audacia necesaria para los largos viajes a través del país han desarrollado una especie de autosuficiencia áspera en el proletariado itinerante del oeste. En salud y en coraje físico es sin duda el superior de su hermano oriental. La fenomenal difusión de la propaganda de la IWW entre los trabajadores migratorios indica que esta gran masa, durante tanto tiempo inarticulada, por fin está empezando a darse cuenta de su opresión económica y a expresar sus necesidades
La mitología de la IWW no enfatizaba el carácter universal del proletariado, sino que, por el contrario, promovía un particularismo basado en la «identidad» del hobo y el vagabundo basada en su «estilo de vida». Un estilo de vida -no una condición de clase- que, ellos sentían que lo hacía más receptivo a la revolución. Así, las canciones que la IWW creó e incorporó en su cancionero no solo apelaban a los hobos, sino también a los tramps y a los bums. Conforme los anarquistas ensalzaban la «identidad» del hobo, minimizaron, si no rechazaron por completo, la unidad de intereses entre los trabajadores de ambos lados del país. De modo irremediable, desdibujar las diferencias entre el proletariado hobos y el resto de los vagabundos desarraigados, les llevó a crear una falsa división entre los «trabajadores integrados» y los trabajadores precarios o «inestables».
Daniel de León contra el «haywoodismo»
La confusión entre precarios y lumpen no podía sino producir deslizamientos que convirtieran esa confusión de ideas en difuminación de las fronteras de clase. Bill Haywood se refirió al «high grading», la sisa del oro de mayor calidad por los mineros, como una alternativa legítima a «entregarle la cosa a un tipo de cuello blanco». Se trataba, según el, de una «reivindicación privada de una parte del botín de los patrones». Y era bien sabido que los miembros de la Federación de Mineros del Oeste y de la IWW interpretaban esta actividad como una forma individual de expropiación, sobre la base de que el mineral «realmente pertenecía» a esos mineros.
Es obvio que la plusvalía no se obtiene por la burguesía individualmente, trabajador a trabajador, ni siquiera empresa por empresa. Es un sistema completo que requiere como mínimo la escala de un mercado nacional. Pero la cuestión no era esa. No es que Haywood o los mineros estuvieran equivocados sobre la naturaleza social de la relación capital-trabajo, que lo estaban. Lo realmente grave de su deslizamiento es que reducía al proletariado a los mismos términos de la moral burguesa: individuos aislados maximizadores de ingresos «privados» cuya única perspectiva es hacerse con una parte más «del botín». Ideología burguesa al 100%, verdadero disolvente para lo que el proletariado significa. El objetivo histórico del proletariado, que es lo único que define la moral comunista, no tiene nada que ver con la «apropiación individual».
El ensalzamiento del robo por Haywood culmina en 1914, después de la muerte de Daniel de León, cuando alentó a los desempleados a saquear almacenes. En la novena convención de la IWW donde los delegados acordaron con Haywood que los lugares donde los desempleados debían manifestarse debían ser lugares con comida que pudieran saquear había declarado:
Millones han sido apropiados para la milicia; nada para los productores de riqueza que se quedarán sin trabajo. Cuando los almacenes estén llenos de comida, entra y tómala; cuando la maquinaria esté parada, úsala para tus propósitos; cuando las casas estén desocupadas, entra en ellas y duerme
Sería difícil expresar con más claridad la lógica rapiñera de la burguesía y su «competencia». No es de extrañar que Daniel de León llamara despectivamente «bummery» (por los «bums») a la fracción anarquista de los IWW, estaban empujando a la clase obrera a cruzar una frontera de clase: el centralismo, el principio de su capacidad de organización y solidaridad colectiva. Los anarquistas pueden hacer todos los mohines y despechos que quieran a la moral comunista, pero su individualismo -elemento fundamental de la religión de la mercancía-los llevará una y otra vez a hacer de disolvente de cualquier expresión colectiva de la clase.
