Boiling Point (Hierve)
«Boiling Point», titulada en España «Hierve» y estrenada el pasado 29 de diciembre por Filmin y Apple TV, es sin duda y de lejos, la mejor película de 2021. Una rara joya que agrega a un guión redondo una dirección de actores perfecta, una fotografía prodigiosa y un ritmo trepidante, pero sobre todo que deja testimonio de una época, la nuestra, y la realidad cotidiana del trabajo en ella.
La historia de Boiling Point
Más que coral, «Boiling Point» es una película mural. Durante hora y media nos presenta todas y cada una de las experiencias cotidianas de un viernes noche en un restaurante con la tensión de un thriller y el ritmo de una película de acción.
Estamos en las antípodas de la alienante pero relajada rutina de los videojuegos laborales. No hay simulación aquí. En la cocina, la falta de manos suficientes -y hasta de materiales- está presente desde el primer momento. El terreno emocional está perfectamente delineado tanto en la cocina -culpabilización, alienación, sometimiento a unos ritmos absurdos... y todas esas cosas que «no podemos hablar aquí»- como en sala -«tengo que recordar que me gusta mi trabajo».
En el mosaico de situaciones y tensiones de Boiling Point, la verdadera virtud del guión es que pone cada cosa en su sitio y en su justo lugar: desde el cliente broncas que coloca su frustración sobre la mesa según llega hasta el fregaplatos jetas pero simpático que llega tarde y rebota sobre su compañera todo lo que puede de su carga de trabajo.
No hay acentos forzados: que eventualmente le toquen el culo al maitre o a las camareras o que el inspector de sanidad haga un comentario «aceptable» pero racista sobre el cocinero es molesto pero no dramático. Como en el trabajo real, sazona pero no cambia el sabor a pasado de la materia prima.
Tampoco se sobredimensiona el hundimiento personal y financiero del chef, cuyo protagonismo es puramente instrumental al conjunto. Es, simplemente un «buen patrón» que lo hace mal. La figura que condensa un sistema insostenible. Nos queda claro que si lo hiciera «bien» tampoco sería mucho mejor para los que trabajan allí.
Andy, el chef, usará la culpabilización permanente y el miedo que son parte del miserable lenguaje del trabajo sobre-explotado. Serán su escapatoria personal y acabarán rebotando sobre él mismo. Pero no hay moraleja ni se pretende poner el foco en las relaciones de poder. Autor de «Band of Brothers» y «Chernobil», Philip Barantini, el director y guionista, es de los pocos cineastas que aun saben mostrar un sistema sin ocultarlo bajo sus manifestaciones.
El centro de gravedad de «Boiling Point» recaerá sobre los dos cocineros, la responsable souschef Carly (Vinette Robinson) y el sufrido Freeman (Ray Panthaki), que tienen su propia lucha: sacar adelante los pedidos sin medios suficientes mientras ven devaluado su trabajo al otro lado de la barra de pedidos. El eslabón con los camareros está roto por una jefa de sala, hija egocéntrica e incompetente del socio mayoritario, que tiene la cabeza en las redes sociales y en maximizar reservas para facturar más, pero no entiende ni la lógica del trabajo ni la relación con la producción de lo que vende.
Carly y Freeman representan la épica cotidiana de quien se refugia del sistema a base de hacer bien el trabajo. Barantini les entiende y los representa mucho mejor de lo habitual. «Boiling Point» no les retrata con la altanería complaciente y moralizante con que Orwell describe a Boxer en «Animal Farm». Aquí no son el sufrido y pasivo caballo que mueve el molino comprendiendo y tolerando irracionalmente a sus explotadores, son héroes trágicos.
Sacar adelante la producción es su forma de enfrentar día a día un sistema de trabajo disfuncional que destruye a los que hacen el trabajo tanto como a su resultado. Vivirán cada plato bien hecho y entregado a tiempo como un triunfo íntimo. Un triunfo sobre los jefes, los tiempos absurdos que imponen y sus chapuzas, pero también sobre la alienación de unos compañeros y la desconexión de otros.
