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04/12/2017 | Emancipación

Hace una semana, conversando con un obrero de la construcción, curtido en días y días bajo el sol, pude constatar un mensaje: «estamos abandonados». Aquel hombre evidenciaba un claro pesimismo sobre el futuro que el capitalismo nos deparaba, a él y a todos los trabajadores, sobre todo los jóvenes que se incorporaban al trabajo. Esa perspectiva pesimista sobre el futuro que nos ofrece el capitalismo es compartida por muchos trabajadores que se están dando cuenta de que el llamado «bienestar» del pasado ha desaparecido y ya no volverá. Empieza a rasgarse el velo embellecedor de la explotación ante la vista de todos. La burguesía, interesada en la acumulación continua, está dispuesta a todo lo necesario, incluso la guerra imperialista, si tiene la oportunidad. Esta es la verdadera cara del capitalismo, no hay lugar para un futuro pacífico y cómodo bajo su paraguas.

Sobre los sindicatos, totalmente ajenos a los intereses de los trabajadores, se muestran más como el obstáculo que son, que como una alternativa para la clase trabajadora. La opinión que expresaban los compañeros no puede ser más realista. Muchos trabajadores, como el compañero con el que compartí opiniones, son conscientes de lo que realmente son: capataces del capital.

El capitalismo no ofrece un futuro: ¿qué hacemos?

Como comunistas sólo nos queda el camino de formarnos a conciencia y organizarnos ante los ataques cada vez más crudos del capital. Para formarnos disponemos de viejas herramientas con nuevos formatos, tan importantes como siempre para evitar las sendas que conducen a la derrota. Sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria.

Sobre la organización, depende de nosotros dar el paso. Con el devenir de los años y el recrudecimiento de la ofensiva capitalista, se abrirán cada vez más puertas. Es en esa oposición a la depredación de la burguesía que organizarnos se nos plantea como un deber y una imposición de la necesidad al mismo tiempo.

En el trabajo hay que reforzar los lazos de solidaridad y compañerismo. El proletariado debe ser consciente de que su fuerza reside en su unidad. Unidad en primer lugar frente a los empresarios, cuya única forma de mantener los beneficios es patear a los trabajadores a la calle o reducir sus salarios a lo ridículo. Debemos recuperar los lazos fraternales con los compañeros de clase, en los centros de trabajo, en las ciudades, en cada huelga, en todo lugar donde un trabajador sufra la creciente violencia capitalista.

Y es en ese contexto, que apunta hacia una próxima efervescencia proletaria, en el que aquellos trabajadores más conscientes de la situación debemos tomar parte. Es cada vez más necesario. La explotación se recrudece por momentos. Es tiempo de llamar a concienciarse en el despertar que ya está teniendo nuestra clase. Construyamos nuevas hornadas de trabajadores concienciados bajo la consigna de unidad e independencia. Unidad de la clase, necesidad de luchar con nuestras propias banderas, sin tomar partido nunca por los bandos, solo aparentemente antagónicos, de la burguesía y la pequeña burguesía. Debemos hacer reflexionar a todos los trabajadores sobre dos ideas: la existencia de las clases sociales y el antagonismo entre ellas.

Las clases sociales están ahí en el día a día, en las relaciones entre trabajadores y patrones, en las reuniones de la patronal y sus amiguetes del Parlamento, etc. Si damos la espalda a la clases, le damos la espalda a la realidad de la Humanidad.

El antagonismo de las dos grandes clases, burgueses y proletarios, se hace evidente en cada ERE que lanza a los trabajadores a la desesperación del paro, en cada ETT que nos precariza y esclaviza a la miseria, en cada mentira que nos pretenden colar los parlamentarios... y los extraparlamentarios.

¿Quién nos puede salvar de la explotación? Solo nosotros mismos podemos alzar la voz airada. Es de nuestro trabajo de donde sale todo, no de la «creatividad» de una burguesía tan decadente que ni siquiera sabe cómo explotar al 20% de nosotros.

Nosotros mismos somos la única alternativa a la miseria y guerra

Nos encontramos en un momento histórico sin vuelta a atrás. El horizonte nos espera se anuncia ya en el presente: la destrucción del trabajador como ser humano con dignidad. Aquellos que anhelan tiempos pasados de bienestar se deben desengañar, de aquí al futuro, y sobre todo para los jóvenes trabajadores, solo queda el frío abrazo de la precariedad.

Somos ignorados, somos la clase social mayoritaria y somos negados cada día, totalmente olvidados a conciencia.

¿Por qué se nos ignora? Porque temen que volvamos a despertar. Tienen miedo a que reflexionemos sobre nuestra situación y nos demos cuenta de que en nuestras manos reside la fuerza del pasado, el presente y el futuro.

Tienen miedo a que nuestra fuerza se vuelva contra ellos antes de que nos lleven a la destrucción asesina de la guerra. El camino al que nos empujan como clase es el de la precariedad y la miseria con el único horizonte de una nueva matanza entre trabajadores bajo banderas nacionales en interés exclusivo del capital. Ante este panorama, la unidad e independencia de los trabajadores es una obligación.


Nota. En «Nuevo Curso» no firmamos lo que publicamos porque todo, incluso las diferencias, es producto de un trabajo y una discusión de naturaleza colectiva. En este caso nos gustaría apuntar sin embargo que esta carta está escrita por un compañero de nuestro núcleo en Andalucía después de integrarse en el ambiente de una empresa tradicional donde era el elemento más joven y refleja sus conversaciones con los compañeros de esa empresa y su balance sobre el estado general de conciencia a partir de ahí.