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Christo

01/06/2020 | Artes y entretenimiento

Ha muerto Christo Javacheff. Todos tenemos en la cabeza alguna de sus instalaciones: edificios gigantescos envueltos para regalo como el Bundestag o el Pont Neuf, un mar de sombrillas repartidas por el paisaje japonés o por Central Park, halos de tela en islas en la costa de Florida o pasillos de color en un lago italiano... La prensa le despide como un «emprendedor romántico» y desde luego la lógica comercial de sus proyectos era indudable aunque tardó décadas en ser percibida por los inversores. La cuestión es ¿era eso «arte»?

La biografía de Christo es un verdadero retrato y confesión de lo que ha sido «el arte» desde el fin de la segunda guerra mundial. Nació en Bulgaria, hijo del director de una fábrica de pinturas y de una animadora de la intelectualidad local que le orientó hacia el arte desde niño. Se formó en la Bulgaria stalinista y pronto marchó a Praga donde se dedica a hacer decorados y escenografías. La revolución húngara del 56 le convence de abandonar el bloque stalinista y se convierte en un refugiado sin dinero primero en Viena y luego en París. Haciendo retratos a los turistas en la calle conoce a una señora de la clase alta francesa, esposa de un alto mando militar francés, que lo «adopta». Su hija, Jeanne-Claude, se convertirá en la pareja, socia e impulsora del joven artista que le confiesa su fascinación por una pieza de Man Ray: una máquina de coser tapada con una sábana. Será ella la que le impulse durante los siguientes cincuenta años y la que le anime a «dar escala» a su fantasía y plantear sus obras como grandes intervenciones sobre el paisaje natural o urbano.

Del Arte al modelo de negocio plástico

La primera «prueba de concepto» será en Australia en 1969. Objetivo: una inversión de medio millón de dólares de la época para envolver dos kilómetros de costa. Un éxito. Seguirían una valla gigante en California, un valle en Colorado, pequeños cayos de Florida... los costes suben a medida del éxito y llegan a sus máximos a partir de los noventa con sus grandes éxitos, desde el Bundestag a Abhu Dabi, pasando por París y Japón.

Hay ahora una cierta reivindicación de Jeanne-Claude. Es justa, ella era la empresaria en realidad. Ella «vio» el producto. Y era intensivo en ‎capital‎, no solo por los costes físicos y la cantidad de ‎fuerza de trabajo‎ sino por los mil trámites burocráticos necesarios y los centenares de permisos que requeriría cada obra. El resultado eso sí, no era para un museo, sino para la televisión. Lo que Jeanne-Claude descubrió a partir de la idea de Christo no era Arte, era un modelo de negocio nuevo y superador del viejo corsé de las galerías. Un tipo de «creación» que requería capital intensivamente y ofrecía a los estados y administraciones algo que podían entender fácilmente: minutos de televisión, «modernidad» y promoción turística.

Ni Jeanne Claude ni Christo querían desperdiciar un solo euro de retorno. Lo dejaron claro e insistieron durante años a todo el que quiso escucharles: sus obras no tenían ningún significado. No querían «intérpretes», no necesitaban justificación poética alguna. Eran lo que eran y sobre todo eran, como también insistían, efímeras, objetos de consumo instantáneo creados para ser desmontados inmediatamente y reciclados en el siguiente proyecto, que todo ahorro de costes aumenta el beneficio.

La paradoja de Christo

Nada más lejos del significado del concepto Arte que Christo. No se conoce de nadie que haya cambiado su percepción del mundo a partir de la experiencia estética de alguna de sus obras. Tampoco lo pretendían y lo decían abiertamente. Incapaces de reconocerlo, algunos críticos nos hablan hoy de lo poético que resultaba destacar edificios o paisajes a base de ocultarlos.

Obvian la comparación con la obra de Man Ray que Christo utilizó como inspiración. La máquina de coser de Man Ray no era inocente ni banal. La principal diferencia entre una máquina de coser y el Bundestag o el Pont Neuf no es de escala. Es de naturaleza. La máquina que sirve para trabajar en el taller o en la casa, no se transmuta así como así en estructura de poder, obra pública o el accidente natural. La poesía de Man Ray es tal porque tiene significado. Porque nos recuerda que lo que la sociedad no quiere que veamos sigue ahí aunque lo tapemos con una sábana polvorienta. Lo de Christo es una boutade: trivializar la presencia de lo poderoso y omnipresente... para mayor gloria televisiva del poder político y los inversores.

Y sin embargo, su absoluta vacuidad, el uso de escalas monstruosas como forma de atraer al capital, su avidez pecuniaria -solo comparable en impudicia a Dalí- su renuncia total, absoluta y voluntaria a significar el más mínimo aporte a quienes contemplan sus obras, es en sí un retrato fiel, hiper-realista incluso, del espíritu de las clases dirigentes de su época. Clases de las que fue parte desde su nacimiento. Por eso Christo es una paradoja. No es arte, no. Pero su esencia es tan estéril y muerta que representa como pocos el carácter anti-humano, anti-histórico del sistema en nuestros tiempos. Cobertura de colorín o lona rasa incluida.