Bajo el hielo, la normalización de lo inaceptable
La nevada ha hecho más por darle un alto a la matanza Covid que las medidas intencionalmente limitadas de las regiones y el gobierno. Sin embargo, el consejo de ministros saca pecho como si fuera lo más normal del mundo que una nevada no excepcionalmente dramática paralice el país durante días. Bajo el hielo la triste verdad del capital español normalizando lo inaceptable.
1Nadie puede argumentar que fuera impredecible. La experiencia de las nevadas de 2018 era incuestionable: las autopistas, que habían despedido a 1 de cada 3 trabajadores mientras aumentaban el precio de los peajes, colapsaban; Correos, que había reducido plantilla en 1.400 trabajadores, abandonaba miles de paquetes y correspondencia bajo la nieve y la lluvia. Las empresas y los servicios públicos, adelgazados hasta la fragilidad más extrema para ganar márgenes y aumentar rentabilidad, eran incapaces de resistir incluso el mal tiempo. Máxima rentabilidad en condiciones óptimas cayera quien cayera; para todo lo demás, bomberos y Unidad Militar de Emergencias (UME). En estos dos años, el autodenominado gobierno más progresista de la historia, no cambió ni dotó nada. Eso sí, repitió el guión a mayor escala, sacando pecho y presentando lo evidente como impredecible y la imprevisión intencional como mérito en la respuesta. Sus congéneres del PP en el gobierno de Madrid, aun tuvieron el descaro de echar la pelota sobre la población llamando a los vecinos a salir a la calle y colaborar. Estaban lanzados. Creían que los cantos a la colaboración entre administraciones y las entrañables escenas de fraternidad burocrática, habían tapado lo que una capital europea paralizada por menos de un metro de nieve dice de esta clase gobernante.
2La nevada arrancó en pleno ascenso de la tercera ola pandémica. Relajar las restricciones para facilitar las ventas navideñas a comerciantes y hosteleros había causado, como era totalmente predecible, una proliferación de focos pandémicos y una multiplicación de las tasas de incidencia en los barrios. Pero no acababan de aprobarse nuevas medidas de restricción de la movilidad. La estrategia navideña ni siquiera había salvado las ventas. El temor a que los malos resultados llevaran a la pequeña burguesía al impago de créditos y estos hicieran tambalearse a los bancos se imponía sobre cualquier urgencia por salvar vidas. Se apuraban los plazos, se especulaba con fechas. Y el viernes se declararon ya 192 muertes.
Así las cosas, la llegada de la nevada y las restricciones de movilidad que parecía iba a imponer por sí misma, parecían una buena noticia. ¿Quién podía imaginar que ni siquiera habían preparado cómo despejar la entrada y salida de los principales hospitales y que pretendían que lo hicieran, sin más medios que los que tuvieran por casa, vecinos y trabajadores voluntarios?
Bajo el hielo, la normalización de lo inaceptable
1Finalmente, el gobierno comunicó 171 muertes por covid el sábado y 151 el domingo. Como son datos de fin de semana resultan preocupantes: probablemente se corregirán al alza durante los próximos días. Lo llamativo es que realmente había que escarbar muy profundamente en los periódicos para llegar a las cifras. No habían sido noticia reseñable para nadie. Una rama rota en una calle de galerías de arte de Madrid parecía ser mucho más interesante en las redacciones.
De fondo: el capital y sus analistas se han dado cuenta de que la vacunación masiva va para largo y ya no confían en una normalización real. Llaman a las empresas ¡ahora! a acumular reservas y al gobierno a normalizar la situación tal cual está y bajo ningún concepto volver a imponer confinamientos.
Hace un mes el discurso político y mediático estaba en ponerlo todo en una absurda idea de responsabilidad individual y negar el mensaje más básico de la Epidemiología: la expansión o contención de los contagios depende de condiciones sociales que se establecen políticamente, como la movilidad o la apertura de comercios y bares. Ahora se trata de que la nieve y el hielo cubran el problema hasta convertir la enfermedad en un problema individual. Se trata de que la nevada acabe de normalizar la matanza al punto de hacerla desaparecer del relato. Porque si no está en el relato, la responsabilidad política desaparece definitivamente.
2La segunda normalización no es menos grave: pasamos de estado de emergencia al estado que solo se persona bajo la forma de sistemas de emergencia. Ese discurso fue creciendo durante este año de pandemia, ahora se ha normalizado. ¿Que no había personal sanitario ni camas de hospital? El deber del estado ya no es mantener un sistema sanitario con capacidad de respuesta, sino montar hospitales militares de campaña. ¿Que las burocracias regionales son incompetentes hasta para contratar rastreadores? El estado moviliza soldados. ¿Que el ayuntamiento de Madrid ahorró en mantenimiento de sus propias autopistas y vías rápidas? ¿Qué los concesionarios despidieron a los trabajadores de mantenimiento para aumentar márgenes? Ningún problema, es lo normal, el estado está para ayudarles a ser más eficientes... en beneficios. Se deja que todo colapse y se envían a soldados y bomberos ante una situación tan extraordinaria e impredecible... que se repite cada dos años.
3Y finalmente se ensayó la normalización del Pacto Verde, o mejor dicho de una de las vías para succionar rentas del trabajo y convertirlas en beneficios de la inversión sostenible: la factura eléctrica. Hay quien pretendía ver en lo que parece va a ser una subida del 20% de la factura eléctrica al mercado autorregulándose. Nada más lejos de la realidad. Si hay algo regulado al extremo es el precio de la luz y el mercado eléctrico. ¿Cómo están regulados? Mediante una peculiar subasta. Cuando el sistema requiere más energía hace ofertas a los productores. Los más eficientes se llevarán la mayor parte de los encargos porque estarán dispuestos a hacerlo a precios más bajos. Pero no cobrarán ese precio... sino el aceptado por el último KW necesario, el del productor más ineficiente. Esto quiere decir que todos los productores venderán con beneficio, pero también que todos, menos el último, el más ineficiente, tendrán beneficios extraordinarios. Como además todas las eléctricas tienen sistemas de costes bajísimos como las presas, los márgenes se convierten en escandalosos.
El mercado mayorista funciona de forma de que la última tecnología llamada para cubrir la demanda -la más cara- marca el precio que cobra todo el resto. Empresas como Iberdrola, con una alta capacidad de producir electricidad a coste prácticamente cero con centrales hidroeléctricas pueden obtener buenos beneficios.
Ahora pongamos esto en el contexto de Pacto Verde. La Transición energética está arrancando como una sobrecapitalización de la producción renovable menos eficiente -la solar, por ejemplo- que se traduce en cifras absurdas en las subastas de concesiones de parques fotovoltaicos y, por supuesto, en la bolsa. Es decir: aumenta el capital a rentabilizar y como está dedicado a la producción mediante los métodos menos eficientes, el coste del KW no puede sino aumentar.
Ese era el objetivo real del Pacto Verde: salvar grandes bolsas de capital que no tenían donde colocarse por la crisis. Se trata de que paguemos no solo la caída de la productividad física que supone el uso de tecnologías menos eficientes como la solar, sino el incremento de la productividad en términos de ganancia que exige el capital y que lo está movilizando en cifras apabullantes. El mecanismo de subasta eléctrica está diseñado para hacerlo posible. La borrasca, la nevada y la helada, lo normalizarán en nuestra factura.