El propósito de Haywood de «organizar a los desempleados», como lo describió un autor, es un buen ejemplo: convirtió a los desempleados en bandas de asaltadores. Los trabajadores desempleados, cuya misión histórica es la misma que la del resto del proletariado, fueron abandonados y condenados al pillaje por los que se proclamaban «socialistas». Los dispersó en un «sálvese quién pueda», los desorganizó. Los traicionó. Traición con todas sus letras.
Daniel de León, aunque no vivió para ver este incidente específico, entendió que esta era la conclusión a la que llevaba necesariamente el anarquistmo de la IWW. Sabía que el proletariado, si quería mantener su independencia de clase, tenía que marcar una distancia con el lumpenproletariado.
Mientras se esfuerza cada nervio para eliminar las condiciones que pueden generar y el entorno que puede perpetuar e intensificar el comportamiento lumpen, la experiencia del Movimiento le ha enseñado hasta qué punto es profundo y ancho el abismo que separa al lumpen del proletariado industrial; que, mientras que del proletariado industrial depende de la vida de la sociedad y de su la Revolución Social; el lumpenproletariado, es un parásito, con todos los vicios de los mismos, dispuestos en todo momento a traicionar a los trabajadores haciendo causa común con los explotadores
La batalla entre el SLP y los anarquistas no se basó simplemente en «tácticas» ni tuvo que ver con la personalidad supuestamente autoritaria de Daniel de León. Se trataba de una cuestión de principios básicos. Para los anarquistas, como para el reaccionario SPA, los sindicatos tenían que ser puestos a resguardo de «la política». Los anarquistas, inspirado por el sindicalismo de la CGT francesa, lograron deshacerse de la cláusula política del preámbulo que decía:
Entre estas dos clases la lucha tiene que continuar hasta que todos los trabajadores se unan en el campo político, así como en el industrial.
Esto provocó la escisión en 1908 entre la IWW anarquista y la «deleonista», con sede en Detroit y rebautizada como «Workers' International Industrial Union» (WIIWU) en 1915.
¿Pero que es «la política»? El paso de la reivindicación e imposición de las necesidades humanas sobre las necesidades concretas del capital, a la reorganización del conjunto social de acuerdo a ellas. La toma del poder político por parte del proletariado es una condición indispensable para la creación de un mundo realmente humano. La ausencia de una política revolucionaria en el sindicato no promovió la independencia de clase, sino al contrario, la dependencia y el sometimiento a la política y la moral burguesas. Aunque al anarquista le guste lo espectacular y fantasee con la «destrucción» del orden existente, cuando rechaza lo político, está rechazando el poder del proletariado y su capacidad de emanciparse. Su ensalzamiento de pequeños actos de «sabotaje» y «apropiación individual», es un reflejo de su estrechez de miras; su incapacidad para ir más allá del «individuo» y percibir la materialidad y potencialidad actual de un futuro de abundancia. Dicho de otro modo: con toda su grandilocuencia y aparente radicalidad nunca deja de estar constreñido por la moral burguesa y no puede dejar de ser ese «liberal con bomba» del que hablaba Trotski.
Daniel de León señaló la obsesión anarquista por la destrucción en 1913 e incluso comparó a Haywood, un hombre que no se consideraba anarquista pero que se sentía «más a gusto con los anarquistas» que con los «fanáticos de mis propias filas», con Bakunin.
Es imposible no detectar en el programa parcialmente escrito del Haywoodismo el dejo teórico y la conducta práctica del programa oficialmente adoptado de la Alianza Internacional de Bakunin -una multitud cuyo personal «teniendo el diablo en sus entrañas» confundió la «idea revolucionaria» con la «destrucción», y que no tenía otra concepción de agitación, educación y organización revolucionarias que la de «desencadenar lo que se nos ha enseñado a llamar las malas pasiones», según la expresión oficial de Bakunin
Y es que este amor por la destrucción preserva intacto el edificio capitalista. No es el miedo a la dictadura, a la opresión, lo que motiva el rechazo de los anarquistas a la política. Es más bien el miedo al poder real de clase y todo lo que implica: la abolición de todos los particularismos que amenazan con dispersar al proletariado pero que el anarquista recibe con los brazos abiertos. El miedo del anarquismo es el miedo al centralismo.
