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Cien años de insulina, un siglo de escasez artificial y muerte

06/09/2021 | Tecnología
Cien años de insulina, un siglo de escasez artificial y muerte

Este año se cumple el centenario del descubrimiento y purificación de la insulina, una hormona natural crucial para tratar la epidemia creciente de diabetes y sobre la cual en teoría ya no pesa ninguna patente desde hace decenios. Sin embargo, la producción mundial de insulina sigue hoy en día monopolizada por un puñado de empresas de unos cuantos países europeos y de EEUU que la venden a precios astronómicos. La OMS ha descrito esta situación como un «fracaso moral catastrófico» y sin duda lo es, pero ¿Cómo se llegó aquí? Y lo más importante: ¿Cómo salimos de aquí?

Una producción mundial completamente concentrada

Importaciones y exportaciones mundiales de insulina

La producción mundial de insulina se encuentra concentrada en solo 10 países (que copan el 98-99% de los beneficios), pero su distribución es un tanto complicada, con algunos países como EEUU no produciendo casi insulina alguna para exportación, mientras que buena parte de la producción se mueve entre esos mismos países de capitales concentrados.

En realidad, la mayor parte de los países del mundo dependen de las exportaciones de sólo tres países europeos: Francia, Dinamarca y Alemania. Además, 60 países, en su mayoría semicoloniales, importan insulina a partir de un solo país europeo, multiplicando la fragilidad de su salud pública.

Que la capacidad productiva se acapare en unos pocos países de capitales muy concentrados tiene unas consecuencias inmediatas e infames sobre el acceso a nivel mundial a la insulina. Para buena parte de la población y de los trabajadores de los países de bajos ingresos, la insulina -de la que dependen para sobrevivir- está a precios cerca de imposibles.

En promedio mundial, los análogos de insulina (que son los únicos disponibles en muchos sitios), cuestan el salario de entre 7 y 10 días laborales. En lugares como Ceilán pueden llegar a costar el salario de 64 días laborales con una mediana de 28. Pero no hace falta ir hasta los países de capitales nacionales más débiles, en EEUU y Europa la insulina es inaccesible para muchas familias trabajadoras y condena a una muerte dolorosa y prematura a gran cantidad de personas.

Las farmacéuticas crean escasez artificialmente a base de reciclar patentes...

Patentes de insulina por empresa farmacéutica

Los descubridores de la insulina la patentaron en 1923 con buena parte del resto de los investigadores en su contra. El equipo se defendió aduciendo que:

Cuando se publiquen los detalles del método de preparación, cualquiera será libre de preparar el extracto, pero nadie podrá asegurarse un monopolio rentable

Hoy, la secuencia de la insulina y sus métodos de producción son bien conocidos y la producción no requiere tampoco demasiada complejidad técnica (ya sea la insulina producida a partir de extractos de páncreas animales o con ADN recombinante), pero prácticamente no existe insulina genérica.

En EEUU, otro medicamento genérico puede llegar a costar 100 veces menos que la insulina (4 euros contra 400). Esto se debe a que los grandes conglomerados farmacéuticos han seguido la estrategia de renovar continuamente su control sobre la propiedad intelectual de la insulina mientras convertían el mercado de la insulina en un monopolio sin interés para las empresas de genéricos.

Lilly y luego otras como las danesas Novo y Nordisk (hoy fusionadas) empezaron una carrera de retoques patentables, desde complejos con metales que ralentizaban el efecto de la insulina (imitando mejor el ritmo de secreción natural por el páncreas) hasta modificaciones de la secuencia genética y la producción de grandes moléculas «biosimilares».

Esto ha permitido a unas tres empresas renovar patentes continuamente y, con la colusión de no pocos sistemas de salud que se niegan a recetar versiones «viejas» de la insulina, ha hecho que ninguna empresa de genéricos se quiera arriesgar a invertir en un mercado incierto en el que no tiene penetración de antemano.

Se trata de una práctica común de los grandes conglomerados farmacéuticos. Por ejemplo, Pfizer volvió a patentar una versión de su fármaco antiepiléptico Gabapentina con mejoras marginales cuando la patente de éste se estaba acabando. Esto extendió su control sobre la producción de fármaco, pero no está claro que el nuevo fármaco sea más seguro o efectivo que el precedente.

...y a costa de cientos de millones de pacientes

Evolución mundial de la epidemia de diabetes tipo 1

Hoy en día nos encontramos en plena epidemia mundial de diabetes, en 2017 habían ya 425 millones de pacientes y se prevé que ascienda al menos a 629 millones en 2045, una subida de nada menos que el 48%.

Aunque algún estereotipo podría llevar a pensarlo, no se trata precisamente de una enfermedad específica a los países de alto PIB, de hecho el 77% de los pacientes se encuentran en países de rentas medias y bajas. Los mismos países en los que la gran mayoría de la población no puede permitirse los precios de la insulina.

La transformación de la industria alimentaria y de las cadenas de producción mundiales para intentar captar el máximo de inversiones y capital es responsable de buena parte de esta epidemia a través del síndrome metabólico.

Pero esto sólo explica en parte la subida la diabetes de tipo II, debida a la resistencia a la insulina por parte de los tejidos. El hecho es que la diabetes de tipo I, de origen autoinmune, está subiendo también y las causas potenciales -desde contaminantes, infecciones o la dieta- son pura especulación aún.

La diabetes no es una enfermedad menor. El exceso de glucosa en sangre lleva a reacciones fuera de control de ésta con los componentes del «andamiaje» de la retina que causan ceguera progresiva y a la degeneración de los nervios periféricos. Además, la falta de señalización de la insulina en el sistema circulatorio lleva a amputaciones, fallo renal -es de hecho la causa número uno de fallo renal- y la muerte.

La condena a muerte de millones de personas que no pueden permitirse lo que es literalemente una sustancia natural es un «fracaso moral catastrófico», efectivamente, y completamente artificial. Artificial y causado por un sistema social que impone la escasez para seguir explotando a miles de millones.

En EEUU se suele prolamar que los «biosimilares» de la insulina y la apertura relativa del mercado a nuevas empresas «resuelva el problema» sin molestar a la acumulación de capital. Ésta vía, supuestamente automática lleva fallando estrepitosamente durante un siglo como forma de bajar los precios.

A partir de lo ya ocurrido en distintos países con otros biosimilares y otros productos se sabe ya que la reducción de precio será claramente insuficiente para permitir un acceso universal -probablemente alrededor de un 20%- y seguirá dejando a la mayor parte del mundo sin acceso a la insulina.

No existe ninguna razón para seguir aceptando esta imposición de escasez asesina, cuando no solo no se atienden las necesidades de supervivencia de centenares de millones de personas, sino que se impide legal y económicamente la producción y el acceso a algo que es relativamente sencillo de producir.

Es una expresión más de la contradicción siempre creciente entre desarrollo humano y crecimiento económico (=acumulación) característica de un modo de producir decadente como el capitalismo actual. Precisamente porque no son problemas técnicos ni científicos, sino relaciones sociales las que causan este horror, no debemos aceptarlo con paciencia ni fatalismo. No se acabará con la ausencia de insulina en los laboratorios de investigación, sino imponiendo la primacía de las necesidades humanas sobre las ansias del capital... algo que nos corresponde hacer realidad a los trabajadores.