Caída de las Bolsas otro capitalismo no es posible
¿Por qué caen las bolsas? La prensa de todo el mundo responde a coro: están adelantando una subida del tipo de interés. Y si suben los tipos el capital se moverá hacia la deuda, que pagará más que muchas empresas. Así que se adelantan para poder especular con deuda -que calculan va a subir- en vez de con acciones de empresas, que piensan que bajarán porque todos, y ellos los primeros, harán el mismo movimiento.
Pero vayamos un poco más atrás. ¿Por qué habrían de subir los tipos de interés? Y aquí es donde empieza lo bonito. Porque a Trump le está saliendo bien su estrategia. La subida acumulada de salarios en EEUU es del 2,9% en el último año y la reforma fiscal ha liberado capital que se está dedicando no solo a especulación sino a nuevas inversiones, en previsión de un crecimiento del mercado gracias, en parte, a la subida de salarios pero sobre todo gracias al proteccionismo triunfante a a punta de misil, aranceles y renegociaciones draconianas.
¿Y por qué habría ésto, que suena tan bien, de obligar a la Reserva Federal a aumentar el precio del dinero y ralentizar el crecimiento económico hundiendo de paso el valor de las empresas? Porque, una vez recuperado el pleno empleo, la ley de la oferta y la demanda favorece a los trabajadores. La empresa que quiere construir una nueva fábrica o las oficinas que necesitan desarrolladores, si quieren que alguien deje su empleo para trabajar con ellos tienen que ofrecerle un salario mejor. Y si los salarios suben subirán los costes de producción y por tanto los precios. Es decir, habrá lo que llaman «tensiones inflacionarias». No piensen en una cosa enloquecida. Estamos hablando de entre un 3 y un 5% en el peor de los casos. Pero da igual, los bancos centrales están «programados» para evitar la inflación. La inflación es el coco de los especuladores y rentistas porque añade incertidumbre al valor de las rentas en el tiempo, erosionando el valor de los capitales.
¿Irracional? Eso nos dicen la izquierda y los economistas «progresistas». ¿No bastaría con tener unos objetivos de inflación un poco más flexibles para que la subida de los salarios y de la demanda interna capitanearan un crecimiento fuerte? ¿No podríamos volver al bienestar de la posguerra americana solo con cambiar el favoritismo de los bancos centrales por los especuladores?
El colapso de la «Economía progresista»
Es un bonito canto de sirena. Suena tentador, pero solo parecerá sensato si de antemano damos por bueno el discurso de mentiras y medias verdades de la teoría económica. El capital, y en esto, por una vez, da ejemplo, no lo hace.
Los capitalistas saben que las inversiones productivas valen no por su capacidad de producción, por la plusvalía que puedan crear... sino por la plusvalía que puedan realizar. De nada les vale incrementar el valor de unas materias primas y generar más productos, más valiosos, si no pueden vendérselo a nadie. También saben que no pueden vendérselo todo a sus propios trabajadores, por el simple motivo de que la plusvalía es la diferencia entre el valor producido y el valor que reciben los trabajadores a cambio de su trabajo. Para realizar todo el plusvalor hay que ir a vender fuera del circuito puramente capitalista, hay que vender a productores independientes. Pero hace mucho que estos no tienen suficiente valor que intercambiar como para absorber toda la plusvalía que se produce en cualquier país actual. Por eso se producen una y otra vez burbujas de crédito: adelantando el dinero a los consumidores se salva el día. Pero sobre todo, se lucha a muerte por llegar a otros mercados y evitar que otros penetren demasiado fácilmente en los propios. Es lo que pretende el proteccionismo de Trump, imperialismo de libro, libro de Rosa Luxemburgo por cierto. En esa dinámica claustrofóbica, además, el capital pronto tendrá dificultades para encontrar industrias rentables en las que ocuparse, así que en vez de aplicarse a lo productivo preferirá apostar a los resultados futuros. Eso significa más burbujas y más masas de capital sobre-acumulándose, intentando también colocarse fuera, exportarse. Esa exportación sistemática de capitales, que reproduce una y otra vez a escala cada vez mayor el problema, es uno de los rasgos fundamentales que Lenin supo ver en el imperialismo. Hay más claro, y ninguno nos es ajeno: empresas monopolísticas cada vez mayores, industrias enteras ordenadas de arriba a abajo, la tendencia del estado y el capital financiero a fundirse en eso que llamamos «capitalismo de estado»...
De la teoría a los hechos: como señala el Economist en el mentiroso lenguaje de la Economía neoclásica, el problema del capitalismo hoy es que no tiene demanda suficiente, pero si las políticas de Trump aumentan la capacidad de compra de los trabajadores -porque aumentan los salarios- y la capacidad de inversión del capital -porque les reducen los impuestos- el resultado es aun peor. Además, si Trump consigue torcer las balanzas comerciales, tampoco va a salir totalmente gratis al capital americano: muy probablemente se le cerrarán puertas fuera también. Tendrá aun menos lugares donde colocarse, menos países donde exportar capitales.
¿Cómo no van todos a esperar una subida de tipos de la Reserva Federal? ¿Cómo no iba la Fed a intentar «moderar» las tendencias al crecimiento? En esta agonía permanente que es la economía capitalista decadente, el estado todavía puede regular tiempos, pasar la pelota para adelante, frenar el ritmo esperando que la correlación de fuerzas entre potencias, las amenazas bélicas permantes, hagan su trabajo y el crecimiento de la producción interna se compense con lugares a los que exportar la sobreproducción. E incluso, desastre o guerra localizada mediante, exportar grandes capitales para reconstruir lo previamente destruido.
Economía para trabajadores
Lo que tenemos que aprender de todo esto es que las políticas económicas «alternativas», más o menos keynesianas, no tienen lugar en el capitalismo de hoy. No depende de «las políticas económicas» ni de la «voluntad política» hacer ningún «cambio de rumbo». Desde hace un siglo el capitalismo solo ha crecido de verdad... cuando reconstruía. Solo ha subido el bienestar de los trabajadores tras destruir masas ingentes de capital fijo y masacrar millones personas. Los años a los que llaman los «gloriosos treinta» no fueron la prueba de que el capitalismo funciona si hay políticas económicas «progresistas», sino de que toda ilusión de «progreso» es solo eso, una ilusión solo posible tras una guerra arrasadora... El «crecimiento» de la posguerra americana y europea tenía fecha de caducidad desde el primer día. Y ya pasó. Desde entonces, las economías y los estados van cayendo por orden de debilidad, descomponiéndose bajo las fuerzas de una economía global enferma con independencia de las políticas económicas que ensayen. Las mejores retrasan el colapso. Las peores lo aceleran. Ninguna evita la tendencia general a una lucha cada vez más brutal por los mercados. Ninguna ha frenado ni podía frenar la violencia creciente de las relaciones internacionales, el desarrollo de las tendencias a la guerra.
No, otro capitalismo no es posible. Los problemas del capitalismo no se arreglan con cambios en las políticas económicas. El capitalismo no tiene arreglo. Lo que tiene es que ser superado. Y no lo hará por sí mismo. Esa nos toca a nosotros, que lo mantenemos en pié con nuestro trabajo.