Bombardeos en Siria ¿Qué hacer frente a la guerra?
Nos hemos levantado esta mañana con la noticia del ataque aliado a Siria. Los ejércitos de EEUU, Francia y Gran Bretaña han lanzado más de 100 proyectiles sobre suelo sirio, incluyendo Damasco y Homs. Los objetivos, según las versiones oficiales, eran los emplazamientos y arsenales de armas químicas. La situación estaba llegando a un punto de no retorno y todos los actores esperaban un ataque inminente.
Este ataque es una muestra más del desarrollo criminal de las tensiones bélicas en todo el mundo. Cada uno de los imperialismos tanto en la región -la propia Siria, Turquía, Irán, Rusia, Arabia Saudí, Israel, incluso Grecia y Egipto, ahora en segunda fila- como en el centro capitalista -Francia, EEUU, Gran Bretaña, Alemania- ven en el Levante mediterráneo una frontera estratégica donde vienen a chocar sus propias ambiciones.
El bombardeo ha tenido una dimensión relativamente reducida, y ha sido respondido por la defensa antimisiles siria, armada por Rusia, y probablemente dirigida por oficiales rusos sobre el terreno. Una vez el ataque ha cesado, [Rusia ha dado su versión](http://<a href=). Podría ser que tanto la importancia del ataque, como su duración y reacciones posteriores estuvieran cuidadosamente medidos y de hecho pactados tácitamente con otros imperialismos en la zona, entre ellos el ruso:
Los americanos, abocados a intervenir, lo hacen de manera puntual limitando los daños. EEUU toma protagonismo y muestra músculo a sus aliados israelíes y saudíes, acercando de paso de nuevo a Turquía a la OTAN y mostrando como puede liderar todavía a las dos potencias nucleares europeas mientras Alemania queda orillada y la UE desvanecida. Rusia gana frente a Al Assad una razón para que no escore demasiado hacia su aliado iraní. Es decir, probablemente el ataque ha tenido un impacto limitado debido a una perversa coincidencia tácita de intereses entre EEUU y Rusia. Lo que, lejos de demostrar la capacidad de «autocontrol» del status quo imperialista, muestra que está en una deriva abierta hacia la guerra abierta y globalizada.
Sea cual fuere la motivación y los manejos detrás de bastidores del ataque, sea cual fuere la duración, la potencia, la participación de potencias externas en cualquier bando, desde el punto de vista de los trabajadores el fondo es el mismo. El imperialismo es la consecuencia directa de la incapacidad del capital para reproducirse sobre bases nacionales. Por eso son imperialistas los viejos capitalismos como Gran Bretaña y los «jóvenes» como Israel, capitales nacionales gigantescos como EEUU, Francia o Rusia y «pequeñas naciones» como Siria -o Cuba. Todos los estados son imperialistas y apoyar a un imperialismo no ha servido jamás para otra cosa que para impulsar la matanza de trabajadores.
¿Qué hacer contra el desarrollo de la guerra?
La historia nos muestra que hay una alternativa al desarrollo aparentemente imparable de las tensiones bélicas. La primera guerra mundial solo se detuvo ante la extensión internacional de los movimientos de los trabajadores, primero en Rusia, luego en Francia y finalmente en Alemania. E incluso si la segunda guerra mundial tuvo alguna oportunidad de acabar en algo diferente de la mayor matanza de la historia, fue gracias al fantasma de la guerra de clases que amenazó una vez más en 1943 con convertir la guerra imperialista en revolución social. Así que donde hoy se juega el destino de la escalada bélica imperialista no es tanto en las montañas sirias como en los movilizaciones de clase que despiertan desde Irán a Túnez, desde Europa a EEUU.
Fortalecer los movimientos de clase pasa por clarificar su relación con la guerra y enfrentar el pacifismo impotente de la moralina mediática. El pacifismo nunca paró ninguna guerra, muy por el contrario fue parte del esfuerzo de guerra de los imperialismos. La tan cacareada «legalidad internacional» no es otra cosa que la expresión jurídica de la correlación de fuerzas entre matones imperialistas. No podemos tener ni alimentar esperanza alguna en la capacidad del capitalismo para «autorregular» sus tendencias hacia la guerra y esperar que «no ocurra lo peor».
Todos los imperialismos llamaron siempre a la guerra en nombre de la paz. Todos contaron todo tipo de cuentos sobre «derechos» y «ofensas», todos se apoyaron sobre las «opresiones nacionales» de las que culpaban a los contrarios. Bajar la guardia ante cualquier nacionalismo por pequeño que sea, alinearnos con cualquier capital nacional, se vista como se vista, significa reforzar el imperialismo, desarmarnos ante él y convertirnos en parte del esfuerzo de guerra.
Los trabajadores formamos una clase anacional. Nuestros intereses son los mismos en todo el mundo. Internacionalismo no es apoyar a unos capitales nacionales y sus estados -o sus proyectos de estado- contra otros. Eso es alimentar la matanza emponzoñando las luchas con nacionalismo pintarrajeado de colorines. Internacionalismo es tener claro que la lucha contra el capitalismo y la guerra pasa por enfrentar a toda la burguesía en cada lugar y desde nuestro propio terreno de clase. No hay bandera nacional o religiosa, «derecho a la autodeterminación» o «defensa nacional» alguna que no sirva al imperialismo y por tanto alimente el desarrollo bélico. Nunca, nunca, tuvimos patria que perder. Tenemos por ganar en cambio, un mundo sin fronteras, ejércitos ni trabajo asalariado.