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China se reorganiza para la guerra comercial permanente

05/03/2019 | China

La burguesía china celebra en estos días su gran ritual anual: las «dos sesiones». Tres mil altos burócratas de todo el país se reúnen en Pekín durante dos semanas. El ambiente es oscuro, casi prebélico y los primeros anuncios no auguran nada bueno. Pero ¿no era inminente un acuerdo comercial con EEUU? ¿No había postergado Trump la nueva ola de aranceles?

En realidad, China empieza a hacer el armado político-económico necesario para una larga guerra comercial. Las «dos sesiones» de este año van mucho más lejos de reducir el objetivo de crecimiento del PIB y aumentar el déficit con rebajas fiscales. Que la dirección de la burguesía china, después de haber dado la puntilla a los tratados de no proliferación nuclear, se vea obligada a reducir el incremento de su presupuesto militar debería advertirnos de hasta qué punto se prepara para entrar en una fase de la guerra comercial impopular y prolongada.

Porque la verdad es que China está en crisis. Los salarios crecieron y las exportaciones perdieron espacio con los aranceles. Las ventas se orientaron al mercado interno... que por definición no puede comprar el total ni de la producción, ni de su crecimiento, así que... huída al crédito: la deuda acumulada es 3 veces el PIB. Febrero fue el octavo mes consecutivo en que cayeron las ventas de automóviles, en un marco en el que la producción industrial total se contrajo, con lo que los planes para reducir la deuda... se guardaron en el cajón. Es más, los vecinos como Japón, sufrieron inmediatamente las consecuencias.

Las treguas son parte de las guerras y como todo en ellas, su lógica no es negarlas, sino ganarlas, lo que normalmente significa agudizarlas. La guerra comercial con EEUU está concentrando todas las fuerzas de ambos contendientes pero ambos se dan cuenta de que en realidad es global. Están poniendo todo en una parte del tablero muy equilibrada cuando habían dejado zonas con más beneficio o pérdidas inmediatas sin cubrir. Es decir, están consumiéndose en un empate local cuando aun les queda mucha partida por jugar en otros frentes.

El empate local: China sufre los aranceles, EEUU teme las represalias en forma de guerra de divisas. Las ganancias potenciales en otras partes del tablero: EEUU apunta a Turquía e India, China tiene que focalizarse en Europa, el Golfo y Oriente Medio si no quiere perder un bocado de león de los mercados globales de capital. Ambos se encaminan a la tregua... para poder desarrollar la guerra en mayor profundidad.

La prueba inmediata de que la tregua es una aceleración de la guerra en nuevos frentes la vemos en la batalla por el 5G que se hizo tan evidente en el World Mobile Forum de Barcelona. No es ni mucho menos una competencia tecnológica sin más. Que se lo digan a Trudeau, la presión china para que libere a la heredera de Huawei incluye rehenes y conspiraciones para hacer públicos escándalos que ya han costado dos ministros a su gobierno y que la prensa china celebra como «golpes» y venganzas.

Y ni hablemos de Europa. Todo el esfuerzo de la Comisión está en restringir la entrada de más capital chino. La política industrial se define en términos de «resistencia» a China. El fracaso de la política de fusiones franco-alemanas y hasta los resultados del Brexit se miden ya abiertamente en la lógica del crecimiento de la influencia china. En Alemania la cuestión llega ya casi a obsesión pública. Ejes clave del futuro industrial alemán como la inteligencia artificial o las baterías del coche eléctrico se consideran batallas críticas a punto de ser perdidas. Y lo que es peor, si la influencia China en la política interior de la UE estaba hasta ahora concentrada en el Este, ahora Portugal e incluso la obediente España amagan con alinear tecnologías y absorber en masa capitales chinos, reforzando de paso el peso político de los orientales en Suramérica y el Africa lusófona.

Un nuevo nivel

El giro chino marca el punto en el que hemos entrado en un nuevo nivel en la confrontación imperialista global. Todas las partes parecen aceptar que la guerra comercial no es un episodio, sino la forma de vida a la que cada capital nacional se ve abocado en el mercado mundial. Las tendencias hacia la concentración en el estado nacional y el ‎militarismo‎ no pueden sino agravarse, y aunque las tensiones bélicas se moderen temporalmente, su escalada será el inevitable resultado de un capitalismo que se enfila hacia un nuevo momento recesivo en una crisis que no acaba.