Y acabarán estallando, claro. Pero la forma en que lo harán también es importante y refleja el momento histórico. Estamos lejos del lánguido llamado a la lucha colectiva del «Rif Raf» (1990) de Ken Loach. La rebelión es denunciar, enfrentarse, llegar a las manos si hace falta con el chef... y largarse de un trabajo «que no paga». Expresión y deserción, yo en vez de nosotros, ética y no política, frustración que estalla en vez de cambio que se impone.
Dirección y fotografía en «Boiling Point»
Todo esto envuelto en un relato visual absolutamente inmersivo. «Boiling Point» está rodado en un único plano secuencia. Sí, como «1917», pero en sus antípodas: no hay pretensión de cámara subjetiva, no quiere construir identidad con el «héroe». Sirve sin embargo para metenernos dentro de la historia al punto que ni siquiera la percibimos como una «historia». Es demasiado real. Tan real que ni por un momento viene a la cabeza la comparación con el documental o el «reallity».
Rodada en interiores con ambientes muy diferenciados y exterior noche, lo más difícil, el esfuerzo de iluminación y sus cambios, se nos hacen imperceptibles. Técnicamente «Boiling Point» es un logro.
Ni hablar de la gigantesca coreografía en la que el gigantesco plano secuencia convierte la dirección de actores. Ni uno solo puede fallar o entrar fuera de tiempo sin obligar a repetir la película entera. La tensión que sufren unos actores realmente bien dirigidos y brillantes da aún más credibilidad a sus personajes. De hecho, en un juego de espejos entre la historia y el rodaje, fallan a veces y la cámara les cubre sacando de cuadro los emplatados que salen mal o las cosas que se estropean en el fogón antes de que el espectador repare en ellos.
Y del mismo modo en trabajo colectivo no impide percibir el brillo individual. Y hay que decir que Vinette Robinson, Stephen Graham y, sobre todo, Ray Panthaki están inmensos.
«Boiling Point»: la mejor película del año 2021
La imposibilidad social del Arte en el momento que vivimos es tan evidente en la esterilidad de las mercancías culturales que se nos ofrecen que rara vez nos vemos en la obligación de argumentarla. En general, la diferencia entre lo estético, la creación socialmente apreciada en un momento dado, y el arte es que la obra artística propicia un «cambio íntimo en la percepción del mundo y la perspectiva colectiva» de los que lo convencionalmente bello o «entretenido» nos «protege».
«Boling Point» nos cuestiona a muchos niveles. Desde el más básico -¿son necesarios los restaurantes?- al más profundo: ¿tiene sentido para alguien trabajar así? ¿Es el único modo posible de hacer las cosas?
Y lo hace exprimiendo hasta el límite el modo realista de representación. En las formas quiere parecer, como dice la crítica gastronómica en uno de los momentos espejo del guión, «unpretencious, not complicated, lovely and simple» (no pretenciosa, no compleja, rica y sencilla»). Por eso «Boiling Point» el dominio técnico y la innovación se hacen invisibles al espectador intencionalmente.
Es decir, la intención de hacer arte es tan clara como contundente es el éxito en la formas dentro del modelo de contar que abraza.
No está en su mano sin embargo ser arte. Eso lo determina un ambiente social que el machaque de la industria de la opinión hace prácticamente imposible fuera de sus propios términos. Ellos no se conforman con que «Boiling Point» quede inconclusa, ceñida a lo individual aunque desconfiando de la capacidad del sistema para mantener la cohesión mínima necesaria para seguir. Ellos quieren otra cosa. Quieren culpa y representación de los trabajadores hartos como «Parásitos». Pero nada de eso quita para que «Boiling Point» sea, de lejos, la mejor película del año 2021, nuestro primer 5/5.