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Cambridge Analytica el escándalo es la democracia

20/03/2018 | Crítica de la ideología

Hace tres días aparecieron en New York Times y The Guardian los primeros artículos de una serie que presentaba el marketing electoral online de Trump y la campaña del Brexit como parte de una conspiración para manipular a la opinión pública. Se basaban en el testimonio de Christopher Willye, un joven analista de la empresa «Cambridge Analytica» que relataba cómo habían «invertido millones» en recolectar datos de facebook. No era ninguna novedad. La novedad era en principio, el enfoque. Era bien conocida la relación de «Cambridge Analytica» con la campaña de Trump y la colaboración del profesor de Cambridge Aleksandr Kogan que está en el origen de la firma, había sido elogiada desde su inicio por los medios como el comienzo de una nueva era en el «micro-targgeting» característico del marketing online. Era el último avatar de un «hype» ya tradicional tras cada elección norteamericana -Clinton y antes de ella Obama, tuvieron sus propias versiones- que puso a la empresa hoy criminalizada en el foco de los medios durante las semanas posteriores al triunfo de Trump.

¿Qué cambió? Nada en realidad. Ahora se «descubre» que la app para facebook diseñada por Kogan para recolectar datos de usuarios, aunque pedía autorización para acceder a los datos de los encuestados y sus historiales de uso, también solicitaba permiso para acceder a los perfiles de sus «amigos» en la red. Este «truco», que según aseguran pasó desapercibido a todos empezando por facebook a pesar de ser público, les permitió trazar a 50 millones de personas a partir de 270.000 encuestados que habían prestado voluntariamente sus propios datos... y dado acceso a los de sus contactos en la plataforma.

Es obvio que el «escándalo» está manufacturado por la alianza de los sectores anti-Trump y anti-Brexit de la burguesía americana y británica. No pueden poner cara de sorpresa después de haber elogiado lo que es una práctica habitual en el sector y escandalizarse con la app que hasta ayer les parecía el no va más de las perspectivas científico-comerciales en utilización de las redes sociales.

¿Qué hace «Cambridge Analytica»?

Pero vayamos a la sustancia: ¿Qué hacía «Cambridge Analytica» con los datos? Microgestión de la opinión en masa. Utilizando un aparato estadístico convencional establecían correlaciones relevantes dentro de grupos pequeños que suelen pasar desapercibidas y las utilizaban para mandar propaganda personalizada. Podían descubrir, por ejemplo, que entre un grupo de votantes de un lugar determinado había una opinión sólida contra el hacinamiento de las gallinas y mandar fotos de una visita del candidato rival a una granja felicitando al propietario por su sistema. Multipliquemos esto por decenas de miles de nichos y tendremos un arma extremadamente precisa para generar sensaciones y emociones negativas sobre cualquier político. Añádase un poco de maldad, incitación a la sospecha, preguntas capciosas y, por qué no, unas cuantas «fake news» utilizadas con puntería y se abre la posibilidad de torcer puntualmente la opinión de masas de votantes suficientes como para poder ser decisivas en una campaña reñida.

¿Es diferente esto a lo que hacen los medios masivos? Lo diferente es el «grano», la precisión y la capacidad de personalizar mensajes. Es una mejora cuantitativa que se torna cualitativa por pura acumulación de nichos susceptibles de ser orientados siguiendo las mismas reglas de «creación de opinión» que los grandes canales. Y esta es la cuestión de fondo, la que bajo el ruido descubre que el verdadero escándalo es la sagrada democracia: las elecciones no son mas que la medida puntual de una opinión... y la opinión es un producto industrialmente maleable.

Mientras el derecho al voto estuvo restringido a la propiedad, la democracia fue sobre todo un sistema de representación de las distintas facciones de las clases poseedoras: los propietarios, latifundistas y burgueses de cada condado o provincia elegían a uno o varios diputados para representar sus intereses comunes. Pero el sistema censitario acabó en todos los países capitalistas hace más de un siglo. El sufragio universal implicaba nuevas reglas y nuevos significados que encajaban como un guante en la nueva forma que estaba tomando el capitalismo en su nueva etapa global: el capitalismo de estado.

En el capitalismo de estado la lógica omnipresente del mercado y la competencia, deja su lugar a la fusión, a través del sistema financiero y el estado, de los capitales individuales en grandes grupos monopolistas. En conjunto el estado se convierte en una suerte de todo orgánico, un monopolio de monopolios que, a través de sistemas más o menos formales, regula el conjunto de la vida social de arriba a abajo: desde los salarios a través de la coordinación y el convenio de patronales y sindicatos, hasta la «cesta energética» pasando por la información que se distribuye a través de los monopolios mediáticos. En un marco así, el Parlamento deja de ser el lugar de encuentro y negociación de las distintas fracciones e intereses del poder. La burguesía no se organiza ya a través de un «mercado de ideas e intereses» sino como un todo orgánico que segrega opiniones para el consumo masivo a través de mil canales. Canales que distribuyen el mismo producto con distintos sabores. En consecuencia las elecciones pasan a ser un mero ejercicio gimnástico de la capacidad de la burguesía de estado para generar opinión.

Eso no quiere decir que la burguesía controle todo sin cuestionamiento desde un «cuadro de mandos» perfecto. Aunque capitanee el estado y los grandes grupos financieros y de capital, ni es monolítica ni está sola en la sociedad. Una manada de hienas no es precisamente un modelo de armonía y como toda dictadura de una clase explotadora, su dominio requiere la complicidad activa de las capas intermedias. Y así vemos como en España, la cesión de cuotas de poder local y mediático a la pequeña burguesía dió la oportunidad a la pequeña burguesía catalana de ponerle palos en la rueda cuando sus intereses de vieron en cuestión. La batalla aun mantiene estancada a la burguesía española. En el Brexit y en el triunfo de Trump los artífices y protagonistas no han sido pequeñas burguesías locales, sino sectores «rebeldes» de la propia burguesía de estado. Los derrotados siguen espadas en alto, buscando revertir la derrota en el mismo terreno en el que la encontraron: la manipulación masiva de la opinión a base de escándalos y emociones fuertes machacadas en los «ciclos de noticias».

Pero el verdadero escándalo no es que la tecnología que usó Trump en la camapaña le permitiera una manipulación más precisa de la opinión sino que nos sigan vendiendo la sacralidad de las elecciones como expresión de una inexistente «voluntad popular» o un ilusorio «poder de la ciudadanía».