No es de extrañar por tanto que el SPA, creado en parte para defender a la AFL, fuera el partido de los que, como Haywood, sentían más a gusto con los anarquistas. Todavía hoy, en la web oficial de la IWW, hay un documento de 2005 escrito por Harry Siitonen que resume los primeros 100 años de existencia de la IWW. Su interpretación de la batalla por la cláusula política no tiene ningún rastro de ambigüedad.
En 1908, hubo una división política (nada nuevo en la izquierda), que culminó en la Convención de 1908 en Chicago. El grupo doctrinario del Partido Socialista del Trabajo (SLP) de Daniel De León quería dominar al joven sindicato bajo su dominio autocrático, y por lo tanto quería que la acción política se incluyera en la política. Pero la facción más radical, encabezada por Saint John, Trautmann y Haywood, favoreció el énfasis en la acción directa, la propaganda y las huelgas como la manera efectiva de avanzar, y se opuso al arbitraje y a la afiliación política. Los militantes ganaron y los De Leonistas se fueron enojados. Aunque el propio Haywood y miles de otros Wobblies eran miembros del Partido Socialista (SPA) en ese entonces, la IWW desde entonces no ha estado afiliada ni ha apoyado a ningún partido político, siendo la acción directa su fuerte. La política actual es cualquiera es bienvenido en la organización sea cual sea su postura política o religiosa personal y puede ser activos en esos movimientos, pero simplemente dejen su línea política, su anarquismo o su religión fuera del salón sindical de IWW.
Apéndice: Daniel de León, cima y balance del socialismo estadounidense
Las dificultades de Daniel de León para darse una definición clara y profunda sobre en qué consistían las tareas políticas de la clase -y del partido- son en parte responsables de sus dificultades para enfrentar el auge del anti-politicismo en los IWW. Al principio, de León concebía lo «político» como la «espada» de la clase obrera, mientras que la organización «industrial», el sindicato de clase, fue concebida como el «escudo». Cuando se formó IWW, invirtió las comparaciones. La organización industrial era la espada, el «poder» («might») de la clase obrera, mientras que la «política» era el escudo, o el «derecho» («right») que protegería los avances del proletariado organizado como clase en el sindicato. Pasó acto seguido a pensar los sindicatos como los órganos que «tomarían y sostendrían» la maquinaria de producción... aunque redefinió sindicato a algo que hoy podríamos entender como la intuición de un soviet.
Esa tendencia a pensar en el partido como una organización «administrativa» de lo político le llevó a pensar que el partido sería abolido inmediatamente después de que la revolución se llevara a cabo, ya que la única razón de ser de un partido político era «competir con el capitalismo en su propio campo especial: el campo que determina el destino del poder político». Es decir, pensaba ya los partidos políticos obreros exclusivamente como partidos y maquinarias parlamentarias especializadas en la reforma legal, algo así como «lobbies» de clase. Coherentemente con esa perspectiva, consideró que el «movimiento político» usurparía el poder de la «administración central de la organización industrial» si prolongaba su existencia tras el triunfo. Sin embargo, la concepción de Daniel de León de la política, sin embargo, se había ampliado en la lucha contra los anarquistas hasta hacerle consciente de que:
El voto, no es el unico, ni el mas importante, factor en la acción política, [y solo] ignorándolo el Haywoodismo pregunta persistentemente: «¿que sentido tiene la acción política cuando el 75 por ciento de los trabajadores no son votantes?»
De León murió unos meses antes del estallido de la primera guerra imperialista mundial. ¿No había sabido de las primeras huelgas de masas que desde Rusia a Chile empiezan a brotar en esa década? ¿No era consciente de la aparición histórica del soviet como organismo unitario de lucha, insurrección y poder de la clase? La verdad es que había saludado a la primera revolución rusa y dado muestras de que percibía las señales del cambio que se estaba produciendo globalmente:
El reconocimiento del poder extraparlamentario del trabajo organizado, dirigido revolucionariamente, son expresiones de una importancia que no se ve superada por ningún acontecimiento de los más importantes que han estado ocurriendo recientemente en todo el mundo
Pero parece igualmente claro que no supo sacar lecciones de lo esencial de 1905: la huelga de masas y el soviet. Para la mayoría de los socialistas de la época, fuera un pequeño círculo de los partidos europeos de la IIª Internacional, los análisis de Rosa Luxemburgo sobre la huelga de masas y el balance y relato de Trotski sobre la primera experiencia de los soviets, fueron inaccesibles antes de 1920. Sería la Internacional Comunista la que extendería esas lecciones y, coherentemente con ellas, una concepción del partido de clase radicalmente distinta de la de los partidos de la vieja Internacional. Lenin y Trotski todavía encontrarían en el IIº Congreso a una corriente «sindicalista-revolucionaria» surgida durante la guerra en Francia y Gran Bretaña. Debatirán entonces con ellos tratando de convencerles de que su concepción del sindicato, esa «minoría consciente de la clase obrera, esa minoría activa que debe guiar su acción, no es sino el partido; es lo que nosotros llamamos el partido».
Pero los propios Lenin y Trotski seguirían reconociendo hasta el final de sus vidas a los sindicatos como organismos de clase, cuando en realidad los cambios de fondo en el capitalismo estaban refutándolo incluso como posibilidad. Solo la izquierda germano-holandesa empezó en aquellos años un esbozo de crítica de los sindicatos y solo en los años cuarenta, saldada ya la experiencia del papel de la CNT en la Revolución española la crítica del sindicalismo puede llegar a sus últimas consecuencias, rescatando para ello, en un lugar destacado, al propio Daniel de León.
Testigo de una industrialización acelerada, ya por grandes unidades de producción y por zonas extensas de Estados Unidos, que inclinaba decisivamente la preponderancia demográfica del lado proletario, Daniel de León comprendió, desde finales del siglo XIX, que la tan repetida «emancipación del proletariado por el proletariado mismo», encontraba en el conjunto de esas células de producción, y a partir de cada una, el fundamento orgánico de su puesta en práctica. ¿Cómo? Tomando posesión los trabajadores de todas las unidades de producción, centros distributivos incluidos y reorganizando la producción ajustándola a criterios de consumo, no mercantiles, mediante representantes electivos nombrados en las unidades de producción mismas. A eso le llamaba de León «República Socialista». Así, lo que Marx preveía como «fase inferior del comunismo» adquiría un punto de apoyo funcional concreto, y tan certero, que hoy mismo no se columbra otra manera de acometer la supresión de las clases.
[...]La pujanza potencial de un proletariado en plena expansión numérica [...] y la gran industria generalizada representaban para la revolución una facilidad objetiva superior a cuanto ofrecían entonces los países de Europa. Pero existía una contrapartida importante, un obstáculo mayor a vencer. Lo señaló con netitud y fuerza excepcionales la bien focalizada lucidez de Daniel de León. Vio que entre el proletariado y la posesión de los instrumentos de trabajo, entre la clase revolucionaria y la revolución, levantaban pétrea barrera los «líderes obreros». Sin quitarlos de en medio, imposible acabar con el capitalismo. La certidumbre de ello fue madurando durante años en la reflexión teórica de de León, fechorías sindicales mediante, y su conocimiento de la civilización antigua -ascensión y decadencia- le permitió trazar el perspícuo parangón entre los líderes de la plebe en Roma y los líderes políticos y sindicales modernos a continuación editado.[...]
Haber alcanzado esa visión, hoy innegable y mundialmente válida, en 1902, revela una aguda penetración analítica y una capacidad de síntesis histórica preciosas para el movimiento revolucionario. Tanto más increíble parece que hayan permanecido casi universalmente ignoradas. Apenas si algunos bolcheviques tuvieron, tarde, conocimiento de de León.
G. Munis, «Semblanza de Daniel de León»